miércoles, 28 de diciembre de 2011

Focus

No es necesario ver un calendario y revisar la hora para saber que uno es más viejo de lo que cree. Te lo digo yo, que recibo elogios de una juventud aún ocupante y comentarios llenos de la, muy nombrada, envidia de la buena. Sólo es necesario un paseo, yendo desde la sala de la casa de mis padres hasta el interior de mi recámara para analizar los años y visualizar los acontecimientos más significativos, los más memorables, y, por qué no, los que me tuvieron como protagonista voluntaria e involuntariamente. 

   La sensación de sentirte bajo el mismo techo es puramente hogareña, estar debajo de una planicie que te ha visto cientos de veces en las ocupaciones rutinarias y en las inverosímiles es el método más viable para medir el grado de vejez que se guarda en los zapatos, siendo necesario sólo un parpadeo, seguido de un fugaz movimiento de ojos hacia algún sitio específico del hogar para encontrarte con una razón de pensamiento, que llegue a enfocarnos sobre algún suceso base de aquél objeto o cosa.

   Mentiría si dijera que cada vez que entro a mi recámara pienso sobre la historia de cada objeto que ocupa mi cuarto, pero lo cierto es que a veces —no tan recurrentes pero si varias— pienso sobre la procedencia y el motivo por el cual compré u obtuve algo, y ya muy contadas ocasiones, analizo qué cosa se encontraba antes que llegara en la que ahora me ocupo. Recuerdo y sonrío, lo veo y trato de gozarlo una vez más, en un instante que llega y se guarda, para cuando necesite refrescarlo una vez más.

   Sólo para acordarme que alguna vez escribí esto.

No hay comentarios: