jueves, 31 de enero de 2013

Para mi un café expreso IV

    ¿Qué es lo que estoy esperando? Ayer encontré un pequeño gato blanco frente al barrio irlandés de la ciudad como uno de esos estúpidos detalles en los que se fija la gente, era blanco y su mirada parecía más fría y ambiciosa de lo que debería (al menos, tenía más porte que otras miradas que conozco), una mirada segura de haber encontrado su objetivo intemporal (¿o antemporal?) entre la tercera y cuarta vida (después de haber aprendido un poco, quiero creer, ¿verdad Roberto?). Esperaba sigilosamente sin dejarse perder por el entorno citadino del que ya tanto vivía, el momento no era exacto pero el lo sería, en el acto, rápido y certero, tanto que las vecinas pecosas lo recordaría como el cadillito animal de la manzana. ¿Qué es lo que estoy esperando? Ayer esperaba la frondosidad de mi cama y el proceso detrás de todo ello: entrar en mi pieza, abrazar a mi perro, encender la lampara de mesa, desnudarme y vomitar una a una cada mierda que rocogí en el entorno de esta metrópoli. Pero ahora ya no sé que sigue. ¿Balzac, Arlt?

Distimia en F mayor

    Procedí a encender el quinto cigarrillo después de haberlo soltado todo. Exploté como nunca antes; anoche se cumplió una semana y parece que aquella escena, turbia y seca a la vez, la acabara de vivir hace unos pocos segundos, hace tres pestañeos justamente en los que decidí escribir esto. Parece que no lo es, lo dudo en el momento de recordar aquel humo azul tembloroso, ansioso por el golpe que nunca llegó y el siguiente acto que se presentaba como un triste velo cegador, producto del instinto humano que aparece y se va difuminando y que, ahora, yace dentro de mis pulmones como una más de las cargas que me da el transcurrir diario, pero parece tan cercano sí, tan doloroso aún: parece, no desaparece pero perece tan rápido como el siglo de las luces y, con esto, ya lo digo todo.
    He perdido el sentido de la orientación natural humana, he perdido el sentido del tiempo, el apetito a la carne y el color humano, he extraviado esa seguridad razonable (piantado) de creerme portador del sentido común (ido): vagabundo del absurdo y su absurda consecuencia: delírium trémens.
    Los sinsabores del verdadero desespero (distimia y así).

Así son estos días

    Tuve que abandonar mi relectura de Rayuela por obvias razones y extrañas circunstancias para los que no saben mucho, o sea, la gran mayoría. Si, y es que éstos últimos días me he convertido en una extraña síntesis de lo que soy: un revoltijo de variaciones existenciales y sentimientos golpeados por una volubilidad digna de presumir. No sé a ciencia cierta qué es de mi en estos momentos, no puedo describir a certeza lo que se refleja en mis ojos más que una vaga sensación de desesperanza y falsa estabilidad ante mi ambiente de trabajo. Voy a salir a vomitar todo esto en cualquier momento, te lo juro. No puedo intentar hacer algo bien porque sé, de antemano, que todo saldrá mal. Vivo entre café, alcohol, comida y un montón de masa gris que creo es mi vida. Duermo más de lo debido, sueño más de ti que conmigo, sí, sí, sé que no podré vivir mucho así, así, a-s-í.

martes, 29 de enero de 2013

domingo, 27 de enero de 2013

Esta es mi parte favorita

Esta es mi parte favorita, lo malo es que ella buscaba a otro Arturo:

"Arturo ya hasta marque dos números y no son los de casa de tu mama
Yaaaaa!
Háblame
No seas asi"

miércoles, 23 de enero de 2013

Luis Alberto 63

    Hoy cumpliría 63 años Luis Alberto Spinetta. Recuerdo el día en que murió sentí una tristeza enorme, una tristeza que no había sentido nunca en la muerte de alguien, ni siquiera de un familiar cercano. Este último año lo he escuchado muchísimo, en una busqueda constante de querer recibir todos esos mensajes que el Flaco nos dejó en su música y en sus letras que, cada vez, me llenan de un fulgor supremo que sólo con ellas experimento. Poco puedo decir ahora como una referencia escrita de lo tanto que significa Luis Alberto para mi, me la reservo como algo muy íntimo y privado, algo muy mío y personal desde aquel momento de la pubertad en que lo llegué a escuchar. Tienes un pedazo enorme en mi corazón, ¡estás acá flaquito, eterno! 




martes, 22 de enero de 2013

Para mi un café expreso II

Quién soy yo para andar publicando estatus de superación personal y de ánimos a mis contactos... Hoy sólo quiero dormir para despertar en una o dos semanas.

