Hay
cosas que uno va cambiando sin la más mínima intención de querer cambiar. Dejar
de usar los bolígrafos preferidos, la cercanía que se tenía con ciertos amigos,
la costumbre de escribir a puño y letra, dejar de querer a alguien o los
pensamientos repentinos que se atrapaban para crear una historia son algunos
ejemplos que ahora pienso, por no citar algunos más.
Uno
se va acostumbrando a ciertos cambios sin la más mínima intención de
acostumbrarse, todo eso mientras tratamos de no ser parte de una rutina creando
otra a plena conciencia de no estancarnos, como un movimiento de baile mal
ejecutado que se finge con otro diferente, distinto al anterior para hacernos
sentir aliviados de esa mala ejecución, esa decisión que en su momento fue
implementada como una distinción de la anterior y se termina bailando del asco.
Así son los días, los cambios de planes, los quebrantos de la rutina monótona y
la vida misma. El trayecto de esta serie de eventos se puede entender mejor en
lecturas como El mito de Sísifo o La náusea.
¿En
esto consiste vivir?, ¿qué sentido
tiene la vida? Los pedos de siempre que terminan dejándonos más
apendejados, y así es como sigue su ciclo el existencialismo de no saber qué es
lo que sigue y sin embargo, seguimos tomando decisiones para seguir alimentando el
absurdo de vivir, la significancia e insignificancia del ser, la vida y
la muerte, etc. Existimos mientras vamos «viviendo», mientras vamos aprendiendo cosas que los demás seres
humanos crearon o inventaron, como el simple hecho de aprender a fumar.
Aprender a fumar es algo que yo no podría
enseñarle a nadie, es algo que nadie me enseño a mí. Puede parecer un ejemplo
soso, pero puede verse también como un sencillo caso de las cosas que existen y
se van catalogando como uno más de los abstractos inventos humanos, liberándose
el propio ser al realizar libremente su esencia, la que parte de sí mismo para
él mismo. Entonces, no, no puedo enseñarte a fumar si es que me lo vuelves a
preguntar.
Puedo indicarte cómo es que lo hago, los
pasos mal descritos de cómo el fuego quema el tabaco y después, cómo el humo se
encuentra ya en mis pulmones, tras haber inhalado suavemente mientras te miro
detrás del leve grosor de mis gafas y las quince centímetros que separan mis
labios de los tuyos. Así, mientras el brillo que en tus pupilas se reflejan puede
ser el siguiente acto que tal vez, ahora prosiga al acto de fumar, dejando de
lado las palabras que se alcanzan a decir antes de soltar la exhalación del
humo procesado. Es una decisión que no necesariamente podría nombrarse como tal,
y se descubre como errónea al momento en que ahora el humo habita en tu cuerpo
tras haber preferido tus húmedos labios a seguir perdiendo el tiempo en un
brillo que nada me cuesta quebrantar.
Por el momento me rodea tu
persona, la vivencia de tu entorno y el estrago mismo de saberme así:
contradictorio y equívoco, fino ejemplo de la estupidez humana que gozo y bebo
a grandes tragos de ti en forma de saliva, que te arrebato y te regreso a la
par entre el tiempo que se va y el que va llegando.
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