miércoles, 7 de enero de 2015

Tótem

    «Tendría que abrir los ojos una vez más y saber que el comienzo se me va de las manos». Frase que se filtra en la sangre y fluye bajo mis narices en una tierna mañana de dos de enero, remontándome a algún momento de azar de pérdida espontanea: como en aquel instante mismo en el que recordaba uno a uno los puntos clave que ya olvidaba entonces, pérdida sin la noción de estar en juego, como quien sabe que ha perdido demasiado tiempo y aun así persiste en el intento sin motivación alguna (…) Tendría que abrirlos y saberme privado del disparo de salida, enajenado a la situación con una sorpresa ingenua de quien ignora la urgencia con la que se toman en cuenta las situaciones imprevistas, casi siempre con un intento de sonrisa que se traduce en una mueca desaliñada: producto vil a una secuencia sin fundamentos.
    Es así como me toma por entre las costillas el mes de enero, siempre procurando ensartarme en el rostro un pastel de contrariedades flojas que se producen por cuestionamientos tontos y un montón de malas figuraciones que aún poco puedo enlistar. Y, en efecto, soy sigiloso y modesto al aceptar que poco me importa tener una razón concreta en la que atribuir el atrevimiento de aferrarme a un comienzo occidental del año nuevo, siendo el misterio de la sorpresa el que me percata de esa mueca que se me idealiza mentalmente al rostro de Groucho Marx ante la cámara de un film que no pretenderé nombrar.
    Ahora, en medio de una lluvia invernal que llega junto a las corrientes del viento del norte, mientras vacilo en el regreso rutinario de la oficina hacia el estacionamiento, me percato del reflejo en un charco de la poca iluminación restante del día y la incursión de un coche en la imagen, donde en la toma normal se mueven dos mujeres a treinta kilómetros por hora y a una le alcanzo a observar a los ojos al voltearle a ver. «Tendría que abrir los ojos una vez más y saber que el comienzo se me va de las manos», me retumba una vez más el mensaje entre cada oreja, casi provocado de nuevo el sanguinario flujo en mis narices y titulando esa mirada como una más de las pérdidas que ya significan este enero en curso, aunado al sentimiento que queda tras la escena y un estacionamiento que se presenta casi totalmente deshabitado.
   «¿Qué tendría entonces que seguir haciendo ante la pérdida por defecto?», me limito a cuestionar con la mirada gacha yendo hacia mi coche, observando esa fotografía llana del mojado asfalto en el que me percibo y me pierdo hasta el más hostil de los rincones, alejando la pregunta del montón de ramificaciones que se han engendrado y aclarando la garganta para enfrascarme en el silencio más sutil de la jornada: el regreso a casa. Es enero y en el peor de los casos me encontraría haciendo prácticamente lo mismo que en el año pasado y, en el momento justo que dura la idea en mi cabeza, me doy cuenta, tras encender el motor ya en mi vehículo, que lo anterior es algo que ya poco importa y aun así persisto en el intento sin motivación alguna (…) Tendría que abrir los ojos una vez más o, al menos, desempañar mis gafas ante la desmesurada inflación de pensamientos grotescos y banales que llegan y se empalman con la demás basura que ya me encargo en almacenar, dándome por hecho que su mirada me ha buscado y que es el dilema de ocasión el que me hace llegar hasta una imagen reflejada en un charco de aguas negras en el pavimento.  Saber que el comienzo se me va de las manos es pausar los cuestionamientos hacia instantes de tiempo en los que estoy vencido de antemano, aceptando que el flujo de sangre en la nariz es ahora mi tótem de bienvenida hacia un feliz año nuevo y una vigorosa oportunidad de malinterpretarme en mil y una manera posibles.  Excusarme de los errores a cometer con sonrisas falsas que terminen en una mueca desaliñada será la respuesta a tanta babosada y entonces tendría que dejar de escribir tantas sandeces en la madrugada, eso al menos lo dejaré como tema pendiente. Sin embargo, decido seguir y poner el vehículo en Drive y me encargo de arrollar el charco del reflejo con desdén, mientras busco un disco para reproducir mientras voy a casa. 





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