viernes, 27 de diciembre de 2013

La fiesta

    «Creo que soy el último en la fiesta, ¿dónde está la gente y la diversión?». 
    Intento pensar en el lugar en que se encontraba Nacho Vegas al inspirarse en esa canción, seguramente no se trataría de una reunión de Noche Buena, pero el hecho de idealizarlo me remite a la noche y madrugada de hoy, en una larga escena sin cortes de un film inspirado en esa melodía y mi persona como el actor principal. Seríamos el tiempo y yo y la escenificación del deterioro de los pensamientos a través de los días, de las horas, de los pinches minutos en los que creo existir y luego vuelvo como siempre al mismo «punto»
    ¿Se puede volver a un sitio que nunca se ha dejado? En los primeros meses del año pensé que se trataría de algo muy pesado, un año para olvidar y del cual, me quejaría en el futuro por las dificultades que éste traería. Sin duda, el comienzo del año empezó de la patada, desde la primera semana si mal no recuerdo. Un inicio agotador tras un diciembre anterior que había quedado como el último gran intento de algo fuerte, algo que, más bien, quería creer que se trataba de algo fuerte y terminó yéndose al carajo muy fácilmente. 
    Entre el dilema de terminar etapas y la incertidumbre de cómo comenzar otras, me vi interrumpido con algunos planes familiares con el accidente que tuvo mi padre: un caballo lo pateó en la pierna izquierda quebrándole tibia y peroné. Dos intervenciones quirúrgicas y una larga recuperación de nueve meses culminaron con su regreso al trabajo y un baile en Noche Buena junto a mi madre, justamente la noche de ayer: un «milagro» que presencié con una de las alegrías y perseverancias más significativas de mis últimos años.  Es extraño recrear todas esas imágenes en donde el dolor insoportable de sus gritos fueron un sonido habitual en la casa. Acostumbrarse, no saber qué decir y sin embargo seguir ahí, junto a él, porque la facultad se había terminado con un final muy discreto y pinche y no tenía una idea que que era lo siguiente. 
    ¿Y qué era lo siguiente? Trabajar había sido el punto claro del enfoque y no trabajar era la cómoda incapacidad de no hacer nada. Después de tres meses de graduarme encontré trabajo y ahí sigo; nada mal leyéndose de esta manera y un nada-que-ver con la percepción que tuve durante esos largos días, tan vacíos de acciones y tan llenos de cientos de pensamientos que fluían y fluían y terminaban tumbándome con dolor de cabeza. Eran momentos de inestabilidad en los que esta misma duda me situaba en un conformismo exquisito del Carpe diem de dientes para afuera: un estoy-en-proceso-de-situarme-y-por-ahora-no-me-estés-chingando. Así pasé tres meses en casa, la mayor parte del tiempo con mi papá y la otra parte entre fiestas random en donde prefería quedarme a dormir. 
    Sigo pensando que soy el último en la fiesta, como Nacho en esa reunión en donde le canta al amor, al desamor y a esa serie de vivencias que nos mantienen en el foco de nuestras jodidas vidas. Lo pienso porque generalmente me pasa, si: casi siempre termino entre las últimas personas en un lugar que no conozco, con personas que no conozco y con una incertidumbre neutra de aceptar si hay sexo grupal o madrazos y golpes al por mayor: ruleta rusa de los que no cargamos armas de fuego. En fin, que si menciono esto es porque el año estuvo repleto de situaciones como esta, en donde los encuentros fortuitos eran la cena de la noche: entre alcohol en la barriga y los pulmones cargados de humo e impaciencia, me alimentaba de los pedazos de desperdicio que las noches suelen entregar. 
   Todavía sigo aceptando mi notable inmadurez, puesto que aún logro darme cuenta de errores pendejos que sin duda pude haber evitado de una fácil manera, sin embargo, al momento de notar este tipo de cuestiones me concentro en el ágil punto de vista en el que me encuentro al notar dichas cosas. Sigo siendo un mocoso, sigo siendo un puñado de errores y malas decisiones envueltas en un costal de huesos, y no es para menos, aunque la apertura de puntos de vista desde mi enfoque se ha expandido un poco y eso me mantiene más despierto. 
    El 2013 sin duda no puede contarse como un mal año en mi como lo creí antes, fácil podría decir que ha sido uno de los mejores sino es que el mejor, y es que en eso de mejores nunca me siento totalmente seguro, como ninguno de los discos de mi biblioteca tiene más/menos de cuatro estrellas de cinco posibles que hay para calificar. 
    «Creo que soy el último en la fiesta, una a la que nadie me invitó».
    

    

miércoles, 18 de diciembre de 2013

No fue bueno, pero fue lo mejor

    Faltan algunos días más para que se termine el año y por lo pronto dispongo de diez minutos para escribir aquí: sentencia típica de la jornada hacia mi persona. ¿Qué puedo decir en diez minutos que no me sumerja en un largo monólogo de lo que a nadie le interesa? Sí, pues nada, que ha sido otro año que se se fue volando y todo eso que la gente suele decir cuando se acercan las fiestas.
    Esta madrugada tomé un taxi para volver a casa y fui pensando en todas esas cosas que no cumplí, en las que valieron verga desde enero, las que descarté por que se ramificaban de otras, en las que era un hecho que tenía que cumplir por obligación, en las que aparecieron de momento y no alcancé a escribir en mi lista de propósitos, en las que se renovarán para el año que viene. No sé, tal vez eso de hacer listas a cumplir nunca se me dé, como ninguna lista sobre algo, como un top ten de mis libros preferidos o los playlists que suelo hacer y son un asco, incluso para mí, y no, no creo que vuelva a hacer una lista de este tipo.
    Aún quedan días que vivir del 2013 y también para no vivir, como en cualquier año, con un diciembre regiomontano que tiene un sol pálido y claro además de un frío seco y franco, como el año pasado, como el año que seguramente vendrá acompañado de las mismas historias que se modifican un poco pero siguen siendo el mismo fruto de todos los días. 
    Y quién sabe, que este año fue una mezcla muy entretenida de muchos factores, pensaba que era uno de mis peores, pero desde esta perspectiva decembrina visualizo que, en efecto, fue uno de los más interesantes que he tenido. Kapput. 


