domingo, 27 de noviembre de 2011

sábado, 26 de noviembre de 2011

Mala ortografía

Entré jadeando al vagón del metro. Bajo la presión del humo en mis pulmones y el sonido del transporte colectivo, el cual anuncia su partida y próximo cierre de puertas, advirtiendo a más de uno el golpe inevitable. Llego hasta un lugar libre y me adueño momentáneamente. A escasos dos metros un sujeto escribía ansiosamente renglón tras renglón a lo que parecía, la misma frase una y otra vez. Al tiempo en que la singularidad de la acción me llama la atención, me di cuenta de que son varias las personas que ya lo han notado y, como yo, y se preguntan qué es lo que aquel tipo de barbas ralas anota tan precipitadamente. 
   Terminaba el sonido secuencial de aquel metro elevado y al fin, se cerraban las puertas, dando un entorno de alivio a los usuarios.
   Pude observar la peculiar gesticulación de cada persona que notaba el acto de nuestro ansioso amigo, cada uno con su propia y distinguida forma de expresar curiosidad ante aquella situación. Desde cejas bien arqueadas, suspiros burlones, narices ensanchadas y dientes prominentes hasta miradas de desprecio y movimientos con la cabeza llenos de negación. Todos y cada uno de ellos en un ambiente de hostilidad que ya apesta y que llega hasta el lugar más alejado de la escena. 
    Mientras me doy cuenta de que el libro que comencé a leer una noche antes se quedó en mi viejo buró de lámpara, me enfrasco en la tarea de tratar de descubrir —como los demás usuarios— lo que el hombre aquel escribe sin cesar. 
    De repente, otro hombre que se encontraba de pie a dos asientos de nuestro personaje comenzaba a parecer alterado, como si la ejecución de que el otro individuo escriba una y otra vez lo mismo demasiadas veces lo exasperara dramáticamente, a tal punto de molestarlo y orillarlo a mover los dedos de forma armónica y notoria. El segundo hombre parecía incrementar su malestar con el simple hecho de escuchar el sonido del bolígrafo haciendo rodar su rueda en el papel. Comenzaba a balancearse, empezaba a querer escapar de aquella trampa mortal que el ansioso primer hombre ponía una y otra vez. Y la gente lo notaba.
    El vagón llegaba a la segunda estación en el justo momento en que el segundo hombre observaba su reloj, marcando —si estuviese igual al mío— las 07:23 minutos en una no muy típica mañana de viernes. El hombre dejaba de ver su reloj y casi al instante volvía a acudir a el,  en una clara necesidad y porque no, piadosa petición de rapidez. Pero el tiempo jugaba y el primer hombre seguía, llenando ya la tercera hoja de su agenda personal. 
    El sonido aturdidor volvía a callar para dar por comienzo al recorrido hacia la tercera estación. Acto seguido una que otra persona se levantaba de su lugar, encaminándose hasta la puerta más cercana. En cuanto el primer sujeto seguía su tarea, otro hombre un tanto regordete choca con el desesperado tipo en un casual encuentro de transporte público, acompañado de un perdón a reacción, pero sucede algo que el gordo no intuye: El segundo hombre se proyecta bruscamente hacia él, impactándolo con el puño izquierdo sobre su carnosa y rosada mejilla derecha. El regordete se encontraba ya en el suelo ante la multitud que dirigía las miradas hacia el suelo y al hombre que se aproximaba de nuevo ya con el puño fuertemente apretado.
    Cuando el gordo asimilaba que recibiría una golpiza, el furioso hombre sentenció fuertemente:

    —¡Dile, sólo dile que no puede hacerlo! —gritó ante el asombro de la gente—. No puede hacerlo de esa manera.
    —No sé de qué me hablas —respondío el gordo.
   —Claro que lo sabes, todos lo sabemos y el también lo sabe muy bien —dijo señalando hasta donde se encontraba el primer hombre—. ¡No puede escribir de esa manera, no puede!
    —¡¿Cómo, cómo?! —prosiguió el gordo mientras rompía en llanto.
    —¡No se puede, no se debe! —dijo el segundo hombre.
    — ¿Cómo entonces? —preguntó el regordete con compasión sin saber nada de lo que el enfadado hombre le preguntaba.
    —Se escribe "Eso que ni que, güey", "¡Eso que ni que!" no "Eso k ni k".

