viernes, 21 de agosto de 2015

So nice/High hopes/Here’s hope

    Ocho veintidós.
    Hace una mañana demasiado hermosa como para ignorarla. Todavía adormilado, camino derecho al lavamanos como un autómata recién programado, veo mi cara ya con el agua cayéndome hasta el cuello y no percibo más que una silueta borrosa a centímetros de distancia: un reflejo, un porcentaje de otro porcentaje. Es el desvelo quien me da las últimas palmadas en la espalda para encaminarme hacia la primera ola de pensamientos matutinos y Elmo Hope se presenta en escena.
    Agosto comienza al fin a retirar el calor engorroso de la ciudad, a paso lento, mientras el vaivén de los días circula por entre rutinas y esas charlas secas en las que nos vemos inmiscuidos de repente, lo cual me retiene pensando en cómo abordarla a esta hora sin parecer molesto. Es sólo un saludo lo que me hace pensarla, un simple acto banal que me hace repasar un montón de situaciones tangenciales y estúpidas. Sería mejor no hacerlo: dejar que la mañana pase mientras sostengo un vaso de leche fría y después una taza de café negro, escuchando a Hope tocar ese piano en la última pieza de su Informal Jazz antes de que me alcance el medio día.
    Once tres.
    Salió el sol y ni siquiera lo he notado al momento. He desperdiciado/aprovechado estas horas en no hacer nada. La tranquilidad del silencio ha comenzado a esfumarse por el ruido externo y la tempestad del tiempo en contra, quienes vienen hacia mí a sonsacarme de la paz subjetiva en la que me refugio. He dejado de pensarla. Doy hincapié a las actividades que se encaminan con la rutina de fin de semana y sigo adelante, sin más que un centenar de pensamientos reducidos a pocos actos y una ceguera abismal que me figuro con la luz del sol. Sin embargo, el tiempo y el ruido es algo con lo que se aprende a vivir y ya nada de esto tiene mayor importancia.
    Doce y cuarto.
    Color Humano.

    

viernes, 31 de julio de 2015

Senza fine

    Se hace tarde.
    He dejado el vaso medio vacío. Lo observo y lo repaso. Me pregunto por qué no lo he terminado de beber. No recuerdo. No es satisfacción ni hastío. Tampoco sé el porqué de  la interrupción. Parpadeo y carraspeo. Han pasado un par de minutos y la tensión se vive entre la mirada y la percepción. La incógnita. El desgaste ocular y el recelo del despojo hacia el objeto. Las doce y media y el estómago medio vacío. La parábola de la vida de la cual carezco de explicación me persuade a un intento. Se hace tarde. La saliva me recuerda el sabor. La luz me priva de una imagen clara. No he de beber. Alguien toca la puerta. Parpadeo y desespero. La angustia de alargar la mano hacia el vaso se presenta. Sentido común. Autómata de dos a once. Se hace un poco más tarde. Canícula regiomontana en el fondo suburbano. Siguen tocando fuera de casa. Caigo en el hartazgo. Sed de derrota. Hazme despertar con el miedo de perderte. Mejor no. Nunca es demasiado tarde. Dos tragos y a correr.  

