Creo que la única manera en la que te extraño es en tus viejas fotografías.
Me refiero a esas fotos que tienes de antes de conocerme. Imágenes en las que reflejas una tristeza infinita y en las que alguna vez me figuré: imaginándome espectador a distancia que observa tu espalda mientras captas un momento gris tras la lente. Ahora mi recuerdo de ti es ese, justamente se devuelve a las primeras impresiones que tenía de tu persona por aquellas fotografías de tardes de una soledad que se expande en medio de tanta gente pasando. Puede parecer extraño, sobre todo por tratarse de algo de lo cual no presencié directamente. Sin embargo, ahora, mientras leo algunos libros que seguramente ya leíste y me encuentro en silencio bajo esta peculiar lluvia de diciembre, me doy cuenta de ello, de la imagen que ha quedado en mi mente y esos matices monocromáticos se vuelven el significante de lo que ha dejado tu nombre.
Hay algo que se ha quedado en esas fotografías que me ha llevado a percatarme y no logro darme cuenta de ello completamente. Lo pienso y no se trata de verte de nuevo y saber que estás ahí sino todo lo contrario, me remonta a preguntarme —una vez más— sobre todo aquello en lo que había detrás de cada imagen, los asuntos que no tuvieron nada que ver conmigo y la ola de sucesos que pudiesen haber pasado sin saber de mi existencia. Puede ser la idea perfecta del recelo, la incertidumbre de lo que se salía de mis manos al ver esas fotografías y la intriga perversa de observar una vez más para —en aquel momento—, querer ahondar en lo que dictaban esos días de tu vida. Y ahora todo es más sencillo, sólo recuerdo esas fotografías y el dilema torpe de la adolescencia de la que ahora estamos tan alejados a sabiendas que no hay mal que por bien no venga. Después.
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