Si pudiera describir a abril en una palabra
sería en sueños. Nada raro como resultado de estas jornadas laborales de nueve
horas y media y unas ganas nulas de querer hacer algo mientras estoy despierto,
más que descansar y querer librarme un poco de lo que prevalece cada día. Entonces,
son los sueños los que se han revelado en este mes y es el recuento de los
recuerdos torcidos que se entrelazan y se bifurcan en las noches lo que me
ocupa en los ratos libres, llevándome a desenlazar puntos suspensivos que se
quedaron en el silencio y la trama de lo que acarrea cada situación en cuestión
de instantes, momentos y personas que se aparecen y se esconden por entre mis
párpados.
Es casi el final de abril y el hecho de no
haber escrito en el blog me lleva a las anotaciones de puño y letra en donde apunto
los flashbacks de todo esto, atónito y ausente ante el bolígrafo que se
apresura a transcribir esa tanda de sandeces en las que reculo más de una
docena de nuevas revolturas químicas y un par de sueños recurrentes que llevo
arrastrando por años. Grotesca manera de darme cuenta del desperdicio de tiempo
que me traigo últimamente. Sin embargo, el hecho de hacerlo me remite al único
ejercicio literario que he tenido en el mes y por ahora, bajo las pocas ideas y
los cortos ratos libres en que lo puedo aprovechar, accedo sin una queja que me
lleve a dejarlo.
Son los sueños, estos sueños, donde me
encuentro lejos y tan cerca de todos, agrupado o solitario entre reminiscencias
que persisten y lugares que no he visitado. Transeúnte de espacios escogidos al
azar entre pasillos parisinos que llevan a llanuras abiertas americanas y voces
que conozco, guiándome por susurros y gritos que me llaman, infiltrándome entre
historias agazapadas en las que poco y todo tengo que ver y en las que corro
con toda esa ansiedad que me domina día y noche. Lo digo de la manera más simple para evitar
rodeos, ahora, mientras sonrío por las veces que he despertado entre sueños a
beber un sorbo de agua con la intención de hacer pasar el momento y la
necesidad de querer retener algo que poco a poco se desvanece. Manera tonta de
reaccionar ante lo sucedido.
Viéndolo de la manera lógica, todo esto no
habla sino de lo que en realidad soy y dónde estoy: un individuo más entre
tanta gente que deambula en masa, persiguiendo sin saber esa serie de
acontecimientos que pasan al final del día sin que nadie note nada
extraordinario. ¿Y qué sería de nosotros sin esta mínima característica humana?
He de aceptar que me dejo llevar por el cansancio y el estrés para enfundarme
en un ritual antes del suceso, una ducha nocturna y un pijama fresco en el que
me preparo hacia lo desconocido me vincula con la esperanza de algo y me liga de
lleno a la multitud: atado sentimiento de necesidad hacia lo que se desea, lo
que se añora y lo que nunca he llegado a tener.
Aunado a la monotonía en la que voy pasando
los días, los sueños son pan de lo mismo al final de la historia: retrocesos y
repasos, mezclas de un mundo subjetivo, avances que se vuelven truncos y que me
regresan al comienzo. Ideas místicas que se formulan base a terquedad y un
desvelo seco y sin diversión. Una alternativa a la método tradicional de
partida, una ramificación tangencial en la que me embrollo, a discreción, entre
el subconjunto de estándares idealizados para el final común de lo vivido. De
lo que se puede vivir.
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