I
Hace algunos años tuve una obsesión por el trece de noviembre. Busqué entre las entradas viejas de este blog y no encontré ninguna que hiciera referencia a ello y me extrañó un poco. Cuando digo que tuve una obsesión me refiero a que sobre valoraba la fecha, el significado faltante de un objeto significante que trataba de darle a un día al azar en el mes que, supuestamente, tengo como preferido. Hasta la fecha, entre el recuento del comienzo a tal elección y fallida conmemoración, me veo en el día detenido unos instantes por el recuerdo, el hecho de haber elegido en aquella remota ocasión un día para tener como especial, siempre sorprendido en cualquier acción menos en lo que quisiera estar haciendo. Es extraño el lapso en el que paras y comienzas a reflexionar sobre los hechos, el año y los días que ni siquiera por montones parecen ser lo suficiente para sentir que ya ha pasado tanto tiempo. ¿Tanto tiempo de qué? A primera impresión, lo subjetivo nos traiciona y nos lleva a diversas ideas y bochornosas imágenes, elecciones que se salen precisamente de eso y se deslindan de un resultado coherente, trayendo un golpe bruto del cual no tenemos control en lo absoluto. Entonces, decir que noviembre es mi mes favorito porque comienza verdaderamente a hacer frío sin la necesidad de lluvia no es una razón suficiente para elegirlo como el mejor de todos, pero persisto. Y, sin embargo, el ritual y el significado de saborear mandarinas y naranjas, cítricos que en el pensamiento banal de la salud consumo en exceso; lecturas concretas que guardo para ocasiones de buen enfoque y el extraño placer entre el tacto de la piel seca que se produce con el viento seco acarrea una lista de pequeños detalles en los que encasillo a noviembre, siempre aunado al capricho de la contradicción y un número al azar que contenga un tres en cuestión (otro fetiche que he arrastrado a través de los días). Hace algunos años tuve una obsesión y ahora me reservo la idea absurda de guardármela, bajo sonrisas bobas que dibujo al querer hacer hincapié en una marca para el mañana, un outfit fantoche que casualmente disfruto portar y, como una bonita cereza de pastel, una tanda de irregularidades y acciones vacías que terminan por engalanar una vida de mierda. ¿Pero qué sería de nosotros sin este tipo de estupideces? La misma mierda pero más sencilla, mierda más equis como la ilustración del dinosaurio de 8 bits utilizado por Chrome para indicar que no hay internet, resumen cutre de que no hay nada que complemente los días que se van yendo sin ton ni son. Aún queda poco menos de una hora y la afamada fecha se resiste a terminar teniéndome frente a un ordenador y una lata de cerveza que se revela ya vacía y un metro de distancia que separa a mis cigarrillos de mi necesidad fatal de relajo occidental.
II
Durante el trabajo, entre las charlas matutinas rutinarias y los breves comentarios de jornada, me he dado cuenta de que presento una mueca torcida que asimila una necesidad de bienestar y no me ha dejado muy contento a estas alturas de la noche. Quisiera verme ahí, con esa pose de veinteañero apendejado por la vida, disimulando la nausea y el horror con el que he despertado apenas dos horas antes: dando por alto que un trece-del-once está lleno de normalidad que rebasa lo estándar y la otredad con la que suelo manejar la carga de trabajo. No miento al mencionar que sería un goce tremendo el observarme así: con la pierna izquierda doblada bajo mi culo a la par del primer sorbo del café negro, que recién en preparado, y la carrilla hacia el más idiota de mis compañeros. Vaya pendejo que soy. Y es que el clima me ha favorecido, tú, con un frío que me embarra la cara de una sensación de victoria sin fundamentos y la triste historia de voltear a ver a aquella chica que tanto me interesa y que, apenas si repara en mi patética presencia mientras nos encontramos a la hora de comida. Nada nuevo que no hubiese sucedido mañana o el próximo trece de noviembre, nunca nada nuevo por aquí. La historia es la misma y los encuentros suelen parecer un remake intrascendente que se asemeja y, del cual, siempre tomo el papel del actor de reparto: breve y austero.
III
La casa parece estar vacía y parece haber tranquilidad. Hoy he recibido una invitación para probar la nueva aplicación Inbox by Google y lo primero que he visto es que, como funcionalidad de buen manejo, agrupa toda esa serie de correos electrónicos que suelen nombrarse como basura y me ha dejado a la vista un montón de correos de diversas mujeres que ahora no son más que eso: archivos en kilobytes que yacen en múltiples servidores. Sin duda, me han dado ganas de vomitar mientras comenzaba a cenar la rica comida que había en casa y no había para más. Qué se podía esperar ante tal escena sino un cierre de dicha aplicación y un movimiento de cabeza que indicara indiferencia. Así llega la noche, encontrándome una vez más en la vulnerabilidad de mi pieza y el confort en el que me arropo para declararme vencedor, de nueva cuenta, en un día en el que me hago pendejo de todo lo que puede estar pasando y sin tener que darle la mayor importancia que la que merecen mis cigarrilllos light y el jugo de uva ultra azucarado que he estado bebiendo en la última semana. Entonces, voy terminando el renombrado día bajo el calor de mis ridículas cobijas y el resplandor del monitor en mis gafas, entre viendo los tres párrafos de tiempo perdido que jamás recuperaré y que poco interesarán el próximo año.
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