miércoles, 24 de diciembre de 2014

Viaje al 113

    Hay una presencia inminente del invierno afuera y aquí adentro me refugio en un disco de Charly Parker para pasar la velada. Pasan de las nueve de la noche y, por ahora, ante la ausencia de alguna bebida caliente o algún aguardiente, me remito al empalagoso sabor de un jugo de uva, que tiñe mis labios en un tono oscuro que se extiende hasta los comienzos de mi barbilla. Habría de precisar que en estos momentos las descripciones pueden alargarse más de lo necesario, como cada segundo en el que diciembre se expande a merced de sus noches eternas y sus días llenos de vacío infame: tiempo de incertidumbre.
    Cada medio minuto el tejado persiste en un llanto de crujidos a la par de que Parker, a quien poco le interesa el exterior, comienza a tocar con torpe sutileza la Summertime en la que poco puedo disimular la sorpresa del acto: aislante al viento del norte, la melodía da calor a la habitación. Es la oportunidad de dirigir una amplia sonrisa a mi imagen y semejanza, al personaje diminuto que veo por encima de mi nariz en una suposición a escala dentro de mi propia recámara, el pequeño ejemplo en el que deposito la vaga idea de lo que visualiza ese ente indeciso que se ha ausentado desde el comienzo de mis días.
    Tendría que pasar mi muñeca de nuevo sobre mis labios, apretar con una suave fricción el roce de mi piel con el tono purpura que me pinta y, continuar, en el tranquilo lapso de hito en hito en donde me encuentro sin sentir si quiera el frío decembrino. No pasan los minutos en vano y, mientras la muchedumbre aún deambula en las compras de última hora, aún puedo entrecerrar los ojos y silenciar las paredes y al viento, al jazz y al ruido humano que se encuentra dentro de mí, amortiguando el mismo refugio que apenas si he creado a un escape al escape. Y es de noche, y lo sé. No podría ser otro momento del día el que me brindara tan sutil quietud y tuviese tiempo para afirmarlo.
    Es un día antes de noche buena y no hay mucho que comentar al respecto. El sigilo de los días subraya la corta espontaneidad que he labrado en los últimos meses y es importante señalar que el invierno se ha planeado a base de ausencia. Y qué es la ausencia sino la privación de las tangentes, la separación propia de lugares o personas, un tiempo inexacto lleno de deformidades y noches largas con jugo de uva y sin alcohol, un escape intrapersonal que me aísla hacia mi propia persona. “No man is an island”, se escucha susurrar al viento por entre la ventana y nada de lo que ocurriera a continuación podría hacerme cambiar de opinión.  Hay de nuevo un estruendo tremendo en el que las botellas de la reunión del sábado comienzan a bailotear por el viento en la terraza y, abro los ojos: disimulando a la mismísima ausencia el encantamiento inútil de presenciarme en desdicha de ideas banales. Un viento, un ruido, un vacío en el que me idolatro y el acto no es más que un resumen en miradas gachas hacia el suelo.
    Media noche y Parker parece empezar a notar el frío que se ha apoderado ya de la ciudad. Ha terminado con un cierre estupendo y me da la espalda, respirando y recuperando ese aliento breve después de su salida. No espera un comentario, sabe que no es necesario y se limita a observar el júbilo que otorgo en silencio; es también mi indicador para alistar mis cosas, dirigirme esta noche de viaje al 113: el rumbo perdido en donde he dejado todos esos pendientes que me mantienen apegado a una mínima pizca de euforia inverosímil. Habría de precisar que en estos momentos las descripciones pueden acortarse más de lo necesario, como cada segundo en el que diciembre se reduce a merced de sus noches eternas y sus días llenos de vacío infame: tiempo a fin de cuentas.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Del parque

I

    He despertado tras escuchar el ruido que ocasionan los vecinos ya entrada la mañana. Parece ser que el mundo exterior ha entrado en operaciones mientras nosotros, enajenados de la situación aparente, nos encontramos aún bajo un montón de cobijas. Los rayos del sol logran colarse por entre el tenue tono de las cortinas, alcanzando a llegar base a breves estirones hasta los principios de mi cara. Apenas reacciono y te observo dormida, acurrucada todavía con la posición en la que quedaste anoche, mientras me pedías que bajara el volumen del televisor y me hablabas de lo que podríamos hacer al siguiente día. Noto una respiración intranquila, en cuanto quedo en silencio y enfoco mi vista hacia tus movimientos me hago a la idea de que no tardarás en despertar. Después, en el tiempo en el que logro encender el televisor tras estirar mi cuerpo cuidadosamente para no despertarte, opto por dirigirme hacia el baño usando el par de pantuflas que has comprado el día de ayer, recuerdo que las necesito al instante en que recreo esa extraña sensación que se presenta al pisar el suelo helado de tu casa y concuerdo en que has hecho bien en comprarlas. El cuarto de baño me encierra y me aísla de ti a escasos dos metros de distancia, dándome a entender una vez más ese feeling de irme y saber que nunca hemos estado juntos del todo. Sin embargo, luego de haber cepillado mis dientes y regresar hasta la sala de la casa, te he vuelto a ver allí, sin una mínima pizca de conciencia que oscile en el panorama. Parece ser que son ya las diez de la mañana y es lo único que me parece importar en el momento, aunado a la sencilla necesidad de acercarme a tu cuerpo y tomar uno de tus senos por entre mis manos. El ambiente parece ser acogedor mientras vuelvo a notar el pasar de los transeúntes retrasados hacia la labor, me desligo al momento y regreso al suave tacto de tu cuerpo a la par del calor y los movimientos que empiezas a dar a reacción. Encuentro el control remoto bajo mis piernas y cambio el canal hasta encontrar el de las absurdas noticias que no tienen qué ver con nada en el mundo.

II


    Esta es una de las últimas vistas que tengo del parque y es asquerosa. No es necesario voltear a ver a más de cuatro metros para darme cuenta de que la gente puerca habita en cualquier lugar y ahora poco importa, aunque, tras notar el paso de más de dos ardillas me hace arrepentirme un poco de lo recién dicho. En esta vista del parque nos encontramos atravesándolo rumbo a la parada del transporte, con ese camino recurrente que hacemos para dirigirnos hacia las típicas calles del centro y hablamos de tus estudios y de la poca ambición que presento hacia el territorio laboral. Te escucho palabra tras palabra, como de costumbre, repasando esa lista de frases que vas acomodando en el momento en el que recalco la imagen de tu rostro observándome para notar mis reacciones: una plática amena y un camino lleno de basura y perros amaestrados. Habría de imaginar lo que pasaría después de eso, el bochorno que traería manejar ese ocio insistente en una quietud que nunca me ha dado nada más que reproches, podría haberlo intuido y, en todo caso, mi intuición jamás ha sido un buen presagio. El momento entre un frío todavía húmedo, un mediodía de fiestas decembrinas y el paisaje de un parque lleno de basura y vagabundos poco podría importar el día de mañana, y tal vez, me precipito a pensar en un quiebre cuando en el justo momento en que mi pesimista manera de pensar elige siempre lo peor ante cualquier circunstancia. Repito y me vuelvo, esta es una de las últimas vistas que tengo y para este momento ya nos encontramos bajando del microbús. ¿Cómo decirte toda esta especie de recapitulación? ¿Sería necesario sentarnos en una banca y hablarlo? ¿Podría funcionar mientras entramos a alguna librería o mientras te invito algún café? Es una tontería y ninguna es todas las disculpas. Bastaría tal vez con alejar mi vista del bullicio del que acabamos de salir mientras observamos sentados y tomados de la mano, escuchando la melancolía del organillero mezclada con las voces que chocan y nos embarran de desdicha. Es fácil imaginarlo y es bastante torpe el recrearlo, y mientras tanto te hablo de lo bien que la hemos pasado y algunos datos sinsentido de los cuales estamos totalmente acostumbrados. Poco a poco el sol va cayendo y nos hemos alejado con el del centro de la ciudad. Una vez más llegamos a una de esas zonas populares de la ciudad con gente pomposa y circulamos por entre los altos árboles y el ambiente abrazador de diciembre. Toco tu cabello a cada momento y es ahora ya en el café donde nos encontramos frente a frente, en un duelo de silencios y ojeras remarcadas que nos alejan cada vez más del acuerdo. No puedo evitar sonreír con esta brusca mueca, lo hago por educación y por la familia de la mesa de a lado que se abraza y se ríe por la alegoría de reencontrarse. Yo, por otro lado, bajo la mirada y saco mi cuaderno de bolsillo para leer algunos puntos que tengo que decirte y te noto con la vista perdida hacia la calle. Regresas y a veces me sonríes también, sin importarte del todo mí anuncio de tres carraspeadas de garganta y un silencio más que se transforma en ridículos tragos al café cada vez más inoportunos. Estamos ya fuera del lugar y fuera de las intenciones, ya dentro de tu casa y con esa sensación que viene cuando sé que no tengo qué ver con nada de todo esto. 