miércoles, 11 de diciembre de 2013

20-19

    Son las diez de la noche y el lugar ya está casi totalmente deshabitado. ¿Será por el frío, será porque es martes? No lo sabemos y no lo queremos conocer; queremos sabernos, no conocernos: saber que es lo que hay más allá de las cuestiones en común y el extraño lazo que hemos creado. Lo hemos hecho, con diferentes puntos de vista maybe, pero con el mismo resultado y esto es el 20-19. 
    Nos adueñamos torpemente del lugar y de los dos espacios en cuestión, con decisión repentina, fundamentada en torpes ansias del deseo e instinto animal, al menos, de mi parte. Y ahí estamos, y ahí estoy: figurando no tenerte mientras te doblas bajo múltiples sensaciones, actuando y pensando en el pequeño límite que tienes preestablecido: rompiendo todas tus reglas, sus reglas, rompiéndome a mi mismo toda la madre. 
    Eso es el 20-19: una señal más del rastro que vamos dejando a través de la ciudad. 

lunes, 2 de diciembre de 2013

Emilia

    Es el último día antes de tu llamada. 
    Cabizbajo y enredado en pensamientos que van más allá de mi disposición sentimental, me encuentro en el mismo lugar en el que charlamos aquella tarde lluviosa y extraña: síntoma incorregible de no percibir lo que somos, lo que fuimos y la sensación nada probable posibilidad que no busco de volvernos a encontrar. 
    Lo sé, es una prueba inminente de saberme perdedor entre el montón de situaciones que nos rodean haciéndome responsable de la mayoría de las culpas, como una especie de manda religiosa que tengo que cargar para sentirme más humano, así como también, procuro figurar la fatalidad que tus noticias tienen en mi como un mal disparador de malos humores en mis jornadas.
    La humedad que me abarca me dibuja como un elemento extraño, un sujeto fuera de escena que se ha plasmado violentamente para destrozar la imagen, una imagen que  anteriormente había sido un suculento acto de amor grotesco e impulsivo. 
    Estoy todavía aquí, escalando uno a uno los editados recuerdos mientras pierdo percepción de mis sentidos, olvidando las promesas y esos torpes besos que siguen siendo los mejores de mi repertorio. Es el último día antes de tu llamada y me estoy consumiendo entre un ataque de ansiedad reprimido y la enorme culpa de volver a perderte. «Probablemente no llames», me digo mientras termino de beber el agua de mi recipiente. «Seguramente todo te saldrá bien», continuo en ese diálogo efervescente que duele y acongoja. «Verás que todo es sólo una fase en donde pensarás mejor las cosas y, quizá, te aclararás de una vez por todas que nuestro camino se ramificó hace ya algún tiempo»
    «Con un poco de suerte, mañana olvidarás llamarme», afirmo y prosigo: «recibirás la mejor noticia que pudieses esperar y todo será mejor que antes. Saldrás a bailar, a beber, a ligar y todo ese tipo de acciones que, sé, nos caerán de maravilla, y si a caso llegas a llamar, lo más probable es que me des las gracias por todo eso que siempre sueles mencionar. Por último, me pedirás que nos volvamos a cartear para saber al menos un poco el uno del otro y con gusto accederé, pero por amor, sé que nunca te voy a responder»
    Se termina el día, hay que seguir. 






Originalmente publicado en mi otro blog: http://www.pactoficcional.mx/2013/10/emilia.html

Gold Flakes

    Uno de estos días te darás cuenta de que no es muy bueno lo que estamos haciendo. Lo digo porque yo lo sé, porque lo entiendo desde el primer momento en que decidí hacerlo y porque me extraña que aún no te percates o, también, me asusta que sigas como si nada, como si fuera de lo más casual. Y tal vez lo sea, pero de los dos yo seré el que pierda.
    ¿Por qué debería molestarme salir nuevamente perdedor? Conozco el resultado que se vendrá si así fuese, seguirían un montón de situaciones en las que me he visto envuelto en anteriores ocasiones y, lo repito, no sería nada nuevo pero tampoco sería lo mejor. «Qué obsesión por cagarla», dirían otras personas, qué necesidad de hacerte sentir miserable ante cualquier acto. 
   Hay necesidad de desilusión, de fallar, de sentirme en el confort del fracaso inminente y seguir aquí, como el intento que se efectúa por el simple hecho de crearlo, sin amor, sin ganas, sin una mínima pizca de sentimiento. Así la recibo, entre brazos que se enlazan y un lipstick rojo que me engendra y me marca, entre bellos gestos y charlas superficiales que pueden durar horas sin un rumbo fijo, porque así estoy ahorita y lo estaré, y me gustaría que te dieras cuenta y, si ya lo hiciste, tendrías que dejar de nombrarme por apodos lindos y esas bobas cursilerías. 
    En fin, de todas formas, no puedo dejar de mirarte un sólo minuto. Contreras a fin de cuentas. Kaputt. 
    

domingo, 24 de noviembre de 2013

Susana

    Apreciar el silencio que se produce tras dejar de lado su mirada suele parecerme un martirio. Lo noto desde el momento en que desvío mi vista de sus ojos, en el errático intento de no seguir en ese extraño y culpable gusto de tenerle ahí e, inmediatamente, me orillo  a desligarme: como un recién nacido que depende de la madre para resplandecer en el confort, vuelvo hasta sus labios. 
    ¿Por qué volver al desdén del delirio? Aún no lo sé, como tampoco creo saber resolver todo ese tipo de circunstancias en las que me encuentro al querer ignorarle. Enfrentando ese lapso de tiempo en que nuestras bocas no producen sonidos ni flujos de saliva, vuelvo a perder, una vez más, escapando de las consecuencias que vendrán tras los actos impuros, efectuando la dicha penitencia que me obliga a perder, a perderle. Tal vez uno de estos días, en los que no haya nada más qué figurar. 