miércoles, 15 de julio de 2015

Lago Rodeo

    Es tarde ya para devolverme.
    Hace media hora que he tomado una ruta alterna que me llevara a un lugar distinto a donde en realidad iba. Todo ha comenzado con la intención de tomar un atajo y llegar antes de lo planeado a aquella reunión pero, entre el barrio desconocido al que entré y las altas horas de la noche, me he tomado otra salida de momento y ahora me dirijo a su casa. Debí girar hace tres semáforos y terminar esta estupidez. Ahora estoy ya por tomar la salida de la ruta exprés sin haber frenado por minutos. Sería necesario hablarle por teléfono si es que en realidad voy a verle, tal vez ni siquiera esté ahí y todo sería una pendejada más en mi haber del cual podría mofarse a plenitud.
    Sin más que pensar, nuevamente he desviado mi camino. Han pasado tres minutos desde que tomé el celular para llamarle y ya me encuentro rebasando automóviles a ciento veinte kilómetros por hora sin saber qué hacer aún, agazapado por esa corriente de aire fresco de madrugada que suele aparecerse en el verano y que ahora me acaricia invitándome al descaro. Esperaría estamparme mientras conduzco al escuchar su tenue voz, saber que es muy tarde y que cada vez estoy más cerca del bulevar hacia casa que tomar el retorno a la suya es lo que sucede entre canciones. ¿Me contestará la llamada después de tanto tiempo? El silencio que perdura después de un track recién terminado al siguiente hace énfasis a lo que cuestiono.
    Creo encontrarme a quince minutos de llegar con ella si hago el retorno en Ruíz Cortines. Podría dar la vuelta, llegar por un par de cervezas y aparcarme esperando su respuesta en la tranquilidad de la noche, justo a unas calles antes de su estancia por donde no corra riesgos. Tomar el teléfono y marcar sin reproches, hablar con vulgaridad y escuchar una respuesta que igual vale madre parece verse tan fácil: aclarar mi garganta y presentarme frente a ella ahora lo visualizo como un absurdo sin sentido, un berrinche de fiebre de sábado por la noche sin borrachera que lo respalde. Sin embargo, persisto. Es tarde y seguro se encontrará ya ebria, lo cual lo haría más sencillo: contestaría algo sorprendida y con tono mamón, si tengo un poco de suerte puedo pasar a recogerla en Lago Rodeo como antes, como si no hubiera pasado nada y saber en realidad que no pasa nada en lo absoluto es lo que me tranquiliza justo ahora.
   Me he aparcado en una brecha oscura a orinar y noto la hora en el celular. Son las cuatro con veinte de la mañana y ya nada de esto parece tener un fundamento racional que me lleve a seguir manejando entre esta horrible ciudad. Deseo verla de nuevo y es sólo el impulso lo que me ha traído aquí, mientras noto la claridad que empieza a tomar el cielo, preguntándome una vez más si esta patética corazonada va más allá de un par de suposiciones y semáforos en verde, todo al tiempo en que sacudo mi verga de las últimas gotas y me resigno a dejar esto como estaba. Como una meada que se queda olvidada en el pavimento hasta evaporarse entre la nada. 



lunes, 29 de junio de 2015

Wendolin

    Estoy a unos días de cumplir un cuarto de siglo y también lleno de discrepancias a la vez. Entre la búsqueda de algo que no termino de entender y las apariciones de sucesos rutinarios como extraordinarios, sigo al filo de la incertidumbre que conlleva seguir pasando derecho como caudal que atraviesa toda barrera, siempre con la enmienda tangencial como as bajo la manga y la predilección hacia el fracaso. Ya sea despertando a duras penas por las mañanas o soñoliento en las lecturas nocturnas, cruzo a pasos cortos el frente que se me presenta.
    Es todavía el amanecer mi punto débil del día. Amanecer y recordar tu nombre es el pesado punto de partida, ya sea al momento de percibir los rayos de sol llegar hasta mi cara o al instante de descubrir figuras en el techo, la imagen es la misma: Wendolin.  Parece ser un bautizo matinal el decir tu nombre, un parteaguas hacia el inicio y lo desconocido de la cotidianidad: hablar en silencio y saber que no responderás para después inmiscuirme en el desayuno forzoso y la vista hacia la calle en donde nunca pasa nada. Y lo demás es donde te busco con la intención de no encontrarte.
    Llegar a aquí es mera coincidencia. Pienso en las calles vacías y los amigos que siguen su camino, en los amaneceres que nunca observo y los atardeceres que siempre se me van. Es todo esto el producto de un subconsciente colectivo que nos encamina a todos a vivir, a seguir despiertos tras dos tazas de café y la incógnita de si algún día se sentirá una tranquila y armoniosa estabilidad. ¿Y cómo lograr eso si no puedo siquiera verte cuando me place? ¿Cómo es esto de cumplir 25 años?
    Tu silueta cruzando la puerta hacia el exterior es el emblema de este último año. Los fines de semana en casa y las borracheras espontaneas son parte del repertorio. Sin embargo, es esa especie de vacío y ansiedad lo que perdura, esa imagen del abandono y la esencia misma de quedar aquí como una estampa en la pared: estero azul en donde todo se hace tan lejos.

jueves, 4 de junio de 2015

Riot Van

    Despertar sin querer despertar es lo que me ocupa en estos días. Días distintos a la semana anterior e igual se inconclusos que los de siempre. He alcanzado a escuchar un mensaje en el celular, el flujo de algunos carros pasando por la calle y ese peculiar sonido matutino de un ambiente suburbano, todo mientras me percato que nuevamente me he despertado tarde y que, en realidad, no hay nada importante que me haga abandonar las sabanas y su refugio.
    Después de dar vueltas y no entender nada, me levanto con la única intención de abrir la ventana y observar el exterior, ese mundo extraño y tétrico del que no termino por acostumbrarme. 