viernes, 12 de diciembre de 2014

Touching

    Hubo un momento en el que después de haber bebido unas cuantas cervezas en el hotel decidimos salir a algún bar. Creo que no habíamos decidido ir a algún bar sino a uno en especial y eso era lo divertido del asunto. La ciudad nos había recibido con un bonito día nublado que se tornaba en una tarde lluviosa y no fue impedimento para empezar a beber, eso lo recuerdo. Era gracioso que se detuvieran a comprar cerveza a las alturas de la Alameda a plenas cuatro de la tarde, y no sólo decir cerveza, tenían que ser dos cartones para encaminarnos de nuevo hasta la habitación del Virreyes.
    Era viernes y había una de las primeras manifestaciones, si mal no recuerdo, por lo de Ayotzinapa. Nos dirigíamos rumbo al hotel y la lluvia repentina del DF nos impactó corriendo con botellas de vidrio llenas de cerveza por todo Artículo 123 hacia el Eje: pinches pendejos. No había para más, el momento era ese y en cuanto a alternativas sólo había una y era seguir. Creo que paramos varias veces y aseguré mi camino sólo parando para voltear a verte, a asegurarme que estuvieras lo suficientemente cerca de nosotros como para que todo estuviese igual y pudiésemos continuar con el día.
    La siguiente escena es después de la llegada a la habitación: Entramos y empezamos  desprendernos de nuestras ropas. Entro en acción buscando el mejor lugar para la cerveza y amoldando el bote de la basura con una bolsa nueva para convertirlo en hielera, noto el panorama en el que, con los lentes mojados, observo la vista de tenerlos ahí frente a mí, húmedos y expectantes de una tranquilidad a la cual ya hemos entrado y la cual me preparaba a brindarles. La tarde parecía ser otra más de esas conocidas rutinas capitalinas en las que me encuentro en algún lugar alto y la lluvia se presenta fuera de si por un tiempo prolongado. Había pláticas al azar y un carisma de enajenación con pizcas de buena percepción de ambiente, un comienzo en el que nos precipitábamos a pasarla aparentemente bien y donde expandíamos la tarde amena.
    Más tarde la noche nos alcanzaba y la tranquilidad y el silencio de la recámara era ya monótono. Había que salir a las calles, pisotear charcos y amargar un poco el buen sabor de boca con un poco de tabaco, era momento de recorrer el centro. Poco tardamos en llegar al bar en cuestión, estaba decidido que nos encontraríamos ahí y que, sin importar los prejuicios pendejos, bailaríamos por algunas horas en la noche y así fue. Hubo un momento en el que después de haber bebido unas cuántas cervezas decidimos seguir en el baile, de un lugar a otro y con una cartera todavía llena, encontrándonos con apretones de nalgas y algunos fajes inesperados con el alcohol como la excusa. Y la noche.

martes, 9 de diciembre de 2014

El venadito

    Tengo dos horas esperando tomar una decisión y contando.
    Habría de encontrarme yendo una vez más de nuevo hasta su casa tomando el transporte o lentamente a pie y no es así. Me he detenido en seco, en medio de un semáforo que aún marcaba el verde y una orquestra de claxons maldiciéndome a compás, boquiabierto por un flash venidero de las recónditas y torpes ideas que he estado trayendo. Supe al instante, entre el tráfico que llega al caer la tarde y el sonido del motor de mi auto, que tenía que parar.
    Opté por aparcar mi coche en un supermercado y seguir a pie. Había sido hasta el momento la mejor decisión para poder despejar mi mente ante el denso bullicio citadino y, ni así, he podido relajar mis pensamientos y enfrascarme en la simple contemplación de un o un no.  Y es que me he quedado así, aquí de pie: a escasos cuarenta metros de donde he estacionado mi vehículo y con las monedas del pasaje en la mano, con un sudor que huele a metal barato de pesos mexicanos y un asco que no me deja dar el siguiente paso. Esa es mi excusa a la excusa de no saber qué hacer después de lo primero. Según yo tengo dos horas, puede ser que me esté mintiendo y ya nada me sorprende.
    Me veo ahí, bajando del camión y caminando apresurado hasta la puerta de su trabajo sin una sola palabra que dirigirle y, sin embargo, es esa la primera opción. Por otro lado, veo la posibilidad de caminar desde aquí, llegar y no encontrarle y hacerme a la idea de que no ha sido el día indicado para buscarle. Es simple, juro que en las escenas de mi cabeza se observa todo tan sencillo y sin sobresaltos. Aunque sigo aquí, estorbando en la acera de una esquina a los transeúntes que me impactan con sus pequeños y morenos cuerpos: yendo y viniendo en las recreaciones de mi mente con estas dos opciones al tiempo en el que, el mismo tiempo, me mantiene en confort del desasosiego digno de Pessoa.
    Dos horas esperando, esperando una desgracia o tragicomedia sin ganas de provocarla; quieto y sin apuros, como un pobre venadito que habitó en la serranía.



lunes, 8 de diciembre de 2014

Mambo miam miam

    Puedo saber. Puedo saber qué es lo que estoy haciendo. Puedo saber que nada de esto es lo que estaba pensando. Puedo saber y entender que no soy yo siempre el del problema. Puedo saber que no son siempre las mismas cosas las que me acongojan y a veces parece lo contrario. Puedo saber y no saber acerca de lo que ahora sucede sin tener que ahondar en vistas y revisiones. Puedo, puedo saber que una idea viene y va y el recuerdo es sólo tiempo. Puedo saber, saberme inconcluso y errático. Puedo saber que ahora visualizo ideas y nada más. Puedo saber que aún me odias desde mi cumpleaños. Puedo saber que seguro sigues escribiendo en ese cuaderno. Puedo, puedo saber que te confundes con alguna otra. Puedo saber que sabías que te citaba ahí para dejarte. Puedo saber que te he quitado más tiempo de lo que pretendía. Puedo saber que no eres la misma. Puedo saber casi a la perfección que has teñido de nuevo tu cabello. Puedo saber y creer un montón de caprichos que no van más allá de eso. Puedo saber y reír y no entender una mínima pizca de nada. Puedo, puedo saber que he gustado de dormir junto a ti. Puedo saber que beber era una excusa para besarte y, sin embargo, poco he querido mencionar de eso. Puedo saber que poco recuerdo de mi fuga. Puedo saber que no soy yo el que procura enviar canciones en las noches. Puedo saber que poco importa el saberlo. Puedo saber que sigo y que seguiré por un rato más entre el descaro, la indiferencia y las pocas ganas de hacer algo más que la rutina.  Puedo decir que diciembre es una basura. 

domingo, 7 de diciembre de 2014

Después

    Creo que la única manera en la que te extraño es en tus viejas fotografías.
    Me refiero a esas fotos que tienes de antes de conocerme. Imágenes en las que reflejas una tristeza infinita y en las que alguna vez me figuré: imaginándome espectador a distancia que observa tu espalda mientras captas un momento gris tras la lente. Ahora mi recuerdo de ti es ese, justamente se devuelve a las primeras impresiones que tenía de tu persona por aquellas fotografías de tardes de una soledad que se expande en medio de tanta gente pasando. Puede parecer extraño, sobre todo por tratarse de algo de lo cual no presencié directamente. Sin embargo, ahora, mientras leo algunos libros que seguramente ya leíste y me encuentro en silencio bajo esta peculiar lluvia de diciembre, me doy cuenta de ello, de la imagen que ha quedado en mi mente y esos matices monocromáticos se vuelven el significante de lo que ha dejado tu nombre. 
    Hay algo que se ha quedado en esas fotografías que me ha llevado a percatarme y no logro darme cuenta de ello completamente. Lo pienso y no se trata de verte de nuevo y saber que estás ahí sino todo lo contrario, me remonta a preguntarme una vez más sobre todo aquello en lo que había detrás de cada imagen, los asuntos que no tuvieron nada que ver conmigo y la ola de sucesos  que pudiesen haber pasado sin saber de mi existencia. Puede ser la idea perfecta del recelo, la incertidumbre de lo que se salía de mis manos al ver esas fotografías y la intriga perversa de observar una vez más para en aquel momento, querer ahondar en lo que dictaban esos días de tu vida. Y ahora todo es más sencillo, sólo recuerdo esas fotografías y el dilema torpe de la adolescencia de la que ahora estamos tan alejados a sabiendas que no hay mal que por bien no venga. Después.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Palabras incomprendidas