martes, 15 de enero de 2013

Al ver verás

    Entre las cientos de calles que se encuentran en esta pequeña, pero incomparable ciudad, los pasos que se ha tragado el suelo han sido siempre el motor indiscutible de querer encontrar ese algo que Germán sabía que existía y que, como Sabines opinaba de los amorosos, buscaba pero nunca había encontrado. Había caminado a pasos lentos y rápidos entre las edades de la pubertad y la, ahora, presente juventud en una búsqueda de lo romántico en los pequeños y valiosos detalles que encierra el tiempo, el polvo y la vida moderna y ajetreada de la nueva población regiomontana. Su última resistencia a la muerte lo había mantenido siempre al borde, siempre pensando que lo más normal contiene una doble utilidad a pesar de lo que dice toda lógica.

       Existe un lugar, como en varios sitios del planeta en donde las cosas se ven diferentes, un punto en la ciudad de la que menos se puede sospechar y un solo hombre estaba destinado a encontrar. El hombre aún no conoce la historia, más sin embargo, sabe que el mundo es demasiado basto como para sólo contener lo que todos vemos.

    Pasaban quince minutos después de la salida de su empleo cuando Germán optó por tomar la calle de Padre Mier para aprovechar el tiempo en una larga caminata. Su mente se alojaba en recrear momentos de prolijidad literaria en un mundo en el que la banalidad del entorno es la rutina y el confort, mientras, en sus pasos, se alojaba el destino de un encuentro misterioso ante una de las situaciones más excéntricas y misteriosas entre la humanidad y el secreto de la tierra. El invierno comenzaba ese mismo día y, como con la mayoría de frentes fríos que pisaba la ciudad, el viento helado del norte se adueñaba de las hojas con tanto desdén que Germán pensaba que todo se debía a que «Dios quiere ser el viento y así ya no podría sentir más frío». Así se iban sus tardes, así se iba su vida en aquella triste calle del centro de Monterrey.

    Entre los silencios que el hombre guardaba y la ola de discretos sonidos que ambientan y se disuelven por esa lúgubre zona, Germán encontró la frase que se marcaría como la llave, la clave encriptada entre versos y un poético berrinche meramente humano, un despliegue ante todo ese arranque de catarsis que había desarrollado a lo largo de la vida: «Quiero ver todo, todo hasta la muerte...ver que vivimos para ser felices». De pronto, un crujir se adueñó de todo el entorno que ocupaba a Germán, un sonido extraño que enmarañaba, de menos a más, el oído del hombre. Era la ventana, la abertura que estaba frente a él, mientras, lo demás, era lo inexistente, lo contrario al suceso que ahora se volvía el centro de todo.



Ven a verme, 
al ver verás 

yo por allí
tengo una sombrilla 
corrí por las ciudades 
me cansó la codicia 
solo tengo una vida 



    Había una serie de palabras entre todo aquel montón de chasquidos entre dedos que no se veían, llantos que se apoderaban del fondo sonoro y toda esa revoltura de colores opacos que salía y surgían del enfoque que Germán percibía.



Por mi ventana, 
de al ver verás 
brilla un rayo al amanecer 
las horas ya no pasan 
las heridas se han ido 
todo dura un instante 
todo dura un instante

para toda la vida



    El espacio de la escena pasaba en un pequeño lapso de tiempo en donde, en otras zonas, sucedían dos choques en menos de 3 km a la redonda y dos parejas tenían sexo como los meros animales que eran. Germán existía, allí, entre una ventana misteriosa que, sin más que agregar, era el símbolo de lo que, pocos, pueden detallar su fin.  Entre todo ese arrebato del alma y el despliegue ocular que se traspasaba hasta sus pupilas, Germán entró en un juego de ideas y palabras que se formaban bajo los impulsos fortuitos de un trance y su clímax:



“Sé que estoy vivo, 
que vuelo en reposo 
bebiendo la linfa, 
de la soledad 
mientras el mundo, 
todo se va hundiendo”



    Había comenzado un discurso entre la forma y el formulado. La ventana era el acto esperado mientras Germán succionaba espasmos y exhalaba con brusquedad animal.





Y al observar toda la locura 
la sociedad o lo que ya se fue 
entiendo que tu amor 
transpone todo refugio 
quema todo y sin armas



    La canción seguía, hablaba por sí sola. Sonaba y descubría sus secretos para un pequeño y mestizo hombre del mundo occidental. La voz resonaba hasta en la última célula de Germán. Un fluido era decir una mínima parte, un centenar sería apenas acercarse. Apenas pasaba el grotesco retorcer del llanto cuando Germán respondía:



“Quiero ver todo, 
todo hasta la muerte 
ver que vivimos 
para ser felices“



    El hecho de querer descubrir qué era lo que Germán quería era, por ahora, un buen indicio y la ventana, el ente o lo que fuese, estaba logrando que el hombre quisiera adentrarse sin importar nada más.