domingo, 26 de abril de 2015

Resumen de abril

    Si pudiera describir a abril en una palabra sería en sueños. Nada raro como resultado de estas jornadas laborales de nueve horas y media y unas ganas nulas de querer hacer algo mientras estoy despierto, más que descansar y querer librarme un poco de lo que prevalece cada día. Entonces, son los sueños los que se han revelado en este mes y es el recuento de los recuerdos torcidos que se entrelazan y se bifurcan en las noches lo que me ocupa en los ratos libres, llevándome a desenlazar puntos suspensivos que se quedaron en el silencio y la trama de lo que acarrea cada situación en cuestión de instantes, momentos y personas que se aparecen y se esconden por entre mis párpados.
    Es casi el final de abril y el hecho de no haber escrito en el blog me lleva a las anotaciones de puño y letra en donde apunto los flashbacks de todo esto, atónito y ausente ante el bolígrafo que se apresura a transcribir esa tanda de sandeces en las que reculo más de una docena de nuevas revolturas químicas y un par de sueños recurrentes que llevo arrastrando por años. Grotesca manera de darme cuenta del desperdicio de tiempo que me traigo últimamente. Sin embargo, el hecho de hacerlo me remite al único ejercicio literario que he tenido en el mes y por ahora, bajo las pocas ideas y los cortos ratos libres en que lo puedo aprovechar, accedo sin una queja que me lleve a dejarlo.
    Son los sueños, estos sueños, donde me encuentro lejos y tan cerca de todos, agrupado o solitario entre reminiscencias que persisten y lugares que no he visitado. Transeúnte de espacios escogidos al azar entre pasillos parisinos que llevan a llanuras abiertas americanas y voces que conozco, guiándome por susurros y gritos que me llaman, infiltrándome entre historias agazapadas en las que poco y todo tengo que ver y en las que corro con toda esa ansiedad que me domina día y noche.  Lo digo de la manera más simple para evitar rodeos, ahora, mientras sonrío por las veces que he despertado entre sueños a beber un sorbo de agua con la intención de hacer pasar el momento y la necesidad de querer retener algo que poco a poco se desvanece. Manera tonta de reaccionar ante lo sucedido.
    Viéndolo de la manera lógica, todo esto no habla sino de lo que en realidad soy y dónde estoy: un individuo más entre tanta gente que deambula en masa, persiguiendo sin saber esa serie de acontecimientos que pasan al final del día sin que nadie note nada extraordinario. ¿Y qué sería de nosotros sin esta mínima característica humana? He de aceptar que me dejo llevar por el cansancio y el estrés para enfundarme en un ritual antes del suceso, una ducha nocturna y un pijama fresco en el que me preparo hacia lo desconocido me vincula con la esperanza de algo y me liga de lleno a la multitud: atado sentimiento de necesidad hacia lo que se desea, lo que se añora y lo que nunca he llegado a tener.
    Aunado a la monotonía en la que voy pasando los días, los sueños son pan de lo mismo al final de la historia: retrocesos y repasos, mezclas de un mundo subjetivo, avances que se vuelven truncos y que me regresan al comienzo. Ideas místicas que se formulan base a terquedad y un desvelo seco y sin diversión. Una alternativa a la método tradicional de partida, una ramificación tangencial en la que me embrollo, a discreción, entre el subconjunto de estándares idealizados para el final común de lo vivido. De lo que se puede vivir. 