viernes, 22 de noviembre de 2013

Viernes de puta madre y el coñazo del que nos toca burlarnos

    Me duele la cabeza. Me duele el cuello. Me duelen los ojos por estar todo el día en el trabajo y resolviendo los modernos problemas de los mexicanos, y todavía llego a casa queriendo escribir algo para el blog. Me duelen los pies de estar sentado y me duelen las nalgas por no caminar. No tengo un tema concreto del cual empezar a contar cierta historia y me da un no-sé-qué de que ella, ahorita, esté tomando con sus amigas mientras yo ni siquiera rellené mi bote de agua para acompañar el tabaco que me raspa en la garganta. Me duelen los aullidos que mi perra hace en las noches por extrañar a su hermana que acaba de morir y, mientras tecleo estas absurdas quejas que poco interesan inclusive a mi, me duele la dolencia misma de no valorar tanto quejido. 
    Mañana es viernes, viernes de salte-a-pasear-y-toma,toma-como-todos-los-universitarios-egresados-que-ya-tienen-dinero-para-seguir-bebiendo-a-placer-de-su-explotación-de-semana-inglesa. ¿Y qué hago entonces? Pues beber. Viernes de ir y hablar de cosas banales mientras los demás comparten sus logros laborales y sus aventuras de sexualidad, todo al momento en que río y pregunto cosas de las que siempre me acuerdo, porque siempre me acuerdo, incluso de los nombres que aún no he conocido, los de las pláticas, los de los otros que comparten su tiempo con mis amigos en cuestión y que poco me interesa conocer; pero es viernes. Viernes de puta madre y el coñazo del que nos toca burlarnos. 
    Me voy de fiesta entonces, no a las que siempre voy, a las que nunca estoy invitado y termino por corromper entre silencios bruscos y comentarios agresivos que se me salen de tanta discreción. No. Iré a alguna a la que me inviten, a alguna reunionsilla de intelectuales en donde compartir sus textos y sus ideales progresistas terminen por hacerme vomitar mientras bailo esa canción que nunca lograrán escuchar, una de esas que tanto se repiten en mi reproductor y que, si consultas en lastfm, soy yo el principal oyente, a lado de algún españolete o algún argentinillo porteño que seguro pasa de los cuarenta y cinco años.  
    Y bueno, sería mejor ignorar todo el primer párrafo porque la realidad es que no me duele nada, ni siquiera los pulmones cuando corro para tomar el camión de la mañana, ni la cabeza ni mi cuello, ni siquiera trabajar para resolver los problemas modernos de los mexicanos aunque, si hablamos de ignorar, sería mejor que vayamos ignorando todo lo que se expone en todas estas insignificantes palabras. 

martes, 12 de noviembre de 2013

Aprender a fumar no es un acto de amor

    Hay cosas que uno va cambiando sin la más mínima intención de querer cambiar. Dejar de usar los bolígrafos preferidos, la cercanía que se tenía con ciertos amigos, la costumbre de escribir a puño y letra, dejar de querer a alguien o los pensamientos repentinos que se atrapaban para crear una historia son algunos ejemplos que ahora pienso, por no citar algunos más.
    Uno se va acostumbrando a ciertos cambios sin la más mínima intención de acostumbrarse, todo eso mientras tratamos de no ser parte de una rutina creando otra a plena conciencia de no estancarnos, como un movimiento de baile mal ejecutado que se finge con otro diferente, distinto al anterior para hacernos sentir aliviados de esa mala ejecución, esa decisión que en su momento fue implementada como una distinción de la anterior y se termina bailando del asco. Así son los días, los cambios de planes, los quebrantos de la rutina monótona y la vida misma. El trayecto de esta serie de eventos se puede entender mejor en lecturas como El mito de Sísifo o La náusea.
    ¿En esto consiste vivir?, ¿qué sentido tiene la vida? Los pedos de siempre que terminan dejándonos más apendejados, y así es como sigue su ciclo el existencialismo de no saber qué es lo que sigue y sin embargo, seguimos tomando decisiones para seguir alimentando el absurdo de vivir, la significancia e insignificancia del ser, la vida y la muerte, etc. Existimos mientras vamos «viviendo», mientras vamos aprendiendo cosas que los demás seres humanos crearon o inventaron, como el simple hecho de aprender a fumar.
    Aprender a fumar es algo que yo no podría enseñarle a nadie, es algo que nadie me enseño a mí. Puede parecer un ejemplo soso, pero puede verse también como un sencillo caso de las cosas que existen y se van catalogando como uno más de los abstractos inventos humanos, liberándose el propio ser al realizar libremente su esencia, la que parte de sí mismo para él mismo. Entonces, no, no puedo enseñarte a fumar si es que me lo vuelves a preguntar.  
    Puedo indicarte cómo es que lo hago, los pasos mal descritos de cómo el fuego quema el tabaco y después, cómo el humo se encuentra ya en mis pulmones, tras haber inhalado suavemente mientras te miro detrás del leve grosor de mis gafas y las quince centímetros que separan mis labios de los tuyos. Así, mientras el brillo que en tus pupilas se reflejan puede ser el siguiente acto que tal vez, ahora prosiga al acto de fumar, dejando de lado las palabras que se alcanzan a decir antes de soltar la exhalación del humo procesado. Es una decisión que no necesariamente podría nombrarse como tal, y se descubre como errónea al momento en que ahora el humo habita en tu cuerpo tras haber preferido tus húmedos labios a seguir perdiendo el tiempo en un brillo que nada me cuesta quebrantar.  
    Por el momento me rodea tu persona, la vivencia de tu entorno y el estrago mismo de saberme así: contradictorio y equívoco, fino ejemplo de la estupidez humana que gozo y bebo a grandes tragos de ti en forma de saliva, que te arrebato y te regreso a la par entre el tiempo que se va y el que va llegando. 

lunes, 21 de octubre de 2013

Octubre sigue su camino



La estación de los amores - Franco Battiato

La estación de los amores,viene y va, 
y los deseos no envejecen, a pesar de la edad. 
Si pienso en cómo he malgastado yo mi tiempo, 
que no volverá, no regresará, más. 
La estación de los amores, viene y va, 
y llegará sin avisar, ya verás, te sorprenderá. 
Tuvimos tantas ocasiones, perdiéndolas.
No las llores más, no las llores hoy, más.
Le queda un nuevo entusiasmo, por latir, al corazón. 
y otra posibilidad de conocerse. 
Los horizontes perdidos no regresan jamás. 
La estación de los amores, 
volverá con el temor y las apuestas, 
y esta vez cuanto durará. 
Si pienso en cómo he malgastado yo mi tiempo, 
que no volverá, no regresará, más. 
Tuvimos tantas ocasiones, perdiéndolas.
No las llores más, no las llores hoy, más.
La estación de los amores, viene y va, 
y los deseos no envejecen, a pesar de la edad. 
Si pienso cómo he malgastado yo mi tiempo, 
que no volverá, no regresará, más.

