Aún es octubre y tengo la esperanza de irme
a la verga junto con él. Todavía estoy a tiempo de enlistar mis pocos tiliches
necesarios para finiquitar esta serie de rumbos a los que me han traído mis
decisiones y poder sonreír complacido; chiflar y maldecirlos a todos ustedes
los que dejo de lado y ponerme los audífonos para darle ritmo al último de mis torpes
bailes suena muy bien. Por ahora, admito que esta simple idea que ha llegado a mí
después de disfrutar de dos naranjas y un tamarindo no ha sido más que una
mierda que se contradice desde el instante mismo en que es ya tarde y me
encuentro ridículamente enfundado de un burdo pijama azul celeste: malas ropas
para la ocasión. Otra complicación elemental sería volver la vista hacia mi
iPod y no poder elegir una canción para mi muerte, un triste hecho que tornaría
toda la escena como lo patético en lo que puedo terminar en cualquier momento:
alcanzado por un infarto mientras giraba el dedo gordo por el click wheel sin
decidir un honorable soundtrack final para mi cierre total. A veces uno sólo
quiere largarse a la jodida con la única intención de no tener que cargar un
día más con toda esa tanda de idioteces de las que se suele responsabilizar y
he aquí el origen de lo anterior. Y por qué tendría que cargar octubre conmigo
y todas mis inseguridades si ningún mes anterior lo ha hecho, ¿a quién más
puedo culpar? Que carajo.
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