miércoles, 28 de diciembre de 2011

Focus II


(Planicies).

Focus

No es necesario ver un calendario y revisar la hora para saber que uno es más viejo de lo que cree. Te lo digo yo, que recibo elogios de una juventud aún ocupante y comentarios llenos de la, muy nombrada, envidia de la buena. Sólo es necesario un paseo, yendo desde la sala de la casa de mis padres hasta el interior de mi recámara para analizar los años y visualizar los acontecimientos más significativos, los más memorables, y, por qué no, los que me tuvieron como protagonista voluntaria e involuntariamente. 

   La sensación de sentirte bajo el mismo techo es puramente hogareña, estar debajo de una planicie que te ha visto cientos de veces en las ocupaciones rutinarias y en las inverosímiles es el método más viable para medir el grado de vejez que se guarda en los zapatos, siendo necesario sólo un parpadeo, seguido de un fugaz movimiento de ojos hacia algún sitio específico del hogar para encontrarte con una razón de pensamiento, que llegue a enfocarnos sobre algún suceso base de aquél objeto o cosa.

   Mentiría si dijera que cada vez que entro a mi recámara pienso sobre la historia de cada objeto que ocupa mi cuarto, pero lo cierto es que a veces —no tan recurrentes pero si varias— pienso sobre la procedencia y el motivo por el cual compré u obtuve algo, y ya muy contadas ocasiones, analizo qué cosa se encontraba antes que llegara en la que ahora me ocupo. Recuerdo y sonrío, lo veo y trato de gozarlo una vez más, en un instante que llega y se guarda, para cuando necesite refrescarlo una vez más.

   Sólo para acordarme que alguna vez escribí esto.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Hablo con los ojos tapados

Dejé de mirar. Dejé de ver las cosas que me rodean, el ambiente que llamamos entorno y el horror de no saber que tengo delante de mi. He crecido alrededor de un mundo que no me termina de corresponder cada vez que trato de adaptarme e independizarme de mi pequeño círculo, cayendo una y otra vez en una resignación límbica que se vuelve cíclica en el transcurso de los horarios, como las palabras en el viento. 
Creo en tu tono de voz, pero, de igual manera, dependo de la subjetividad de tus letras y sus descripciones llenas de pureza, necesaria para sobrepasar estos días y estos saltos al aire, en una total oscuridad en la que sólo se lee tu nombre.

viernes, 23 de diciembre de 2011

El guión largo y las comillas son antiquísimas, lo de hoy es el hashtag #SantaMadresitaDeDios

sábado, 17 de diciembre de 2011

Un parpadeo que dure hasta que la luna llame

Entras en la puerta, una extraña puerta de madera mientras arrojas salvajemente el suéter que llevabas puesto. Te miro, con curiosidad y una sensación de querer saber que vendrá después, pero con un deseo de no querer llegar a descubrirlo del todo. Extrañamente aparezco en la cama, no sé como, pero mientras tanto, la forma en la que caminas ha hecho que la iluminación del cuarto se torne tenue y la sensualidad de tus caderas arrasa el momento justo en que digo tu nombre. La mente da vueltas y el ambiente es etéreo. El deseo entre nosotros es grandiosamente atrayente, nacen calores mientras observo tu figura, en un parpadeo que dura hasta que la luna llama.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Llamadas de diciembre

Recibí su llamada cuando el noticiero de Fernández estaba por comenzar, aproximadamente, y, rápidamente percibí un tono de alarma entre las balbuceantes palabras y los lapsos de silencio de su voz, cada vez más cortos. 
   Me daba mucha lastima cada vez que recibía sus llamadas, siempre trataban de lo mismo: Los problemas de salud de la tía Esther, cada vez más graves, y lo mal que iba nuestro equipo de futbol. Todo eso era la comunicación que el lograba —conmigo al menos.
   Cuando hubo terminado de decirme que estaba más aterrado que la última vez, comprendí entonces que tal vez era cierto, no sé cómo llegué a esa conclución, dado que Heriberto siempre fue el más pirado de la familia. Esa última vez que llamó (muy curiosamente a estas mismas horas), me había dicho que había visto de nuevo a la niña que se aparece en las escaleras de la vieja casa de su madre. Obviamente no le creí, como todas las anteriores veces que me había llamado.
  Heriberto jamás me volvió a llamar.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Güip

Cuando me limita todo suelo guardar la soledad y el eterno esperar que es lo único que, a veces, creo hacer bien...

Así empiezan mis lunes

Chale que mal.