    Quisiera saber qué es lo que viene después.
    Tener idea de lo que procede a lo que ya he creado es ahora una incógnita. Lo pienso ligeramente, mientras trato de encontrar un razonamiento simple y lógico y ya comienzo a darle demasiadas vueltas al asunto. Podría hacer una pausa, reparar en la última de las posibles tangentes que inserviblemente he creado o tomar una al azar: parar en seco y desenvolver el papel arrugado que ahora porto en mi bolsillo. Parar en seco y desenvolver el papel arrugado que ahora porto en mi bolsillo e ir tras el pasillo común en donde te encuentras y de donde he dado tantos rodeos. Lo pienso ligeramente, mientras trato de encontrar un razonamiento simple y lógico y ya comienzo a darle demasiadas vueltas al asunto. Lo repito justo ahora, al tiempo en el que pienso no hay moros en la costa y el mismo instante en que percibo que todos alrededor son moros y sólo quedamos nosotros dos. Me  descubro actor de un relato lleno de calamidades y comienzo a flaquear. Podría hacer una pausa, reparar en la última de las posibles tangentes que inserviblemente he creado o tomar una al azar: tener idea de lo que procede a lo que ya he creado es ahora una incógnita e ir tras el pasillo común en donde te encuentras y de donde he dado tantos rodeos es ya casi imposible. Quisiera saber qué es lo que viene después.
    He regresado al lugar del comienzo y no sé qué es lo que ha pasado.  Trato de observar el resumen de imágenes que fluyen por mi cabeza, enfundado en un traje de síntesis y confort aislado en el que me refugio y critico a reacción. Con la cabeza gacha y un carrete de visualizaciones entrecortadas y preguntas rebuscadas, recreo una a una las contrariedades que me han traído de nuevo hasta aquí. Obtengo nada más que infortunio y el desglose de malos resultados base a torpes decisiones en un tiempo tan corto para tanta estupidez. Habrá un comienzo nuevo más tarde y sin duda se repetirá sin mucha diferencia. Sin embargo, hay algo más que no cabe entre la viscosidad de mi saliva y el sonido de mi voz que haga fundirse como una palabra de valor, un entendimiento nulo y bruto que se produce entre los descalabros y el sudor frío que tengo ya bajo la nuca. Es una idea repetitiva, un constante emprendimiento de la condena humana que me ha nublado de nuevo la visión.
    Quisiera saber qué es lo que viene después. Tener idea de lo que procede a lo que ya he creado es ahora una incógnita distinta a la anterior que ya había formulado. Podría hacer de nuevo una pausa, descartar la última de las posibles tangentes que he cagado y tomar otra al azar.





jueves, 13 de noviembre de 2014

13 de noviembre

I

    Hace algunos años tuve una obsesión por el trece de noviembre. Busqué entre las entradas viejas de este blog y no encontré ninguna que hiciera referencia a ello y me extrañó un poco. Cuando digo que tuve una obsesión me refiero a que sobre valoraba la fecha, el significado faltante de un objeto significante que trataba de darle a un día al azar en el mes que, supuestamente, tengo como preferido. Hasta la fecha, entre el recuento del comienzo a tal elección y fallida conmemoración, me veo en el día detenido unos instantes por el recuerdo, el hecho de haber elegido en aquella remota ocasión un día para tener como especial, siempre sorprendido en cualquier acción menos en lo que quisiera estar haciendo. Es extraño el lapso en el que paras y comienzas a reflexionar sobre los hechos, el año y los días que ni siquiera por montones parecen ser lo suficiente para sentir que ya ha pasado tanto tiempo. ¿Tanto tiempo de qué? A primera impresión, lo subjetivo nos traiciona y nos lleva a diversas ideas y bochornosas imágenes, elecciones que se salen precisamente de eso y se deslindan de un resultado coherente, trayendo un golpe bruto del cual no tenemos control en lo absoluto. Entonces, decir que noviembre es mi mes favorito porque comienza verdaderamente a hacer frío sin la necesidad de lluvia no es una razón suficiente para elegirlo como el mejor de todos, pero persisto. Y, sin embargo, el ritual y el significado de saborear mandarinas y naranjas, cítricos que en el pensamiento banal de la salud consumo en exceso; lecturas concretas que guardo para ocasiones de buen enfoque y el extraño placer entre el tacto de la piel seca que se produce con el viento seco acarrea una lista de pequeños detalles en los que encasillo a noviembre, siempre aunado al capricho de la contradicción y un número al azar que contenga un tres en cuestión (otro fetiche que he arrastrado a través de los días). Hace algunos años tuve una obsesión y ahora me reservo la idea absurda de guardármela, bajo sonrisas bobas que dibujo al querer hacer hincapié en una marca para el mañana, un outfit fantoche que casualmente disfruto portar y, como una bonita cereza de pastel, una tanda de irregularidades y acciones vacías que terminan por engalanar una vida de mierda. ¿Pero qué sería de nosotros sin este tipo de estupideces? La misma mierda pero más sencilla, mierda más equis como la ilustración del dinosaurio de 8 bits utilizado por Chrome para indicar que no hay internet, resumen cutre de que no hay nada que complemente los días que se van yendo sin ton ni son.  Aún queda poco menos de una hora y la afamada fecha se resiste a terminar teniéndome frente a un ordenador y una lata de cerveza que se revela ya vacía y un metro de distancia que separa a mis cigarrillos de mi necesidad fatal  de relajo occidental.

II

    Durante el trabajo, entre las charlas matutinas rutinarias y los breves comentarios de jornada, me he dado cuenta de que presento una mueca torcida que asimila una necesidad de bienestar y no me ha dejado muy contento a estas alturas de la noche. Quisiera verme ahí, con esa pose de veinteañero apendejado por la vida, disimulando la nausea y el horror con el que he despertado apenas dos horas antes: dando por alto que un trece-del-once está lleno de normalidad que rebasa lo estándar y la otredad con la que suelo manejar la carga de trabajo. No miento al mencionar que sería un goce tremendo el observarme así: con la pierna izquierda doblada bajo mi culo a la par del primer sorbo del café negro, que recién en preparado, y la carrilla hacia el más idiota de mis compañeros. Vaya pendejo que soy. Y es que el clima me ha favorecido, tú, con un frío que me embarra la cara de una sensación de victoria sin fundamentos y la triste historia de voltear a ver a aquella chica que tanto me interesa y que, apenas si repara en mi patética presencia mientras nos encontramos a la hora de comida. Nada nuevo que no hubiese sucedido mañana o el próximo trece de noviembre, nunca nada nuevo por aquí. La historia es la misma y los encuentros suelen parecer un remake intrascendente que se asemeja y, del cual, siempre tomo el papel del actor de reparto: breve y austero. 

III

    La casa parece estar vacía y parece haber tranquilidad. Hoy he recibido una invitación para probar la nueva aplicación Inbox by Google y lo primero que he visto es que, como funcionalidad de buen manejo, agrupa toda esa serie de correos electrónicos que suelen nombrarse como basura y me ha dejado a la vista un montón de correos de diversas mujeres que ahora no son más que eso: archivos en kilobytes que yacen en múltiples servidores. Sin duda, me han dado ganas de vomitar mientras comenzaba a cenar la rica comida que había en casa y no había para más. Qué se podía esperar ante tal escena sino un cierre de dicha aplicación y un movimiento de cabeza que indicara indiferencia. Así llega la noche, encontrándome una vez más en la vulnerabilidad de mi pieza y el confort en el que me arropo para declararme vencedor, de nueva cuenta, en un día en el que me hago pendejo de todo lo que puede estar pasando y sin tener que darle la mayor importancia que la que merecen mis cigarrilllos light y el jugo de uva ultra azucarado que he estado bebiendo en la última semana. Entonces, voy terminando el renombrado día bajo el calor de mis ridículas cobijas y el resplandor del monitor en mis gafas, entre viendo los tres párrafos de tiempo perdido que jamás recuperaré y que poco interesarán el próximo año. 

domingo, 9 de noviembre de 2014

Patín del diablo

    Nuevamente he desperdiciado un domingo más en mi haber en las mismas tonterías de siempre. Suelo decir y quererlo de esa manera en cuanto me doy cuenta de lo que tengo por querer o no hacer. Esta mañana, por ejemplo, he despertado bajo los rayos del sol tiñéndome la cara de hartazgo matinal, observando y encontrando poco a poco el ambiente de una noche de azar y nulas pretensiones, característica de lo que va pasando y mi estatus social.
    Los he visto allí, mis amigos, los tipos con los que suelo compartir tragos de alcohol desde finales de la preparatoria. Yacen todavía dormidos, perdidos, alejados del montón de situaciones que han comentado y platicado entre cigarrillos y botellas, anulando los tapujos de sociedad en los que nos situamos y, ante todo, a la soledad.
    ¿Son ya las nueve? Veo el reloj del móvil y no, es temprano aún, tal vez demasiado como para querer partir ya hacia casa y quisiera decir que incluso como para seguir durmiendo. Sin embargo, prefiero el silencio y me enfoco en beber una cerveza más para mitigar el breve ayuno que presento y me tumbo de nuevo en el sillón. Los miro y pregunto qué ha sido en realidad de ellos en este último año, si siguen tan jodidos como yo en cuanto a las mujeres y los días y si, pese a las circunstancias, seguiremos bebiendo como ahora, encontrándonos después de algunos meses todos juntos sólo para hablar de estupideces. Alcanzo a escuchar los primeros ruidos de la gente que madruga y dudo si fumar o no dentro de esta casa, me contengo y abro una lata más cuando recuerdo vagamente aquel cuerpo femenino.
    Susana, ¿se acordará de mí esta mañana? Pienso en ella en amaneceres como este, con una luz tenue que me despierta y una habitación en silencio en donde los párpados ajenos parecen contener todavía algunos sueños. Dudo de ello como de lo que hemos dejado detrás. Y ahora todo esto es lo mismo en resumen: una pendiente en la que me dirijo cuesta abajo a gran velocidad, un decline predefinido sobre un patín del diablo que me acelera y va alejándome de todos los que me rodean. Es el domingo, el regresar a casa para dormir hasta medio día, la televisión idiota que me distrae de las casi inexistentes intenciones de querer aprovechar el tiempo, es Susana misma, ignorándome de nuevo en el bar que frecuentábamos hace algunos meses. Desperdicio de querer seguir.
    Los he visto allí, mis amigos, los tipos con los que suelo compartir tragos de alcohol desde finales de la preparatoria. Comienzan a despertarse, modorros, alejados del montón de situaciones que hemos comentado y platicado entre cigarrillos y botellas, anulando los tapujos de sociedad en los que nos situamos y, mientras se tallan los ojos para partir, se dan cuenta de cómo me vuelvo a hundir entre los cojines del sillón para volver a dormir una hora más. 