lunes, 30 de marzo de 2015

Hangares

    Siempre he tenido una aguda percepción de alerta hacia las catástrofes que se puedan suscitar en cualquier momento de la vida. Indistinto a la impresión vaga de indiferencia que suelo emitir hacia terceros, suelo sobrevivir la jornada con la duda de un inminente desastre en el que pueda desbordarse toda existencia, o al menos, en la mayoría de los casos, la mía. Podría decirse que andar por ahí con el pensamiento de destrucción no es un buen síntoma de alta autoestima, sin embargo es ese sentido de expectativa un hito salvaje en el que me encasillo para idear y subsistir entre rutinas y acontecimientos irrelevantes.
    Es miércoles y el olor a carne asada entrando por mi ventana a las siete de la noche es un amigable indicio de una primavera apenas palpable. Habría que empezar de alguna manera a describir esta tarde, grabar la escena de opening en un tono oscuro y con los créditos principales, comenzar con el vaso de vidrio que tengo en mi escritorio ya con el último sorbo de michelada y el panorama de un sol, casi imperceptible, abriendo lentamente la toma para enfocar la vista en la que me encuadro, sentado en el sillón de lectura en el que apenas si leo los ingredientes de un triste bocadillo y me alejo sin intención de contener la mirada del espectador. Icónicamente comenzaría a exasperar con una escena larga y tediosa, en la que desarrollo, sin mucha intención, la pregunta de quién observa y poco imagina que el sentido de alerta antes ya mencionado se figura por entre los bordes de la cámara. Hablaría demás en un film en el que estar en silencio con un montón de imágenes reproduciéndose al azar es la verdadera trama y eso, en el mejor escenario posible, brindaría simplicidad al conjunto.
    «¿Qué suceso estaría próximo a pasar sino el tedio?», me lo digo ahora, con el vaso lleno de una nueva michelada y una música clásica que reproduzco al azar, entrecortando el tiempo en el que me acongojo y el punto exacto en el que desearía tirar todo por la borda. Falso ante la idea de la esperanza y las ideologías religiosas del próximo abril, brindo ante mi sombra un trago por la soledad y el miedo de vivir en un día en el que, sorpresivamente, ya no es miércoles y me encuentre incierto ante la osadía de la sociedad occidental refugiado en mi alcoba, fatigado y confortando ese resultado que queda después de la jornada, el elemento desproporcionado en el que me he convertido y del que poco se puede seguir indagando. El descubrimiento de la atemporalidad sosa del ciclo primaveral me recalca la ingenuidad en la que me encuentro, perdido aún entre veintisiete canciones elegidas y reminiscencias diversas en donde la ciudad se mezcla con partes de otra ciudad y, a escenas después del opening del vaso de vidrio, corro sin sentido alguno de búsqueda. 
    Huir de lo desconocido es la reacción de supervivencia ante lo atroz, hacia el descubrimiento de algo que pueda atraer dificultad. Frente a la inconformidad misma de verme en un lugar en el que no me idealizo, me entreveo por una estadía desértica de nula intención, perdido y con la sensación recóndita de haber querido extraviarme después de despedirte, anunciando un regreso imparcial en el que jamás hemos pensado y que ahora resulta del calor humano encerrado en el subsuelo y la pesadez del clima que varía sin cesar. Bastaría por un momento con desasociarme de nuevo, cerrar el periodo con un silencio que perpetúe breves palabras aniquiladoras, finiquitando una secuencia más, una jornada más de las que se van yendo por el tiempo. Sin embargo, la duda que se escurre por el montón de ideas que comienzan a surgir crece a desmedida, llegando a la cúspide del itinerario y alzando el desasosiego de embravecerme a empujones de un impulso, una pequeña chispa que surge para seguir filmando el clímax: una primavera incauta que quema mis mejillas y la explosión trunca en la que no dejamos de respirar. 




lunes, 9 de marzo de 2015

Fuji

    Alguna vez habré de recorrer todos esos lugares en los que suelo recordarte. Lo he analizado y el hecho de que mis sueños estén representados en ciertas ubicaciones en las que hemos estado me invitan al repaso, a los cuestionamientos diversos en los que cavilo entre acciones y respuestas nulas que formulo entre incógnitas y bajas expectativas. Es marzo ya y el panorama de acontecimientos secuenciales en los que fluyo y en los que te imagino no son más de choques sistematizados de tacto al tiempo y vehemencia equivoca de sentirse existir. Debería de visitar una vez más estos lugares y el momento aún indefinido me sugiere dejarlo en palabras al aire. Alguna vez habré de recorrerlos y aún queda el silencio que resalta al dejar los labios separados y parpadear con pereza al visualizarme indescifrable ante el dilema. ¿Qué buscaría en ellos sino la esencia de la desdicha? Triunfalmente puedo alzar el brazo con el puño cerrado y asegurar la derrota entre victorias difusas, inyectarme la felicidad que se rejunta a instantes específicos que todavía persisten en abismos distantes y abrazarme a la levedad que se aferra en todo esto que he decidido seguir forjando, sin intenciones de hacer algo en realidad. Aceptar estar aquí es entregarme a la desilusión de cerrar los ojos y continuar ignorando todo, impartiendo a guardia baja la alta fidelidad que se consigue entre sollozos turbios en los que escucho aún tu precario parecer y en los que suelo ahondar, invisible a la recóndita idea que tengo al recordarte, al recordarme, entre lugares remotos en donde seguimos un guion predefinido y todo lo demás es la audiencia decepcionada de la historia.  Sabríamos destruir el escenario, acudiendo entre desfases y malas ocasiones impulsivas y eso es, sin más, el regocijo mismo de sentirse vivir entre los abucheos de la gente. Ahora, ensimismado por las posibilidades y las tangentes en las que me veo partir, encuentro un tropiezo definitivo, un error enorme en el que me voy deslizando a reacción de reacciones incongruentes e, incluso, inverosímiles, formuladas una a una por desacuerdos y traiciones, caricias y una que otra bebida alcohólica que aumenta la decepción y el bienestar apenas perceptible. Habré de seguir con esto a pesar de lo anterior, de la cadena de acontecimientos desafortunados ya vividos, a pesar de tu nombre y de tantos otros. Y es, en efecto, la teoría de repetirme una vez más como ser humano que prevalece y yace entre todo esto como un parásito de sí mismo, un espectro de su propia y retorcida abadía que corre apenas percibe el sol tras el panorama del Fuji, quien me reclama toda su apatía arrebatada. 