    Y de pronto, se escuchó el sonido del transporte y las puertas se abrieron, a lo cual el furioso segundo hombre reaccionó en una huir del eterno desespero de la mala ortografía. 


    

Instante constante

Inevitable el sueño de suspenso,
el silencio debajo de la lengua
y mirar lo que nunca quise ver.

Inevitable la escena del comienzo,
afirmar que fuimos una tregua
y olvidarnos del momento aquel.

Inevitable el instante, el instante sumamente constante.

jueves, 24 de noviembre de 2011

De Artaud y los 24 de noviembre

Hoy recordé aquella carta que menciona Artaud en Le Pèse-Nerfs, la cual me dejó perplejo en el momento. No, ya no la comparto, pero suelo acordarme de su prosa en este día sólo por que es el cumpleaños de un amigo.


"Necesito a mi lado una mujer sencilla y equilibrada, y cuya alma agitada y oscura no alimentará continuamente mi desesperación. Los últimos tiempos te veía siempre con un sentimiento de temor e incomodidad. Sé muy bien que tus inquietudes por mí son a causa de tu amor, pero es tu alma enferma y mal formada como la mía la que exaspera esas inquietudes y te corrompe la sangre. No quiero seguir viviendo contigo bajo el miedo.
Agregaré que además necesito una mujer que sea mía exclusivamente, y que pueda encontrar en todo momento en mi casa. Estoy aturdido de soledad. Por la noche no puedo regresar a un cuarto solo sin tener a mi alcance ninguna de las comodidades de la vida. Me hace falta un hogar y lo necesito enseguida, y una mujer que se ocupe de mí permanentemente, incapaz como soy de ocuparme de nada, que se ocupe de mí hasta de los más insignificante. Una artista como tú tiene su vida y no puede hacer otra cosa. Todo lo que te digo es de una mezquindad atroz, pero es así. No es preciso siquiera que esa mujer sea hermosa, tampoco quiero que tenga una excesiva inteligencia, y menos aún que piense demasiado. Con que se apegue a mí es suficiente.
Pienso que sabrás reconocer la enorme franqueza con que te hablo y sabrás darme la siguiente prueba de tu inteligencia: comprender muy bien que todo lo que te digo no rebaja en nada la profunda ternura, y el indecible sentimiento de amor que te tengo y seguiré teniendo inalienablemente por ti, pero ese sentimiento no guarda ninguna relación con el devenir corriente de la vida. La vida es para vivírse. Son demasiadas las cosas que me unen a ti para que te pide que lo nuestro se rompa; sólo te pido que cambiemos nuestras relaciones, que cada uno se construya una vida diferente, pero que no nos desunirá más.

Segunda Carta Conyugal - Antonin Artaud

sábado, 19 de noviembre de 2011

¿Cuánto tiempo más llevará?

¿Qué es eso?
Eso que suena y que no suena cuando lo quiero escuchar. Esa especie de malentendido o deseo, simpleza o caos, que uno busca entre las palabras que anota una y otra vez en los papeles que se van amontonando. Ese entorno que a la larga uno suele reconocer como vida. Qué es y qué no es, es lo que parece quiero encontrar, sin saber en realidad, qué estoy buscando o qué significado quiero darle a todo este embrollo que me agobia, sin saber, a ciencia cierta, que esta angustia es a veces —la mayor parte del tiempo—  más sofocante pero no menos atormentadora de lo que a veces quisiera. No lo escucho y al mismo tiempo se podría decir que no lo quiero escuchar. Ésto es un limbo: un espacio donde estoy atado por un tiempo indefinido, un lapso que perdura y que, con el tiempo, dejará de existir, como yo. 






"Ni siquiera te entregás al viento, sin pensar por qué".

martes, 15 de noviembre de 2011

Póquer


Imagen No. 1

Hoy sólo quiero ver esa pintura de los perros jugando póquer e imaginar —como en los memorables días de mi infancia—, pensar detalladamente en la actitud de cada uno de ellos, identificar sus gustos, sus fobias, escuchar delicadamente la forma en que pronuncian su inglés —obvio—, oler el tabaco que fuman y, por qué no, aceptar jugar una ronda con todos ellos. Todo lo anterior después de sentarme en cada una de las sillas de la imagen No. 1.

