sábado, 22 de octubre de 2011

Abel Fernando Dormal

      Hola:

     Llevo diecisiete días observándote
     Pedro fue quién me habló de ti un día mientras almorzábamos en el parque en el que ahora siempre estás. Recuerdo que cuando terminó su sandwich comenzó a hablar acerca de un tipo viejo y raro, un hombre que siempre llegaba puntual a las once de la mañana a sentarse en la misma banca. 
     Cuando le pregunté porque me contaba eso supe que no me lo iba a explicar sino que quería que yo viera al hombre con mis propios ojos, sólo aclaro que se trataba de un viejo escritor que ya no escribía. 
     Al día siguiente llegué, te vi sentado en la banca que Pedro me había dicho y me pareció particularmente horripilante verte ahí. Te confieso que lloré y sentí ganas de golpearte, quería estrangularte en ese preciso momento, pero me retracté. No sé a ciencia cierta por qué apareciste de nuevo acá y que rayos te ha pasado porque te ves terriblemente mal. Lo último que supe de ti fue que te encontrabas en Bruges según tu última postal― y lo habíamos aceptado y asimilado muy bien. No tenía caso seguir esperándote, papá, y tanto como Facu y yo nos habíamos hecho a la idea de que ésto no podría ser mejor. Hasta mamá lo asimiló y después se encontró con Mario Escalante, el viejo poeta al que le facilitaste su estancia en México. 
    Llevo diecisiete días observándote y no sé que hacer. 
    Aquí todavía te buscan las autoridades, no tenías porque regresar y sin embargo aquí estás, en la misma ciudad y en la misma plaza en la que comenzaste a recitar poemas en tus días de gloria. He pasado cerca de ti y tu libreta siempre está en blanco, me es muy triste y desesperante verte así, papá. No sé que hacer y no sé que pensar.
      Sé que sabes que escribo en mis tiempos libres, sé que por algo estás aquí, pero no sé qué pensar al verte en ese estado tranquilidad tan extraña en ti, ¿estás cansado, que le pasó a aquel poeta enérgico y lleno de vigor que siempre tenía algo que escribir y algo que contar?
      Toda mi prosa esta llena de tus vivencias y ahora estás así. Tú no eres el Abel que recreo en mis cuentos ni tampoco el Abel que mató a mi abuelo. 


Irene Dormal -Saenz

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