viernes, 12 de diciembre de 2014

Touching

    Hubo un momento en el que después de haber bebido unas cuantas cervezas en el hotel decidimos salir a algún bar. Creo que no habíamos decidido ir a algún bar sino a uno en especial y eso era lo divertido del asunto. La ciudad nos había recibido con un bonito día nublado que se tornaba en una tarde lluviosa y no fue impedimento para empezar a beber, eso lo recuerdo. Era gracioso que se detuvieran a comprar cerveza a las alturas de la Alameda a plenas cuatro de la tarde, y no sólo decir cerveza, tenían que ser dos cartones para encaminarnos de nuevo hasta la habitación del Virreyes.
    Era viernes y había una de las primeras manifestaciones, si mal no recuerdo, por lo de Ayotzinapa. Nos dirigíamos rumbo al hotel y la lluvia repentina del DF nos impactó corriendo con botellas de vidrio llenas de cerveza por todo Artículo 123 hacia el Eje: pinches pendejos. No había para más, el momento era ese y en cuanto a alternativas sólo había una y era seguir. Creo que paramos varias veces y aseguré mi camino sólo parando para voltear a verte, a asegurarme que estuvieras lo suficientemente cerca de nosotros como para que todo estuviese igual y pudiésemos continuar con el día.
    La siguiente escena es después de la llegada a la habitación: Entramos y empezamos  desprendernos de nuestras ropas. Entro en acción buscando el mejor lugar para la cerveza y amoldando el bote de la basura con una bolsa nueva para convertirlo en hielera, noto el panorama en el que, con los lentes mojados, observo la vista de tenerlos ahí frente a mí, húmedos y expectantes de una tranquilidad a la cual ya hemos entrado y la cual me preparaba a brindarles. La tarde parecía ser otra más de esas conocidas rutinas capitalinas en las que me encuentro en algún lugar alto y la lluvia se presenta fuera de si por un tiempo prolongado. Había pláticas al azar y un carisma de enajenación con pizcas de buena percepción de ambiente, un comienzo en el que nos precipitábamos a pasarla aparentemente bien y donde expandíamos la tarde amena.
    Más tarde la noche nos alcanzaba y la tranquilidad y el silencio de la recámara era ya monótono. Había que salir a las calles, pisotear charcos y amargar un poco el buen sabor de boca con un poco de tabaco, era momento de recorrer el centro. Poco tardamos en llegar al bar en cuestión, estaba decidido que nos encontraríamos ahí y que, sin importar los prejuicios pendejos, bailaríamos por algunas horas en la noche y así fue. Hubo un momento en el que después de haber bebido unas cuántas cervezas decidimos seguir en el baile, de un lugar a otro y con una cartera todavía llena, encontrándonos con apretones de nalgas y algunos fajes inesperados con el alcohol como la excusa. Y la noche.

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