miércoles, 15 de julio de 2015

Lago Rodeo

    Es tarde ya para devolverme.
    Hace media hora que he tomado una ruta alterna que me llevara a un lugar distinto a donde en realidad iba. Todo ha comenzado con la intención de tomar un atajo y llegar antes de lo planeado a aquella reunión pero, entre el barrio desconocido al que entré y las altas horas de la noche, me he tomado otra salida de momento y ahora me dirijo a su casa. Debí girar hace tres semáforos y terminar esta estupidez. Ahora estoy ya por tomar la salida de la ruta exprés sin haber frenado por minutos. Sería necesario hablarle por teléfono si es que en realidad voy a verle, tal vez ni siquiera esté ahí y todo sería una pendejada más en mi haber del cual podría mofarse a plenitud.
    Sin más que pensar, nuevamente he desviado mi camino. Han pasado tres minutos desde que tomé el celular para llamarle y ya me encuentro rebasando automóviles a ciento veinte kilómetros por hora sin saber qué hacer aún, agazapado por esa corriente de aire fresco de madrugada que suele aparecerse en el verano y que ahora me acaricia invitándome al descaro. Esperaría estamparme mientras conduzco al escuchar su tenue voz, saber que es muy tarde y que cada vez estoy más cerca del bulevar hacia casa que tomar el retorno a la suya es lo que sucede entre canciones. ¿Me contestará la llamada después de tanto tiempo? El silencio que perdura después de un track recién terminado al siguiente hace énfasis a lo que cuestiono.
    Creo encontrarme a quince minutos de llegar con ella si hago el retorno en Ruíz Cortines. Podría dar la vuelta, llegar por un par de cervezas y aparcarme esperando su respuesta en la tranquilidad de la noche, justo a unas calles antes de su estancia por donde no corra riesgos. Tomar el teléfono y marcar sin reproches, hablar con vulgaridad y escuchar una respuesta que igual vale madre parece verse tan fácil: aclarar mi garganta y presentarme frente a ella ahora lo visualizo como un absurdo sin sentido, un berrinche de fiebre de sábado por la noche sin borrachera que lo respalde. Sin embargo, persisto. Es tarde y seguro se encontrará ya ebria, lo cual lo haría más sencillo: contestaría algo sorprendida y con tono mamón, si tengo un poco de suerte puedo pasar a recogerla en Lago Rodeo como antes, como si no hubiera pasado nada y saber en realidad que no pasa nada en lo absoluto es lo que me tranquiliza justo ahora.
   Me he aparcado en una brecha oscura a orinar y noto la hora en el celular. Son las cuatro con veinte de la mañana y ya nada de esto parece tener un fundamento racional que me lleve a seguir manejando entre esta horrible ciudad. Deseo verla de nuevo y es sólo el impulso lo que me ha traído aquí, mientras noto la claridad que empieza a tomar el cielo, preguntándome una vez más si esta patética corazonada va más allá de un par de suposiciones y semáforos en verde, todo al tiempo en que sacudo mi verga de las últimas gotas y me resigno a dejar esto como estaba. Como una meada que se queda olvidada en el pavimento hasta evaporarse entre la nada. 



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