Ven a verme y al ver verás 
yo con mi cuerpo te cubriré 
no importa que abandones 
lo que ya no resulta



    Poco, poco se podía ver de Germán y tanto se podría especular. Se esmeraba en responder toda esa lluvia de mensajes y choques místicos cuando, de pronto, la ventana se volvía a adelantar con su canto:



todo dura un instante 
es mejor ser el viento 
todo dura un instante 
para toda la vida



    Esto es el centro del todo, Germán lo sabía y sabía que era su destino seguir en esa entrada de lo incierto, en ese desalojo atípico del ser y lo que éste sugiere:



“Una calle despejada, 
donde ya no queda nada, 
donde volverá solo la lluvia”



        Germán,  entre cada búsqueda, estaba siendo víctima de sus propios deseos al lograr encontrar una especie de efecto placebo a la necesidad de querer saber de algo más allá, una prueba de que la vida significa más que responsabilidades y rutinas de jornada. 



“La noche escapa 
sin saber porque”



    «Un insólito abismo que testea los cuerpos que tan solo habitan lo que fue». Existe un lugar, como en varios sitios del planeta en donde las cosas se ven diferentes, un punto en la ciudad de la que menos se puede sospechar y un solo hombre había descubierto.



“Y doy mil vueltas, 
por los hilos de un cordón 
mientras el mundo 
gira en el Edén” 





    El hombre nunca conocerá la historia, más sin embargo, sabe que el mundo es demasiado basto como para sólo contener lo que todos vemos y creemos entender.



“Toda mi vida, 
resbala en seis cuerdas 
sube y se tira, 
de nuevo hacia arriba” 



    Poco y mucho se puede decir de lo que significa Germán y de quién es este individuo. ¿Y La ventana?



Quiero que sepas 
que escondo en mi adentro 
cuerpos iguales



    Dentro del recorrido de los flujos multicolor, las caricias que el cuerpo brinda al entorno y las desgarradoras lágrimas que comete el atardecer ancestral del acto, la ventana parece ser la víctima que sustituye al victimario, el triste cantor del sueño imposible que ahora toma el trono y brilla como la sorpresa que pronto aniquilará.



“Te quito de todo, 
lo horrible de este mundo”



    La noche da comienzo bajo el negro infernal en un tono azul casi morado. La hija de la lágrima resbala en la escena del fin del acto. Germán anuncia sus últimas palabras:



“Siento que me llaman, 
sin sonido”



    Un crujir se adueñó de todo el entorno que ocupaba a Germán y a la luz, un sonido extraño que enmarañaba, de más a menos, el oído del viento. Era la ventana, la abertura que estaba frente al suceso, mientras, lo demás, era lo inexistente, lo contrario al suceso que ahora se volvía el centro de la nada.



no pensé en ningún lugar

no pensé en ningún lugar










Nota: Los fragmentos entre comillas y los que están centrados forman parte de ciertas canciones del disco "Tester de Violencia" de Luis Alberto Spinetta.


   

