sábado, 31 de agosto de 2013

Oh boy

    El día de ayer fui a ver dos films de la 12va semana de cine alemán que se exhibe como parte del FIC de Monterrey, lo cual me parece mal, ya que por parte del FIC este ciclo se absorbe y muchas personas ni siquiera sabían que se encontraba proyectando actualmente un ciclo del cine alemán; anyway, un punto de vista.
    El primero que vi es un film llamado "Silvi", el cual trata sobre una mujer cuarentona que es dejada por su marido después de años de matrimonio. Me llamó la atención la sinopsis que leí en la revista de la Cineteca Nacional pero me decepcionó al verla. Lo que aprendí de este film es que, al parecer, afirmando mis estúpidos estereotipos del alemán promedio, a la gran mayoría de los hombres alemanes les gusta practicar el masoquismo. Silvi quería amor y se topaba con puros hombres deseosos del feeling nasty: tan-tan. 
    El segundo film es la opera prima de Jan Ole Gerster, se trata de "Oh boy, 24 horas en Berlín". Este film junto con "Hanna Arendt" de Margarethe von Trotta (el cuál es excepcional), fueron las dos principales propuestas por las que decidí darle prioridad al ciclo de cine alemán ante el FICMty. 
    En "Oh boy" se habla de Niko Fisher, un joven de 27 años que transita por Berlín sin saber qué es lo que hace a ciencia cierta. De familia acomodada, estudios truncos hacía dos años, Niko vive sin demasiados problemas, aunque podría decirse que el verdadero problema es él mismo. La secuencia del film, como su nombre nos lo dice, transcurre en 24 horas en la vida de Niko, empezando con un amanecer en donde deja a su novia y así empieza un camino en donde conseguir una taza de café le es casi imposible: una tragicomedia con fuerte influencia de la Nouvelle Vague francesa que nos va presentando la vida sin rumbo de un tipo cualquiera; una especie de outsider berlinés que va encontrando diferentes personalidades en vecinos, viejos amigos y personas random con quienes trata de encontrar una respuesta a las preguntas que lo tienen varado. 


Niko Fisher y Frederick en el bar.

    La fotografía en blanco y negro de un Berlín moderno y el soundtrack con toques de jazz, nos sumerge en la melancolía que Niko Fisher presenta: un tabaquismo elevado, poco dinero en el bolsillo, una soledad introvertida de un muchacho que ha dejado de estudiar derecho para reflexionar, dándose dos años de ésto y, al parecer, pocas respuestas al significado de la vida. Durante sus 24 horas de trayecto, cada situación que se va presentando es todavía peor a la anterior, yendo del humor irónico hasta acciones absurdas que pueden presentarse en el día a día.


Niko Fisher (Tom Schilling)

    Entonces, en lo particular, "Oh boy" se me presenta con una clara identificación de mi persona en los ridículos zapatos de Niko Fisher, como una especie de autobiografía fílmica de 90 minutos en donde mi 2013 se ven reseñado en las 24 horas del berlinés, quien como Leopold Bloom, va deambulando por una desafortunada odisea de circunstancias sumamente espontáneas. 
    ¿Qué es lo que sigue? No lo sé, aún sigo yendo de un lugar a otro sin la menor idea de entender qué es lo que quiero. ¿Cuál es el verdadero sabor de la vida?, o, ¿acaso es la búsqueda de la misma el secreto que hay que mantener en constante flujo para situarse en el equilibrio del tiempo? ¿Qué debería de hacer después de lo que ya ha pasado? Al final, el film termina al cumplirse el día entre las historias de Fisher, sin mucho que pensar o poder decir acerca del camino que nuestro protagonista tomará; justamente como mi vida, que aunque no dure 24 horas sigue yéndose como si cada día fuese igual a las mismas 24 horas anteriores, con una monotonía irrelevante entre tanta gente que habita alrededor. 








domingo, 25 de agosto de 2013

Apuntes de domingo

"Camina soportando el fracaso y la cuestión por la única senda que es tuya."
M. Heidegger

    Hay momentos para escribir y hay momentos para absorber ese montón de información que existe en nuestro entorno. Mi agosto puede contarse como el segundo, siendo un mes de conclusiones rebuscadas que se han encaminado en una constante búsqueda de lo que se encuentra ahí para ser apreciado. 
    Al decir que se trata de un mes de conclusiones, me refiero al hecho de haber terminado con ciertos asuntos que me tenían con una tensión no apta para personas que no saben vivir con estrés, el mismo tipo de personas muy contemporáneas que se medican para no sentir ninguna molestia o dolor. Afortunadamente, he podido liberarme en cierto sentido de esos inconvenientes estados en los que había pasado una casi interminable temporada, preocupándome a sobre manera como siempre de lo que no necesariamente ocupaba tantos rodeos, lo cual me llevó a enfocar más mi tiempo en volver a la posición dichosa de empaparme de información, ya saben, libros, cine, cartas, artículos de Internet y todo ese embrollo en lo que me gusta pasar mi tiempo: gustos de lonely person; además de alejarme también un poco de la música y las borracheras en las que me gusta adentrarme. 
    Hay momentos para escribir y hay momentos para salir a caminar, dedicar días enteros a filmografías de algunos directores que tenía pendientes, leer libros que esperaban en mi estante por una oportunidad y, también, continuar con proyectos pendientes que había dejado de lado por estarme torturando a mi mismo con una autopresión que nada bueno iba a dejar. 
    El año se está yendo rápido, para bien o para mal, mientras tanto aprovecho el momento para redactar unas pocas palabras que me sirvan de consuelo ante mi sequía de ideas literarias y, porque no, transcribir un poco de lo que me acontece de vez en cuando, aunque, sean cosas muy mínimas y nada interesantes. 


