martes, 21 de octubre de 2014

Clorfenamina compuesta

    Hace algunos minutos que me he percatado de la noche. Como en pocas ocasiones en lo que puedo destacar de los días, me agrada sorprenderme torpemente de lo repentino. Así de la nada, por algo tan natural como la perdida de la luz solar diaria, al punto de emitir una risa de ironía mientras mi mente, fluía por entre el sonido de la lluvia caer: una sonrisa de pendejo pintada y después el séquito de vacío con el que suelo acompañar las mismas noches.
    No hay ruido en la habitación y la luz artificial de sesenta watts apenas si logra alumbrar mis manos por encima de mi pecho, dejando semi descubierto el tacto de lo que a medias deduzco, un recuerdo incompleto por la efectividad del alcohol de aquella ocasión. Apenas si me acuerdo y no hay mucho qué destacar del momento y me lo digo ahora, sin saber por qué portar una gorra para el frío en mi habitación es una novedad y que, al instante mismo de querer emprender un tiempo de calma, la calma misma no tiene un fundamento necesario para empezarse.
    Sin más qué renegar, logro recordar la noche anterior. Había decidido dejar la lámpara encendida para no poder dormir, una condición que por simple que fuese me mantendría dando vueltas bajo las cobijas por al menos unas horas. Creo que funcionó pero no con el tiempo estimado dado que hoy me he despertado temprano. Pero, ¿de qué era todo aquello de lo que quería reflexionar?
    Por enésima vez, me recalco que ha pasado una semana desde que llegué a la ciudad, precisamente esta noche. Como cada que vuelvo a casa de mis padres, me pregunto sobre el ruido suburbano que embarra al vecindario y si algún día lo podré olvidar, sobre la brusquedad monótona de los días y el siempre reprimido intento de querer estallar para no volver a entrar de nuevo por esa ridícula puerta, todo a la par en la que me dejo caer sobre el sillón de la sala de estar para confortarme entre lo fácil y lo que está allí sin que algún valor moral me tenga alarmado. Contrariedad justa de la ingenuidad que vengo manejando.
    Aún tengo el olor a neumático usado del metro de la ciudad habitando en mi nariz. Logro descifrar el preámbulo estomacal que conlleva volver a rondar estaciones como Jamaica o Merced y sé que, dentro del vagón, he estado tan a salvo de mí mismo y la incertidumbre abierta de que el simple pensamiento que ahora transcribo no es más que un segundo de insensatez que brotó por inercia.
    Y de nuevo el sonido de la lluvia topando la azotea de mi recámara al tiempo en el que me creo pensando, transmitiendo el mensaje que he obtenido gracias a la luz de la lámpara encendida y un montón de despertares y dormitadas a inconsciencia, todo un racimo de ideas y pensamientos que se han esfumado sin pesares al levantarme el día de hoy.  





    

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