miércoles, 26 de marzo de 2014

Carta a G



    Sale el sol, querida G, al menos en mi cabeza. 
    Afuera todavía se escucha el secuencial ruido de la lluvia que cae y viene y persiste en seguir viniendo. Lenta, como la caricia que da el aire ante la imposibilidad del rasguño: suave roce tímido del temor virginal. He despertado con las ganas atípicas de querer mojarme, de saber que no tengo responsabilidad laboral para el día de hoy, de dejarlo todo por un simple remojón natural en el patio de mi casa. Lo quiero y lo dejo de lado, al tiempo en que me percato de mi espectral reflejo, en la ventana que me separa del intento y la terca persistencia de conformidad. Tú sabrías aconsejarme en estos momentos. 
    Tú sabrías qué decir o al menos lo intentarías, eso quiero suponer. Trato de pensar, en ciertas ocasiones, las palabras que dirías, las que te callarías y las que preferirías expresar con algún abrazo o algún golpe en uno de mis hombros, mientras ríes y frunces el ceño y sostienes una cerveza con la otra mano porque seguramente estaríamos bebiendo—, en uno de esos bares pasados o en un lugar que siempre me viene a la cabeza y poco puedo describir. Es a veces grato el pensamiento de sabernos así. Me mantiene concentrado, en un trayecto en el transporte colectivo, imaginando este tipo de situaciones: alegorías de un tiempo incierto del que hablamos algunas veces sin pretensiones objetivas, sino como un proyecto intangible en el que caminamos y vamos yendo a ningún lado con la única intención de estar acompañados, con el fin de compartir un poquito la miseria de la vida. 
    Persiste la lluvia, querida. Se aferra a impregnarnos de la melancolía y los pensamientos como estos que acabo de contarte. ¿Y qué sería de nosotros sin esta impotencia de no saber en dónde estamos? Hablo en silencio e intento adivinar una respuesta tuya que se exprese con una mirada, una figuración del color que nos construye o uno de esos elementos raros de donde uno obtiene el ciego valor y la astucia de seguir avanzando. No sé siquiera qué pasará conmigo el día de mañana, así de al pedo procuro vivir, y es ese estilo de vida el que mantiene en este rumbo desconocido, en donde tu imagen y la mía tienen mínimas probabilidades de parar en la misma ciudad, en la misma colonia o en la misma habitación. Mientras tanto te escribo y me tomo un café negro a tu salud, a tu bienestar, a tus ligues de fin de semana y a la otredad, que son los puntos a tomar en cuenta en un tipo de amistad como la nuestra. 
    Sigo vestido en el pijama, con las botas puestas y las lagañas duras aún en mis ojos. Doy un sorbo de café a cada frase escrita y me doy cuenta de que casi es medio día. Tendré que hacer algo de limpieza en la casa, un poco de ejercicio tal vez y, por ahora, dejo de ocupar mí tiempo en esto. Lo leerás más tarde, ya en la noche, ya que llegues a casa y tengas la intención de abandonar a la humanidad y su desmadre de sociedad, pensando en que, tal vez, mañana te invite unas cervezas.

lunes, 24 de marzo de 2014

(autismo y tijeras)

    Abrí un nuevo blog. Dejaré este para cavilaciones y pensamientos de vómito verbal y el otro será para ficciones y otras historias. Por su atención gracias.

    El otro blog de Arturo Contreras: http://autismoytijeras.blogspot.mx/


(autismo y tijeras)