viernes, 31 de octubre de 2014

Cítricos

    Aún es octubre y tengo la esperanza de irme a la verga junto con él. Todavía estoy a tiempo de enlistar mis pocos tiliches necesarios para finiquitar esta serie de rumbos a los que me han traído mis decisiones y poder sonreír complacido; chiflar y maldecirlos a todos ustedes los que dejo de lado y ponerme los audífonos para darle ritmo al último de mis torpes bailes suena muy bien. Por ahora, admito que esta simple idea que ha llegado a mí después de disfrutar de dos naranjas y un tamarindo no ha sido más que una mierda que se contradice desde el instante mismo en que es ya tarde y me encuentro ridículamente enfundado de un burdo pijama azul celeste: malas ropas para la ocasión. Otra complicación elemental sería volver la vista hacia mi iPod y no poder elegir una canción para mi muerte, un triste hecho que tornaría toda la escena como lo patético en lo que puedo terminar en cualquier momento: alcanzado por un infarto mientras giraba el dedo gordo por el click wheel sin decidir un honorable soundtrack final para mi cierre total. A veces uno sólo quiere largarse a la jodida con la única intención de no tener que cargar un día más con toda esa tanda de idioteces de las que se suele responsabilizar y he aquí el origen de lo anterior. Y por qué tendría que cargar octubre conmigo y todas mis inseguridades si ningún mes anterior lo ha hecho, ¿a quién más puedo culpar? Que carajo.

    

jueves, 23 de octubre de 2014

Total interferencia

    Después de algunos minutos, he podido quitar mi vista de esa patética imagen en la que mis sucios calcetines ocupaban el panorama de toda mi atención vespertina. Me ha asaltado la indiferencia en un momento crucial del día y mi reacción accedió como un despojo de responsabilidades a diestra y siniestra: ese escape fácil fue no intervenir y situarme en posición fetal bajo el yugo de la mañana y la suave lluvia que aún se podía escuchar. Ahora es tarde y no ha cambiado mucho la vista, mantengo la habitación con una tenue penumbra en la que apenas alcanzo a distinguir la luz del medio día y los habituales ruidos de los coches pasando y los perros que ladran llegan como alarma por entre las cortinas. Estoy aquí cuando debería estar en otra parte, con otro porte, con los dedos secos sobre mi teclado y tragos secuenciales de café negro y agua para variar. Tal vez alguna sonrisa estúpida disimulada para alguna persona y, sobre todo, una energía absurda que me mantenga al pie de la letra en un cinismo occidental tolerable. Qué poca vergüenza tienen los hombres desolados.
    Hay un montón de pequeñas pedazos de basura aferrándose aún mis calcetines a estas alturas del día. Un bonche de suciedad en la que puedo expresar mi opinión hacia el mundo con tan sólo guiñar el ojo izquierdo, esto a la par en que bebo el tercer vaso de agua en lo que llevo despierto y pienso un poco en la última vez que vi la silueta de su cuerpo contrastándose con la luz de la ventana. Todas estas cosas vienen a mi mente basada en lo más reciente de mi haber, en un resultado de la propia subjetividad que dan los días y no es más que el racimo de conjeturas en las que me puedo expresar más allá de lo esencial. Creo en la simpleza destructiva de las mañanas, esa que no se anda con rodeos y aniquila en el momento exacto; sin embargo, es eso mismo lo que ahora me contrae precisamente esas imágenes en las que el pensamiento se ha quedado paralizado y los actos son la afirmación de lo básico. Ahora por ejemplo, tengo su parda espalda frente a mis ojos y lo ridículo de mi atuendo se compensa al despojar mi ineptitud elemental frente a otro cuerpo. El movimiento es calculador y de pronto el objetivo no pensado ya se ha añadido a mí.  Sigue siendo tarde para poder emprender algunas actividades que hubiesen sido mejor para realizarlas temprano y no tengo arrepentimiento alguno de desperdiciar mi tiempo, pero por otro lado, tengo la vista de la nula preocupación, aunado a un centenar de lazos que unir en esa espalda y una mañana que perdura aunque afuera ya casi se oculte el sol. 

martes, 21 de octubre de 2014

Clorfenamina compuesta

    Hace algunos minutos que me he percatado de la noche. Como en pocas ocasiones en lo que puedo destacar de los días, me agrada sorprenderme torpemente de lo repentino. Así de la nada, por algo tan natural como la perdida de la luz solar diaria, al punto de emitir una risa de ironía mientras mi mente, fluía por entre el sonido de la lluvia caer: una sonrisa de pendejo pintada y después el séquito de vacío con el que suelo acompañar las mismas noches.
    No hay ruido en la habitación y la luz artificial de sesenta watts apenas si logra alumbrar mis manos por encima de mi pecho, dejando semi descubierto el tacto de lo que a medias deduzco, un recuerdo incompleto por la efectividad del alcohol de aquella ocasión. Apenas si me acuerdo y no hay mucho qué destacar del momento y me lo digo ahora, sin saber por qué portar una gorra para el frío en mi habitación es una novedad y que, al instante mismo de querer emprender un tiempo de calma, la calma misma no tiene un fundamento necesario para empezarse.
    Sin más qué renegar, logro recordar la noche anterior. Había decidido dejar la lámpara encendida para no poder dormir, una condición que por simple que fuese me mantendría dando vueltas bajo las cobijas por al menos unas horas. Creo que funcionó pero no con el tiempo estimado dado que hoy me he despertado temprano. Pero, ¿de qué era todo aquello de lo que quería reflexionar?
    Por enésima vez, me recalco que ha pasado una semana desde que llegué a la ciudad, precisamente esta noche. Como cada que vuelvo a casa de mis padres, me pregunto sobre el ruido suburbano que embarra al vecindario y si algún día lo podré olvidar, sobre la brusquedad monótona de los días y el siempre reprimido intento de querer estallar para no volver a entrar de nuevo por esa ridícula puerta, todo a la par en la que me dejo caer sobre el sillón de la sala de estar para confortarme entre lo fácil y lo que está allí sin que algún valor moral me tenga alarmado. Contrariedad justa de la ingenuidad que vengo manejando.
    Aún tengo el olor a neumático usado del metro de la ciudad habitando en mi nariz. Logro descifrar el preámbulo estomacal que conlleva volver a rondar estaciones como Jamaica o Merced y sé que, dentro del vagón, he estado tan a salvo de mí mismo y la incertidumbre abierta de que el simple pensamiento que ahora transcribo no es más que un segundo de insensatez que brotó por inercia.
    Y de nuevo el sonido de la lluvia topando la azotea de mi recámara al tiempo en el que me creo pensando, transmitiendo el mensaje que he obtenido gracias a la luz de la lámpara encendida y un montón de despertares y dormitadas a inconsciencia, todo un racimo de ideas y pensamientos que se han esfumado sin pesares al levantarme el día de hoy.  





