Nuevamente he desperdiciado un domingo más
en mi haber en las mismas tonterías de siempre. Suelo decir y quererlo de esa
manera en cuanto me doy cuenta de lo que tengo por querer o no hacer. Esta
mañana, por ejemplo, he despertado bajo los rayos del sol tiñéndome la cara de
hartazgo matinal, observando y encontrando poco a poco el ambiente de una noche
de azar y nulas pretensiones, característica de lo que va pasando y mi estatus
social.
Los he visto allí, mis amigos, los tipos
con los que suelo compartir tragos de alcohol desde finales de la preparatoria.
Yacen todavía dormidos, perdidos, alejados del montón de situaciones que han
comentado y platicado entre cigarrillos y botellas, anulando los tapujos de
sociedad en los que nos situamos y, ante todo, a la soledad.
¿Son ya las nueve? Veo el reloj del móvil y
no, es temprano aún, tal vez demasiado como para querer partir ya hacia casa y
quisiera decir que incluso como para seguir durmiendo. Sin embargo, prefiero el
silencio y me enfoco en beber una cerveza más para mitigar el breve ayuno que
presento y me tumbo de nuevo en el sillón. Los miro y pregunto qué ha sido en
realidad de ellos en este último año, si siguen tan jodidos como yo en cuanto a
las mujeres y los días y si, pese a las circunstancias, seguiremos bebiendo como
ahora, encontrándonos después de algunos meses todos juntos sólo para hablar de
estupideces. Alcanzo a escuchar los primeros ruidos de la gente que madruga y
dudo si fumar o no dentro de esta casa, me contengo y abro una lata más cuando
recuerdo vagamente aquel cuerpo femenino.
Susana, ¿se acordará de mí esta mañana?
Pienso en ella en amaneceres como este, con una luz tenue que me despierta y
una habitación en silencio en donde los párpados ajenos parecen contener
todavía algunos sueños. Dudo de ello como de lo que hemos dejado detrás. Y ahora
todo esto es lo mismo en resumen: una pendiente en la que me dirijo cuesta
abajo a gran velocidad, un decline predefinido sobre un patín del diablo que me
acelera y va alejándome de todos los que me rodean. Es el domingo, el regresar
a casa para dormir hasta medio día, la televisión idiota que me distrae de las
casi inexistentes intenciones de querer aprovechar el tiempo, es Susana misma, ignorándome
de nuevo en el bar que frecuentábamos hace algunos meses. Desperdicio de querer
seguir.
Los
he visto allí, mis amigos, los tipos con los que suelo compartir tragos de
alcohol desde finales de la preparatoria. Comienzan a despertarse, modorros,
alejados del montón de situaciones que hemos comentado y platicado entre
cigarrillos y botellas, anulando los tapujos de sociedad en los que nos
situamos y, mientras se tallan los ojos para partir, se dan cuenta de cómo me
vuelvo a hundir entre los cojines del sillón para volver a dormir una hora más.
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