viernes, 31 de julio de 2015

Senza fine

    Se hace tarde.
    He dejado el vaso medio vacío. Lo observo y lo repaso. Me pregunto por qué no lo he terminado de beber. No recuerdo. No es satisfacción ni hastío. Tampoco sé el porqué de  la interrupción. Parpadeo y carraspeo. Han pasado un par de minutos y la tensión se vive entre la mirada y la percepción. La incógnita. El desgaste ocular y el recelo del despojo hacia el objeto. Las doce y media y el estómago medio vacío. La parábola de la vida de la cual carezco de explicación me persuade a un intento. Se hace tarde. La saliva me recuerda el sabor. La luz me priva de una imagen clara. No he de beber. Alguien toca la puerta. Parpadeo y desespero. La angustia de alargar la mano hacia el vaso se presenta. Sentido común. Autómata de dos a once. Se hace un poco más tarde. Canícula regiomontana en el fondo suburbano. Siguen tocando fuera de casa. Caigo en el hartazgo. Sed de derrota. Hazme despertar con el miedo de perderte. Mejor no. Nunca es demasiado tarde. Dos tragos y a correr.  

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