Se hace tarde.
He dejado el vaso medio vacío. Lo observo y
lo repaso. Me pregunto por qué no lo he terminado de beber. No recuerdo. No es
satisfacción ni hastío. Tampoco sé el porqué de
la interrupción. Parpadeo y carraspeo. Han pasado un par de minutos y la
tensión se vive entre la mirada y la percepción. La incógnita. El desgaste
ocular y el recelo del despojo hacia el objeto. Las doce y media y el estómago
medio vacío. La parábola de la vida de la cual carezco de explicación me
persuade a un intento. Se hace tarde. La saliva me recuerda el sabor. La luz me
priva de una imagen clara. No he de beber. Alguien toca la puerta. Parpadeo y
desespero. La angustia de alargar la mano hacia el vaso se presenta. Sentido
común. Autómata de dos a once. Se hace un poco más tarde. Canícula regiomontana
en el fondo suburbano. Siguen tocando fuera de casa. Caigo en el hartazgo. Sed
de derrota. Hazme despertar con el miedo de perderte. Mejor no. Nunca es
demasiado tarde. Dos tragos y a correr.
No hay comentarios:
Publicar un comentario