Hoy me llamo "estanque"

    Llueve, no es ninguna novedad pero me gusta recalcarlo, como me gustaba hacerte recordar las paredes que marcabamos los jueves, esas que para cualquier otro individuo podrían ser simplemente el entorno del centro pero que, más bien, eran la prueba de la necesidad de escribir y contar unas cuantas palabras. 
    A veces no se por qué motivo me gusta mencionar tales o cuales vivencias, sé que la mayoría de esas te afectan y a mi también en cierto modo, pero es un defecto verdaderamente involuntario, como mis achaques de ansiedad generalizada o como el fuerte olor que dejó en la toalla de baño...
    No creo en la virgen, en las reuniones familiares ni en los señores morenos con dentadura excelsa, esos se hacen pasar por la juventud super en onda de hoy. Lo sé, soy antpático y no lo niego, hasta eso, lo afirmo con un movimiento de cabeza que te encamina a formarte una idea de lo aburrida que será tu estancia conmigo.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Cyrus

—Debo dejar de requrrir a ti.
—¿Por qué?
—Me presionas mucho, me tranquilizas pero me estás haciendo mucho daño, Cyrus.
—Tú no puedes vivir sin mi.  
—Lo sé, pero me voy a morir por tu culpa. 

jueves, 1 de diciembre de 2011

Jesus fucking Christ!

Hace tiempo que no me daba un tiempo para escuchar al viejo Lou.
Es extraño como un simple lapso de tiempo puede tomar el nombre de año(s), cómo el rostro parece verse un tanto diferente —en mi caso, más bien es el peinado
— y como las mismas secuencias funcionan de nuevo. 

   Hoy abrí los ojos y diciembre estaba en mi puerta diciéndome buenos días, con su regordeta figura y esa sonrisa implacable de siempre. No hay nada que explicar, no hay nada que extrañar, son sólo los días que como vienen se van y uno siempre sale perdiendo la carrera.
  
   Lou parece ser un buen acompañante desde que lo conocí y aquí estamos, como en los viejos buenos tiempos: tomando cerveza entre bocanadas y canciones que dicen más que la experiencia misma.



domingo, 27 de noviembre de 2011

sábado, 26 de noviembre de 2011

Mala ortografía

Entré jadeando al vagón del metro. Bajo la presión del humo en mis pulmones y el sonido del transporte colectivo, el cual anuncia su partida y próximo cierre de puertas, advirtiendo a más de uno el golpe inevitable. Llego hasta un lugar libre y me adueño momentáneamente. A escasos dos metros un sujeto escribía ansiosamente renglón tras renglón a lo que parecía, la misma frase una y otra vez. Al tiempo en que la singularidad de la acción me llama la atención, me di cuenta de que son varias las personas que ya lo han notado y, como yo, y se preguntan qué es lo que aquel tipo de barbas ralas anota tan precipitadamente. 
   Terminaba el sonido secuencial de aquel metro elevado y al fin, se cerraban las puertas, dando un entorno de alivio a los usuarios.
   Pude observar la peculiar gesticulación de cada persona que notaba el acto de nuestro ansioso amigo, cada uno con su propia y distinguida forma de expresar curiosidad ante aquella situación. Desde cejas bien arqueadas, suspiros burlones, narices ensanchadas y dientes prominentes hasta miradas de desprecio y movimientos con la cabeza llenos de negación. Todos y cada uno de ellos en un ambiente de hostilidad que ya apesta y que llega hasta el lugar más alejado de la escena. 
    Mientras me doy cuenta de que el libro que comencé a leer una noche antes se quedó en mi viejo buró de lámpara, me enfrasco en la tarea de tratar de descubrir —como los demás usuarios— lo que el hombre aquel escribe sin cesar. 
    De repente, otro hombre que se encontraba de pie a dos asientos de nuestro personaje comenzaba a parecer alterado, como si la ejecución de que el otro individuo escriba una y otra vez lo mismo demasiadas veces lo exasperara dramáticamente, a tal punto de molestarlo y orillarlo a mover los dedos de forma armónica y notoria. El segundo hombre parecía incrementar su malestar con el simple hecho de escuchar el sonido del bolígrafo haciendo rodar su rueda en el papel. Comenzaba a balancearse, empezaba a querer escapar de aquella trampa mortal que el ansioso primer hombre ponía una y otra vez. Y la gente lo notaba.
    El vagón llegaba a la segunda estación en el justo momento en que el segundo hombre observaba su reloj, marcando —si estuviese igual al mío— las 07:23 minutos en una no muy típica mañana de viernes. El hombre dejaba de ver su reloj y casi al instante volvía a acudir a el,  en una clara necesidad y porque no, piadosa petición de rapidez. Pero el tiempo jugaba y el primer hombre seguía, llenando ya la tercera hoja de su agenda personal. 
    El sonido aturdidor volvía a callar para dar por comienzo al recorrido hacia la tercera estación. Acto seguido una que otra persona se levantaba de su lugar, encaminándose hasta la puerta más cercana. En cuanto el primer sujeto seguía su tarea, otro hombre un tanto regordete choca con el desesperado tipo en un casual encuentro de transporte público, acompañado de un perdón a reacción, pero sucede algo que el gordo no intuye: El segundo hombre se proyecta bruscamente hacia él, impactándolo con el puño izquierdo sobre su carnosa y rosada mejilla derecha. El regordete se encontraba ya en el suelo ante la multitud que dirigía las miradas hacia el suelo y al hombre que se aproximaba de nuevo ya con el puño fuertemente apretado.
    Cuando el gordo asimilaba que recibiría una golpiza, el furioso hombre sentenció fuertemente:

    —¡Dile, sólo dile que no puede hacerlo! —gritó ante el asombro de la gente—. No puede hacerlo de esa manera.
    —No sé de qué me hablas —respondío el gordo.
   —Claro que lo sabes, todos lo sabemos y el también lo sabe muy bien —dijo señalando hasta donde se encontraba el primer hombre—. ¡No puede escribir de esa manera, no puede!
    —¡¿Cómo, cómo?! —prosiguió el gordo mientras rompía en llanto.
    —¡No se puede, no se debe! —dijo el segundo hombre.
    — ¿Cómo entonces? —preguntó el regordete con compasión sin saber nada de lo que el enfadado hombre le preguntaba.
    —Se escribe "Eso que ni que, güey", "¡Eso que ni que!" no "Eso k ni k".

    Y de pronto, se escuchó el sonido del transporte y las puertas se abrieron, a lo cual el furioso segundo hombre reaccionó en una huir del eterno desespero de la mala ortografía. 


    

Instante constante

Inevitable el sueño de suspenso,
el silencio debajo de la lengua
y mirar lo que nunca quise ver.

Inevitable la escena del comienzo,
afirmar que fuimos una tregua
y olvidarnos del momento aquel.

Inevitable el instante, el instante sumamente constante.

jueves, 24 de noviembre de 2011

De Artaud y los 24 de noviembre

Hoy recordé aquella carta que menciona Artaud en Le Pèse-Nerfs, la cual me dejó perplejo en el momento. No, ya no la comparto, pero suelo acordarme de su prosa en este día sólo por que es el cumpleaños de un amigo.


"Necesito a mi lado una mujer sencilla y equilibrada, y cuya alma agitada y oscura no alimentará continuamente mi desesperación. Los últimos tiempos te veía siempre con un sentimiento de temor e incomodidad. Sé muy bien que tus inquietudes por mí son a causa de tu amor, pero es tu alma enferma y mal formada como la mía la que exaspera esas inquietudes y te corrompe la sangre. No quiero seguir viviendo contigo bajo el miedo.
Agregaré que además necesito una mujer que sea mía exclusivamente, y que pueda encontrar en todo momento en mi casa. Estoy aturdido de soledad. Por la noche no puedo regresar a un cuarto solo sin tener a mi alcance ninguna de las comodidades de la vida. Me hace falta un hogar y lo necesito enseguida, y una mujer que se ocupe de mí permanentemente, incapaz como soy de ocuparme de nada, que se ocupe de mí hasta de los más insignificante. Una artista como tú tiene su vida y no puede hacer otra cosa. Todo lo que te digo es de una mezquindad atroz, pero es así. No es preciso siquiera que esa mujer sea hermosa, tampoco quiero que tenga una excesiva inteligencia, y menos aún que piense demasiado. Con que se apegue a mí es suficiente.
Pienso que sabrás reconocer la enorme franqueza con que te hablo y sabrás darme la siguiente prueba de tu inteligencia: comprender muy bien que todo lo que te digo no rebaja en nada la profunda ternura, y el indecible sentimiento de amor que te tengo y seguiré teniendo inalienablemente por ti, pero ese sentimiento no guarda ninguna relación con el devenir corriente de la vida. La vida es para vivírse. Son demasiadas las cosas que me unen a ti para que te pide que lo nuestro se rompa; sólo te pido que cambiemos nuestras relaciones, que cada uno se construya una vida diferente, pero que no nos desunirá más.

Segunda Carta Conyugal - Antonin Artaud

sábado, 19 de noviembre de 2011

¿Cuánto tiempo más llevará?

¿Qué es eso?
Eso que suena y que no suena cuando lo quiero escuchar. Esa especie de malentendido o deseo, simpleza o caos, que uno busca entre las palabras que anota una y otra vez en los papeles que se van amontonando. Ese entorno que a la larga uno suele reconocer como vida. Qué es y qué no es, es lo que parece quiero encontrar, sin saber en realidad, qué estoy buscando o qué significado quiero darle a todo este embrollo que me agobia, sin saber, a ciencia cierta, que esta angustia es a veces —la mayor parte del tiempo—  más sofocante pero no menos atormentadora de lo que a veces quisiera. No lo escucho y al mismo tiempo se podría decir que no lo quiero escuchar. Ésto es un limbo: un espacio donde estoy atado por un tiempo indefinido, un lapso que perdura y que, con el tiempo, dejará de existir, como yo. 