    

jueves, 16 de octubre de 2014

Por hondo que sea el mar profundo

    Hablar del DF es para mi un sinónimo de ausencia. He vuelto una vez más de la enorme ciudad y no había dejado de pisarla cuando el panorama ya pintaba, una vez más, ese fondo opaco y pesado en el que comienza la extrañez de sentirse así. Ausencia de la lejanía que conlleva el salir por los cielos de entre la monstruosas garras de la metrópoli como vil escape hacia el exilio, en una huida atroz y muchas veces incoherente en la que me he visto en múltiples ocasiones. A veces quisiera que fuese sólo de esta manera y torpemente me doy cuenta de lo contrario, mientras revivo imágenes que se suspenden por lo largo de momentos en los que habito de nuevo sus calles, fluyendo en silencio entre avenidas y monumentos, caricias y topes en seco en los que me muevo a reacción después de decisiones que duran un segundo y me echo a reír sin parar, alucinando por las miles de almas que se yuxtaponen hasta casi fundirse y saliéndome siempre a discreción con un silbido entre los labios. 
    Por otro lado, regresar hacia aquel lugar me hace experimentar una especie de amable bienvenida unida a una carga de ausencia todavía más aguda a las anteriores. Llegar es sentirme ausente de todo lo que no poseo, de lo que ya no es y de todas esas cosas que han quedado de lado a través, no del tiempo, sino de las mismas decisiones que anteriormente mencionaba. Caminar otra vez por su cuerpo legendario me renueva la culpa de haber caído bajo las leyes inmensas de un imán atrayente sobre cualquier indefenso y desgraciado hombre , una necesidad que ahora me brota y que no puedo dejar atrás tan fácilmente. 
    Y me engendra la ausencia, la falta de algo qué no sé qué es, la insistente privación de sentirme conmigo. 

martes, 30 de septiembre de 2014

Fauces II

    Hoy, sin embargo, ha hecho calor desde temprano. Me he quedado acostado en la cama más de lo necesario y mi falta de responsabilidad o palabra no deja de subrayarse con cada sutil acontecimiento que tomo a revisar. «Es lunes, chingado», chillo y carraspeo para seguir adelante. El traslado de casa-al-trabajo-del-trabajo-a-casa a sido llevadero, nada digno de recalcar en finas palabras que se noten vacías por un nulo significado. 
    La noche llega y por ahora las fauces han quedado fuera del tema, como uno más de los días que cualquier idiota suele olvidar. 


domingo, 28 de septiembre de 2014

Fauces

    Ha llegado el otoño esta semana y me acabo de dar cuenta. Entre las lluvias insistentes que nos orillan a pasar de largo, he dejado de lado también el recuerdo del año que ha pasado hasta el día de hoy. Qué tanto pudo haber cambiado, si entre el silencio que guardo y la triste imagen de aquel domingo, aún dirijo la vista hacia al cielo con el mismo ángulo de siempre: entrebuscando la perdida y queriendo saber qué pasó sin tener que empezar a dar el largo rodeo una vez más. Ha llegado el otoño y sólo recuerdo un dibujo anticipado del sábado anterior en donde, un árbol viejo y seco, se despide de sus pocas hojas y yo soy el reflejo de aquel vacío, todo a la par mientras miraba con recelo la hora en curso y, nuestro árbol en cuestión, cargaba la penitencia de la metáfora del adiós, una metáfora básica y horrible. Cómo notar un cambio de estación cuando se trata de mantener la cabeza ocupada, dejando apenas pequeños descansos para una torpe fotografía, una canción al azar, para un instante de soledad prescrita en la que tomo el mando de un rito descarado y ya agendado, un hecho en el que no olvido y simplemente lo dejo de lado entre ese montón de situaciones que importan y se van yendo también al meritito carajo. 
    Hoy, como en uno de esos antiguos domingos, despierto entre el desasosiego de saber que es tarde, con el creciente pensamiento donde la ocasión de haber bebido casi amerita perder el día entero en nada es ya casi un hecho. Pasa el tiempo como paso los coches que se quedan detrás de mi en ese trayecto matutino del regreso a casa, la idea de anoche era una pausa corta y en el ahora, en el instante mismo en que aún recuerdo ese nombre, me hace querer llegar sólo para dormir. Noto el fresco de la mañana, el verdadero fresco que otorga una mañana gris y silenciosa del otoño y me dejo exprimir uno a uno los ecos, todos esos ecos de desdicha inmune que aparecen tras la rápida velocidad durante el camino, en una lluvia de imágenes apenas distintivas una de la otra, con esos rebotes de algo dicho: un nombre, un recuerdo, un algo que queda y que se recalca cada que el frío se deja sentir. 

domingo, 14 de septiembre de 2014

No más, honey

    No he tenido un sueño que te involucre en mucho tiempo pero he pasado algunas tardes pensando en tu aviso. En cierto aspecto, logro entenderte más que nadie en el mundo a la hora del recuento de los daños, es algo que tuve que manejar hace algunos ayeres y comprendo la brutalidad del monstruo que hay que domar, las agallas que conlleva una decisión precisa y que el problema no se quede sólo en un deseo vago ante el tropiezo que puede ser inminente, sino salir y no mirar atrás. Habiendo leído la noticia que cordialmente me has hecho llegar por uno u otro medio, acepto las palabras y me adapto a los susurros que se dejan colar por entre la idea y el presente informe de creerme sentir más tranquilo y, ¿debería de estarlo? Por ahora, el acto de conocer tus deseos y pensamientos, los testigos inconfundibles de querer saberte como triunfadora de algo que no daba para más, me mantiene estable, igual que ayer e igual que en aquellos días en los que mi decisión de partida importaba más que otra cosa. Sinceramente, no me creo merecedor de tantas notificaciones, por más amables que éstas sean. Creo importante el valor de tomar las riendas sobre un asunto, lo digo con franqueza, considerando mi cobardía ante la mayoría de las cosas que puedan tener un poco de responsabilidad y, no miento a la hora de voltear al techo y sentirme preocupado por todo esto, pues todavía guardo una especie de temor con recelo que aún creo acarrear por donde quiera que voy. Y sin embargo, entre los días que nos separan y la buenaventura que se quisiera poseer vamos yendo, sin que nada importe más de lo que ya fue y que no hay cambio significativo que importe más que el que ya se ha establecido. 



    

lunes, 8 de septiembre de 2014

Monday morning

    Es el segundo lunes de septiembre y hay luna llena. Hoy para volver a la rutina de jornada me ha costado un poco al amanecer, raro para un lunes y lo digo de la manera más honesta posible. El despertar temprano tras no haberlo hecho dos días consecutivos en meses me ha tentado a faltar al trabajo, no lo hice y me sentí desviado hacia una responsabilidad vacía e innegable. Me ha costado un poco y la imagen tonta de los zapatos lustrados y un café negro ya servido aguardaba sobre ese inconfundible recelo de pensar ser algo, una mínima pizca de un ente, un puesto que tendría que ocuparse en un horario de ocho horas y un sueldo prescrito que no me conviene perder, no ahora. 
    No tuve el tiempo de negarme, ante mi sorpresa, ya había terminado mi cereal y la ya media taza de café comenzaba a enfriarse. Se hacía tarde y sólo faltaba cepillarme los dientes. La hora estaba bien, siempre ha estado bien y en casa sólo me limitaría a observar el techo, refugiarme en el silencio que ofrecen las mañanas suburbanas y las torpes páginas de internet que habitan en mi historial: la rutina fuera de la rutina y el pensar que he dejado ir todo un día por la borda (exagero).
    He llegado temprano al trabajo, incluso antes que en los días sin ganas de faltar. Me he dado el lujo de estacionarme más lejos con la idea de nivelar mis tiempos, me alcanza incluso para saludar a mis compañeros, de haber ido por la segunda taza de café de la mañana y aún creo haber sonreído a una o dos chicas en la enorme oficina en donde laboro. Joder, que hasta en este tipo de situaciones el karma suele jugar conmigo. 
    Tal vez mañana sea igual y quizá hasta me de unos minutos para pensarte, y lo digo así, abierto en un subjetivo comentario lleno de fanfarronería en el que hablo de todas y de ninguna; y esto no es más que otro juego de rutina fuera de rutina que suele presentarse entre lunes y viernes de cada semana, entre diez de la mañana y seis de la tarde. 

viernes, 5 de septiembre de 2014

Todas las respuestas

    Recuerdo que debo dejar de fumar de esta manera sólo cuando estoy a punto de encender un cigarrillo. Lo recuerdo ahora, mientras encendía el último del día e interrumpía el comienzo de la prosa por el vaivén de las cortas bocanadas, los cortos seis minutos que a su vez me restan once de vida y la incógnita de no saber qué hacer con tanto tiempo. ¿Y qué hacer con tanto tiempo? Nunca tengo ganas de querer saber la(s) respuesta(s). Pienso en la monotonía, en la perdida que vendría al tener algo como respuesta de un estado que ya poseo, un claro miedo al cambio que se esconde tras el secreto de lo indescifrable que es el saberse sentir subjetivo al momento, exacto e impreciso, vivir al pedo y querer poseer el as bajo la manga de la autodestrucción repentina a cualquier hora del día, anywhere-anytime. Tener y no tener nada y seguir fluyendo entre lo que va pasando: ha-ha-ha, and shit happens.  Y mientras recuerdo que he dejado de beber de la manera en la que lo venía haciendo en el último mes, voy terminando una cerveza que había aún en el frigorífico y observo la botella de whisky de la semana pasada todavía con un sorbo o dos que pueden abrazarme esta noche: la vida andante y el carisma mismo de la contrariedad sin fundamentos, sin intención plena de chingar. Ahora mismo, durante un viernes sigiloso que llega después de una semana lluviosa ya en septiembre,  de gastos recurrentes, trabajo habitual y la monotonía, anteriormente citada, recreo la escena del viernes en la casa, sin la necesidad de dormir sin desvelarme porque no hay apuro alguno, sin un hábito preciso que cumplir y en donde la rutina del ejercicio semanal puede irse al carajo sin alarma alguna, todo en una carcajada que se reprime sin mover un sólo músculo y que, en síntesis, se resume en retomar la lectura del libro en curso y la exclusión de toda memoria hacia una preocupación mayor o un séquito recurrente. Y la vida sigue y la vida es la misma, y las ausencias pesan como una hoja en un árbol, porque en el siguiente parpadeo verás algunas otras miradas, algunos rostros que cavilan en segundos al observarte y, como ella, que cada que salgo del trabajo con un apuro sin fundamentos y una paleta de caramelo en la boca, me mira, tal vez pensando que me soy un cabrón chupa pollas o que, en el mejor de los casos, soy un pendejo disimulando mi adicción al tabaco y otros vicios mientras no dejo de devolverle ese juego de miradas de jornada. 



