lunes, 7 de enero de 2019

Oriente


    Algunos ayeres ya, me percaté que gran parte de mi tiempo el cual corresponde al momento justo del atardecer lo he vivido desapercibido, encerrado o simplemente distraído y escribí al respecto. Hoy, como balde de agua fría que estalla al proyectar y cala hasta los huesos, me he dado cuenta que en los amaneceres sucede algo similar.
    Hace casi tres meses que me fui de casa de mis padres, más al oriente de la ciudad. Al estar más alejado del área metropolitana, tengo que despertar más temprano para ir a mi trabajo. Así mismo, mi momento para tomar un gran café negro es, precisamente, al momento del amanecer mientras conduzco. Día a día al manejar hacia el poniente, la ciudad se va iluminando lentamente con rojos trazos invernales que hacen dirigir mi mirada al retrovisor al ir avanzando entre el apretujado camino. Estas remiradas suelen ser instantes, instantes cortos que no pueden convertirse en segundos si no deseo proyectar mi vehículo con el más próximo frente a mí: melancolía.
    ¿Es esto la existencia procedente a la esencia o, más bien, la no-existencia procedente a la artificial esencia?, una nula libertad de poder gozar el presenciar la dicha esencia de la naturaleza misma al amanecer. He capturado imágenes fotográficas que no representan con exactitud ni el más mínimo vívido color que arriba sucede; he observado el retrovisor durante cada momento de pausa en el pesado tráfico matinal y no logro gozarlo, no de la manera en que debería o en la que los demás se jactan de obtener.
    ¿Y de qué manera debería de percibirlo? Es decir, sucederá algo maravilloso al revelarle a mis ojos tan bello suceso de extrema relevancia en mis últimos meses o, simplemente, se trata de un filtro más, un contenido oculto más que mi mente se empeña en descargar a la brevedad posible para encajar con lo que no necesita ser más complejo. Ansiedad.