jueves, 30 de agosto de 2012

Dildo en el ojete

    Hoy no voy a contar una historia, más bien, hoy voy a intentar robarte esa que me gusta tanto, la que escribiste sin darte cuenta y, como la mayoría de la gente, olvidaste darle la importancia que en verdad merecía y valía la pena seguir escribiendo.
    Me es difícil asimilar que fuiste tú la causante de todos esos embrollos que aún prevalecen en las esquinas de tu barrio, como todas esas sombras de los asesinatos que vagan por ahí. En fin, cada vez que camino y pienso en eso no puedo evitar dibujar una tétrica sonrisa que más bien es una mueca de sorpresa que se plantea y delata mi sofocante indignación.
    Tu cuerpo me parece a veces tan delicado, tan pequeño y frágil como para poder soportar una carga y acción como esa, una vida de delitos y excesos llenos de sabiduría citadina y ejemplar para todos nosotros, los hijos de las calles rotas. En fin, es un deleite todo eso que digo, es una sorpresa fulminante que nunca perderá su efecto en mi mente, sobre todo en mi libido, quien procura hacerme pasar erecciones tanto en el transporte público como en la oficina.
    Anoche pensaba en cómo robar esa historia, y no me refiero a adaptarla a una novela ni nada por el estilo, sino, hacerla mía, como una especie de vivencia reprimida de adolescencia o una de esas chaquetas mentales que adaptamos y contamos tanto que, al final, terminan siendo nuestro mejor recuerdo de vida. Digo esto después de haber comprobado que un montón de historias o, más bien, aventuras, son totalmente falsas hasta las pestañas, como el astuto cuento de Ramírez  en el que presumía de haber tenido sexo con tres de sus primas en una de esas tontas excursiones que organizaba la Yola, su prima mayor.
    Creo que no tengo problema en el caso de que eres mujer, digo, si quisiera adoptar tus vivencias en mi mente pues, lo haría, digo, tengo flexibilidad con respecto a eso y las broncas que todavía te cargas, pero del montón de vergas que chupaste sería como tener una enorme piedra en el zapato, sólo que en mi caso se parecería más a traer todo el tiempo un dildo en el ojete.
    
   

lunes, 27 de agosto de 2012

Cámara lenta



"...y ver el límite
en que tu rostro conserva
su figura
de adolescente
su figura
de adolescente
perpetuo".

No debería de contarlo,y, sin embargo

«Y cuando vuelves hay fiesta
en la cocina
y bailes sin orquesta
y ramos de rosas con espinas,
pero dos no es igual que uno más uno
y el lunes al café del desayuno
vuelve la guerra fría
y al cielo de tu boca el purgatorio
y al dormitorio
el pan de cada día».

sábado, 25 de agosto de 2012

Infinito-momento


     Saldré a caminar, saldré a encontrar el enojo que olvidé en el parque ayer, lo patearé y después lo escupiré, como tuve que haber hecho desde el principio, como en los días en los que miraba más al cielo.
    Encenderé un minuto del silencio pronunciando tu nombre, arderá en el aire, como el sol en mi ciudad y la selva que cada día se quema y se extingue, porque así somos nosotros los humanos, tercos y aferrados, destructivos y apendejados por simple naturaleza.
    Entonces saldré a olvidarme, a no pensar en lo que no tengo y quiero, más bien, haré un recuento de mis momentos como este, con la finalidad de volver a entrar al ciclo.

jueves, 23 de agosto de 2012

ST

    Bueno. Comencé a trabajar de soporte técnico en una empresa. Sí, tengo poco contacto con gente pero no soy un sociópata, más bien, soy un tipo que no sabe tratar con gente. ¿Misantropia?, sí ándale eso, un poquito de eso, aunque cuando trabajaba en un Call Center me regresaron los ataques de ansiedad de la niñez, es en serio. Ahora esto hago: me la paso en una oficina heladísima, tomo cuatro tazas de café al día y manejo más de dos computadoras a la vez. 
    Si, ¿tú crees? Soy uno de esos entes callados y sigilosos que va a trabajar temprano todos los días, uno más del sistema, uno más de los que trabaja y estudia para tener una vida un poquito más occidental, ¿dinero? Si, creo que eso es lo que quiero, aunque, tenga otras prioridades bajo el brazo, como los libros que deboro en el colectivo y los textos que escribo en mi piel cuando hace calor.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Carta a la reina de la luz

Buen día:

    El motivo de esta carta es simple: me he quedado sin luz. Sé que, a primera impresión, esto puede parecer producto de un momento de locura y tal vez yo pueda estar nominado para ser el rey de los pirados, mi querida reina, pero como lo he citado, me he quedado son luz que ilumine mi hogar.
    Como cualquier plebeyo, he crecido trabajando con el oficio que mi padre me enseñó como única herencia— desde niño, ganándome la vida sin saber qué es la vida, una vida que nos va ganando a nosotros desde el momento en que vemos el primer rayo de luz. Nadie nos dijo que estar sin luz es una tragedia, sin embargo, sabemos que el vivir iluminados significa ser felices. 
    Mi disgusto comienza al momento de saber que estoy completamente a oscuras, desde el día en que esa Gertrudis me abandonó por ese capataz del norte, ¿qué se supone que tengo que hacer yo? Le juré amor eterno y el amor sigue aquí, pero ese amor ya no deslumbra mi entorno y a duras penas sé como sobrevivir. He pedido a mi vecino que escriba esta carta por mi porque no puedo escribir, porque me he quedado sin nada que poder ver. 
    No sé qué hacer y tampoco sé si usted algún día llegue a leer este pedazo de papel y digo, no es culpa de mi mujer, pero tampoco es mía, le repito, soy un pobre hombre que sólo vivía para trabajar y para honrar a mi bella mujer, pero ahora no, ahora ni si quiera puedo trabajar y esa mujer se ha largado al norte con ese hombre rubio. No se puede vivir así, no es justo, sólo quiero mi trabajo de antes, mi vida de antes, tratar de tener una vida tranquila como los demás.
    Ya para terminar, le suplico que me ayude, rezo cada día para que la luz ilumine mi vida, que me devuelva mis días. No pido justicia, no le deseo el mal a Gertrudis ni al capataz del norte, sólo pido un destello que me ayude a ver más allá de lo que cabe en mi cabeza.

The Cigarette Duet


domingo, 12 de agosto de 2012

Tengo seis horas de retraso y no tienes por qué enfadarte




    «Tengo seis horas de retraso y no tienes por qué enfadarte». Sí, podría usar esta singular frase en el tatuaje que tanto he pensado en hacerme como una más de las extrañas y piadosas citas que he diseñado, otra más de la lista y, por qué no, el eslogan de mi vida. Al momento de pensar y decir esto, en mi cabeza, suena la más infantil de tus expresiones como una respuesta prefabricada hacia esto, una de esas posibles respuestas que tienes bajo la lengua y que tanto se han grabado en mí.
    El calor está en primera fila y la situación es esta: la tarde anterior fue el embrollo de todo este asunto que ahorita se llama «pedote», como el vulgar y rápido nombramiento a lo más elemental, el polo inferior, el oscuro, el que sólo puede significar que me lleva la pinche chingada. Pero en fin, toda esta redacción de monólogo la estoy escribiendo en esta memoria a corto plazo —por lo pronto—, o más bien, la estoy escribiendo y apenas puedo recordar qué fue lo que anuncié después de lo del jodido tatuaje.
    Creo que pienso que soy un estúpido, cómo puedo pensar que estoy redactando todo esto en una página en blanco de mi cabeza para anexar en un archivo de largo plazo, habrá que ser idiota, habrá que estar como estoy justo ahora: corriendo hasta la central de autobuses con un puto atuendo de licenciado y un portafolio lleno de dibujos que hago mientras como en la cafetería del trabajo, «pura pendejada» diría mi padre. Y la verdad es que sí, pura pendejada, pero esa pendejada es lo que me da de tragar en este país de mierda, y así mismo, está pinche pendejada hizo que esa chava se fijara en mí. 
    Tengo seis horas de retraso y de seguro ella ya va en camino a la pinche capital, ¿qué estaba pensando al creer que ese trabajito sería para mi?, ¡pendejo he de ser!, de veras que sí, pendejo, pendejo y puñetas. 
    ¿Qué chingados mira esa puta gente, qué acaso nunca han visto a un cabrón correr por la única mujer que se ha atrevido a chuparle la verga? Lo más seguro es que si pero no sabían lo de la chupada, y bueno, a medida que sigo corriendo, la forma en que hablo en mi cabeza se vuelve más rabiosa y sosa. Admito que no tengo condición física, ¡demonios tienes una condición de la chingada, brother! 
    Según vi esta mañana la temperatura llegaría hasta los 38 jodidos grados, ¡hazme el chingado favor!, trajesito de licenciadillo de oficina. ¿Por qué este pendejo no me dio el paso? ¡Primero es el peatón, puñetas! Nunca digo estás cosas en voz alta, no tendría esta pinche cara de morrillo de 17 años, tan cuidada y casi homosexual como diría mi tía Irene.
    Chingado Lucía, por qué putas no usas un celular, ya viene siendo hora de que te dignes a aceptar las mínimas utilidades que da el capitalismo. Me enamoré de una hippie y bueno, eres lo mejor que me ha pasado en esta triste vida, aquí me tienes corriendo por ti, pero claro, si no la hubiera cagado al ir a esa entrevista nada de esto estaría pasando. Y aquí estoy, otro pendejo fantaseando con el «hubiera», soy un pendejo y ya no me vas a esperar, ¡Chingado!
    Habíamos planeado todo, con una jodida, seguro me corta llegando a allá, sé dónde va a estar y sé que eso no será el problema, pero el puto pinche pedo es que me vas a cagar, me vas a cagar por haberte mentido sobre la pinche entrevista. No, seguro no vas a entender cuando al fin te dignes a escucharme, no lo vas a hacer y lo tengo bien merecido, por pendejo, por ingenuo y por creer que podría ganarme ese puto puesto cagado. Pero fue un cambio, por nosotros, para bien... Chingado Lucía, ¡seguro me mandas al carajo!
    No aguanto este puto traje de mierda y no llevo el equipaje, tendré que pedirle a la Tita que me lo mande por paquetería, otros pinches quinientos pesos menos. Y me sigue llevando la verga... Pero bueno, ya falta poco, puta central, ya está cerquita. Corre, corre... Pinche semáforo. 
    ¿Qué chingados me voy a inventar? No creo que sea suficiente diciéndole la verdad, ya la conozco, no me la va a pasar, ¡se va a súper mega emputar! Pero bueno, la verdad al menos no es tan jodida, digo, si me hubiera quedado con el trabajo ya tendría el plan seguro para cuando estuviéramos de vuelta, pero bueno, esto me pasa por quedarme callado... Pinche idiota malo para dar sorpresas.
    ¡Ya sé, sí!, le diré que ya me habían contratado, le diré que si, que me hicieron análisis de sangre —si, eso, le hemos estado metiendo duro a la yerba, seguro me la cree—, que me hicieron los putos análisis y luego-luego me los dieron y que salí hasta el culo de toxinas en la sangre. Sí, eso haré. Putas, qué estoy haciendo...
    ¡A huevo! ahí está la puta central, sólo esta calle y ya. Lo bueno que compramos el pinche boleto desde la semana pasada, no mames, ¡qué puta fila ha de haber, me la pelan, putos! Aquí tengo mi boleto, «Sala 3, andén 23-27». Estaría bueno comprarme una botella de agua, pinche calorón.
    ¿Lucía? ¡No pinches mames, ahí está Lucia! Pinche vieja ahí sentada leyendo y yo corriendo como pendejo para alcanzarla.

jueves, 9 de agosto de 2012

El color de Mauricio

    Dejé de desearlo, dejé de aferrarme de eso que tanto quería y añoraba sentir. La verdad es que no siempre fue culpa de Mauricio, más bien, dejó de ser su culpa al momento que comencé a querer ser esa mujer optimista que jamás fui, ni seré. Total, este es el fin sin un comienzo detrás.
    Tres veces pinté la habitación, siempre de azul, el tono de Mauricio, el color que disfrutaba pintar junto a mi después de cada jornada en la oficina. Maldito color, ahora no lo soporto. Azul es la habitación y azul también era el automóvil que nos impactó en aquella carretera rumbo al sur; Mau había bebido y se había empeñado en seguir de igual manera, yo, tenía dos meses de embarazo. 
    Si digo que dejó de ser culpa de Mauricio es porque deseaba tanto darle un hijo que me dejé llevar, sin importar que en el accidente sólo yo resultaba herida y, por ende, había perdido al bebé. No permití que eso me detuviera, Mau era mi vida y con vida quería pagarle, por lo cual volví a embarazarme de nuevo, sin miedo. 
    Lo perdí a los veinte días y, tras una depresión superada, tuve la esperanza y el valor de intentarlo una vez más, pero después de volver a fallar por tercera vez, él encontró a alguien que si podía darle un hijo y me lo hizo saber de la peor manera, justo el día que me dijeron que volvería a perder al niño, el mismo día que me fui y dejé un camino de líquido amiótico azul, el color que Mauricio anhelaba.
   