lunes, 1 de septiembre de 2014

Carta a C

    Te pude seguir diciendo que te quería pero no era lo correcto. Aún no logro recordar cuál fue el hecho disparador de tal mentira y ahora sólo puedo pensar que me odias más de un poco. He pasado algunas noches pensando en ti, en que tal vez habría sido lindo salir contigo y saber que, después de todo, el quererte no significaría más que querer conocerte y sentirme bien al respecto. Sin embargo, ahora estoy aquí, de nuevo, entre el silencio que intento disimular y el vacío de escritos que se ocupan entre tardes y noches en que no sé qué hacer después de la triste rutina. 
    No he pensado buscarte, después de mi estúpida huida lo peor sería regresar a disculparme y tratar de fingir que no la he cagado. Lo he hecho y creo que no puedo revertirlo ni tengo intención de hacerlo a pesar de saber el tipo de chica que eres y lo tanto que me atraes, no hay manera de que pueda decir que lo siento sin saber a ciencia cierta si en verdad estoy arrepentido. Aun así, pienso en ti y en nuestras rutinas disparejas que no se acomodan y en el malentendido de querer tenerte más allá de las falsas suposiciones, en esas noches en las que me quedabas tú para saberte existiendo y en mi pobre manía de tus veintiocho años.  
    Hablar de ti parecería subjetivo, efímero y casi inexistente, pues en el resumen de lo dicho mis intenciones se remontan años atrás, desde el momento de haberte conocido y la mala decisión de no haber preferido conocerte más y gastar mi tiempo en algo que ahora ya ni existe. Y como siempre, puras malas decisiones en mi repertorio, puras mamadas. 
    Alguien quíteme el mes de agosto de encima. 

viernes, 15 de agosto de 2014

Media rutina

    Hoy no fui a trabajar. Me he despertado a la hora exacta para alistarme a un día más de la rutina y, a reacción, regreso a la cama. No he podido dormir tranquilamente durante toda la noche sin tener que despertar cada veinte minutos sin saber el motivo concreto de la situación. Hay varias cosas rondando en mi cabeza.
    En la ciudad ha estado lloviendo casi todas las noches y puedo decir que el clima está agradable. La canícula está por despedirse, el año ha arrancado su segunda mitad y, mientras el viento empieza a soplar un poco más por las calles de Monterrey, observo tu horizonte: relajado a la par del tabaco sabor clavo y las constantes canciones que se repiten en mi iPod y en mi mente. Sé que estarás agradecida con la falta del nefasto calor, característica innegable de las anteriores estadías en esta ciudad norteña. Sé que no me buscarás y eso, ahora, me mantiene contento.
    Llevo un yogur de manzana, dos tazas de café negro y dos vasos de agua en lo que me mantengo cavilando sobre qué es lo que depararán estos últimos días. Me mantengo a flote, pensando en alguien más mientras charlamos sobre lo que va pasando, en los días, en los trabajos, en las relaciones que pasan y las que no están sucediendo, en nosotros. Y ahorita, somos personas que no pueden observarse encima de sus tazas de café, durante las tardes o las mañanas. Somos sólo entes que se piensan en medio de rutinas e ideas, vivencias; y nos faltamos.  No es nada nuevo que pueda experimentar, sin embargo, me llego a idealizar como un hombre solitario que sólo a través de estos extraños medios y la devoción por lo lejano puede sentirse tranquilo.
    Pasa de la una de la tarde y creo que tengo que mover el trasero. It's friday, bitch. 




miércoles, 30 de julio de 2014

Limitación

    Una de mis autolimitaciones más recurrentes es la de no tener qué decir a la hora de tratar de escribir. Sin duda, podría afirmar que el hecho mismo de querer expresar algo a manera de prosa puede tenerme horas frente al blanco vacío de la espera, el papel virgen como barrera entre el tiempo que pongo en juego y la desconfianza misma de no saber hacia dónde querer llegar. 
    Lo vuelvo a pensar e insisto. Abro la boca, despegando lentamente los labios para emprender el perezoso viaje al argumento aún desconocido, hacia las palabras que se usaran en mi contra. 
    Ansioso y cabizbajo ante el yugo de un Doppelgänger intangible y el rumor del humo sosegado por mis tristes suspiros, cavilo por las consecuencia indecisa de un objetivo prematuro y el inconsciente paso que vendrá a continuación frente a la tinta que se desperdicia ya en el punto inicial del declive. Asumo las exhalaciones para un comienzo inquieto e impotente y reposo. La derrota es fácil y conocida; un amargo beso en el labio superior que se prolonga hasta la frente, como uno más de los rituales escépticos y certeros que creo llevar ya en el alma. 
    Sereno y empapado de un sudor torpe y veraniego, husmeo dentro del proceso, aberrante camino que me lleva y me regresa al punto exacto del hastío repetitivo del vivir. La gracia de encontrarme atrapado por cientos de recuerdos deformados, explicaciones sutiles y exageradas y la frígida idea de seguir me mantienen al borde, repitiéndome una a una las adversidades que ya me están cogiendo sin profanar una sola palabra.
    Exhausto entre tanto estupor, me refugio en su risa, la risa: el quiebre del séquito ambiente previo, inyectándome a reacción en una escena entre temores bajo demanda y el efímero goce de la tranquilidad extraviada, lugar donde todo se resume en la caída, el suicidio predispuesto que se somete con la fina síntesis de todas ellas oprimiéndome y disparando a quema ropa. Es siempre toda su imagen mezclada en una sola, es el pensamiento que me carcome en ese justo instante en el que estoy por contar algo y se adueña de mi mente, de mi estúpida desventaja de no ocupar el tiempo. Una terrible limitación. 

domingo, 27 de julio de 2014

Carta a G (II)

    Te extraño. Lo sé, te lo he dicho hace poco y sé que también puede sonar un tanto curioso, pero así es. Poco he sabido de ti últimamente y tal vez es eso lo que me hace sentirlo, mientras en la ingenuidad en la que me tiene el tiempo por ahora suele ir pasando sin ton ni son. ¿Qué estás haciendo? Has estado distante y no es eso lo que me preocupa, a estas alturas de la situación y lo tanto que dejan a desear mis domingos no es ese el problema, sino el hecho mismo de sentirme perdido y, así, alejarme más de lo poco que te conozco ahora. ¿Qué tanto puedo decir de mi en estos momentos? Lo normal, lo de siempre. La ineptitud de transitar las mismas calles, de resolver los problemas laborales de todos los días, el vacío personal en el que convivo y persisto y del cual ya conoces; sin embargo estás ahí y al menos, entre el bullicio gris que deja la semana y las tardes que paso solo en casa, me acuerdo de ti. Puede sonar egoísta, me lo digo al momento exacto en que bebo un sorbo más de agua y me limito a escuchar el ruido de los chicos jugando fútbol en la calle, en ésta mi pieza, mi refugio del mundo exterior, aquí, en el eco intangible que ha quedado en mi oído de las decenas de gentes que he atendido en el día, te escucho. Y puede sonar tonto pero pasa, y el egoísmo de sólo recordarte bajo esta situación es la misma inquietud que ahora me hace escribirte. Bueno, lo último fue algo precipitado, la verdad es que no, no sólo lo hago cuando estoy en ese estado. A decir verdad, me acuerdo desde el momento en que acordamos lo de los veintisiete, en el hecho de común acuerdo que vagamente pactamos aquella vez y en la lluvia de pensamientos que se me vienen a partir de eso. ¿Será que en verdad si terminaremos cumpliéndolo? Digo, que a como van las cosas será cuestión de sólo decir que el tiempo nos ganó y que sigamos con ello. Muchas veces pienso que sería lo mejor, que todo lo demás por lo que, a veces, me preocupo no es más que la lista de situaciones momentáneas que tienen que situarse a duras penas; dejarlo de lado siempre ha sido el paso adelante y no prestar atención sería entonces la pieza clave. Demasiada stuff para ir mermando los días, G, demasiadas cosas que pasan y uno simplemente se queda con la boca cerrada asumiendo que no es nada más importante que el café de la mañana o el cepillado dental antes de ir a dormir. ¿Y qué se le va a hacer? Al menos ya falta poco para que me puedas dar un tour de nuevo por tu enorme ciudad. 
    