viernes, 18 de octubre de 2013

Apunte innecesario

    Mitad de octubre y el clima cambiando. He realizado cientos de pasos sin saber explicar, apuntar o bitacorar el rumbo de los últimos dos meses (no sé dónde está mi Moleskine). He abandonado poco a poco el desconcierto recurrente del vivir al pedo, todo entre espirales llenos de confusiones de saliva que poco puedo controlar y un empleo que me mantiene, equilibradamente, ocupado. Aplico levantarme muy temprano y en las noches me gusta descansar. 
    Como en ciertas ocasiones del transcurso del año, dejo de ser el vaquero más famoso de la Nuevo Repueblo para convertirme en el silencio que se refugia tras re-lecturas sumamente indispensables, un cuidado dermatológico de la finura de mis manos y un whisky no tan barato que me cobija de tanta mala indiscreción, lo cual, me recuerda reafirmar lo contrastante que puedo resultar en invierno contra el verano a la hora de la productividad humana. 
    Siento un límite hacia ciertas situaciones que por ahora poco o nada me interesan (y sin embargo mantengo), en cambio me concentro en el empleo y todas esas cosas que uno se supone hace cuando adquiere el adjetivo de «adulto», ya saben: ver televisión después de la jornada, cenar con cerveza, leer lo más que se pueda en el colectivo (hasta cuando se va de pie y apretadísimo), bañar al perro en domingo, ir al supermercado y gastar al menos en una botella más por si las dudas, por si vuelvo a valer verga. 


jueves, 19 de septiembre de 2013

El amor son mocos en este pañuelo

     Si nuestra relación hubiese sido igual de breve como nuestro primer encuentro, otra sería la historia. Me lo digo ahora, mientras llego, por mera coincidencia, al restaurante en donde nos conocimos y pido el mismo pan con café que ordené aquella tarde.
    (El ambiente del lugar es una de las principales atracciones. Uno puede llegar ahí y quedarse por horas sin importar la calidad de los alimentos, ya que desde sus grandes ventanales se puede tener una vista panorámica que otros lugares envidian, dando al consumidor un confort de voyeur que paga para cometer su pecado. Afortunados son los clientes que llegan más allá de la simple taza café y ordenan comida de la cafetería, siendo ésta un exquisito gourmet en sencillos platillos, así como el café es, sin duda, el mejor de la zona: entrar ahí sigue siendo una de las cosas por las que me gusta esta ciudad. Tengo en mis recuerdos un registro muy detallado de decenas de charlas, cenas entre viejos colegas, romances de miradas fortuitas que duraban minutos y tardes solitarias en donde he optado por refugiarme en algún libro a plena tranquilidad).
    Habiendo notado esta inoportuna situación, al observar a una mujer de unos veintitantos años leer un libro con ansiosa desesperación, el recuerdo de ti llega a mí cabeza y me descubre como actor de una escena ya vivida: una muy particular. No puede ser otra más que la del día en que te conocí. La sorpresa entonces llega y me dibuja una sonrisa, obligándome a observar la delicada silueta femenina; donde los cabellos caen hasta tocar las blancas hojas de papel y, los zapatos, son tan altos como la maleta al lado de sus pies. «¿Cuánto tiempo ya desde nuestro primer encuentro?», me digo al momento en que el cansado mesero se acerca y coloca la orden para retirarse, y detrás de mí, una pareja discute los rebasados gastos en la tarjeta de crédito de los últimos tres meses de la mujer. Sinceramente, nunca creí conocer a alguien tan importante para mí en un lugar tan común y corriente, sitio donde cientos de personas entran y salen a toda hora y lo que menos parece existir, en ellos, es el amor.
    La forma en que su dedo medio iba de la mesa a la boca me trasladaba a un ambiente ambiguo, una reproducción del recuerdo claro que me guardo de ti. Y luego, el dedo yendo de la boca hacia el libro: parecía haber sido ensayado innumerables ocasiones, como si aquella mujer imitara tus movimientos para su reproducción en alguna pantalla al mundo; una muestra de la adorable atracción que surgía de tus actos más casuales que a tantos llamaba la atención y a pocos había embrutecido teniéndome a mí como el número uno de tus incontables enamoradizos. Si la hubieras visto te asustarías más de lo que ahora recuerdo haber sentido al percatarme, por no decir que entrarías en un shock de aquellos.
    Notó que la miraba cuando levantó al fin su vista para beber del café. Como un tipo que ya sabe lo que sigue y saca provecho de las ventajas que dejan los años, sonreí con gusto mientras me respondía de manera muy forzada: emulando la torpeza de tus sonrisas y dejando ver unos dientes chuecos y amarillos, que imitaban la desproporción que poseías antes de tu tratamiento. Uno puede saber qué es lo que sucederá a continuación: el voltearse hacia otro lado para dar por terminado el primer contacto visual, observar rápidamente el panorama que se extiende a través de todo el lugar y que poco me he limitado a apreciar, darse cuenta de que entre toda esa escena del entorno urbano y la cálida tarde que nos tiene dentro de una cafetería, no es más que un ordinario set de filmación de la larga proyección de nuestras vidas. Sin embargo, poco se puede ignorar el aumento de la temperatura corporal que aparece al obtener una pequeña emoción como esa, haciéndome pensar que, en ese momento, puede significar algo bueno qué rescatar de todo el conjunto de hechos que se van en lo que el día va transcurriendo.
    Ella se acercó hacia mí amablemente y le invité a tomar asiento. Al estrechar su mano no pude evitar sentir la delicadez nerviosa que dejaba percibir en su pulso, regalándome la virtud de permiso para ese montón de pensamientos que surgirían de dicho acto: una entrega de algo íntimo que sólo yo podía apreciar en ese instante. Al parecer, el lapso de tiempo del saludo se extendió demasiado para que me pidiera soltarla, a lo cual reaccioné vergonzoso y arrepentido de dejar relucir mi búsqueda de ti en las manos de otra mujer. Algo típico para un hombre maduro como yo. Sería mentira decir que hablé más de mí que de costumbre, lo cual admito cuando terceros me lo hacen saber pero, en esta ocasión, era ella quien hacia las preguntas que llegaban hasta mis oídos como una entrevista pretenciosa, una serie de cuestiones que incomoda de relatar a extraños pero que, con el encanto de esa mujer, poco pude resistir.
    Observamos el sol que caía tras la ventana en el primer silencio que tuvimos. Tras una larga serie de preguntas, encontramos un momento para respirar un poco: ella acomodando el separador de su libro de una manera obsesiva y correcta, y yo siguiendo a las personas de afuera con la mirada, mientras sentía al calor del café cayendo por la garganta y viendo de reojo los movimientos que la fémina iba haciendo. La encontraba atractiva, al menos lo suficiente como para tenerme fingiendo interés en las oscilaciones de los árboles base al viento.
    (Una de las paredes de la cafetería se encuentra adornada por unos veinte cuadros pequeños. En ellos hay fotografías de parejas que habían pasado a ser clientes frecuentes y amigos del dueño, Carlos Tamés: un hombre ridículo que enviudó a los dos meses de abrir su negocio y se había obsesionado con fotografiar hombres y mujeres que pasaban sus tardes en compañía de un café. Los nuevos visitantes, no paran de curiosear al preguntarse quiénes serán esas personas, a lo cual Carlos se acerca y les comenta la temática. Los clientes frecuentes ya conocen la historia, siendo que, la mayoría, nos encontramos retratados en una vieja pared con personas que ya hemos dejado hace mucho tiempo).
    Cuando hubo terminado el silencio entre los dos, ella escribió una frase en el pañuelo que se encontraba debajo de su café, del cual, no pude distinguir el mensaje. Lo guardó dentro de su puño izquierdo y entonces preguntó por cosas banales que respondí con un sorpresivo gusto inherente de la situación. Ambos lo pude sentir en mis mejillas y verlo en su discreto rostro adquirimos un semblante espontáneo, lleno de arbitrariedad bajo los efectos de lo inverosímil en que se hubo tornado nuestra supuesta conversación. Reparaba en sus labios temblorosos al tiempo en que se reía, comparando las ondas de sus tontas carcajadas con el vaivén del viento que pasaba en el exterior, revoloteando así los cabellos de la gente que pasaba. Tenía en frente de mí a alguien que me recordaba toda tu pinche persona y no sabía hasta dónde íbamos a llegar.
     De un momento a otro, sus ojos se fijaron en los míos y me anunció su retirada. El despido fue algo que bien pudo compararse con un «hasta luego» de algún familiar, un «nos vemos» clásico entre amistades y un «hasta mañan de viejos y aburridos amantes, donde el acto mismo no es nada más que hábito y, por ende, poco debería importar. El beso en la mejilla se esfumó entre el ruido del lugar y al fin el pañuelo llegó hasta mi. Sus pasos se iban alejando con apuro y su figura se extinguía entre el tumulto que abarrotaba la cafetería, todo mientras en mis manos desarrugaba el pañuelo y leía una frase donde el punto final del encuentro era exacto: «el amor son mocos en este pañuelo».
    A diferencia de esta ocasión, en nuestro primer encuentro teníamos unas lluvias torrenciales de septiembre invadiendo la ciudad, producto de un huracán en las costas del Golfo de México. Por esa razón, el negocio del viejo Carlos se quedó sin luz eléctrica por un momento, siendo nosotros las únicas dos personas que no observaban el chubasco por las ventanas: nos habíamos cubierto de una total oscuridad que nos impedía seguir mirándonos de lejos. La seducción fue cada vez más palpable, orillándonos a la aproximación repentina.        Había terminado mi segunda taza cuando, bajo el brillo de un relámpago, aparecías frente a mí, tornada de un azul blanquecino, colocando a golpe seco en la mesa el enorme café que tomabas, mientras con la otra mano sujetabas el libro y me saludabas como a un viejo amigo. Lo vuelvo a repetir: nunca creí conocer a alguien tan importante para mí de esa manera. Demasiado casual para notar algún posible «más allá» que no fuera preguntar por la hora o por fuego para el tabaco.
    La lluvia duró lo que duró la charla. Te cambié tu café por mis cigarrillos y comimos el pan que me quedaba. Salimos juntos hasta que nuestros caminos tuvieron que separarse y prometí llamarte el fin de semana. Todo había sido breve, muy corto, casi fugaz, más sin embargo, decidí llamarte aquel viernes donde todo cambió. Al final, terminamos durando demasiado tiempo en un noviazgo forzoso y obstinado, casi tanto como para odiar el haber creído en el amor de cafetería.


