lunes, 24 de noviembre de 2014

Palabras incomprendidas

    Quisiera saber qué es lo que viene después.
    Tener idea de lo que procede a lo que ya he creado es ahora una incógnita. Lo pienso ligeramente, mientras trato de encontrar un razonamiento simple y lógico y ya comienzo a darle demasiadas vueltas al asunto. Podría hacer una pausa, reparar en la última de las posibles tangentes que inserviblemente he creado o tomar una al azar: parar en seco y desenvolver el papel arrugado que ahora porto en mi bolsillo. Parar en seco y desenvolver el papel arrugado que ahora porto en mi bolsillo e ir tras el pasillo común en donde te encuentras y de donde he dado tantos rodeos. Lo pienso ligeramente, mientras trato de encontrar un razonamiento simple y lógico y ya comienzo a darle demasiadas vueltas al asunto. Lo repito justo ahora, al tiempo en el que pienso no hay moros en la costa y el mismo instante en que percibo que todos alrededor son moros y sólo quedamos nosotros dos. Me  descubro actor de un relato lleno de calamidades y comienzo a flaquear. Podría hacer una pausa, reparar en la última de las posibles tangentes que inserviblemente he creado o tomar una al azar: tener idea de lo que procede a lo que ya he creado es ahora una incógnita e ir tras el pasillo común en donde te encuentras y de donde he dado tantos rodeos es ya casi imposible. Quisiera saber qué es lo que viene después.
    He regresado al lugar del comienzo y no sé qué es lo que ha pasado.  Trato de observar el resumen de imágenes que fluyen por mi cabeza, enfundado en un traje de síntesis y confort aislado en el que me refugio y critico a reacción. Con la cabeza gacha y un carrete de visualizaciones entrecortadas y preguntas rebuscadas, recreo una a una las contrariedades que me han traído de nuevo hasta aquí. Obtengo nada más que infortunio y el desglose de malos resultados base a torpes decisiones en un tiempo tan corto para tanta estupidez. Habrá un comienzo nuevo más tarde y sin duda se repetirá sin mucha diferencia. Sin embargo, hay algo más que no cabe entre la viscosidad de mi saliva y el sonido de mi voz que haga fundirse como una palabra de valor, un entendimiento nulo y bruto que se produce entre los descalabros y el sudor frío que tengo ya bajo la nuca. Es una idea repetitiva, un constante emprendimiento de la condena humana que me ha nublado de nuevo la visión.
    Quisiera saber qué es lo que viene después. Tener idea de lo que procede a lo que ya he creado es ahora una incógnita distinta a la anterior que ya había formulado. Podría hacer de nuevo una pausa, descartar la última de las posibles tangentes que he cagado y tomar otra al azar.





jueves, 13 de noviembre de 2014

13 de noviembre

I

    Hace algunos años tuve una obsesión por el trece de noviembre. Busqué entre las entradas viejas de este blog y no encontré ninguna que hiciera referencia a ello y me extrañó un poco. Cuando digo que tuve una obsesión me refiero a que sobre valoraba la fecha, el significado faltante de un objeto significante que trataba de darle a un día al azar en el mes que, supuestamente, tengo como preferido. Hasta la fecha, entre el recuento del comienzo a tal elección y fallida conmemoración, me veo en el día detenido unos instantes por el recuerdo, el hecho de haber elegido en aquella remota ocasión un día para tener como especial, siempre sorprendido en cualquier acción menos en lo que quisiera estar haciendo. Es extraño el lapso en el que paras y comienzas a reflexionar sobre los hechos, el año y los días que ni siquiera por montones parecen ser lo suficiente para sentir que ya ha pasado tanto tiempo. ¿Tanto tiempo de qué? A primera impresión, lo subjetivo nos traiciona y nos lleva a diversas ideas y bochornosas imágenes, elecciones que se salen precisamente de eso y se deslindan de un resultado coherente, trayendo un golpe bruto del cual no tenemos control en lo absoluto. Entonces, decir que noviembre es mi mes favorito porque comienza verdaderamente a hacer frío sin la necesidad de lluvia no es una razón suficiente para elegirlo como el mejor de todos, pero persisto. Y, sin embargo, el ritual y el significado de saborear mandarinas y naranjas, cítricos que en el pensamiento banal de la salud consumo en exceso; lecturas concretas que guardo para ocasiones de buen enfoque y el extraño placer entre el tacto de la piel seca que se produce con el viento seco acarrea una lista de pequeños detalles en los que encasillo a noviembre, siempre aunado al capricho de la contradicción y un número al azar que contenga un tres en cuestión (otro fetiche que he arrastrado a través de los días). Hace algunos años tuve una obsesión y ahora me reservo la idea absurda de guardármela, bajo sonrisas bobas que dibujo al querer hacer hincapié en una marca para el mañana, un outfit fantoche que casualmente disfruto portar y, como una bonita cereza de pastel, una tanda de irregularidades y acciones vacías que terminan por engalanar una vida de mierda. ¿Pero qué sería de nosotros sin este tipo de estupideces? La misma mierda pero más sencilla, mierda más equis como la ilustración del dinosaurio de 8 bits utilizado por Chrome para indicar que no hay internet, resumen cutre de que no hay nada que complemente los días que se van yendo sin ton ni son.  Aún queda poco menos de una hora y la afamada fecha se resiste a terminar teniéndome frente a un ordenador y una lata de cerveza que se revela ya vacía y un metro de distancia que separa a mis cigarrillos de mi necesidad fatal  de relajo occidental.

