martes, 17 de enero de 2012

Intoxicación

Lo vi otra vez. Estaba igual que la última vez: La mirada clavada en un objeto que asimilaba no existir, el cabello liso, ligeramente despeinado y con los tristes harapos que lo convertían en el rockstar que siempre amé, porque sí, lo amé y en realidad creo que lo sigo amando, aunque lo niegue a los cuatro vientos y al oído de Alberto, mi prometido.
   Lo encontré solo, en un café del centro que había visitado casi por accidente hacía un mes. El cenicero que estaba junto a su taza albergaba ya cuatro colillas de cigarro, de la misma marca que compartíamos en nuestra relación e intuí que tal vez fuera él. Pasé a su lado al entrar, pero no fue sino hasta que ordené mi café cuando lo observé, ahí, perdido, como aquella vez en el parque cuando terminamos y supo que en realidad había perdido lo único que tenía y que lograría tener. Siempre lo supo y odiaba recordarlo, porque temía de la verdad y la brevedad de la situación.
   Sabía que era él, no había cambiado en lo absoluto, si a caso podría verse más agotado, como si el transcurso de estos años lo hubiesen cansado a sobremanera, como si su salud hubiera tenido un declive y un problema existencial. No abría la boca, sólo hacía su peculiar mordida de labio, la cual era más un tic que un método de coqueteo y que yo, torpemente, mal entendí. 
   Mi café había llegado al fin y él no mostraba indicios de querer moverse, parecía haber recibido ordenes de quedarse ahí, sin hacer movimiento alguno mientras esperaba a alguien, un tipo importante o una más de las chicas que pretendía todo el tiempo. 
   No lo sabía y comenzaba a pensar que no debería de pensar todas estas cosas, no después de todo lo que me hizo y lo que jamás pudo entender. Mi vida no fue igual al vivir todas esas cosas, he salido adelante pero eso es algo que no puedo borrar del todo, por más trabajo que haga para cumplirlo y a pesar de conocer a Alberto, quién me ha amado más que nadie.
    A Pedro lo amé y me destruyó, después de darle todo hizo conmigo lo que quiso, como las crías de viuda negra que tragan a su madre después de nacer. Él actuó exactamente igual, pero no se imaginó que podría intoxicarse y morir lentamente.

domingo, 1 de enero de 2012

Te olvido el tiempo que tardo en bañarme

No había podido asimilar totalmente que el año estaba por terminarse hasta hoy, ya en el primer día del año nuevo, en una de mis ocupaciones que caracteriza a enero: Tratar de borrar de mi mente alguna parte específica de tu cuerpo, mientras tomo una ducha caliente. 
   Al rociar mis manos con el shampoo, parpadeo y decido al instante qué parte de ti olvidaré esta vez. Hoy escojo tu brazo derecho y todo parece pintar muy bien.
   Lo visualizo, primero desnudo, y después, bajo una blusa blanca de manga corta. Luego otra vez desnudo, en su tonalidad blanquecina, claramente mestiza y ocupante de los verdes caminos que llevan hasta la majestuosidad de tus manos: el éxtasis de la susodicha extremidad. 
   Enjabono mi cuerpo erradicando los recuerdos de nuestras duchas de pareja, donde tu brazo era dominante, una fugaz serpiente entre el agua y mi piel; una manera de limpiar sin la más mínima intención. 
   El baño perdura mientras me concentro en tus pequeñas uñas y las marcas de piel, que se van borrando entre la espuma del jabón y el agua que se lo lleva todo. Me basta otro pardeado para erradicar completamente lo que me propuse en la regadera. para después, secar mi cuerpo y restaurar. al momento. tu brazo derecho que sólo olvidé mientras duró la ducha.