I
Winterreise. A febrero siempre lo he tenido
como un mes impredecible. Lo he estado pensando en todo lo que va del mes, en
cada paso que me separa del anterior y los segundos que no idealizo, figurando
día a día como todo se reduce a procesos bien o mal elaborados y a las pequeñas
acciones inverosímiles que apenas si llegan a notarse entre la niebla. Aún es
invierno y el contenido de cada jornada se acompaña de rondas de café negro y
una soledad plana en la que me entrego hacia lo atónito, hacia la incertidumbre
en la que me resulto a cada noche con la inconciencia de saber algo más allá de
mi yo antecesor. Es febrero y el contraste del anterior febrero es lo que me
encamina a preguntarme en qué lugar debo de situarme al tiempo en que la ignorancia
me arrodilla a desvanecerme en la duda del presente, a un silencio sin treguas
y una falta de esperanza en donde Schubert acontece ante cada instante
desfallecido.
Conduciendo hasta casa me he encontrado
recreando un sinfín de tangentes que se desprenden de cualquier situación, ya
sea encontrarte en algún trágico lugar en donde solíamos beber o verme ya con
la idea misma de saber decidir (o lo que pueda significar esa estúpida tontería).
Es la mente que me traiciona la que me acerca a la barranca final de este
cuento, es el tiempo y su recorrido el que me aventaja en cualquier duelo
imaginable, y la vida sigue como esa mano enorme que constantemente abofetea y
la saliva escurridiza no es más que la reacción del viviente en plena
apoplejía.
Einsamkeit. Pasar otro invierno es enterarme de que no
deseo enterarme de nada en lo absoluto y que estoy perdiendo la batalla por
nocaut. Algún tiempo atrás habría de reír con picardía ante el fracaso sin sopesar
demasiado en el asunto. Ahora por otro lado, no hago más que sobrellevar el
peñasco como Sísifo: héroe absurdo definitivo en el panorama en el que me asimilo
de arriba para abajo. Es el sentido absurdo mismo de levantarme y dirigirme de
nuevo hacia el mismo lugar cada día lo que me circunde, lo que me ocupa y lo
que me atrapa más de lo debido, y me resulto ahí: encasillado a un lieder falso
de una nada que me creo y carcomo, un recuerdo de un amor tóxico y de los otros
amores que me he negado a formar.
De nuevo me encuentro bajo la lluvia y es
esta especie de tempestad la que me relaja ante el vituperio grotesco matinal.
Faltaría un centenar de lluvias más para alegrarme ante la complejidad que
abarca toda esta basura resultante y, sin embargo, carente de razones para
maldecir al cielo y a los cuatro vientos, soslayo la agresividad que anulo en
treinta y siete pasos al norte y un panorama musical en el que jugueteo a
colocar un punto final.
II
Habían sido demasiadas las reproducciones
de esa canción que era ya, para aquella noche de embriaguez, casi imposible
saber si era el principio el que se escuchaba o el final que se prolongaba
hasta el hastío. Corría una resonancia malentendida en mi cerebro
apresuradamente, invadiendo el atolondrado y bajo control de un cuerpo carente
de firmeza, ganando terreno a una rapidez sorprendente en la que me iba
entregando sin oposición alguna en un placer incompetente y conformista. La
noche aún era joven y me lo decía toda ella: sensual forma femenina de
atracción que me abrazaba en un acto de maternidad interracial y polaridad
universal.
Suspendido entre el dulce sonar de sus
palabras, indagaba el secreto de sus virtudes en un séquito de incógnitas para resumirme
entre sus respuestas, sin saber entender que el alcohol era la justa reacción
que buscaba mi sangre y que las palabras de ella no eran más que vulgaridades
tersas en las que mi mente intentaba reposar. Sin embargo, me encontraba a
merced de sus manos, que me acariciaban y embarraban del eco que su voz iba
dejando a flote en la habitación, casi deseando ser tragado por las fauces que
escondía aquella hermosa boca y, simplemente, coexistiendo en una verdad
alterada en la que ambos nos mentíamos.
Para no cometer alguna equivocación seria, después
de haber intercambiado el calor de una noche, bloqueé el ciclo del comienzo: la
canción estaba interrumpida. A ciencia cierta, había tomado al toro por los
cuernos en un alto estado alcohólico, sin siquiera saber que eran todas las de
perder y que, sin importancia al momento, ya había perdido todo lo que podía
rescatarse y después lo asimilaría. Era un escape dentro de un escape, una ola
de hechos necios en donde nos habíamos precipitado a lo banal, al llanto de las
ninfas en los bosques y la fuente de la perdición espiritual. Debut.