II

    Durante el trabajo, entre las charlas matutinas rutinarias y los breves comentarios de jornada, me he dado cuenta de que presento una mueca torcida que asimila una necesidad de bienestar y no me ha dejado muy contento a estas alturas de la noche. Quisiera verme ahí, con esa pose de veinteañero apendejado por la vida, disimulando la nausea y el horror con el que he despertado apenas dos horas antes: dando por alto que un trece-del-once está lleno de normalidad que rebasa lo estándar y la otredad con la que suelo manejar la carga de trabajo. No miento al mencionar que sería un goce tremendo el observarme así: con la pierna izquierda doblada bajo mi culo a la par del primer sorbo del café negro, que recién en preparado, y la carrilla hacia el más idiota de mis compañeros. Vaya pendejo que soy. Y es que el clima me ha favorecido, tú, con un frío que me embarra la cara de una sensación de victoria sin fundamentos y la triste historia de voltear a ver a aquella chica que tanto me interesa y que, apenas si repara en mi patética presencia mientras nos encontramos a la hora de comida. Nada nuevo que no hubiese sucedido mañana o el próximo trece de noviembre, nunca nada nuevo por aquí. La historia es la misma y los encuentros suelen parecer un remake intrascendente que se asemeja y, del cual, siempre tomo el papel del actor de reparto: breve y austero. 

III

    La casa parece estar vacía y parece haber tranquilidad. Hoy he recibido una invitación para probar la nueva aplicación Inbox by Google y lo primero que he visto es que, como funcionalidad de buen manejo, agrupa toda esa serie de correos electrónicos que suelen nombrarse como basura y me ha dejado a la vista un montón de correos de diversas mujeres que ahora no son más que eso: archivos en kilobytes que yacen en múltiples servidores. Sin duda, me han dado ganas de vomitar mientras comenzaba a cenar la rica comida que había en casa y no había para más. Qué se podía esperar ante tal escena sino un cierre de dicha aplicación y un movimiento de cabeza que indicara indiferencia. Así llega la noche, encontrándome una vez más en la vulnerabilidad de mi pieza y el confort en el que me arropo para declararme vencedor, de nueva cuenta, en un día en el que me hago pendejo de todo lo que puede estar pasando y sin tener que darle la mayor importancia que la que merecen mis cigarrilllos light y el jugo de uva ultra azucarado que he estado bebiendo en la última semana. Entonces, voy terminando el renombrado día bajo el calor de mis ridículas cobijas y el resplandor del monitor en mis gafas, entre viendo los tres párrafos de tiempo perdido que jamás recuperaré y que poco interesarán el próximo año. 

domingo, 9 de noviembre de 2014

Patín del diablo

    Nuevamente he desperdiciado un domingo más en mi haber en las mismas tonterías de siempre. Suelo decir y quererlo de esa manera en cuanto me doy cuenta de lo que tengo por querer o no hacer. Esta mañana, por ejemplo, he despertado bajo los rayos del sol tiñéndome la cara de hartazgo matinal, observando y encontrando poco a poco el ambiente de una noche de azar y nulas pretensiones, característica de lo que va pasando y mi estatus social.
    Los he visto allí, mis amigos, los tipos con los que suelo compartir tragos de alcohol desde finales de la preparatoria. Yacen todavía dormidos, perdidos, alejados del montón de situaciones que han comentado y platicado entre cigarrillos y botellas, anulando los tapujos de sociedad en los que nos situamos y, ante todo, a la soledad.
    ¿Son ya las nueve? Veo el reloj del móvil y no, es temprano aún, tal vez demasiado como para querer partir ya hacia casa y quisiera decir que incluso como para seguir durmiendo. Sin embargo, prefiero el silencio y me enfoco en beber una cerveza más para mitigar el breve ayuno que presento y me tumbo de nuevo en el sillón. Los miro y pregunto qué ha sido en realidad de ellos en este último año, si siguen tan jodidos como yo en cuanto a las mujeres y los días y si, pese a las circunstancias, seguiremos bebiendo como ahora, encontrándonos después de algunos meses todos juntos sólo para hablar de estupideces. Alcanzo a escuchar los primeros ruidos de la gente que madruga y dudo si fumar o no dentro de esta casa, me contengo y abro una lata más cuando recuerdo vagamente aquel cuerpo femenino.
    Susana, ¿se acordará de mí esta mañana? Pienso en ella en amaneceres como este, con una luz tenue que me despierta y una habitación en silencio en donde los párpados ajenos parecen contener todavía algunos sueños. Dudo de ello como de lo que hemos dejado detrás. Y ahora todo esto es lo mismo en resumen: una pendiente en la que me dirijo cuesta abajo a gran velocidad, un decline predefinido sobre un patín del diablo que me acelera y va alejándome de todos los que me rodean. Es el domingo, el regresar a casa para dormir hasta medio día, la televisión idiota que me distrae de las casi inexistentes intenciones de querer aprovechar el tiempo, es Susana misma, ignorándome de nuevo en el bar que frecuentábamos hace algunos meses. Desperdicio de querer seguir.
    Los he visto allí, mis amigos, los tipos con los que suelo compartir tragos de alcohol desde finales de la preparatoria. Comienzan a despertarse, modorros, alejados del montón de situaciones que hemos comentado y platicado entre cigarrillos y botellas, anulando los tapujos de sociedad en los que nos situamos y, mientras se tallan los ojos para partir, se dan cuenta de cómo me vuelvo a hundir entre los cojines del sillón para volver a dormir una hora más.