domingo, 28 de septiembre de 2014

Fauces

    Ha llegado el otoño esta semana y me acabo de dar cuenta. Entre las lluvias insistentes que nos orillan a pasar de largo, he dejado de lado también el recuerdo del año que ha pasado hasta el día de hoy. Qué tanto pudo haber cambiado, si entre el silencio que guardo y la triste imagen de aquel domingo, aún dirijo la vista hacia al cielo con el mismo ángulo de siempre: entrebuscando la perdida y queriendo saber qué pasó sin tener que empezar a dar el largo rodeo una vez más. Ha llegado el otoño y sólo recuerdo un dibujo anticipado del sábado anterior en donde, un árbol viejo y seco, se despide de sus pocas hojas y yo soy el reflejo de aquel vacío, todo a la par mientras miraba con recelo la hora en curso y, nuestro árbol en cuestión, cargaba la penitencia de la metáfora del adiós, una metáfora básica y horrible. Cómo notar un cambio de estación cuando se trata de mantener la cabeza ocupada, dejando apenas pequeños descansos para una torpe fotografía, una canción al azar, para un instante de soledad prescrita en la que tomo el mando de un rito descarado y ya agendado, un hecho en el que no olvido y simplemente lo dejo de lado entre ese montón de situaciones que importan y se van yendo también al meritito carajo. 
    Hoy, como en uno de esos antiguos domingos, despierto entre el desasosiego de saber que es tarde, con el creciente pensamiento donde la ocasión de haber bebido casi amerita perder el día entero en nada es ya casi un hecho. Pasa el tiempo como paso los coches que se quedan detrás de mi en ese trayecto matutino del regreso a casa, la idea de anoche era una pausa corta y en el ahora, en el instante mismo en que aún recuerdo ese nombre, me hace querer llegar sólo para dormir. Noto el fresco de la mañana, el verdadero fresco que otorga una mañana gris y silenciosa del otoño y me dejo exprimir uno a uno los ecos, todos esos ecos de desdicha inmune que aparecen tras la rápida velocidad durante el camino, en una lluvia de imágenes apenas distintivas una de la otra, con esos rebotes de algo dicho: un nombre, un recuerdo, un algo que queda y que se recalca cada que el frío se deja sentir. 

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