I
Es un tanto tarde para querer escribir algo
y es eso precisamente lo que me ha orillado a tomar lápiz y papel. Tras darme
cuenta de lo repentino con lo que logro tomar decisiones y alterar las
anteriores que, al parecer habían importado durante todo el día, me encuentro
ingenuo y audaz deslizando mi dedo pulgar en búsqueda de un playlist y un
cuestionamiento interno: una inconciencia más que ocurre entre once y doce de
la noche y un impulso que no deja de repetirse. He logrado estropearlo todo
para el día de mañana y, mirando las tímidas grietas de la pared de cabecera,
mientras recibo ya el martes con gilipollez por delante e intentos vacíos de
autocompasión, figuro que no hay nada que me retracte a lo anterior, a mis
planes de rutina, a mi aventura gutural de entresemana.
A primera instancia, todavía bajo la
pregunta del porqué he de actuar a manera de sosa reacción hacia decisiones
imprevistas, quedo presa de una instantánea pausa que se rompe tras el
estruendo de una serenata que sucede a escasas casas de mi domicilio:
entreabriéndome un poco los ojos y dejando mi mente un tanto más desviada del
asunto inverosímil en cuestión. Si de algo puedo parecer convencido esta noche
es del amor que aún le tiene ese hombre a su mujer y de las reprochables ganas
que me empujan de irme a dormir en este momento. Asunto de desvíos y escapes al
por mayor.
II
He salido puntualmente del trabajo —como
en todos los días—, desconectándome de las responsabilidades
laborales al minuto exacto en que mi horario lo indica, poseído por un aire
extraño de libertad condicional que inhalo y disfruto al tiempo en el que los
caminos se acortan y recuerdo las promesas del día anterior. Procuro caminar
fijamente al tiempo en que el bullicio de la gente se separa hacia sus
automóviles, hacia sus transportes y caminos sin percatarse del cielo carmín
que nos logra coronar. Recorro el trayecto de la oficina hasta la casa de mi
hermana dentro de un tráfico flojo y el dilema de las seis de la tarde que he
venido forjando en los últimos meses: «¿Y ella?».
Es una puntualidad alemana lo que me aleja
de esta masa de individuos perezosos, una desventaja en ascenso que crece por
defecto como lo introvertido de mis actos, inversamente proporcional a las
agallas que tengo hasta el día de hoy. Sin embargo, después de atravesar tres
municipios de la ciudad en cincuenta minutos con un silencio sin respuesta,
llego hasta la pequeña casa de mi hermana donde cumplo sin protesta la ayuda
que me ha pedido y un café negro es el resultado a las decisiones imprevistas.
Disfruto el momento de sorbos calientes y una charla amena en cuanto realizo la
situación de las cosas, la lista de pendientes que se quedan de lado y la serie
de adelantos que acomodo al momento, serie de sucesos que me tienen en un acto
de improvisación en donde ya estoy perdiendo por default pero alcanzo a
defenderme.
III
Una vez más vuelve el frío y poco sé de ti.
Inalcanzable entre los pensamientos repentinos, te encuentro en medio del
recelo con el que guardo el montón de inconformidades que ocupan ese amplio
repertorio de ideas: cálida y deslumbrante ante el asombro gris con el que tomo
las cosas. Es una de tus hermosas facetas la que se me presenta en esta
ocasión, danzante y lúcida invitándome hacia la pista de baile, moviendo al
compás tus piecitos en un tobogán de pasos que me acercan a ti para esfumarme
de lo actual, de lo pasajero. Habría que devolverme al tiempo en el que te he
señalado con el dedo, en el momento exacto en donde me has sonreído y negarme a
bailar, pero es tarde y te veo a escasos centímetros de mí.
Me he desfallecido ante lo místico del
tiempo, la pieza base de un recuerdo y la excusa de tenerte frente a mí por
unos momentos. Aprieto los dientes bajo el panorama de saberme víctima de un
frío crudo en el que la mente florece y acongoja, atrayendo el placer con el
desconcierto de encontrarme bien entre un júbilo bajo tus párpados y el aroma
que amarra lo más recóndito del alma.
Seré la presa inminente para esa lluvia de recuerdos
y deformaciones perfectas de ti que mi cabeza se empeña en bombardear hasta el
fin de mis días. Se asome el sol en sus maneras más extremas o como ahora, bajo
el yugo de un invierno ártico, seguiré tu búsqueda intrapersonal en la que me
refugio siempre al caer la noche. Acto banal que me regresa a carcajadas a la
penumbra de vivir.
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