«Tendría que abrir los ojos una vez más
y saber que el comienzo se me va de las manos». Frase que se filtra en la
sangre y fluye bajo mis narices en una tierna mañana de dos de enero,
remontándome a algún momento de azar de pérdida espontanea: como en aquel
instante mismo en el que recordaba uno a uno los puntos clave que ya olvidaba
entonces, pérdida sin la noción de estar en juego, como quien sabe que ha perdido
demasiado tiempo y aun así persiste en el intento sin motivación alguna (…) Tendría
que abrirlos y saberme privado del disparo de salida, enajenado a la situación
con una sorpresa ingenua de quien ignora la urgencia con la que se toman en
cuenta las situaciones imprevistas, casi siempre con un intento de sonrisa que
se traduce en una mueca desaliñada: producto vil a una secuencia sin
fundamentos.
Es así como me toma por entre las costillas
el mes de enero, siempre procurando ensartarme en el rostro un pastel de
contrariedades flojas que se producen por cuestionamientos tontos y un montón
de malas figuraciones que aún poco puedo enlistar. Y, en efecto, soy sigiloso y
modesto al aceptar que poco me importa tener una razón concreta en la que
atribuir el atrevimiento de aferrarme a un comienzo occidental del año nuevo,
siendo el misterio de la sorpresa el que me percata de esa mueca que se me
idealiza mentalmente al rostro de Groucho Marx ante la cámara de un film que no
pretenderé nombrar.
Ahora, en medio de una lluvia invernal que
llega junto a las corrientes del viento del norte, mientras vacilo en el
regreso rutinario de la oficina hacia el estacionamiento, me percato del
reflejo en un charco de la poca iluminación restante del día y la incursión de
un coche en la imagen, donde en la toma normal se mueven dos mujeres a treinta kilómetros
por hora y a una le alcanzo a observar a los ojos al voltearle a ver. «Tendría
que abrir los ojos una vez más y saber que el comienzo se me va de las manos»,
me retumba una vez más el mensaje entre cada oreja, casi provocado de
nuevo el sanguinario flujo en mis narices y titulando esa mirada como una más
de las pérdidas que ya significan este enero en curso, aunado al sentimiento
que queda tras la escena y un estacionamiento que se presenta casi totalmente
deshabitado.
«¿Qué tendría entonces que seguir haciendo
ante la pérdida por defecto?», me limito a cuestionar con la
mirada gacha yendo hacia mi coche, observando esa fotografía llana del mojado
asfalto en el que me percibo y me pierdo hasta el más hostil de los rincones,
alejando la pregunta del montón de ramificaciones que se han engendrado y
aclarando la garganta para enfrascarme en el silencio más sutil de la jornada:
el regreso a casa. Es enero y en el peor de los casos me encontraría haciendo prácticamente
lo mismo que en el año pasado y, en el momento justo que dura la idea en mi
cabeza, me doy cuenta, tras encender el motor ya en mi vehículo, que lo
anterior es algo que ya poco importa y aun así persisto en el intento sin
motivación alguna (…) Tendría que abrir los ojos una vez más o, al menos,
desempañar mis gafas ante la desmesurada inflación de pensamientos grotescos y
banales que llegan y se empalman con la demás basura que ya me encargo en
almacenar, dándome por hecho que su mirada me ha buscado y que es el dilema de
ocasión el que me hace llegar hasta una imagen reflejada en un charco de aguas
negras en el pavimento. Saber que el
comienzo se me va de las manos es pausar los cuestionamientos hacia instantes
de tiempo en los que estoy vencido de antemano, aceptando que el flujo de
sangre en la nariz es ahora mi tótem de bienvenida hacia un feliz año nuevo y
una vigorosa oportunidad de malinterpretarme en mil y una manera posibles. Excusarme de los errores a cometer con
sonrisas falsas que terminen en una mueca desaliñada será la respuesta a tanta
babosada y entonces tendría que dejar de escribir tantas sandeces en la
madrugada, eso al menos lo dejaré como tema pendiente. Sin embargo, decido
seguir y poner el vehículo en Drive y
me encargo de arrollar el charco del reflejo con desdén, mientras busco un
disco para reproducir mientras voy a casa.
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