lunes, 23 de febrero de 2015

Debut

I

    Winterreise. A febrero siempre lo he tenido como un mes impredecible. Lo he estado pensando en todo lo que va del mes, en cada paso que me separa del anterior y los segundos que no idealizo, figurando día a día como todo se reduce a procesos bien o mal elaborados y a las pequeñas acciones inverosímiles que apenas si llegan a notarse entre la niebla. Aún es invierno y el contenido de cada jornada se acompaña de rondas de café negro y una soledad plana en la que me entrego hacia lo atónito, hacia la incertidumbre en la que me resulto a cada noche con la inconciencia de saber algo más allá de mi yo antecesor. Es febrero y el contraste del anterior febrero es lo que me encamina a preguntarme en qué lugar debo de situarme al tiempo en que la ignorancia me arrodilla a desvanecerme en la duda del presente, a un silencio sin treguas y una falta de esperanza en donde Schubert acontece ante cada instante desfallecido.
    Conduciendo hasta casa me he encontrado recreando un sinfín de tangentes que se desprenden de cualquier situación, ya sea encontrarte en algún trágico lugar en donde solíamos beber o verme ya con la idea misma de saber decidir (o lo que pueda significar esa estúpida tontería). Es la mente que me traiciona la que me acerca a la barranca final de este cuento, es el tiempo y su recorrido el que me aventaja en cualquier duelo imaginable, y la vida sigue como esa mano enorme que constantemente abofetea y la saliva escurridiza no es más que la reacción del viviente en plena apoplejía.
   Einsamkeit.  Pasar otro invierno es enterarme de que no deseo enterarme de nada en lo absoluto y que estoy perdiendo la batalla por nocaut. Algún tiempo atrás habría de reír con picardía ante el fracaso sin sopesar demasiado en el asunto. Ahora por otro lado, no hago más que sobrellevar el peñasco como Sísifo: héroe absurdo definitivo en el panorama en el que me asimilo de arriba para abajo. Es el sentido absurdo mismo de levantarme y dirigirme de nuevo hacia el mismo lugar cada día lo que me circunde, lo que me ocupa y lo que me atrapa más de lo debido, y me resulto ahí: encasillado a un lieder falso de una nada que me creo y carcomo, un recuerdo de un amor tóxico y de los otros amores que me he negado a formar.
    De nuevo me encuentro bajo la lluvia y es esta especie de tempestad la que me relaja ante el vituperio grotesco matinal. Faltaría un centenar de lluvias más para alegrarme ante la complejidad que abarca toda esta basura resultante y, sin embargo, carente de razones para maldecir al cielo y a los cuatro vientos, soslayo la agresividad que anulo en treinta y siete pasos al norte y un panorama musical en el que jugueteo a colocar un punto final.

II

    Habían sido demasiadas las reproducciones de esa canción que era ya, para aquella noche de embriaguez, casi imposible saber si era el principio el que se escuchaba o el final que se prolongaba hasta el hastío. Corría una resonancia malentendida en mi cerebro apresuradamente, invadiendo el atolondrado y bajo control de un cuerpo carente de firmeza, ganando terreno a una rapidez sorprendente en la que me iba entregando sin oposición alguna en un placer incompetente y conformista. La noche aún era joven y me lo decía toda ella: sensual forma femenina de atracción que me abrazaba en un acto de maternidad interracial y polaridad universal.
    Suspendido entre el dulce sonar de sus palabras, indagaba el secreto de sus virtudes en un séquito de incógnitas para resumirme entre sus respuestas, sin saber entender que el alcohol era la justa reacción que buscaba mi sangre y que las palabras de ella no eran más que vulgaridades tersas en las que mi mente intentaba reposar. Sin embargo, me encontraba a merced de sus manos, que me acariciaban y embarraban del eco que su voz iba dejando a flote en la habitación, casi deseando ser tragado por las fauces que escondía aquella hermosa boca y, simplemente, coexistiendo en una verdad alterada en la que ambos nos mentíamos.
    Para no cometer alguna equivocación seria, después de haber intercambiado el calor de una noche, bloqueé el ciclo del comienzo: la canción estaba interrumpida. A ciencia cierta, había tomado al toro por los cuernos en un alto estado alcohólico, sin siquiera saber que eran todas las de perder y que, sin importancia al momento, ya había perdido todo lo que podía rescatarse y después lo asimilaría. Era un escape dentro de un escape, una ola de hechos necios en donde nos habíamos precipitado a lo banal, al llanto de las ninfas en los bosques y la fuente de la perdición espiritual. Debut.


