domingo, 12 de agosto de 2012

Tengo seis horas de retraso y no tienes por qué enfadarte




    «Tengo seis horas de retraso y no tienes por qué enfadarte». Sí, podría usar esta singular frase en el tatuaje que tanto he pensado en hacerme como una más de las extrañas y piadosas citas que he diseñado, otra más de la lista y, por qué no, el eslogan de mi vida. Al momento de pensar y decir esto, en mi cabeza, suena la más infantil de tus expresiones como una respuesta prefabricada hacia esto, una de esas posibles respuestas que tienes bajo la lengua y que tanto se han grabado en mí.
    El calor está en primera fila y la situación es esta: la tarde anterior fue el embrollo de todo este asunto que ahorita se llama «pedote», como el vulgar y rápido nombramiento a lo más elemental, el polo inferior, el oscuro, el que sólo puede significar que me lleva la pinche chingada. Pero en fin, toda esta redacción de monólogo la estoy escribiendo en esta memoria a corto plazo —por lo pronto—, o más bien, la estoy escribiendo y apenas puedo recordar qué fue lo que anuncié después de lo del jodido tatuaje.
    Creo que pienso que soy un estúpido, cómo puedo pensar que estoy redactando todo esto en una página en blanco de mi cabeza para anexar en un archivo de largo plazo, habrá que ser idiota, habrá que estar como estoy justo ahora: corriendo hasta la central de autobuses con un puto atuendo de licenciado y un portafolio lleno de dibujos que hago mientras como en la cafetería del trabajo, «pura pendejada» diría mi padre. Y la verdad es que sí, pura pendejada, pero esa pendejada es lo que me da de tragar en este país de mierda, y así mismo, está pinche pendejada hizo que esa chava se fijara en mí. 
    Tengo seis horas de retraso y de seguro ella ya va en camino a la pinche capital, ¿qué estaba pensando al creer que ese trabajito sería para mi?, ¡pendejo he de ser!, de veras que sí, pendejo, pendejo y puñetas. 
    ¿Qué chingados mira esa puta gente, qué acaso nunca han visto a un cabrón correr por la única mujer que se ha atrevido a chuparle la verga? Lo más seguro es que si pero no sabían lo de la chupada, y bueno, a medida que sigo corriendo, la forma en que hablo en mi cabeza se vuelve más rabiosa y sosa. Admito que no tengo condición física, ¡demonios tienes una condición de la chingada, brother! 
    Según vi esta mañana la temperatura llegaría hasta los 38 jodidos grados, ¡hazme el chingado favor!, trajesito de licenciadillo de oficina. ¿Por qué este pendejo no me dio el paso? ¡Primero es el peatón, puñetas! Nunca digo estás cosas en voz alta, no tendría esta pinche cara de morrillo de 17 años, tan cuidada y casi homosexual como diría mi tía Irene.
    Chingado Lucía, por qué putas no usas un celular, ya viene siendo hora de que te dignes a aceptar las mínimas utilidades que da el capitalismo. Me enamoré de una hippie y bueno, eres lo mejor que me ha pasado en esta triste vida, aquí me tienes corriendo por ti, pero claro, si no la hubiera cagado al ir a esa entrevista nada de esto estaría pasando. Y aquí estoy, otro pendejo fantaseando con el «hubiera», soy un pendejo y ya no me vas a esperar, ¡Chingado!
    Habíamos planeado todo, con una jodida, seguro me corta llegando a allá, sé dónde va a estar y sé que eso no será el problema, pero el puto pinche pedo es que me vas a cagar, me vas a cagar por haberte mentido sobre la pinche entrevista. No, seguro no vas a entender cuando al fin te dignes a escucharme, no lo vas a hacer y lo tengo bien merecido, por pendejo, por ingenuo y por creer que podría ganarme ese puto puesto cagado. Pero fue un cambio, por nosotros, para bien... Chingado Lucía, ¡seguro me mandas al carajo!
    No aguanto este puto traje de mierda y no llevo el equipaje, tendré que pedirle a la Tita que me lo mande por paquetería, otros pinches quinientos pesos menos. Y me sigue llevando la verga... Pero bueno, ya falta poco, puta central, ya está cerquita. Corre, corre... Pinche semáforo. 
    ¿Qué chingados me voy a inventar? No creo que sea suficiente diciéndole la verdad, ya la conozco, no me la va a pasar, ¡se va a súper mega emputar! Pero bueno, la verdad al menos no es tan jodida, digo, si me hubiera quedado con el trabajo ya tendría el plan seguro para cuando estuviéramos de vuelta, pero bueno, esto me pasa por quedarme callado... Pinche idiota malo para dar sorpresas.
    ¡Ya sé, sí!, le diré que ya me habían contratado, le diré que si, que me hicieron análisis de sangre —si, eso, le hemos estado metiendo duro a la yerba, seguro me la cree—, que me hicieron los putos análisis y luego-luego me los dieron y que salí hasta el culo de toxinas en la sangre. Sí, eso haré. Putas, qué estoy haciendo...
    ¡A huevo! ahí está la puta central, sólo esta calle y ya. Lo bueno que compramos el pinche boleto desde la semana pasada, no mames, ¡qué puta fila ha de haber, me la pelan, putos! Aquí tengo mi boleto, «Sala 3, andén 23-27». Estaría bueno comprarme una botella de agua, pinche calorón.
    ¿Lucía? ¡No pinches mames, ahí está Lucia! Pinche vieja ahí sentada leyendo y yo corriendo como pendejo para alcanzarla.

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