"Ni siquiera te entregás al viento, sin pensar por qué".

martes, 15 de noviembre de 2011

Póquer


Imagen No. 1

Hoy sólo quiero ver esa pintura de los perros jugando póquer e imaginar —como en los memorables días de mi infancia—, pensar detalladamente en la actitud de cada uno de ellos, identificar sus gustos, sus fobias, escuchar delicadamente la forma en que pronuncian su inglés —obvio—, oler el tabaco que fuman y, por qué no, aceptar jugar una ronda con todos ellos. Todo lo anterior después de sentarme en cada una de las sillas de la imagen No. 1.

Demasiadas tardes como esta

Hoy el clima esta desmesuradamente incomprensible. No es una época para que el viento enfurezca tan repentinamente —y menos hoy que estaba cargado de trabajo—, pero por precaución me quedé en casa y decidí escribirte algo. No es que esté perdiendo interés en ti, pero a veces creo que tu vida en esa ciudad ha cambiado demasiado, lo pienso sí, creo que esas jornadas rápidas hacen imperceptible la prisa que a mi me carcome cada vez que escucho sobre la metrópolis en donde ahora estás. De igual manera siempre me encuentro pensando en ti en los momentos más inverosímiles y no lo puedo negar, no puedo evitar sentir este doloroso amor por ti y me desahogo escribiendo centenares de palabras que se resumen en mi ascendente necesidad de tenerte, o más bien, al menos saber qué pasa contigo.
    No creo ir a la ciudad si no hasta febrero, que es cuando recibo nuevamente los honorarios del huerto, pero me gustaría quedarme al menos unos cuantos días y salir contigo, visitarte en el departamento que alquilaste y no sé, saber si aún sientes eso que a mi me está matando. 
    Ayer encontré unos cuantos versos que escribí antes de que saliéramos de la preparatoria, no sé por que aparecieron en una de las viejas mochilas de excursión de papá, pero me alegró verlas. Creo que nunca te dí nada y te lo conté hasta que salías con Mauro, pero hace tiempo ya de eso. Quiero dártelas, quiero leértelas primero y después obsequiártelas porque, si me quedo con ellas por otro tiempo más, serán las palabras que repetiré en esas tardes de locura irrevocable en la que me harás caer.
    No puedo creer en verdad, un año sin saber, leer o escuchar una parte de ti y sigo de pie. Extrañamente no puedo decir que la vida es así, que te deje ir si en verdad te amo, si en verdad me importas te dejaré ser libre, no puedo. No está en mí el decir todo eso porque estoy seguro de que un día vendrás, aunque aún falten demasiadas tardes como esta. 
El Flaco:
Anselmo Capistran

lunes, 14 de noviembre de 2011

No corro, no grito, no empujo


1
     Hoy escogí un lunes sin ansiedad, un alto detallado en el lapso entre el sonido de la alarma y el encendido de la lampara que está en el buró. No puedo decir que me controlo porque me mentiría más de lo normal, y —como siempre creo sensato—, es mejor dejarlo de lado. (¡Ring-ring-ring!). Apago la alarma y enciendo entonces la luz que me abraza para recibirme: iluminando y chocando contra mis pupilas en un "Sonríe un poco" y un centenar de palabras que se apoderan de mi mente y esperan, en la licuadora de ideas y momentos oportunos (o inoportunos también) que llevan por nombre lunes, y de los cuales, tu nombre es siempre el encabezado de todo el eterno contorno. 

2
     La idea parece llevar el nombre de "Tango Coqueto", en un son que parece nostálgico pero se vuelve seductor poco a poco. El infeliz hoy puede ser mi vecino o cualquier individuo que pueda señalar con el dedo, pero la letra de este tango no parece pueda afectarme hoy, digo, la alegría se ha despertado —al menos en este lapso—, ha despertado dejando de soñar con ese tango lloriqueante y se vuelve un casanova, un Don Juan del momento, un placer que ocurre dejando de pensar por un simple instante. 

3
     Ahora tengo a Miles entonando su último disco mientras doy tragos de agua que toman los sonidos de su trompeta como colores que ahora se atribuyen sabores. Sorbos  que tocan mis labios y pasan por mi garganta en pequeñisimas partículas que me hablan en un lenguaje de extraña risa y serenidad, todas ellas diciéndome que habrá sol afuera y no necesito más porquería —al menos por hoy— que la que se ve por doquier. Como un sueño húmedo de puberto imaginario que se autorregala el goce ante la necesidad de pieles y aventuras entrelazantes, siento la caricia del fluido que se impregna dentro del largo viaje y me manda señales en donde mi boca torcida comienzo a parecer un poco más convexa, un tanto más colorida de lo normal.