   
   
   
    

lunes, 9 de septiembre de 2013

Ella también

    No puedo decir que me hace sentir mejor saber de ti. No puedo decir algo bueno de ello, tampoco algo malo. Más bien, por ahora me limito a sentirlo, a apreciar el simple hecho de que te hayas cansado y estés aquí: en este lugar en donde paso la mayor parte de mi tiempo huyendo de lo que no quiero tener. 
    La soledad en que estoy en éste lugar es algo que sólo tú puedes romper. Como la total influencia que tuve en aquel tiempo para la construcción de éste lugar, eres la única persona que puede entrar y llegar hasta aquí, siendo la poseedora de la copia de mi llave: la invitada exclusiva para venir hasta acá. 
    Estoy recostado, tú sólo vienes a hacerme compañía sin decir una sola palabra. 


 

martes, 3 de septiembre de 2013

Parfois, j'écris sur vous

    Me gusta leerte como a nadie más en éstos últimos tiempos. Todavía puedo afirmar que sigues siendo un misterio para mi y, precisamente por eso, puedo seguir fiándome de lo que haces sin esperar nada a cambio, sabiendo que entre juegos y chuscas conversaciones no hacemos nada que pueda dañar o corromper algo que tanto nos habría costado construir. 
    Para bien o mal, ninguno de los dos estamos dispuestos a acarrearnos algo tan tonto como eso, no después de lo que nos ha tocado vivir en el último año, lo cual, como un patético punto de vista, nos inmiscuye en un extremo pesimista de la vida en donde terminamos por acoplarnos tan bien, razón suficiente para que nos alegremos tanto de, al menos, no estar tan aislados del mundo como ambos creímos.
    Escribir sobre ti no tendría importancia si supiera que visitas seguido este blog. Como sé que no lo haces puedo darme el pequeño lujo de hacerlo, un poco al menos: antes de que pienses que todo esto va más allá de lo que parece. Podría decir que es injusto el hecho de que esté abierto a un público general, que poco tiene que ver con nosotros, y no a tu merced, más sin embargo casi puedo afirmar que te negarías a leerlo y preferirías dejarlo para después: un signo característico de tu persona.
    De igual manera no creo relevantes para ti estas palabras, así que no importan, sólo me sirve escribirlas para mantenerme un poco ocupado.  

