miércoles, 17 de diciembre de 2014

Del parque

I

    He despertado tras escuchar el ruido que ocasionan los vecinos ya entrada la mañana. Parece ser que el mundo exterior ha entrado en operaciones mientras nosotros, enajenados de la situación aparente, nos encontramos aún bajo un montón de cobijas. Los rayos del sol logran colarse por entre el tenue tono de las cortinas, alcanzando a llegar base a breves estirones hasta los principios de mi cara. Apenas reacciono y te observo dormida, acurrucada todavía con la posición en la que quedaste anoche, mientras me pedías que bajara el volumen del televisor y me hablabas de lo que podríamos hacer al siguiente día. Noto una respiración intranquila, en cuanto quedo en silencio y enfoco mi vista hacia tus movimientos me hago a la idea de que no tardarás en despertar. Después, en el tiempo en el que logro encender el televisor tras estirar mi cuerpo cuidadosamente para no despertarte, opto por dirigirme hacia el baño usando el par de pantuflas que has comprado el día de ayer, recuerdo que las necesito al instante en que recreo esa extraña sensación que se presenta al pisar el suelo helado de tu casa y concuerdo en que has hecho bien en comprarlas. El cuarto de baño me encierra y me aísla de ti a escasos dos metros de distancia, dándome a entender una vez más ese feeling de irme y saber que nunca hemos estado juntos del todo. Sin embargo, luego de haber cepillado mis dientes y regresar hasta la sala de la casa, te he vuelto a ver allí, sin una mínima pizca de conciencia que oscile en el panorama. Parece ser que son ya las diez de la mañana y es lo único que me parece importar en el momento, aunado a la sencilla necesidad de acercarme a tu cuerpo y tomar uno de tus senos por entre mis manos. El ambiente parece ser acogedor mientras vuelvo a notar el pasar de los transeúntes retrasados hacia la labor, me desligo al momento y regreso al suave tacto de tu cuerpo a la par del calor y los movimientos que empiezas a dar a reacción. Encuentro el control remoto bajo mis piernas y cambio el canal hasta encontrar el de las absurdas noticias que no tienen qué ver con nada en el mundo.

II


    Esta es una de las últimas vistas que tengo del parque y es asquerosa. No es necesario voltear a ver a más de cuatro metros para darme cuenta de que la gente puerca habita en cualquier lugar y ahora poco importa, aunque, tras notar el paso de más de dos ardillas me hace arrepentirme un poco de lo recién dicho. En esta vista del parque nos encontramos atravesándolo rumbo a la parada del transporte, con ese camino recurrente que hacemos para dirigirnos hacia las típicas calles del centro y hablamos de tus estudios y de la poca ambición que presento hacia el territorio laboral. Te escucho palabra tras palabra, como de costumbre, repasando esa lista de frases que vas acomodando en el momento en el que recalco la imagen de tu rostro observándome para notar mis reacciones: una plática amena y un camino lleno de basura y perros amaestrados. Habría de imaginar lo que pasaría después de eso, el bochorno que traería manejar ese ocio insistente en una quietud que nunca me ha dado nada más que reproches, podría haberlo intuido y, en todo caso, mi intuición jamás ha sido un buen presagio. El momento entre un frío todavía húmedo, un mediodía de fiestas decembrinas y el paisaje de un parque lleno de basura y vagabundos poco podría importar el día de mañana, y tal vez, me precipito a pensar en un quiebre cuando en el justo momento en que mi pesimista manera de pensar elige siempre lo peor ante cualquier circunstancia. Repito y me vuelvo, esta es una de las últimas vistas que tengo y para este momento ya nos encontramos bajando del microbús. ¿Cómo decirte toda esta especie de recapitulación? ¿Sería necesario sentarnos en una banca y hablarlo? ¿Podría funcionar mientras entramos a alguna librería o mientras te invito algún café? Es una tontería y ninguna es todas las disculpas. Bastaría tal vez con alejar mi vista del bullicio del que acabamos de salir mientras observamos sentados y tomados de la mano, escuchando la melancolía del organillero mezclada con las voces que chocan y nos embarran de desdicha. Es fácil imaginarlo y es bastante torpe el recrearlo, y mientras tanto te hablo de lo bien que la hemos pasado y algunos datos sinsentido de los cuales estamos totalmente acostumbrados. Poco a poco el sol va cayendo y nos hemos alejado con el del centro de la ciudad. Una vez más llegamos a una de esas zonas populares de la ciudad con gente pomposa y circulamos por entre los altos árboles y el ambiente abrazador de diciembre. Toco tu cabello a cada momento y es ahora ya en el café donde nos encontramos frente a frente, en un duelo de silencios y ojeras remarcadas que nos alejan cada vez más del acuerdo. No puedo evitar sonreír con esta brusca mueca, lo hago por educación y por la familia de la mesa de a lado que se abraza y se ríe por la alegoría de reencontrarse. Yo, por otro lado, bajo la mirada y saco mi cuaderno de bolsillo para leer algunos puntos que tengo que decirte y te noto con la vista perdida hacia la calle. Regresas y a veces me sonríes también, sin importarte del todo mí anuncio de tres carraspeadas de garganta y un silencio más que se transforma en ridículos tragos al café cada vez más inoportunos. Estamos ya fuera del lugar y fuera de las intenciones, ya dentro de tu casa y con esa sensación que viene cuando sé que no tengo qué ver con nada de todo esto. 

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