    

miércoles, 21 de agosto de 2013

Permanent Vacation

Ay, melancolía…, 
¿dónde habrá un océano donde 
uno pueda ahogarse de verdad?". 
Carta de Nietzsche a Lou Salomé.

   El blog ha estado un tanto empolvado, así como yo. Entre tantos días que pasan y no se detienen, he estado experimentando un sin fin de situaciones de las que poco se puede rescatar un bien común. Todas y cada una de ellas pueden traducirse como expresiones singulares que poco o nada tienen que ver unas con otras, así como también la incongruencia de mis acciones se simplifica como una notable contrariedad a lo creído un día atrás. Los días están volando fugazmente, llegan y se van sin dejarme establecerme plenamente en alguno de ellos; apenas saludándome para, instantáneamente, decirme adiós.
    Todos los días parecen uno solo, un entorno homogéneo en donde la luz o la oscuridad poco importan y se mezclan en un sistema de continuidad intocable, descubriéndome tristemente como un espectador que no sabe lo que espera y se queda ahí, parado sin saber qué rumbo tomar, qué acción emprender y, lo más preocupante, qué pensamientos e ideologías agarrar de ese innumerable mar de ocurrencias del momento. Nada que no sea nuevo en mi vida, sin embargo, ahora volviéndose más significativa en cuanto al pensamiento, estando presente a cada momento, como el deterioro más importante de éstos días. Hay incapacidad desarrollada bajo un nulo optimismo, una enorme falta de deseo que me mantenga en movimiento y, como Sísifo, seguramente terminaré fracasando ante la idea de que todo se fue como siempre estuvo destinado.




"cautela + perseverancia vs. andate a la puta que te parió."



 

viernes, 2 de agosto de 2013

Donceles con amor y absurdidad

    No hay nada más horrible que comparar besos de diferentes chicas. Muchas veces me he encontrado en la penosa necesidad de tener que comparar a las personas, todo con propósito meramente estratégico, un acto digno de fantoches e insensibles gentes del que me puedo afirmar como miembro, y, por qué no, amateur tirándole a ridículo profesional.
    Aquella tarde me encontraba en el húmedo Distrito Federal, y cuando digo húmedo me refiero a la inestabilidad climática, a mis manos sudorosas y a la chica que tenía enfrente en dicha ciudad. Era lesbiana, lo supe en el momento que se acercó a mi para ofrecerme algo de la barra de ese bar, un bar al que había llegado por recomendación y que me había emprendido a visitar, siempre con la intención de agradecer o maldecir al responsable. El lugar era pequeño pero agradable, bastante tranquilo para un martes, bastante desolado para ser el DF. La chica se había vuelto hacia mi desde el momento en que entramos al lugar, me acompañaba un amigo y a la chica no le importó poder coquetear. Era lesbiana y ya lo mencioné, me lo decía toda ella, toda su pinta de niña bonita y traviesa, toda la saliva que compartía con otra mujer cuando entré al bar, toda esa ola de pequeñas circunstancias que a nadie le importan y que a mi me gusta recordar. 
    So, me trae las dos cervezas y me agarra las bolas. Necesitaba algo tan romántico como eso para poder decir que fue un bonito día, para poder presumir que fui al pinche DF, otra vez, siendo ahora una buena manera de comenzar a ver a la ciudad, después de lo anterior, después de ya-sabes-qué-pinche-desmadre. Podríamos haber seguido ahí sin decir nada, brindar por una muestra moderna de cariño y seguir yendo al tocador a través de esa diminuta puerta tan ahuyenta regios, pero la hice volver con una ronda más. 
    Iban siete rondas y sus besos ya eran el análisis de mi martes. Al principio uno saborea la saliva como algo nuevo, tratando de asimilar la sorpresa del acto, lo que no se sabe, el gusto de encontrar siempre una diferencia mínima a pesar del alcohol. Después me refugié en la desmoralización de siempre: la comparación. Al principio era como volver a besar a Marlén, pero sin su enorme lengua, luego recordé el amargo y ácido sabor que me brindaban los besos de Cecilia, siempre con un toque agridulce de gomitas de supermercado y, como toque carismático, los smacks de Lizeth, quien se había empeñado a adornar cada beso francés con choques tronados para disimular sus labios delgados. Es un tanto desequilibrado como inquietante, así como es este dolor de hombros que me ocupa esta noche de mayo, pero el hecho de relatar un beso no se trata de la lesbiana ni de Marlén, ni de nadie, ni de mi. 
    Todo esto sucede cuando digo lo que no pasa, mis malas formas de ligar, mi acento norestense, mi ansiosa necesidad de tocar senos pequeños, mi terrible idea de querer aferrarme a un lugar que no pertenezco. Al final, ni supe su nombre ni su horario de trabajo, ni sus nalgas, ni su facebook, sólo supe que besaba un 45% Marlén, un 35% Cecilia, un abrumador 15% como Lizeth y un 5% como pinche lesbiana: manoseando demasiado mi pecho como queriendo sentir algo más.