4
     "No corro, no grito, no empujo". Sólo voy a esperarte, como siempre.

     
     
    

viernes, 11 de noviembre de 2011

martes, 8 de noviembre de 2011

lunes, 7 de noviembre de 2011

Carta de despedida


A mí querido Joaquín:
    Todavía no puedo creer que haya pasado esta atrocidad. Me es difícil asimilarlo y metérmelo en la cabeza, además de tener que lidiar con una vida de carga ante el hecho. A decir verdad, siento como si fuese uno de esos borradores que escribíamos entre las clases de preparatoria, uno de esos en los que te encantaba morir de las maneras más inverosímiles, pero lastimosamente creo que es la realidad que, al fin de cuentas, superó todas esas historias de revueltas de juventud.
    Apenas sí me había llegado tu carta desde Guadalajara y aunque siempre pensé que no te quedarías en esa ciudad más del mes, jamás creí que fueras a irte por los motivos que ya sucedieron y la verdad es que me duele mucho. Es difícil, Joaquín, duele pensar que no te haya podido convencer  que te quedaras en el viejo departamento que dejó mi tía Blanca, te lo repetí tantas veces que tuve que aceptar tu negación y tu terquedad, como siempre. Aún no entiendo por qué tuviste que dirigirte hasta allá, Sofía no quería verte más y si alguien esperaba que lograras entenderlo ese era yo, Joaquín. Un divorcio tras veinticinco años de casados es sumamente duro, pero carajo, confiaba totalmente en ti.
     Recuerdo el momento en el que me invitaste a participar en tu pequeña revista, siempre que me acuerdo es de una manera muy vivaz, mejor recordada ahora que al día siguiente al que sucedió, creo que es como la  historia de mi vida en un diálogo de tres horas en la esquina de nuestro café favorito, acompañado con reminiscencias apenas visibles de seis o siete cigarrillos y una madrugada de alcohol.
     Vi la noticia en los telediarios esta mañana que regresé a Monterrey. Me desmayé  y lo primero que hice fue llamarle a Fonseca, el cual lo confirmó y me volvió a contar lo sucedido ya con más detalles y los procesos funerarios. Se me rompe el corazón en mil pedazos, Joaquín. El simple hecho de escribir estas palabras quiebra mi voz como cristales contra la acera, pero en verdad necesito hacerlo. Me pregunto tantas cosas, así como asimilo muchas más, pero sabías muy bien que siempre respeté tus decisiones por más locas y descabelladas que fueran―, que siempre te apoyé hasta el final y que fuiste más que un amigo para mí.
     A mediodía recibí la llamada de Sofía en la que me explicó que ella junto a tu hermana se encargarían de todo el proceso funerario y que, al fin de cuentas, llevarían tu cuerpo a tu Zacatecas querido (hacia donde ya me dirijo en autobús) para ser sepultado mañana temprano.
     Siempre he creído que tú y yo fuimos almas gemelas, más que carnales, dos cabrones que se entendían jodidamente bien y de los cuales, “era difícil saber de uno y no conocer del otro” según palabras de Fonseca. Como cualquier ser humano, cometimos el error irrevocable de enamorarnos de la misma mujer, de acostarnos con ella, de perdernos intensamente por ella, de dedicar cursi poesía para ella renunciando a la antipoesía que tanto añorábamos y elogiábamos cada noche, pero así pasó, mi querido Joaquín.
     Ella fue tuya durante veinticinco años, lo lograste. Con todo mi respeto y orgullo dirigido hacia ti acepté la derrota, pero te advertí que sí ella venía hacia mí no la iba a dejar ir. Tú lo hiciste, lentamente y casi sin darte cuenta. Ella comenzó a buscarme y yo siempre estuve ahí, esperándola desde que se fue contigo y ahora que la tengo no la soltaré jamás, ni siquiera para decirte adiós.
J.G.V.

Hace tiempo ya

...era cuaresma y, aunque ella no lo notara, mis pecados iban más allá que la simple palidez de su piel.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Mister Bungle y eso

―Si logras tolerar mi música me aguantarás toda la vida, cielo.
―Está cabrón.
―Sí, pero creo que es el único inconveniente.
―¿Mr. Bungle y eso? lo haré.
―Yo te amo.     
―Claro que me amas. 

lunes, 31 de octubre de 2011

Promesas sobre el bidet

 
 
Por favor no hagas promesas sobre el bidet.
Por favor no me abras más los sobres.
Por favor yo te prometo te esperaré
si es que paro de correr.
Por favor sigue la sombra de mi bebé.
Por favor no bebas más, no llores.
Por favor yo te prometo te esperaré
si es que para de llover.