domingo, 1 de septiembre de 2013

    ¿Hasta dónde iremos a llegar con este juego de pseudo novios? 
    Hay algo que pasa mientras se va todo eso que sé nunca podré describir de manera tangible. Una especie de relación afectuosa en donde me preocupo por ti y estás ahí cuando voy de nuevo rumbo al vacío, como un soporte virtual en donde puedo refugiarme de tanta cruda realidad y las consecuencias que nacen con cada decisión tomada: pruebas de la inmadurez y el casi nulo interés de mirar hacia adelante. 
    Me es grato saber que al menos puedo confiarte toda esta tanda de incoherencias y vergonzosas vivencias y estados emocionales, un alivio que nace de entre el encierro personal ante una sociedad que me es indiferente y una verdad que ahora se visualiza muy nublada, una promesa mentirosa de decir relajadamente que nos toparemos y no decir más al respecto. La sensación que trae consigo dicho pacto infantil regocija al equilibrio anímico de cada jornada, pasando a ser una terapia ante la falta de consciencia de lo que abarca la vida en pareja y, así mismo, efectuando un ejercicio social que brinda experiencia y afecto frente a un deficiente contacto social. 
     Es la primera vez que escribo de ti, tal vez mañana escriba de nuevo. 

    

sábado, 31 de agosto de 2013

Oh boy

    El día de ayer fui a ver dos films de la 12va semana de cine alemán que se exhibe como parte del FIC de Monterrey, lo cual me parece mal, ya que por parte del FIC este ciclo se absorbe y muchas personas ni siquiera sabían que se encontraba proyectando actualmente un ciclo del cine alemán; anyway, un punto de vista.
    El primero que vi es un film llamado "Silvi", el cual trata sobre una mujer cuarentona que es dejada por su marido después de años de matrimonio. Me llamó la atención la sinopsis que leí en la revista de la Cineteca Nacional pero me decepcionó al verla. Lo que aprendí de este film es que, al parecer, afirmando mis estúpidos estereotipos del alemán promedio, a la gran mayoría de los hombres alemanes les gusta practicar el masoquismo. Silvi quería amor y se topaba con puros hombres deseosos del feeling nasty: tan-tan. 
    El segundo film es la opera prima de Jan Ole Gerster, se trata de "Oh boy, 24 horas en Berlín". Este film junto con "Hanna Arendt" de Margarethe von Trotta (el cuál es excepcional), fueron las dos principales propuestas por las que decidí darle prioridad al ciclo de cine alemán ante el FICMty. 
    En "Oh boy" se habla de Niko Fisher, un joven de 27 años que transita por Berlín sin saber qué es lo que hace a ciencia cierta. De familia acomodada, estudios truncos hacía dos años, Niko vive sin demasiados problemas, aunque podría decirse que el verdadero problema es él mismo. La secuencia del film, como su nombre nos lo dice, transcurre en 24 horas en la vida de Niko, empezando con un amanecer en donde deja a su novia y así empieza un camino en donde conseguir una taza de café le es casi imposible: una tragicomedia con fuerte influencia de la Nouvelle Vague francesa que nos va presentando la vida sin rumbo de un tipo cualquiera; una especie de outsider berlinés que va encontrando diferentes personalidades en vecinos, viejos amigos y personas random con quienes trata de encontrar una respuesta a las preguntas que lo tienen varado. 


Niko Fisher y Frederick en el bar.

    La fotografía en blanco y negro de un Berlín moderno y el soundtrack con toques de jazz, nos sumerge en la melancolía que Niko Fisher presenta: un tabaquismo elevado, poco dinero en el bolsillo, una soledad introvertida de un muchacho que ha dejado de estudiar derecho para reflexionar, dándose dos años de ésto y, al parecer, pocas respuestas al significado de la vida. Durante sus 24 horas de trayecto, cada situación que se va presentando es todavía peor a la anterior, yendo del humor irónico hasta acciones absurdas que pueden presentarse en el día a día.


Niko Fisher (Tom Schilling)

    Entonces, en lo particular, "Oh boy" se me presenta con una clara identificación de mi persona en los ridículos zapatos de Niko Fisher, como una especie de autobiografía fílmica de 90 minutos en donde mi 2013 se ven reseñado en las 24 horas del berlinés, quien como Leopold Bloom, va deambulando por una desafortunada odisea de circunstancias sumamente espontáneas. 
    ¿Qué es lo que sigue? No lo sé, aún sigo yendo de un lugar a otro sin la menor idea de entender qué es lo que quiero. ¿Cuál es el verdadero sabor de la vida?, o, ¿acaso es la búsqueda de la misma el secreto que hay que mantener en constante flujo para situarse en el equilibrio del tiempo? ¿Qué debería de hacer después de lo que ya ha pasado? Al final, el film termina al cumplirse el día entre las historias de Fisher, sin mucho que pensar o poder decir acerca del camino que nuestro protagonista tomará; justamente como mi vida, que aunque no dure 24 horas sigue yéndose como si cada día fuese igual a las mismas 24 horas anteriores, con una monotonía irrelevante entre tanta gente que habita alrededor. 








domingo, 25 de agosto de 2013

Apuntes de domingo

"Camina soportando el fracaso y la cuestión por la única senda que es tuya."
M. Heidegger

    Hay momentos para escribir y hay momentos para absorber ese montón de información que existe en nuestro entorno. Mi agosto puede contarse como el segundo, siendo un mes de conclusiones rebuscadas que se han encaminado en una constante búsqueda de lo que se encuentra ahí para ser apreciado. 
    Al decir que se trata de un mes de conclusiones, me refiero al hecho de haber terminado con ciertos asuntos que me tenían con una tensión no apta para personas que no saben vivir con estrés, el mismo tipo de personas muy contemporáneas que se medican para no sentir ninguna molestia o dolor. Afortunadamente, he podido liberarme en cierto sentido de esos inconvenientes estados en los que había pasado una casi interminable temporada, preocupándome a sobre manera como siempre de lo que no necesariamente ocupaba tantos rodeos, lo cual me llevó a enfocar más mi tiempo en volver a la posición dichosa de empaparme de información, ya saben, libros, cine, cartas, artículos de Internet y todo ese embrollo en lo que me gusta pasar mi tiempo: gustos de lonely person; además de alejarme también un poco de la música y las borracheras en las que me gusta adentrarme. 
    Hay momentos para escribir y hay momentos para salir a caminar, dedicar días enteros a filmografías de algunos directores que tenía pendientes, leer libros que esperaban en mi estante por una oportunidad y, también, continuar con proyectos pendientes que había dejado de lado por estarme torturando a mi mismo con una autopresión que nada bueno iba a dejar. 
    El año se está yendo rápido, para bien o para mal, mientras tanto aprovecho el momento para redactar unas pocas palabras que me sirvan de consuelo ante mi sequía de ideas literarias y, porque no, transcribir un poco de lo que me acontece de vez en cuando, aunque, sean cosas muy mínimas y nada interesantes. 