martes, 7 de agosto de 2012

40º fue la cifra

    Cuarenta grados aprietan tu espalda: lo sabes, lo sientes, lo crees pero no lo visualizas, me miras a mí, en el más lastimoso encuentro desde aquel año. Sabes que no puedo dejar de estar ahí, que me gusta y me encanta un poquito más que a ti, sólo un poquito más que envidias y, que a la vez, te llena de placer como mera meta conseguida a corto plazo en esta tremenda canción de chasquidos y gemidos.
    El calor es el choque que necesitas, el furor interno que mata por salir disparado por medio de gritos y rasguños, lamidas y delirios que son los detalles que siempre nos alumbran. La canción sigue sonando y mi pie izquierdo marca tiempo, el tiempo de la secuencia que seguirá el vaivén de tus caderas mientras me acerco, mirando y exhalando bocanadas que despojan libertad y que, en segundos, me harán quemarte la ropa lentamente. Durante este baile dejamos de lado la lluvia y el aglomerado citadino, somos los dos que el tiempo mata mientras crecen, sudan y estallan en mis partículas de sudor y llanto, los que cabalgan por la meseta del deseo. 
    Cuarenta grados fue la cifra, ahora se vuelve polvo y como el viento, vamos  a ver, a ser.

Dean, Sal y yo

    En días como hoy me refugio en recuerdos falsos que tengo en la cabeza, ideas que se engendran en los abismos de mi mente, escritos que se visualizan y se quedan para siempre y son, así mismo, oportunidades de escapar un poquito de la realidad.
    Este día desperté en un coche en movimiento, no sabía que pasaba ya que se suponía despertaría a las cinco de la mañana con veinte para ir temprano a la facultad. Por el contrario —digo contrario porque en verdad era lo más alejado a lo que tenía pensado— me encontraba en el asiento tracero de un automóvil, recostado y sudoroso y con unas enormes ganas de preguntar qué pasaba y de vomitar a reacción. Al percatarme de que la velocidad del coche en el que viajaba iba a una velocidad tremenda, casi infame, me senté tratando de no perder el control y no vomitar como ya antes había querido. Parecía ser el apogeo de una tarde calurosa y dos sujetos se encontraban en la parte delantera del auto. Sabía quienes eran y sabía perfectamente qué era lo que pasaba, lo cual me hacía reconfortarme un poco y dejaba que el drama se quedara muy de lado.
    Cuando Dean se dio cuenta de que había despertado soltó un grito de sorpresa e indicó a Sal que me había despertado, al parecer era buena noticia y, acto seguido, Sal me regaló uno de los últimos cigarrillos que quedaban. Al encender ese cigarrillo seguía en el plano del personaje secundario, el que jamás llegará a influenciar tanto como el legendario Dean Moriarty y tampoco redactará todas esas fabulosas vivencias como Kerouac, pero las visualizaciones de momentos como ese, en la carretera, me llenan de una enorme y gratificante tranquilidad.
    El viaje siguió, entre innumerables sucesos y aventuras que leo y recreo, un indefinible y extraño placer.
   

sábado, 4 de agosto de 2012

Lejísimos

    He tenido un poco empolvado mi blog. Salí de la ciudad y antes de eso me embarqué en un proyecto literario algo privado para publicarlo del todo aquí. El simple hecho de que redacte estas palabras hacen relucir mi falta de personalidad pero, sabiendo eso, sigo con esta especie de entrada de diario que ni a mi diario entra.
   Tengo mucho material de lectura y pocas ganas de escribir, eso es un desequilibrio que tengo que nivelar. El lunes regreso a la facultad y no he salido de casa desde que llegué a la ciudad. Me faltan vitaminas y también me falta un poco del sol regiomontano directito a mi piel. No tengo un quinto y siento la necesidad, cada vez más frecuente, de destruir mi smartphone e irme a escribir pedazitos de canciones a la calle de siempre.