Demasiadas tardes como esta

Hoy el clima esta desmesuradamente incomprensible. No es una época para que el viento enfurezca tan repentinamente —y menos hoy que estaba cargado de trabajo—, pero por precaución me quedé en casa y decidí escribirte algo. No es que esté perdiendo interés en ti, pero a veces creo que tu vida en esa ciudad ha cambiado demasiado, lo pienso sí, creo que esas jornadas rápidas hacen imperceptible la prisa que a mi me carcome cada vez que escucho sobre la metrópolis en donde ahora estás. De igual manera siempre me encuentro pensando en ti en los momentos más inverosímiles y no lo puedo negar, no puedo evitar sentir este doloroso amor por ti y me desahogo escribiendo centenares de palabras que se resumen en mi ascendente necesidad de tenerte, o más bien, al menos saber qué pasa contigo.
    No creo ir a la ciudad si no hasta febrero, que es cuando recibo nuevamente los honorarios del huerto, pero me gustaría quedarme al menos unos cuantos días y salir contigo, visitarte en el departamento que alquilaste y no sé, saber si aún sientes eso que a mi me está matando. 
    Ayer encontré unos cuantos versos que escribí antes de que saliéramos de la preparatoria, no sé por que aparecieron en una de las viejas mochilas de excursión de papá, pero me alegró verlas. Creo que nunca te dí nada y te lo conté hasta que salías con Mauro, pero hace tiempo ya de eso. Quiero dártelas, quiero leértelas primero y después obsequiártelas porque, si me quedo con ellas por otro tiempo más, serán las palabras que repetiré en esas tardes de locura irrevocable en la que me harás caer.
    No puedo creer en verdad, un año sin saber, leer o escuchar una parte de ti y sigo de pie. Extrañamente no puedo decir que la vida es así, que te deje ir si en verdad te amo, si en verdad me importas te dejaré ser libre, no puedo. No está en mí el decir todo eso porque estoy seguro de que un día vendrás, aunque aún falten demasiadas tardes como esta. 
El Flaco:
Anselmo Capistran

lunes, 14 de noviembre de 2011

No corro, no grito, no empujo


1
     Hoy escogí un lunes sin ansiedad, un alto detallado en el lapso entre el sonido de la alarma y el encendido de la lampara que está en el buró. No puedo decir que me controlo porque me mentiría más de lo normal, y —como siempre creo sensato—, es mejor dejarlo de lado. (¡Ring-ring-ring!). Apago la alarma y enciendo entonces la luz que me abraza para recibirme: iluminando y chocando contra mis pupilas en un "Sonríe un poco" y un centenar de palabras que se apoderan de mi mente y esperan, en la licuadora de ideas y momentos oportunos (o inoportunos también) que llevan por nombre lunes, y de los cuales, tu nombre es siempre el encabezado de todo el eterno contorno. 

2
     La idea parece llevar el nombre de "Tango Coqueto", en un son que parece nostálgico pero se vuelve seductor poco a poco. El infeliz hoy puede ser mi vecino o cualquier individuo que pueda señalar con el dedo, pero la letra de este tango no parece pueda afectarme hoy, digo, la alegría se ha despertado —al menos en este lapso—, ha despertado dejando de soñar con ese tango lloriqueante y se vuelve un casanova, un Don Juan del momento, un placer que ocurre dejando de pensar por un simple instante. 

3
     Ahora tengo a Miles entonando su último disco mientras doy tragos de agua que toman los sonidos de su trompeta como colores que ahora se atribuyen sabores. Sorbos  que tocan mis labios y pasan por mi garganta en pequeñisimas partículas que me hablan en un lenguaje de extraña risa y serenidad, todas ellas diciéndome que habrá sol afuera y no necesito más porquería —al menos por hoy— que la que se ve por doquier. Como un sueño húmedo de puberto imaginario que se autorregala el goce ante la necesidad de pieles y aventuras entrelazantes, siento la caricia del fluido que se impregna dentro del largo viaje y me manda señales en donde mi boca torcida comienzo a parecer un poco más convexa, un tanto más colorida de lo normal.

