Hace alrededor de un año que leí What
we talk about when we talk about love de Raymond Carver. Lo he recordado
esta justa noche, al terminar de ver la reciente obra Birdman de Iñárritu —en donde se interpretan teatralmente varios
de los relatos cortos que incluyen el libro —, mientras pienso en la chica que
me hizo leer a Carver —y de la cual ya no supe nada — y recuerdo a otra más con quien salía por aquellos días. Es un tanto
chistoso como esa ola de embrollos comienzan a ligarse base a un film que,
aunque bueno, me parece infravalorado, con un libro que fue de mis favoritos
del año pasado y dos de las chicas de las que, obviamente, asocio a reacción al
“relato sucio” que se antepone a mis ojos en cada texto de ese pequeño
ejemplar.
«Parece una tontería», titularía Carver en uno de
esos relatos, ver la recreación de un cuento en una obra de teatro de Broadway
que, a su vez, es reflejada en un film con toques existencialistas y el montón
de situaciones en las que, Susana y yo nos encontrábamos pasando: fuera bajo la
tenue luz de algún bar de la ciudad o desnudos uno junto al otro, mi manera de
leer las breves y secas palabras del texto para hacerla captar mi atención
durante varias noches.
Hablábamos
del amor entre dientes, eso es un hecho. Es el indicador que regreso a mi mente
al tiempo en que termino esta película ahora, inmiscuyendo un poco dentro de la
retroalimentación sutil y llena de indignación que me trae el pensarlo, y digo
indignación por ser precisamente el amor, lo que me hizo alejarla algunos meses
después del dulce juego de escondernos — irónicamente— por algunos lugares concurridos de la ciudad.
«¿De qué hablamos cuando hablamos
del amor? », solía decirle cuando cerraba el libro, rompiendo
el silencio resultante de lo que leía y sellaba, tratando de atraer esas
contradicciones de amor que nos empeñábamos a citar al termino de las lecturas en
las cuales siempre salíamos perdiendo. Era un escape, una cortina de humo que
ensayábamos al compás del ruido urbano de la noche, mientras figuraba que éramos
nosotros —por no decir sólo yo— los que nos difuminábamos lentamente.
No
puedo ocultar lo gracioso que me resulta esto y, sin embargo, no hay ninguna
sonrisa dibujada en mi rostro que permanezca más de lo debido al mencionarlo. Evitar
no es algo que lleve en el día a día en mi cabeza. Son las referencias lo que
va pasando, los relatos de la vida cotidiana y los personajes extraños en los
que me suelo reflejar a lo largo del trayecto. Son las escenas en las que ella soltaba
una carcajada o guardábamos silencio para asimilar, después, que terminaríamos
todo como uno de esos tontos relatos cortos: con un final en donde no hay final
y no importa mucho lo que ha sucedido hasta entonces.
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