    

miércoles, 21 de agosto de 2013

Permanent Vacation

Ay, melancolía…, 
¿dónde habrá un océano donde 
uno pueda ahogarse de verdad?". 
Carta de Nietzsche a Lou Salomé.

   El blog ha estado un tanto empolvado, así como yo. Entre tantos días que pasan y no se detienen, he estado experimentando un sin fin de situaciones de las que poco se puede rescatar un bien común. Todas y cada una de ellas pueden traducirse como expresiones singulares que poco o nada tienen que ver unas con otras, así como también la incongruencia de mis acciones se simplifica como una notable contrariedad a lo creído un día atrás. Los días están volando fugazmente, llegan y se van sin dejarme establecerme plenamente en alguno de ellos; apenas saludándome para, instantáneamente, decirme adiós.
    Todos los días parecen uno solo, un entorno homogéneo en donde la luz o la oscuridad poco importan y se mezclan en un sistema de continuidad intocable, descubriéndome tristemente como un espectador que no sabe lo que espera y se queda ahí, parado sin saber qué rumbo tomar, qué acción emprender y, lo más preocupante, qué pensamientos e ideologías agarrar de ese innumerable mar de ocurrencias del momento. Nada que no sea nuevo en mi vida, sin embargo, ahora volviéndose más significativa en cuanto al pensamiento, estando presente a cada momento, como el deterioro más importante de éstos días. Hay incapacidad desarrollada bajo un nulo optimismo, una enorme falta de deseo que me mantenga en movimiento y, como Sísifo, seguramente terminaré fracasando ante la idea de que todo se fue como siempre estuvo destinado.




"cautela + perseverancia vs. andate a la puta que te parió."



 

viernes, 2 de agosto de 2013

Donceles con amor y absurdidad

    No hay nada más horrible que comparar besos de diferentes chicas. Muchas veces me he encontrado en la penosa necesidad de tener que comparar a las personas, todo con propósito meramente estratégico, un acto digno de fantoches e insensibles gentes del que me puedo afirmar como miembro, y, por qué no, amateur tirándole a ridículo profesional.
    Aquella tarde me encontraba en el húmedo Distrito Federal, y cuando digo húmedo me refiero a la inestabilidad climática, a mis manos sudorosas y a la chica que tenía enfrente en dicha ciudad. Era lesbiana, lo supe en el momento que se acercó a mi para ofrecerme algo de la barra de ese bar, un bar al que había llegado por recomendación y que me había emprendido a visitar, siempre con la intención de agradecer o maldecir al responsable. El lugar era pequeño pero agradable, bastante tranquilo para un martes, bastante desolado para ser el DF. La chica se había vuelto hacia mi desde el momento en que entramos al lugar, me acompañaba un amigo y a la chica no le importó poder coquetear. Era lesbiana y ya lo mencioné, me lo decía toda ella, toda su pinta de niña bonita y traviesa, toda la saliva que compartía con otra mujer cuando entré al bar, toda esa ola de pequeñas circunstancias que a nadie le importan y que a mi me gusta recordar. 
    So, me trae las dos cervezas y me agarra las bolas. Necesitaba algo tan romántico como eso para poder decir que fue un bonito día, para poder presumir que fui al pinche DF, otra vez, siendo ahora una buena manera de comenzar a ver a la ciudad, después de lo anterior, después de ya-sabes-qué-pinche-desmadre. Podríamos haber seguido ahí sin decir nada, brindar por una muestra moderna de cariño y seguir yendo al tocador a través de esa diminuta puerta tan ahuyenta regios, pero la hice volver con una ronda más. 
    Iban siete rondas y sus besos ya eran el análisis de mi martes. Al principio uno saborea la saliva como algo nuevo, tratando de asimilar la sorpresa del acto, lo que no se sabe, el gusto de encontrar siempre una diferencia mínima a pesar del alcohol. Después me refugié en la desmoralización de siempre: la comparación. Al principio era como volver a besar a Marlén, pero sin su enorme lengua, luego recordé el amargo y ácido sabor que me brindaban los besos de Cecilia, siempre con un toque agridulce de gomitas de supermercado y, como toque carismático, los smacks de Lizeth, quien se había empeñado a adornar cada beso francés con choques tronados para disimular sus labios delgados. Es un tanto desequilibrado como inquietante, así como es este dolor de hombros que me ocupa esta noche de mayo, pero el hecho de relatar un beso no se trata de la lesbiana ni de Marlén, ni de nadie, ni de mi. 
    Todo esto sucede cuando digo lo que no pasa, mis malas formas de ligar, mi acento norestense, mi ansiosa necesidad de tocar senos pequeños, mi terrible idea de querer aferrarme a un lugar que no pertenezco. Al final, ni supe su nombre ni su horario de trabajo, ni sus nalgas, ni su facebook, sólo supe que besaba un 45% Marlén, un 35% Cecilia, un abrumador 15% como Lizeth y un 5% como pinche lesbiana: manoseando demasiado mi pecho como queriendo sentir algo más.