4
     "No corro, no grito, no empujo". Sólo voy a esperarte, como siempre.

     
     
    

viernes, 11 de noviembre de 2011

martes, 8 de noviembre de 2011

lunes, 7 de noviembre de 2011

Carta de despedida


A mí querido Joaquín:
    Todavía no puedo creer que haya pasado esta atrocidad. Me es difícil asimilarlo y metérmelo en la cabeza, además de tener que lidiar con una vida de carga ante el hecho. A decir verdad, siento como si fuese uno de esos borradores que escribíamos entre las clases de preparatoria, uno de esos en los que te encantaba morir de las maneras más inverosímiles, pero lastimosamente creo que es la realidad que, al fin de cuentas, superó todas esas historias de revueltas de juventud.
    Apenas sí me había llegado tu carta desde Guadalajara y aunque siempre pensé que no te quedarías en esa ciudad más del mes, jamás creí que fueras a irte por los motivos que ya sucedieron y la verdad es que me duele mucho. Es difícil, Joaquín, duele pensar que no te haya podido convencer  que te quedaras en el viejo departamento que dejó mi tía Blanca, te lo repetí tantas veces que tuve que aceptar tu negación y tu terquedad, como siempre. Aún no entiendo por qué tuviste que dirigirte hasta allá, Sofía no quería verte más y si alguien esperaba que lograras entenderlo ese era yo, Joaquín. Un divorcio tras veinticinco años de casados es sumamente duro, pero carajo, confiaba totalmente en ti.
     Recuerdo el momento en el que me invitaste a participar en tu pequeña revista, siempre que me acuerdo es de una manera muy vivaz, mejor recordada ahora que al día siguiente al que sucedió, creo que es como la  historia de mi vida en un diálogo de tres horas en la esquina de nuestro café favorito, acompañado con reminiscencias apenas visibles de seis o siete cigarrillos y una madrugada de alcohol.
     Vi la noticia en los telediarios esta mañana que regresé a Monterrey. Me desmayé  y lo primero que hice fue llamarle a Fonseca, el cual lo confirmó y me volvió a contar lo sucedido ya con más detalles y los procesos funerarios. Se me rompe el corazón en mil pedazos, Joaquín. El simple hecho de escribir estas palabras quiebra mi voz como cristales contra la acera, pero en verdad necesito hacerlo. Me pregunto tantas cosas, así como asimilo muchas más, pero sabías muy bien que siempre respeté tus decisiones por más locas y descabelladas que fueran―, que siempre te apoyé hasta el final y que fuiste más que un amigo para mí.
     A mediodía recibí la llamada de Sofía en la que me explicó que ella junto a tu hermana se encargarían de todo el proceso funerario y que, al fin de cuentas, llevarían tu cuerpo a tu Zacatecas querido (hacia donde ya me dirijo en autobús) para ser sepultado mañana temprano.
     Siempre he creído que tú y yo fuimos almas gemelas, más que carnales, dos cabrones que se entendían jodidamente bien y de los cuales, “era difícil saber de uno y no conocer del otro” según palabras de Fonseca. Como cualquier ser humano, cometimos el error irrevocable de enamorarnos de la misma mujer, de acostarnos con ella, de perdernos intensamente por ella, de dedicar cursi poesía para ella renunciando a la antipoesía que tanto añorábamos y elogiábamos cada noche, pero así pasó, mi querido Joaquín.
     Ella fue tuya durante veinticinco años, lo lograste. Con todo mi respeto y orgullo dirigido hacia ti acepté la derrota, pero te advertí que sí ella venía hacia mí no la iba a dejar ir. Tú lo hiciste, lentamente y casi sin darte cuenta. Ella comenzó a buscarme y yo siempre estuve ahí, esperándola desde que se fue contigo y ahora que la tengo no la soltaré jamás, ni siquiera para decirte adiós.
J.G.V.

Hace tiempo ya

...era cuaresma y, aunque ella no lo notara, mis pecados iban más allá que la simple palidez de su piel.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Mister Bungle y eso

―Si logras tolerar mi música me aguantarás toda la vida, cielo.
―Está cabrón.
―Sí, pero creo que es el único inconveniente.
―¿Mr. Bungle y eso? lo haré.
―Yo te amo.     
―Claro que me amas.