miércoles, 16 de julio de 2014

Canícula

    Ya es miércoles y seguramente no te importe. 
    Poco a poco se avecina la canícula en la ciudad. Sale el sol, el bochorno me va atrapando mientras llego siempre a la hora exacta al trabajo y, mientras paso de largo por tu lugar, me detengo un instante para observarte y saber que todavía sigues ahí. Y lo estás: me voy yendo.
    Las semanas se me van escapando de las manos mientras mi memoria va registrando las pulsaciones, los guiños, el acto al pie de la letra de lo que voy presenciando y todo parece estar bien, el falso equilibrio se mantiene y lo demás siempre es parte de lo mismo. Me lo digo ahora, a media noche, cuando pienso en aquello y en nada, en el júbilo momentáneo de sentarme aquí, bajo el yugo vaivén del ventilador y el roce de mis dedos palpándome el rostro. 
    Hay brevedad y estancamiento inútil, necesidad del reproche diario y el nulo control a la amalgama de inseguridades que voy recreando en mi pensamiento, cada que te observo y sigo caminando. Y sé que estás ahí, me estás viendo y, sin embargo, sucedes. Viene la canícula y para entonces esperaré, transformando el bochorno en un calor indispensable, poco a poco, entre instantes.
    Y he dicho, ya es miércoles y lo mejor sería que siga sin importarnos un carajo. 

jueves, 3 de julio de 2014

Tinta azul

    Hace ya cinco meses de mi última anotación aquí. Es un tanto triste saberlo, más bien, darme cuenta del poco tiempo que le he dado a una de las actividades que, creí pensar, me era prescindible. Al parecer, la idea de anotar, transcribir y tener un registro de todo aquello que me circunde la llevo más presente en la mente, en una idea-objetivo, físicamente resumida en una agenda compacta con trazos certeros a manera de lista, en donde recreo lo que va pasando. Y qué es todo aquello que ha pasado, es decir, a dónde ha ido a parar toda esa estúpida prosa de la que en algunos ayeres me sentía, si no orgulloso, al menos, labrador. Momento de hacer una pausa, carraspear y levantarme de manera decidida de mi lugar de trabajo. 
    Entre el bullicio de la oficina a las cuatro de la tarde, me sorprendo caminando errático ante la imagen del anonadado desdén anterior, un shock que se entrega en renglones vírgenes y blancos: pulcros espectros de mi idolatrado e inexistente autismo y el mal manejo de mi vida. Espacios vacíos en el cuadernillo que golpean ante la comodidad rutinaria del godínez que me estoy haciendo. Ciertamente y lo puedo decir con toda la tranquilidad del mundo, el deslinde momentáneo de esta tarea autodisciplinaria por lo menos me ha dejado ahondar en otros puntos de vista, actividades y remembranzas: vaivenes del momento. Como actor principal de esta mala asignación de roles y guiones, torpemente me dirijo a reacción consciente rumbo a la salida del trabajo. Es el impulso el que me ha levantado, es el instinto el que me ha guiado paso a paso por el mismo pasillo de siempre, mientras vacilo entre el ruido seco de mis zapatos en el suelo y la búsqueda de otra desconocida búsqueda y que, al final, me cruza de nuevo con la presencia de sus ojos, firmes y profundos: el silencio.
    «¿Qué ha pasado en todo este tiempo?», me digo ahora  a manera de semejante fantoche en parafraseo y después como pregunta. No hay respuesta, no hay ganas de seguir. Volteo hacia el reloj despertador y recalco la hora en mis labios, yéndo de la fresca imagen vespertina en su mirada hasta la recolección de sucesos de los últimos meses: inyección de mala síntesis del tiempo: «sabés que no aprendí a vivir». Sigo bebiendo como idiota mientras esta tonta tinta azul me mancha los pulgares y pienso en ella, y luego en la otra ella para decirme, entre prestos y adagios, que el tiempo es mi único proxeneta conocido. «Sos una puta, una guarrilla, un jeta de santo, una cagada», yo soy.
    Son sus ojos los que ahora me tienen acá, escribiendo de nuevo en renglones insensatos, sediento de algo que vaya más allá de lo que previamente he bebido. Deseo de poder y es ese el punto, el golpe, el mierda que me florece y están por ahí todas ellas quienes pueden afirmarlo. No tengo objeción alguna.
    Te he estado espiando, chica. 




    

martes, 1 de julio de 2014

Move on

    Recién había terminado la botella con un largo sorbo cuando decidí seguir. No era la primera vez que eso pasaba, lo sabía y lo recordaba al momento de sonreír tras lo anterior y limpiarme los labios con la muñeca en un segundo, afirmando con un lento guiño la memoria y el hecho mismo de encontrarme así: ilusa e ingenua seguridad que viene tras la hipotética dosis etílica necesaria. 
    Era algo tarde y digo tarde para ser mitad de semana y depender del transporte público, pero seguíamos ahí, entre múltiples rondas dobles para cada uno de los tres y pausas predefinidas para la inhalación del humo prohibido y triste a las afueras del bar: un ritual nuevo que nos mantenía al flote de breves acontecimientos de jornada y uno-que-otro comentario orientado hacia una suave novedad. 
    «Habría que seguir y ella no era nada más que un suceso del tiempo aquel me decía mientras los miraba fumar. Un bello peldaño que se prolongó durante un tiempo de ansiedades y deseos». Toda esa visualización mental era una brusca prueba irrefutable de lo alargado de esa pausa, lo cual me remitía hacia el principio del relato: la rápida reacción de embestida sobre ese último sorbo de cerveza caliente mezclada con saliva y migajas de botana.
    A la par del termino de aquella botella, en un pequeño tiempo en el que las miradas se sosegaban en el lugar, el camarero había vuelto hacia nuestra mesa con la cerveza pendiente de cada quien, encaminándonos a la «del estribo» y a la salida de todos los males, en un brindis por lo absurdo, por los pequeños ratos después del trabajo y, como me lo decía el rastro amargo de la noche, por un mañana sin sentido alguno.
    Y todo podría haber estado peor si lo hubiese querido, y todo podría no ser siempre lo ideal como siempre he percibido, pero, en ese momento entre tragos largos, silencios relajados y miradas pausadas, el primer manotazo hacia la brecha caudalosa de mi siguiente camino se engendraba bajo la imagen de tu última llegada hacia mis párpados y la insípida despedida que traería el día siguiente, después de la resaca. 
 
 

domingo, 22 de junio de 2014

Ducha dominical

    Es tarde, son casi las nueve de la noche y aún siento un poco de dolor de cabeza por la resaca. Es domingo de descanso, penúltimo fin de semana del mes de junio, mes en el que se termina la primera mitad del año y también a una semana para cumplir 24 años. Qué chorrada.
    «24 años es una cifra estúpida», me digo mientras me dispongo a tomar mi tradicional ducha dominical ya caída la noche. El cumplir un año más de vida no me remite a valorar y reflexionar qué estoy haciendo de mi vida en lo más mínimo, la cifra en sí es menos significativa que el 23 anterior o el 25 que sigue. 24 es un número torpe en el que parezco encajar casi a la perfección en cuanto a los últimos sucesos que me circunden: actos que vienen y van, más de lo mismo.
    Mientras dejo que el agua fría caiga sobre mi cabeza, pienso en lo que significaron los 23, la estadía de ese cambio de rumbos que trajo el 2013 y todo ese giro de situaciones en los que se fueron transformando los días. «23 y 2013, ah cursi combinación», digo y repito, ideando esa combinación de números que parecían ser una ensalivada de glande y resultaron siendo una ola de movimientos en mi persona. Es una bonita casualidad haber nacido en un año cerrado, es fácil recordar sucesos y asociarlos a mi edad, a la agenda, a la vida. Se va terminando este último año y así mismo esa amalgama 23-2013 en la que fundamenté toda esa serie de cambios que habría de hacer y emprender, aunado a cambios de ciclos, secuencias y toda esa calamidad de hechos que uno tiene que decidir.
    Sigue cayendo el agua en mi espalda mientras los minutos pasan, fluyendo en un tic-tac acuoso en el que el recuerdo comienza y la espuma del shampoo va resbalando cada vez más escasa. Es un año más, y no es que importe tanto, lo he dicho ya, sólo lo pienso, porque tal vez sólo me remita a hacerlo durante esta noche. Cierro los ojos y veo esa serie de imágenes ir cambiando velozmente: ojos distintos, bocas y sabores diferentes, un último hostal, otras habitaciones: «nuevos planes idénticas estrategias», diría Nacho Vegas. Sin embargo, me aferro a seguir recreando todo ello, con el afán de tenerlo en cuenta, de hacer una rápida  evaluación que no llegue hasta la dicha reflexión sino como un resumen sintetizado de lo que fue y nada más.
    Un año más que no se va, como suelen decir, se queda y vaya que se queda, como todos los anteriores, grabado en vivas imágenes archivadas que reproduzco y recreo a placer, yendo y viniendo desde los momentos gratos hasta las pendejadas e infortunios que me cargo. Todo a reacción, toda una selección de actos que pienso en momentos como este, en estas gloriosas duchas de media hora en las que me pierdo y me olvido de lo que vendrá mañana. 

viernes, 20 de junio de 2014

Zarzoza

    Soy de los que tiene pocos amigos, muy pocos amigos en verdad. Él es sin duda uno de ellos, y hoy es su cumpleaños. La verdad es que el recuerdo de cómo lo conocí me sigue pareciendo muy ambiguo, algo difuso y sin un comienzo realmente definido, pasó y de repente simplemente eramos amigos. 
    Por aquellos tiempos las cosas eran un tanto diferentes, los dos creíamos en el amor, por ejemplo, en la brevedad ciega del suceso. El tipo escribía cosas que me hacían recordar viejos escritos míos y tenía una peculiaridad que me remontaba a una época sin prisas y con ansias de salir a descubrir las calles. Cuando me di cuenta ya íbamos a las mismas fiestas y teníamos amigos en común, algo que en esta ciudad suele ocurrir muy rápido. 
    A través de los días y las semanas, las borracheras y todo ese tipo de cosas que van sucediendo mientras hablábamos del entorno, de la vida, de la música, de las mujeres y de la literatura, creí saber que el cabrón era alguien que ahora significaba mucho para mi. Hasta comenzamos un proyecto literario (el cual tenemos en reposo) y seguimos caminando por ahí, entre todo ese tumulto de situaciones-caos que nos arrojan los mismísimos días que parecen no notarse mucho. 
    Siempre he pensado ser malo para describir éste tipo de pensamientos. Creo que el valor hacía una persona no puede expresarse cabalmente con una entrada de blog o en una tanda de mis percepciones hacia la misma. Sin embargo,  hoy, mientras le llamo al móvil y me manda directamente a buzón me río porque es un culero y pienso en la última vez que lo vi, en nuestro bar favorito, compartiendo algunos tragos y ese tipo de vivencias que suelen pasar después de dos meses de no sabernos, como si nada, como si fuese la plática de un día antes, noche serena a la par que los cigarros arden y las risas no dejan de escucharse en nuestra mesa. Tal vez así son las verdaderas amistades, las que persisten sin resentimientos, tal vez así es éste cabrón y por ahora no puedo decir nada más que lo estimo y que, aunque a veces parezca que todo me importa un carajo y me desaparezca de todo el mundo, pienso en todos ellos, en los amigos que están ahí y que, como a él, siempre puedo dejar cosas de lado con tal de compartir unos cigarrillos y unas frías cervezas en cualquier momento.
    Por ahora cerraré esta entrada diciendo que se le quiere, señor, y que estoy orgulloso de haberle conocido. 




martes, 17 de junio de 2014

Ruleta rusa

    Ha pasado un tiempo ya y todo parece haberse ido tan rápido. El cambio de los rumbos es siempre una ventana abierta a lo impensable, a lo no tangente y ese es siempre el placer de dicho acto, en un juego oscilante de trazos efímeros que se van creando y destruyendo para abrir nuevos horizontes, nuevos puzzles para el reto de la autodestrucción desmesurada. He aquí la base de toda ese serie de contrariedades en las que me engendro y que ya comienzas a percibir.
    Verte es siempre un tropiezo, lo digo ahora mientras crees en en mis aptitudes más haya de las actitudes que te he dejado percibir, siendo la contemplación de un estable panorama la superficie del iceberg: lo superficial que tanto te acomoda y la amigable manera de dejarme ver como un ser cálido y sereno para tus tolerables ojos castaños. Todo puede ser así, y lo ha sido a pesar de los aprietos. Y, sin embargo, el cañón ha estado siempre apuntando a mi sien con un circo ambulante que presume del hombre de la ruleta rusa y su valiente estupidez, apostando más allá de un sólo encuentro, siempre en medio del tumulto en el que te encuentras como creyente y espectadora, como la mujer más noble en el peor de los lugares posibles, una visión pobre y chusca de Gelsomina y Zampanò.
    Ha sido tan rápido y las largas horas de trabajo no las logro recordar mientras de nuevo estoy en tu pieza. Cae la noche y poco puedo mencionar sobre los cientos y cientos de palabras que se acumulan en mi garganta y que no logro ahogar pese al tabaco, el alcohol y las pocas agallas que me cargo cuando te tengo de frente y entro en derrumbe. ¿Qué es eso que deja percibir tu cuerpo mientras fluyo en silencio? La paz del rayo bajo su aniquiladora interpretación del holocausto, el flagelo del significado que me azota hasta la más irrelevante de mis ideas: temblor que pasa y nada más.
    Como perro en celo, triste después de eyacular, me levanto por la mañana. Aprecio tu cuerpo y el rastro del abandono, de tus días que no fueron míos y lo mío que nunca llegarás a tener. Observo el nicho de la voluptuosidad del no-control y figuro una mueca, una que recalque la superioridad de mi insolencia y la ineptitud del tiempo que sigue empujándome a la quebrantable razón que me forjo en dos segundos a pesar de la decisión y regreso al tropiezo. Tropiezo que doy mil veces y me vuelvo a inscribir: secuencias: vivir.
    Por ahora tengo los pies un poco jodidos de tanto tropezar, la cabeza un tanto más formada a las ocurrencias y actos ajenos y que llevas muy en opulencia pero, quién sabe. Seguro mañana no querremos saber nada y seguro pasado mañana estaremos de nuevo fingiendo no saber nada al respecto, más que un choque brusco que impacte de nuevo, un tropiezo que vuelve a suceder a pesar de las bonitas chingaderas que nos vamos creyendo lentamente. 

 
 
   

miércoles, 11 de junio de 2014

Runrún de verano

    Al fin ha llegado el calor infernal regiomontano en todo su esplendor. «Y eso qué todavía no es canícula», alcanzo a escuchar ciertas personas, persistentes y familiarizadas con el amarillo sol y el bochorno que logra escabullirse hasta el mismísimo ojete. Así es junio, siempre con este toque ambiguo de la llegada del verano y otro cumpleaños; el mes de mi nacimiento me es el menos preferido: entre sudor en los brazos e invitaciones de cumpleaños de tantas personas que andan por ahí sólo queda pensar en la oda de verano al estilo americano.
    Por ahora el entorno parece estarse tranquilizando. El trabajo ha estado estable, mi vieja camioneta sigue funcionando sin mermas cada día, en casa todo parece estar bien mientras aporte dinero, a ella le dejo de lado poco a poco y por ahora se ha decidido en probar nuevas bocas. Mientras tanto,  dejo un tanto pasar el tiempo, me desconcentro en ningún plan tan concreto que todo puede ser ya obra del azar, de las decisiones-del-momento y una pizca de la suerte que puede llegar a caer en cualquier instante. La verdad es que la mayor parte del tiempo he llegado a estar en ese punto, en el preámbulo de no saber qué viene y qué va, quiénes vienen y quiénes se van, qué camino tomar y de cuál tengo que regresarme.  
    En este momento la reflexión puede quedarse un poco fuera de foco. Puedo prescindir de ello por ahora, en una etapa en la que voy fluyendo como escupitajo hacia el suelo ardiente, directo hacia algo inevitable que para nada se puede rechazar, que nada se puede hacer, sólo entregarse a la idea de la desmaterialización entre el trayecto y la meta y la incertidumbre de lo que ambos abarcan y significan. La temática es simple y la idealización es aberrante. Es la manera de ver las cosas lo que me ha metido en los últimos embrollos y es la rápida manera de desaparecer de ellos lo que me mantiene ahora más tranquilo, entre nostalgia dividida y inestabilidad social recurrente del verano. Runrún. 
    Y he pensado en todas ellas, en las que están ahí sin irse del todo y en las que ahora miro sin cesar, entreabriendo un poco los ojos bajo la sorpresa de saberme perdedor desde el comienzo y la tarada idea de tener que llegar y romper otra bonita relación sólo por obedecer mis más bajos instintos. «¿Por qué me pasa tan seguido?», me pregunto mientras dejo mi escritorio en la oficina y me acerco de nuevo a su lugar, porque sé que me espera incluso cuando su novio anda por ahí. Es la reacción de un segundo a otro, la cuerda floja que he pintado de dos colores: una separando tus viejos recuerdos de un año revuelto y en otra colocando a esta nueva chica en cuestión para moverme de un lado hacia otro, bailando y oscilando entre la caída libre del acto y los pocos segundos que dura la estabilidad de mis pies sobre una u otra parte.
    Esto como un escupitajo que va desde la boca hasta la ardiente grava, con todas las de fallar, pero esparciendo en su camino ese horrendo e inconfundible olor para llegar al final con un excelso impacto de indiferente éxito. Runrún.