sábado, 31 de enero de 2015

Raymond Carver

    Hace alrededor de un año que leí What we talk about when we talk about love de Raymond Carver. Lo he recordado esta justa noche, al terminar de ver la reciente obra Birdman de Iñárritu en donde se interpretan teatralmente varios de los relatos cortos que incluyen el libro , mientras pienso en la chica que me hizo leer a Carver y de la cual ya no supe nada y recuerdo a otra más con quien salía por aquellos días. Es un tanto chistoso como esa ola de embrollos comienzan a ligarse base a un film que, aunque bueno, me parece infravalorado, con un libro que fue de mis favoritos del año pasado y dos de las chicas de las que, obviamente, asocio a reacción al “relato sucio” que se antepone a mis ojos en cada texto de ese pequeño ejemplar.
    «Parece una tontería», titularía Carver en uno de esos relatos, ver la recreación de un cuento en una obra de teatro de Broadway que, a su vez, es reflejada en un film con toques existencialistas y el montón de situaciones en las que, Susana y yo nos encontrábamos pasando: fuera bajo la tenue luz de algún bar de la ciudad o desnudos uno junto al otro, mi manera de leer las breves y secas palabras del texto para hacerla captar mi atención durante varias noches.
    Hablábamos del amor entre dientes, eso es un hecho. Es el indicador que regreso a mi mente al tiempo en que termino esta película ahora, inmiscuyendo un poco dentro de la retroalimentación sutil y llena de indignación que me trae el pensarlo, y digo indignación por ser precisamente el amor, lo que me hizo alejarla algunos meses después del dulce juego de escondernos irónicamente  por algunos lugares concurridos de la ciudad.  
  «¿De qué hablamos cuando hablamos del amor? », solía decirle cuando cerraba el libro, rompiendo el silencio resultante de lo que leía y sellaba, tratando de atraer esas contradicciones de amor que nos empeñábamos a citar al termino de las lecturas en las cuales siempre salíamos perdiendo. Era un escape, una cortina de humo que ensayábamos al compás del ruido urbano de la noche, mientras figuraba que éramos nosotros por no decir sólo yo los que nos difuminábamos lentamente.
    No puedo ocultar lo gracioso que me resulta esto y, sin embargo, no hay ninguna sonrisa dibujada en mi rostro que permanezca más de lo debido al mencionarlo. Evitar no es algo que lleve en el día a día en mi cabeza. Son las referencias lo que va pasando, los relatos de la vida cotidiana y los personajes extraños en los que me suelo reflejar a lo largo del trayecto. Son las escenas en las que ella soltaba una carcajada o guardábamos silencio para asimilar, después, que terminaríamos todo como uno de esos tontos relatos cortos: con un final en donde no hay final y no importa mucho lo que ha sucedido hasta entonces. 

jueves, 22 de enero de 2015

Tango en tres

I

    Es un tanto tarde para querer escribir algo y es eso precisamente lo que me ha orillado a tomar lápiz y papel. Tras darme cuenta de lo repentino con lo que logro tomar decisiones y alterar las anteriores que, al parecer habían importado durante todo el día, me encuentro ingenuo y audaz deslizando mi dedo pulgar en búsqueda de un playlist y un cuestionamiento interno: una inconciencia más que ocurre entre once y doce de la noche y un impulso que no deja de repetirse. He logrado estropearlo todo para el día de mañana y, mirando las tímidas grietas de la pared de cabecera, mientras recibo ya el martes con gilipollez por delante e intentos vacíos de autocompasión, figuro que no hay nada que me retracte a lo anterior, a mis planes de rutina, a mi aventura gutural de entresemana.
    A primera instancia, todavía bajo la pregunta del porqué he de actuar a manera de sosa reacción hacia decisiones imprevistas, quedo presa de una instantánea pausa que se rompe tras el estruendo de una serenata que sucede a escasas casas de mi domicilio: entreabriéndome un poco los ojos y dejando mi mente un tanto más desviada del asunto inverosímil en cuestión. Si de algo puedo parecer convencido esta noche es del amor que aún le tiene ese hombre a su mujer y de las reprochables ganas que me empujan de irme a dormir en este momento. Asunto de desvíos y escapes al por mayor.