martes, 30 de julio de 2013

Música lenta

    Cierto tipo de personas piensa que uno puede llegar a ser un romántico empedernido por hacer docenas de cosas por una mujer, y digo personas porque muchas mujeres también lo aseguran, afirmando y casi dirigiendo miradas de desprecio cuando saben de algún ridículo nuevo más en mi haber. Puede ser entendible, y vaya que lo asimilo, dado que tengo también mis momentos de amargado pero, como mal romántico que me siento y me creo, acepto que no soy de ese tipo de hombres que se entusiasman por compartir y observar un atardecer. 
    A decir verdad, el hecho es que siempre se me olvida apreciarlos en pleno acto. Ya sea que esté con alguien tirando en el césped, sentado en la terraza de casa de mis padres, en la calle o a través de la ventana, siempre al momento justo del declive solar me distraigo sin razón. No quiero escribir sobre las ideas en mi cabeza, de las preocupaciones que me circunden y que al parecer nada me afectan, ni de la ansiedad que se me presenta al momento de las declaraciones de amor pero, sencillamente, las puestas de sol siempre se me van de la mirada. 
    En aquella ocasión me encontraba junto a Beatriz en el departamento que compartíamos desde hacía tres meses. El calor de la ciudad se ocupaba del más remoto lugar para hacer brotar el sudor de cada cuerpo, presionando y orillando a la población a beber tragos y tragos del primer líquido a la vista. Afortunadamente, Bety y yo habíamos guardado al menos una docena de cervezas de nuestro fin de semana anterior, ya que entre los invitados de la fiesta el gusto por las de bebidas preparadas con licor estaba en una moda de onda veinteañera, cosa que Bety y yo agradecíamos por tener mayor cantidad de cervezas para los dos. 
    Beatriz era de esas singulares chicas que prefieren una cerveza fría antes de una bebida coctel o licor a las rocas, lo cual hacía que mi atracción hacia ella fuera casi desbordante. Podíamos beber litros de cerveza hablando de ese sin fin de gustos y disgustos que nos ocupaban en tal o cual día, a veces entendiéndonos tan bien que nos odiábamos y en otras ocasiones malhumorándonos hasta el hastío para terminar besándonos como pubertos calientes. Era una chica que podía maldecirme por algún tipo de camisa nueva y que a la vez se entristecía por los típicos detalles que a las féminas tanto atormentan: una bomba mortal para el poco entendimiento masculino. 
    El calor nos había llevado a comenzar a beber. Era miércoles recién entrado el mes y en el reloj despertador logré divisar que pronto darían las ocho de la noche. Así nos desconcertaba el horario de verano, haciendo que desde las siete se tenga que decir «noche» siendo que el sol todavía seguía en el firmamento. Dado el acalorado panorama seguíamos ahí, en silencios largos que se rompían por el sonido de alguna ambulancia o el grito jovial de algún vecino cercano, un típico ambiente suburbano.
    Poco a poco iba oscureciendo cuando comencé a abrazarla. Parecía recaída, como si su trabajo la hubiese obligado a tirarse al entrar a casa, pero sabíamos que no era cierto, porque su trabajo y el mío eran empleos que no merecían gran esfuerzo ni buena paga, sólo lo suficiente para estar como en ese momento. Me hablaba despacio y con mucho cuidado, susurrando lentamente suaves palabras, palabras que iba escuchando pacientemente hasta entender su mensaje completo. Eran frases sin importancia, ocurrencias del momento que aparecían entre nuestro cercano espacio: ropa tirada en los rincones de la habitación, el ventilador oscilando hacia cada extremo de la misma y nuestro nicho, un sillón antiguo que había adquirido enorme comodidad a través de los años, convirtiéndose en nuestro lugar.
    Para entonces, alcancé a darle play al viejo estéreo en donde se encontraba el disco que habíamos escuchado el domingo anterior. Tranquilo y sin apuro, había volteado a ver su delicado rostro, sentía la necesidad de hacerlo, de observarla detenidamente mientras la música empezaba a sonar. Eran tenues notas las que se escuchaban, tonadas de piano persuasivas que me invitaban a admirar la sencillez que ella emanaba en aquel momento. Posiblemente se sentía presionada e incómoda, pero su cara no dejó que eso se reflejara en sí, más bien se limitaba a devolverme la mirada: equilibrada y en plena calma de saberse ahí. «¿Qué era lo que seguía, en verdad importaba?», me pregunté en el instante en qué captaba cómo el poder de la atmosfera que ahora construíamos, sin siquiera movernos, iba tomando un rumbo indeterminado, envolviéndonos en una especie de burbuja especial que nos mantendría en el centro del desorden social y estando aislados a la vez, juntos como dos gotas de agua que chocan y se vuelven una especie de aberración a la sorpresa, hecho mismo del observador. 
    El aire del ventilador nos trasladaba rápidamente el sonido del piano, untando nuestros cuerpos de esa ola rítmica que busca el mundo y que obtiene en su momento exacto. Me había aproximado hasta su vientre, un perímetro de encuentros sensatos en el que me disponía a esperar, siempre esperar sin querer algo a respuesta, sólo abarcando mi calor en su cuerpo desnudo. Beatriz preguntaba por respuestas inmediatas: un color, un deseo, un sueño, un te quiero, todo lo que se le ocurriera lo preguntaba sin esperar forzosamente mis palabras a todo ello. Sabía mis respuestas y mis desventajas, así como también conocía el rumbo que tomarían mis manos apenas me decidiera a tocarla, importándole un comino si la monotonía fuera en aquella ocasión un motivo de preocupación. 
    Las puntas de su largo cabello alcanzaban a rozarme la cara al tiempo en que comenzaba a besar su vientre. Afuera, el camión de la basura hacía sonar la campana para que las señoras distraídas salieran de sus casas, mientras las calientes ráfagas de aire volaban y alcanzaban a meterse por nuestra habitación. Bety había terminado su cerveza y yo apenas si llevaba la mitad, lo cual me sorprendía y me obligaba a terminarla de un largo sorbo. Había puesto su envase vacío entre mi cuello y ronroneaba entre mi cabeza, dándome leves rasguños que iban desde el cuello hasta mi espalda, anunciando sus ganas de otra cerveza con un bonito ritual. 
    Recuerdo que cuando abrí la segunda ronda de cervezas Beatriz se paró de golpe. Me miraba con los ojos intensos y seductores, entrecerrándolos para contonearse levemente con el sonido del reproductor. Se movía delicadamente mientras pasaba sus manos alrededor de su cuerpo, danzando para atraer mi atención: mi sonrisa revelada entre sus ojos. Giraba suavemente entre las ropas del suelo, añadiendo un calor agradable a las ráfagas del ventilador para después, dejar caer su sostén y revelar el brillo de su piel entre la ya presente oscuridad. En aquel momento me vi como un monigote sin razón, sin pensamientos y acciones, era el acto de sus movimientos mi vida en ese instante, sin un ayer y sin un mañana, sólo un «llévame contigo» que se repetía una y otra vez en mi cabeza, mientras Beatriz bailaba con la mirada perdida. 
    ¿Serían los efectos de la música lenta? Es mi hipótesis el día de hoy, mientras enlisto una serie de circunstancias que se mezclaban con Bety: la música, el calor, el alcohol, sus senos, el brillo de su piel, la monotonía que poco figurábamos. Quizás sea yo un romántico, pero nuevamente había pasado el crepúsculo, ahora bajo los dulces encantos que Beatriz me había preparado para empezar aquella noche.