¿Por qué me tratas tan bien,
me tratas tan mal?
¿Sabés que no aprendí a vivir?
A veces estoy tan bien,
estoy tan down.
Calambres en el alma.
Cada cual tiene un trip en el bocho
difícil que lleguemos a ponernos
de acuerdo. 

martes, 25 de octubre de 2011

Hoy parece jueves

      Hoy parece jueves ―aunque huele a sábado―, pero resulta que hoy es martes. Sí, lamentablemente y digo que es una lastima que hoy sea martes porque todo parece indicar que si fuese jueves, todo sería muchísimo mejor.
      Cada jueves hago intencionalmente mi café un poco más amargo. Lo hago porque es uno de mis días más pesados (dado que me la paso en el huerto pizcando naranjas y termino yendo al río a pensar y escribir un tanto).  Sí, lo repito, si hoy fuese jueves el día sería perfecto; amaneció nublado, el cielo parece pintar un gris estacionario excelso para una jornada en el huerto. Qué más puedo pedir, si a caso solamente saber de ti. 
      Hace siete meses que no me escribes. He esperado con una perseverancia milenaria cada día, pero ni una pista de ti ni de tus latidos que admito, son el motor de los míos. Sé que la vida en la ciudad es muy rápida y agotadora, y me cansa cada que voy a comprar libros de poesía francesa y a recibir las recaudaciones grandes del huerto. Voy cada tres meses y ya ves. Pero ninguna carta, sólo la que me llegó de tu hermana, diciéndome que ya habías conseguido un departamento pequeño y firmado el contrato con la compañía responsable de tu mudanza hasta allá. 
      No he dejado de escribirte ninguno de éstos días y lo guardo todo para cuando decidas contestarme. Sólo espero tu respuesta así como he esperado por ti toda la vida. 

El Flaco:
Anselmo Capistran

domingo, 23 de octubre de 2011

Entiende que tu tragedia siempre será una comedia, sweetheart.


Duermes

Sé muy bien que estás dormida:
1) Porque callas.
2)Porque clamas por una amplia contemplación absoluta.
3)Porque llenas de goce:
a)En el cerrar de tus parpados.
b)Por los pacíficos hombros que te cargas:
ba)detrás el cubrimiento lácteo de la noche.
bb)bajo la espera circundante que te abraza y te mantiene. 

Sé muy bien que estoy despierto:
1)Por el temblor de mi ojo derecho:
a)Sólo ausente en el subconsciente.
2)Por el cigarro que termina.
3)Por todos los lunares que llevo contándote:
a)Amaneceres encontrados:
aa)El verbo de tu piel.

sábado, 22 de octubre de 2011

Abel Fernando Dormal

      Hola:

     Llevo diecisiete días observándote
     Pedro fue quién me habló de ti un día mientras almorzábamos en el parque en el que ahora siempre estás. Recuerdo que cuando terminó su sandwich comenzó a hablar acerca de un tipo viejo y raro, un hombre que siempre llegaba puntual a las once de la mañana a sentarse en la misma banca. 
     Cuando le pregunté porque me contaba eso supe que no me lo iba a explicar sino que quería que yo viera al hombre con mis propios ojos, sólo aclaro que se trataba de un viejo escritor que ya no escribía. 
     Al día siguiente llegué, te vi sentado en la banca que Pedro me había dicho y me pareció particularmente horripilante verte ahí. Te confieso que lloré y sentí ganas de golpearte, quería estrangularte en ese preciso momento, pero me retracté. No sé a ciencia cierta por qué apareciste de nuevo acá y que rayos te ha pasado porque te ves terriblemente mal. Lo último que supe de ti fue que te encontrabas en Bruges según tu última postal― y lo habíamos aceptado y asimilado muy bien. No tenía caso seguir esperándote, papá, y tanto como Facu y yo nos habíamos hecho a la idea de que ésto no podría ser mejor. Hasta mamá lo asimiló y después se encontró con Mario Escalante, el viejo poeta al que le facilitaste su estancia en México. 
    Llevo diecisiete días observándote y no sé que hacer. 
    Aquí todavía te buscan las autoridades, no tenías porque regresar y sin embargo aquí estás, en la misma ciudad y en la misma plaza en la que comenzaste a recitar poemas en tus días de gloria. He pasado cerca de ti y tu libreta siempre está en blanco, me es muy triste y desesperante verte así, papá. No sé que hacer y no sé que pensar.
      Sé que sabes que escribo en mis tiempos libres, sé que por algo estás aquí, pero no sé qué pensar al verte en ese estado tranquilidad tan extraña en ti, ¿estás cansado, que le pasó a aquel poeta enérgico y lleno de vigor que siempre tenía algo que escribir y algo que contar?
      Toda mi prosa esta llena de tus vivencias y ahora estás así. Tú no eres el Abel que recreo en mis cuentos ni tampoco el Abel que mató a mi abuelo. 


