Hoy el clima esta desmesuradamente incomprensible. No es una época para que el viento enfurezca tan repentinamente —y menos hoy que estaba cargado de trabajo—, pero por precaución me quedé en casa y decidí escribirte algo. No es que esté perdiendo interés en ti, pero a veces creo que tu vida en esa ciudad ha cambiado demasiado, lo pienso sí, creo que esas jornadas rápidas hacen imperceptible la prisa que a mi me carcome cada vez que escucho sobre la metrópolis en donde ahora estás. De igual manera siempre me encuentro pensando en ti en los momentos más inverosímiles y no lo puedo negar, no puedo evitar sentir este doloroso amor por ti y me desahogo escribiendo centenares de palabras que se resumen en mi ascendente necesidad de tenerte, o más bien, al menos saber qué pasa contigo.
No creo ir a la ciudad si no hasta febrero, que es cuando recibo nuevamente los honorarios del huerto, pero me gustaría quedarme al menos unos cuantos días y salir contigo, visitarte en el departamento que alquilaste y no sé, saber si aún sientes eso que a mi me está matando.
Ayer encontré unos cuantos versos que escribí antes de que saliéramos de la preparatoria, no sé por que aparecieron en una de las viejas mochilas de excursión de papá, pero me alegró verlas. Creo que nunca te dí nada y te lo conté hasta que salías con Mauro, pero hace tiempo ya de eso. Quiero dártelas, quiero leértelas primero y después obsequiártelas porque, si me quedo con ellas por otro tiempo más, serán las palabras que repetiré en esas tardes de locura irrevocable en la que me harás caer.
No puedo creer en verdad, un año sin saber, leer o escuchar una parte de ti y sigo de pie. Extrañamente no puedo decir que la vida es así, que te deje ir si en verdad te amo, si en verdad me importas te dejaré ser libre, no puedo. No está en mí el decir todo eso porque estoy seguro de que un día vendrás, aunque aún falten demasiadas tardes como esta.
El Flaco:
Anselmo Capistran
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