II

    He salido puntualmente del trabajo como en todos los días, desconectándome de las responsabilidades laborales al minuto exacto en que mi horario lo indica, poseído por un aire extraño de libertad condicional que inhalo y disfruto al tiempo en el que los caminos se acortan y recuerdo las promesas del día anterior. Procuro caminar fijamente al tiempo en que el bullicio de la gente se separa hacia sus automóviles, hacia sus transportes y caminos sin percatarse del cielo carmín que nos logra coronar. Recorro el trayecto de la oficina hasta la casa de mi hermana dentro de un tráfico flojo y el dilema de las seis de la tarde que he venido forjando en los últimos meses: «¿Y ella?».
    Es una puntualidad alemana lo que me aleja de esta masa de individuos perezosos, una desventaja en ascenso que crece por defecto como lo introvertido de mis actos, inversamente proporcional a las agallas que tengo hasta el día de hoy.  Sin embargo, después de atravesar tres municipios de la ciudad en cincuenta minutos con un silencio sin respuesta, llego hasta la pequeña casa de mi hermana donde cumplo sin protesta la ayuda que me ha pedido y un café negro es el resultado a las decisiones imprevistas. Disfruto el momento de sorbos calientes y una charla amena en cuanto realizo la situación de las cosas, la lista de pendientes que se quedan de lado y la serie de adelantos que acomodo al momento, serie de sucesos que me tienen en un acto de improvisación en donde ya estoy perdiendo por default pero alcanzo a defenderme.

III

    Una vez más vuelve el frío y poco sé de ti. Inalcanzable entre los pensamientos repentinos, te encuentro en medio del recelo con el que guardo el montón de inconformidades que ocupan ese amplio repertorio de ideas: cálida y deslumbrante ante el asombro gris con el que tomo las cosas. Es una de tus hermosas facetas la que se me presenta en esta ocasión, danzante y lúcida invitándome hacia la pista de baile, moviendo al compás tus piecitos en un tobogán de pasos que me acercan a ti para esfumarme de lo actual, de lo pasajero. Habría que devolverme al tiempo en el que te he señalado con el dedo, en el momento exacto en donde me has sonreído y negarme a bailar, pero es tarde y te veo a escasos centímetros de mí.
    Me he desfallecido ante lo místico del tiempo, la pieza base de un recuerdo y la excusa de tenerte frente a mí por unos momentos. Aprieto los dientes bajo el panorama de saberme víctima de un frío crudo en el que la mente florece y acongoja, atrayendo el placer con el desconcierto de encontrarme bien entre un júbilo bajo tus párpados y el aroma que amarra lo más recóndito del alma.
    Seré la presa inminente para esa lluvia de recuerdos y deformaciones perfectas de ti que mi cabeza se empeña en bombardear hasta el fin de mis días. Se asome el sol en sus maneras más extremas o como ahora, bajo el yugo de un invierno ártico, seguiré tu búsqueda intrapersonal en la que me refugio siempre al caer la noche. Acto banal que me regresa a carcajadas a la penumbra de vivir. 

martes, 13 de enero de 2015

Atlas

    Esta mañana he despertado por un olor a quemado que llegaba hasta mis sueños. Se trataba de un olor que se situaba en maneras diferentes a través de los saltos de sueño a otro sueño y una singularidad que abarcaba omnipotencia, independientemente del suceso, dejando en clara evidencia que algo no estaba bien: signo de que la escena es irreal y el recuerdo aquel de la película inception. Y, en efecto, se trataba de una pista que llegaba hasta mi cerebro para alertarme de que tenía que reaccionar. Después, tras el hecho a respuesta que poco puedo explicar y que además no importa, desperté encontrando que la lámpara de esta habitación estaba encendida y, además, chamuscándose a escasos treinta centímetros de mi cabeza, a lo cual me apuré a acomodar. La bombilla había logrado comenzar a rozar la tela de la cubierta y ésta había comenzado a quemarse: un hecho que seguro vino tras algún movimiento brusco mientras dormía y que pudo haber terminado en un accidente trágico, o al menos, eso pasó por mi cabeza al terminar con ello. 
    Eran cerca de las cuatro de la mañana cuando me di cuenta de la lámpara y a los quince minutos regresé a dormir. Ya más tarde, alistándome para ir a trabajar, recordaba en la ducha y en la taza de café lo que vino después, se trataba de un montón de imágenes que fluían a través de diversos colores, alguna especie de filtros que modificaban la percepción, como un caleidoscopio: a merced de un visor autónomo y la vista hacia tu presencia, siempre de espalda y con el cabello rubio que llevabas por aquellos días. A decir verdad, nada relevante que amerite cierta importancia, sólo una lámpara tostada y una imagen en la que te he sobrepuesto a subconsciencia.
    Te escribo esto porque sé que lo leerás, a primera instancia, como algo insignificante que sucede entre rutinas y momentos torpes pero te he pensado inmediatamente después de apagar la tela esta mañana. Ha sido el acordarme de ti tras el estúpido olor a quemado el que me ha llevado a escribirte en esta ocasión y poco tiene que ver la historia del principio con lo que ahora creo. Me pregunto ahora qué es lo que ha pasado en estos días y por qué no tengo la más mínima idea de saber en dónde estás, aunque, a estas alturas, ya al menos tendría que tener una pista del montón de cosas que sucedieron en aquel entonces y seguro esto agravia las cosas. Asocio ahora el olor de esta tela quemada con la incógnita que me es tu existencia y es eso, la expansión del olor chamuscado que se ha filtrado hasta mis sueños sin una barrera que lo detenga, lo que me preocupa. Es sólo una tontería.