Irene Dormal -Saenz

jueves, 20 de octubre de 2011

Dio come ti amo

 
Dio come ti amo.
Nel cielo passano le nuvole
che vanno verso il mare,
sembrano fazzoletti bianchi
che salutano il nostro amore.
Dio, come ti amo
non è possibile
avere fra le braccia
tanta felicità
baciare le tue labbra
che odorano di vento
noi due innamorati
come nessuno al mondo
Dio, come ti amo
mi vien da piangere
in tutta la mia vita
non ho provato mai
un bene così caro
un bene così vero
chi può fermare il fiume
che corre verso il mare
le rondini nel cielo
che vanno verso il sole
chi può cambiar l'amore
l'amore mio per te
Dio, come ti amo
Dio, come ti amo
un bene così caro
un bene così vero
chi può fermare il fiume
che corre verso il mare
le rondini nel cielo
che vanno verso il sole
chi può cambiar l'amore
l'amore mio per te
Dio, come ti amo
Dio, come ti amo

lunes, 17 de octubre de 2011

Verde firme

Falta un cierto tiempo para 
volvernos a encontrar,
y reafirmar un amor cierto,
que no se hace más 
que incrementar.

Perseverancia a la
distancia.

Tranquilidad en la
estancia.

Paciencia en la
insistencia. 


No hay amor 
si no hay
dolencia.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Admisiones en el diván

Admito que miento
cuando hablo de mi,
de mi bienestar.
Admito que miento
para hacerte sonrerir,
en las noches,
que preguntas por mi
buscando la paz.

Te digo que que todo va
en un singular manera
de pasar los días,
mientras el día no
pasa sino con angustia
y canciones tristes
que me acercan,
que me alejan,
todo en un mar
de respuestas muertas,
que flotan, que callan.

Admito que miento
cuando hablo de mi,
de la prosa que carcome,
del arido del sueño
en el que vivo
y de la ansiedad que
cubro con un libro.

Olvido decirte que muero,
que sufro en silencios,
que soy dependiente
de nicotina y smog
para tratar de sonrerir,
que te busco en parques
y vitrinas grandes
en donde jamás has estado.

Admito que miento
todas las noches,
en la gravedad de
mis ataques,
en la caída que
te oculto.




viernes, 7 de octubre de 2011

Parlantes

      Estaba sentado para comenzar a escribir el nuevo capitulo de mi novela en curso, pero La Ceci y sus senos aún sensibles aparecieron frente a mi, en un tenue abrir y cerrar de ojos que se transformó en la noche ambulante.

Leonardo Barajas

martes, 4 de octubre de 2011

Aún se llama Sonia

      «Así comienzan mis otoños… así comienzan mis octubres.» Esas fueron las palabras exactas que salieron de la boca de Sonia el primer día que la vi en el trabajo. Se notaba muy decaída y solitaria en aquel entonces, aún la recuerdo como si hubiera sido antes del almuerzo.

      Es ya muy diferente, no logro explicarme como esa chica tímida que entró a trabajar en aquel otoño pudo cambiar de una forma tan exorbitante. Más bien, no logro quitarme esta culpa de cómo la eché a perder ―cosa que ella ve diferente― de esta manera. 

      Al principio poseía una delicadeza sencilla, un tanto torpe y también algo apática, pero entre los cristales de sus gafas y el fondo de su mirada, se podía observar una esperanza de vida de la que me enamoré al instante. Fue entonces cuando decidí acercarme a ella y saber cómo podría meterme en su introvertido mundo, un mundo tan alejado del que por entonces no conocía. 

      Un miércoles me enteré de que Charly, mi jefe directo, tendría su fiesta de cumpleaños sorpresa con los compañeros de la oficina el próximo viernes, así que fue el pretexto de acercarme a Sonia y pedirle que me acompañara y así mismo, conocer un poco más al resto de los compañeros. No tenía nada que perder y me acerqué esa misma tarde hasta su cubículo.

      ―Hola, Sonia, ¿verdad?
      ―Sí, Sonia. Hola, tú eres Pedro, el de servicio al cliente.
      ―Sí, mucho gusto. Oye, acabas de entrar y el viernes le daremos una fiesta sorpresa al Charly. Deberías de acompañarnos y conocer al resto del equipo sin el estrés de la jornada.
      ―Pues… ―dijo cabizbaja mientras acomodaba un montón de papeles en una carpeta―. Está bien, sí, no tengo planes.
      ―Genial, entonces el viernes nos vamos al lugar, te llevo en mi coche.
      ―Está bien.

      Admito que aquella plática fue como remontarse a los tiempos de la secundaria, pero había pasado la prueba y tendría una especie de cita con ella, la aún desconocida “nueva chica de diseño”.

