domingo, 24 de noviembre de 2013

Susana

    Apreciar el silencio que se produce tras dejar de lado su mirada suele parecerme un martirio. Lo noto desde el momento en que desvío mi vista de sus ojos, en el errático intento de no seguir en ese extraño y culpable gusto de tenerle ahí e, inmediatamente, me orillo  a desligarme: como un recién nacido que depende de la madre para resplandecer en el confort, vuelvo hasta sus labios. 
    ¿Por qué volver al desdén del delirio? Aún no lo sé, como tampoco creo saber resolver todo ese tipo de circunstancias en las que me encuentro al querer ignorarle. Enfrentando ese lapso de tiempo en que nuestras bocas no producen sonidos ni flujos de saliva, vuelvo a perder, una vez más, escapando de las consecuencias que vendrán tras los actos impuros, efectuando la dicha penitencia que me obliga a perder, a perderle. Tal vez uno de estos días, en los que no haya nada más qué figurar. 

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