miércoles, 7 de enero de 2015

Tótem

    «Tendría que abrir los ojos una vez más y saber que el comienzo se me va de las manos». Frase que se filtra en la sangre y fluye bajo mis narices en una tierna mañana de dos de enero, remontándome a algún momento de azar de pérdida espontanea: como en aquel instante mismo en el que recordaba uno a uno los puntos clave que ya olvidaba entonces, pérdida sin la noción de estar en juego, como quien sabe que ha perdido demasiado tiempo y aun así persiste en el intento sin motivación alguna (…) Tendría que abrirlos y saberme privado del disparo de salida, enajenado a la situación con una sorpresa ingenua de quien ignora la urgencia con la que se toman en cuenta las situaciones imprevistas, casi siempre con un intento de sonrisa que se traduce en una mueca desaliñada: producto vil a una secuencia sin fundamentos.
    Es así como me toma por entre las costillas el mes de enero, siempre procurando ensartarme en el rostro un pastel de contrariedades flojas que se producen por cuestionamientos tontos y un montón de malas figuraciones que aún poco puedo enlistar. Y, en efecto, soy sigiloso y modesto al aceptar que poco me importa tener una razón concreta en la que atribuir el atrevimiento de aferrarme a un comienzo occidental del año nuevo, siendo el misterio de la sorpresa el que me percata de esa mueca que se me idealiza mentalmente al rostro de Groucho Marx ante la cámara de un film que no pretenderé nombrar.
    Ahora, en medio de una lluvia invernal que llega junto a las corrientes del viento del norte, mientras vacilo en el regreso rutinario de la oficina hacia el estacionamiento, me percato del reflejo en un charco de la poca iluminación restante del día y la incursión de un coche en la imagen, donde en la toma normal se mueven dos mujeres a treinta kilómetros por hora y a una le alcanzo a observar a los ojos al voltearle a ver. «Tendría que abrir los ojos una vez más y saber que el comienzo se me va de las manos», me retumba una vez más el mensaje entre cada oreja, casi provocado de nuevo el sanguinario flujo en mis narices y titulando esa mirada como una más de las pérdidas que ya significan este enero en curso, aunado al sentimiento que queda tras la escena y un estacionamiento que se presenta casi totalmente deshabitado.
   «¿Qué tendría entonces que seguir haciendo ante la pérdida por defecto?», me limito a cuestionar con la mirada gacha yendo hacia mi coche, observando esa fotografía llana del mojado asfalto en el que me percibo y me pierdo hasta el más hostil de los rincones, alejando la pregunta del montón de ramificaciones que se han engendrado y aclarando la garganta para enfrascarme en el silencio más sutil de la jornada: el regreso a casa. Es enero y en el peor de los casos me encontraría haciendo prácticamente lo mismo que en el año pasado y, en el momento justo que dura la idea en mi cabeza, me doy cuenta, tras encender el motor ya en mi vehículo, que lo anterior es algo que ya poco importa y aun así persisto en el intento sin motivación alguna (…) Tendría que abrir los ojos una vez más o, al menos, desempañar mis gafas ante la desmesurada inflación de pensamientos grotescos y banales que llegan y se empalman con la demás basura que ya me encargo en almacenar, dándome por hecho que su mirada me ha buscado y que es el dilema de ocasión el que me hace llegar hasta una imagen reflejada en un charco de aguas negras en el pavimento.  Saber que el comienzo se me va de las manos es pausar los cuestionamientos hacia instantes de tiempo en los que estoy vencido de antemano, aceptando que el flujo de sangre en la nariz es ahora mi tótem de bienvenida hacia un feliz año nuevo y una vigorosa oportunidad de malinterpretarme en mil y una manera posibles.  Excusarme de los errores a cometer con sonrisas falsas que terminen en una mueca desaliñada será la respuesta a tanta babosada y entonces tendría que dejar de escribir tantas sandeces en la madrugada, eso al menos lo dejaré como tema pendiente. Sin embargo, decido seguir y poner el vehículo en Drive y me encargo de arrollar el charco del reflejo con desdén, mientras busco un disco para reproducir mientras voy a casa.