martes, 12 de noviembre de 2013

Aprender a fumar no es un acto de amor

    Hay cosas que uno va cambiando sin la más mínima intención de querer cambiar. Dejar de usar los bolígrafos preferidos, la cercanía que se tenía con ciertos amigos, la costumbre de escribir a puño y letra, dejar de querer a alguien o los pensamientos repentinos que se atrapaban para crear una historia son algunos ejemplos que ahora pienso, por no citar algunos más.
    Uno se va acostumbrando a ciertos cambios sin la más mínima intención de acostumbrarse, todo eso mientras tratamos de no ser parte de una rutina creando otra a plena conciencia de no estancarnos, como un movimiento de baile mal ejecutado que se finge con otro diferente, distinto al anterior para hacernos sentir aliviados de esa mala ejecución, esa decisión que en su momento fue implementada como una distinción de la anterior y se termina bailando del asco. Así son los días, los cambios de planes, los quebrantos de la rutina monótona y la vida misma. El trayecto de esta serie de eventos se puede entender mejor en lecturas como El mito de Sísifo o La náusea.
    ¿En esto consiste vivir?, ¿qué sentido tiene la vida? Los pedos de siempre que terminan dejándonos más apendejados, y así es como sigue su ciclo el existencialismo de no saber qué es lo que sigue y sin embargo, seguimos tomando decisiones para seguir alimentando el absurdo de vivir, la significancia e insignificancia del ser, la vida y la muerte, etc. Existimos mientras vamos «viviendo», mientras vamos aprendiendo cosas que los demás seres humanos crearon o inventaron, como el simple hecho de aprender a fumar.
    Aprender a fumar es algo que yo no podría enseñarle a nadie, es algo que nadie me enseño a mí. Puede parecer un ejemplo soso, pero puede verse también como un sencillo caso de las cosas que existen y se van catalogando como uno más de los abstractos inventos humanos, liberándose el propio ser al realizar libremente su esencia, la que parte de sí mismo para él mismo. Entonces, no, no puedo enseñarte a fumar si es que me lo vuelves a preguntar.  
    Puedo indicarte cómo es que lo hago, los pasos mal descritos de cómo el fuego quema el tabaco y después, cómo el humo se encuentra ya en mis pulmones, tras haber inhalado suavemente mientras te miro detrás del leve grosor de mis gafas y las quince centímetros que separan mis labios de los tuyos. Así, mientras el brillo que en tus pupilas se reflejan puede ser el siguiente acto que tal vez, ahora prosiga al acto de fumar, dejando de lado las palabras que se alcanzan a decir antes de soltar la exhalación del humo procesado. Es una decisión que no necesariamente podría nombrarse como tal, y se descubre como errónea al momento en que ahora el humo habita en tu cuerpo tras haber preferido tus húmedos labios a seguir perdiendo el tiempo en un brillo que nada me cuesta quebrantar.  
    Por el momento me rodea tu persona, la vivencia de tu entorno y el estrago mismo de saberme así: contradictorio y equívoco, fino ejemplo de la estupidez humana que gozo y bebo a grandes tragos de ti en forma de saliva, que te arrebato y te regreso a la par entre el tiempo que se va y el que va llegando. 

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