Lúnula

    Es sorprendente como el hecho de hacer determinada acción u observación nos puede llevar a pensar sobre centenares de cosas más, cosas directamente relacionadas o no, creando un montón de cadenas y subredes tangenciales que, sino se acotaran entre análisis más profundos o perdidas y distracciones humanas, sería un infinito propiamente inalcanzable. Cuando mi segunda taza de café del día lunes llegaba a su fin en mi último sorbo, recordé lo que había pensado hacia una semana en la capital del país, entre pensamientos que levantan la mano y sorprenden sin avisar, la necesidad de querer saber el nombre de la pequeña media luna blanca que tenemos en las uñas salió a flote. Sí, había que figurar que ya había detrás de todo esto una cadena de pensamientos que se hacia cada vez más grande y que, en determinado momento, la pregunta de la uña tendría que llegar en algún momento. La sensación en si fue algo más que se quedó en una pregunta a mi novia y después al aire, siendo que ella reaccionó frunciendo el ceño de una manera encantadora y tierna mientras me tocaba el pelo y me decía que las de ella eran muy pequeñas. Pude haberlo recordado al día siguiente mientras andábamos por Tlatelolco o por la Zona Rosa entre esa muchedumbre citadina que camina y camina construyendo un río de gente que fluye y se convierte en un mar de almas que no se acuerdan qué hay más allá de las tiendas del auge capitalista occidental y las redes sociales que destruyen a nuestra moderna sociedad. No lo recuerdo del todo, pero el pensamiento resurgió al contrastar la piel de mis dedos con las del café negro que tomaba, todo en una escena de dos segundos que bien podría haber sido el fin de mi vida, como una anécdota más de mi triste persona desbordante de torpes escenas que se asemejan al teatro de la crueldad del viejo Artaud. Podría parecer triste pero es la verdad y un intento de hacer que los días, estos días, se hagan un poquito más existenciales y menos de lo mismo que, a final de cuentas, se puede resumir como la vida misma. "Lúnula" es el nombre de la pequeña media luna blanquecina que está en la parte inferior de las uñas y no, no todas las uñas las tienen, como ella que las tiene bien chiquitas al contrario de mi, como ya había mencionado, que las tengo muy grandes y blancas a comparación con el resto de la uña que se ve en un tono muy rosado. Ese es su nombre y una mínima pizca de incógnita se respondió a su debido tiempo como debido tiene que ser el paso que daré mañana al despertar, como siempre, del lado izquierdo de mi cama para proseguir a sacar a mi perro a hacer sus necesidades y darme cuenta de que siempre dejo que el día y el mundo amanezcan muy temprano sin mí, como si fuese un requisito para un buen día y recordar que pocas veces veo al sol nacer. Las imágenes de un rojo sol naciente sólo llegan a mi mente tras recordar los largos caminos de doce horas que doy para volverla a ver y, de paso, veo al sol que nace y baña con su luz el enorme Valle de México que yace y me vuelve a recibir como se recibe a un nieto temprano en la mañana para que almuerce y siga creciendo y pensando ese montón de cosas que uno debe de pensar.

Luis decía: "no seas fanática"

    Falta una hora para hacer lo que estoy esperando hacer y entonces aquí me tienes, escribiendo sin saber, del todo, qué será lo que comience a describir, narrar o pensar y cómo es que pienso terminarlo. Parecería que con esto puedo introducir el libro que lleva mi nombre, un prólogo bastante tétrico lleno de palabras y tan vació de razones; ideas y enfoques mal planteados, egocentrismos y dolores de cabeza que vienen con el amanecer y se van con uno más de mis muertos. Apenas comencé el primer libro del año y por ahora la escritura está en una especie de trance existencial y el polvo que dejan los días. 
    Los días parecen estarse yendo en un espiral sin razón, revueltos de sentimientos y acontecimientos que realmente no necesito, mientras flotan, suceden y se escapan como la brisa del rostro en la mañana, y aquí sigo, flotando entre un montón de gente que se enorgullece de sus logros y contactos y mi típica mirada de respuesta que ya tanto conoce mi madre: un tic heredado de mala fe.
    Podría dejar de esperar lo que estoy esperando e irme a caminar con este frío tan parisino al centro de mi antipática ciudad, buscando un refugio que nunca he encontrado y sintiendo el vacío que verdaderamente persigo y obtengo en cada paso que doy. Soy esto y lo sé, y nadie y todos lo saben. Soy un pantalón usado durante dos meses en cada día, una pelusa en el ombligo de un hombre gordo, un barrito en un labio de una chica morena y zarrapastrosa.
    Pero espero, a fin de cuentas me espero y volteo a ver la biblioteca en la que me encuentro y la casi nula ocupación de gente que contiene. Quién se preocupa verdaderamente por leer las palabras de los demás en estos días, y peor aún cuando escribes pura pendejada de un momento y peor tantito si todo lo que escribes es sobre una mujer que nunca existió. Lo único bueno de todo esto es que nadie nos obliga a leernos ni a nosotros mismos y la idea de ser escritor ahora sólo la cultivan los que menos saben escribir. Mosca volando cerca de mi cubículo y cero mensajes en el condenado celular: mi martes.
    La ruta perdedora es la filosofía del wanna be y el perro que me espera es la ideología del no sé qué. Ahora poco sé lo que me espera mañana y ahorita también no veo que me sigas, veo tu volubilidad resaltando a los cuatro vientos, conteniendo los fanatismos que tanto derrochas y tu idea de felicidad prematura. Eso es lo de hoy y, seguramente mañana, mañana me encontraré repitiéndome una vez más que voy a seguir con todo esto y, seguramente sí, lo seguiré haciendo, porque me he estado formando para esto, porque me aguarda un perro en mi casa que me espera para poder dormir.

jueves, 3 de enero de 2013

Para mi un café expreso I

Me encanta cuando, enojada, me dices que escribo de la chingada. Es una especie de fijación hacia mi estúpida prosa y tu figura femenina.