      Al fin el tan esperado viernes llego y después del trabajo, me encontré con Sonia para dirigirnos hacia la mentada fiesta sorpresa del idiota de Charly Palacios. Todo pintaba muy parecido a la fiesta anterior, un anfitrión tan tristemente sorprendido para después emborracharse y contar sus aun incógnitas de divorcio, baile y arrimón entre los chicos de la oficina y una barra de licores que era lo único digno para pararse en aquel lugar.
      Sonia no sabía beber, me di cuenta cuando después del whisky que le llevé como primer trago, había adquirido tragos de tequila y ron, lo cual la estaba emborrachando rápidamente. Fue entonces cuando tuve una idea genial (en ese instante), una idea que tenía presente desde la preparatoria pero que nunca había podido hacer, ya fuera por negación de la chica en la cama o porque nunca lo había logrado ver tan accesible y fácil de conseguir.

      ―Oye, Pedro ―me dijo vacilando un poco, como dudando si ese fuera mi nombre ―¿me podrías traer uno de esos que están preparando con jugo de naranja? ―terminó diciendo mientras señalaba la barra de las bebidas donde Ernesto y Felipe sonreían y bromeaban bajo las luces de la pista de baile.
      ―¿Un desarmador?
      ― Sí, eso.
      ― Enseguida.

      Me dirigí entonces hasta mesa en donde Felipe y Ernesto bebían y bromeaban, alejados de los bailadores y de los que fajaban en los alrededores del lugar. Les dije sin pensar lo que tramaba, sin tabúes acerca de lo que me estaba carcomiendo de pies a cabeza y de lo que ellos podrían ser parte si así lo deseaban.
      Hablé claro y con la cara seria, a lo que ellos reaccionaron con una mirada de sospecha y después, con una cara de perversidad que fue en el mismo tono de mis reflejos en el espejo durante la preparatoria.

      Con varias botellas de alcohol y con Sonia entre los brazos, nos dirigimos hasta mi coche y conduje hasta mi antiguo departamento. Sonia reía y bebía directamente de la botella de vodka en cuanto Felipe jugaba con sus senos y Ernesto acariciaba su entrepierna. El coche apestaba a alcohol y al fuerte olor que se despedía de la vagina de Sonia, donde los dedos de Ernesto ya jugaban con su clítoris.
      La escena era como la planeaba, era tal como la había visto en aquella película VHS que tomé del ropero de mi tío Abel, así iniciaba Caras negras, vergas rojas y vaya que era memorable recrear todo aquello.
      Faltaban dos semáforos más para llegar a mi departamento y no había podido resistir masturbarme mientras los veía por el retrovisor, el cual tenía como fondo las luces de las calles que corrían y dejaban paso a otras más rápidas.


      Ya en mi departamento le pedí a Ernesto y a Felipe que usaran unan medias negras en la cabeza, lo cual no negaron ante la insistencia animal que clamaba Sonia, quien gritaba por más, mientras arañaba mi sofá y apretaba los dientes hasta rechinar.
      Arrastré mi sillón en el que me sentaba a leer y lo puse ante la escena ―la cual ya se engrandecía con Ford Mustang de Serge Gainsbourg como soundtrack―, para proceder a masturbarme observando como Ernesto se follaba a Sonia por el culo y Felipe arrasaba con la cabeza en un oral sublime, mientras imaginaba como un sujeto se los enculaba a cada uno y el acto se alargaba, y yo filmaba todo con mi pene, que poseía el mejor lente visual-sexual que podría existir.

      Al terminar el acto y observar a Sonia dormida en el sillón, tirada, como un objeto y usada hasta no funcionar más, me di cuenta tristemente de que todo se había salido de control. Ya no lucía como la tímida y seria chica nueva de la oficina, sino como una de esas guarras irlandesas que encuentras en las tabernas de Dublín.
      Después de terminar la llevé a mi auto a que durmiera y despertó desconcertada, a lo cual quise fingir una situación contraria pero ella sabía, recordaba la noche y me pedía por más, clamaba por más de eso que se había perdido en toda su miserable vida y sentí como había creado un monstruo en unas cuantas horas de lujuria.

      Y así ella cambió, dejó de ser la chica de la que pensé haberme enamorado y se convirtió en la ninfómana que ahora es mi jefa, la cual me reprocha no seguir jugando con ella, pero que a la vez agradece por sacarla de ese abismo en el que yacía.

      ―A ver si dejas de seguir pensando, Pedro ―me dice cada que me ve distraído y recordando aquella noche―. Mueve el culo si no quieres que te ponga guardia el sábado con el joto de Ernesto.

      Es extraño, todo eso que llegué a hacer después de sentir amor. No he podido tenerlo una vez más y no sé si en verdad quisiera volver a sentirlo.
      Si hay algo que recuerdo ―más que otra cosa de esa noche―, es que mi cuerpo no sintió asco ante aquella escena nauseabunda después del sexo, sólo volvió a sentir lentamente que la sangre se helaba al perderse el poco alcohol que había consumido.