Nota en la esquina de la agenda IV

    Me apresuro a formar palabras mientras todavía son las 11:10. «Tac-tac-tac-tac-tac-space bar-tac-tac-tac-space bar-tac-tac-enter». Triunfalmente, gano el reto que me plantee en milésimas de segundo, mientras el café que recién preparé espera por el primer sorbo y el sonido de las teclas resuena como una carrera larga de galopes hacia el golpe triunfal. Finalmente, observo el reloj y aún es el mismo minuto: sonrisa de idiota después de una victoria insignificante: simulacro de felicidad. Por el momento es lo más alegre del día, un efímero instante que se escapa así mismo su creación, en un lapso de tiempo en el que voy cavilando y remunerando ideas de derrota en los que empiezo la semana. Es lunes y se me hizo tarde para el trabajo o, más bien, es lunes lluvioso y Monterrey es un desmadre cada que llueve o, más bien, es lunes y la lluvia duró lo que dura mi hora de trayecto al trabajo pero a esa hora todavía estaba a cinco minutos de mi casa en camión o, más bien, me regresé a la chingada porque no vale verga este pedo. Exhalo ese aire impuro de sentirse pendejo mientras me doy cuenta que el café con leche ya no me gusta y que, éste en especial, me quedó muy insípido: ay, mi vido. Vuelvo a observar el reloj y reitero mi preocupación de qué mentira será la siguiente. Amo mentir, o bueno, no es algo que ame y me apasione a modo de volverme adicto a ello, pero, en cierto modo, el hecho de mentir siempre me ha ocupado como un ejercicio literario de creación, una propuesta de ver qué tanto puedo formar y llegar a sorprender o, al menos, formular para que suene creíble o pasable, mientras me salgo con la mía después de que la suerte siempre suele ser una completa  puta conmigo, y ahí voy de nuevo, a mentir y cagarme la vida. He decidido sin la necesidad de analizarlo, que este blog ya sólo tendrá palabras predispuestas en donde medio relate las idioteces que llenan mis días y, por otro lado, abriré uno nuevo para escribir ficción y otras historias. So, dejando de lado ese anuncio breve y sin importancia, vuelvo al infortunio del café desabrido y las teclas del computador que cada vez suenan más despacio, al tiempo en que decido empezar a escribir algo para el otro blog y proponerme abrirlo esta misma semana. Kaput. 

P.D. Nymphomaniac es una mierda.

miércoles, 19 de marzo de 2014

À la porte de l'éternité

    Una vez más decido escribir algo en este blog porque estoy a nada de abrir otro en donde no relate tanta jodedera. Desprendiéndome del bonito y sutil pecado de levantarme tarde, me doy cuenta de que el simple hecho de abrir los ojos más temprano sin tener que ir a trabajar no cambia tanto las cosas. Los movimientos son básicamente los mismos en una serie de pasos que oscilan para ser un mismo producto: a) abrir los ojos, b) quitarme las lagañas, c) hablarle a mi perro para decirle que hay que ir afuera y, por ende, sacarlo a la chingada, d) regresar a la cama, e) tomar el iPhone, f) ponerme los lentes, g) darme cuenta de que no hay nada importante qué leer y bloquearlo mientras me adentro de nuevo a la comodidad de las cobijas en la oscuridad plena de mi habitación. Qué es esto sino la síntesis perfecta de una vida casual, un resumen claro de lo que pasa-o-no-pasa y lo que se va mientras deslizas el dedo índice leyendo mierda que, al final de cuentas, importa un reverendo carajo. Somos un producto rutinario de secuencias ordinarias vacías de placer y que, aún, siguen teniendo un efecto placebo invisible de destrucción autoprofética bonita y maldiciente. Yo lo admito, tengo un ocio suscrito a la estupidez y la otredad de ciertas personas, unos cuantos quienes me interesa leer y observar el desdén con que toman los días y la vida misma, entre quejas y bonitas sentencias de diversión y cultura en donde se engalanan de jornadas de «jale» moderado y una vida social que fluye emulando un jetset digno de envidia de cualquier mojigato, casi simulando la burguesía francesa del siglo XVIII. En ciertas ocasiones, me he aventurado a asistir a cierto tipo de eventos o fiestas en donde la gente suele ser casi siempre la misma lo cual me remite a la frase anterior del jetset, y me recuerda que esta ciudad sigue siendo un rancho de descendientes de judíos y, ahora también, morenos adinerados en donde uno no puede aislarse sin toparse a algún conocido o desconocido que no se haya visto anteriormente. Me gusta vivir en el ambiente suburbano y sus comodidades así también como sus grotescas desventajas, sin embargo regreso siempre a un punto en específico en el cual el inciso «e» y el «f» pueden intercambiarse en las mañanas y es lo más radical que puede suceder en esos cinco minutos de arribo en la jornada. Entonces, me quito las cobijas y me dan ganas de tomar cualquiera de las tres pistolas de mi padre, darme una ducha y ponerme mis mejores ropas, un poco de loción para el momento y encaminarme en una búsqueda de un bonito lugar para darme un tiro de buenas a primeras; después me doy cuenta de que, a pesar de que toda mi vida he vivido en esta ciudad, no tengo un lugar favorito en el que me sienta tranquilo y alegre de querer desvanecerme: qué tristeza. No me preocupa en lo absoluto el hecho de no tener un lugar en donde reposen mis restos como hacen muchas personas en estos tiempos de insignificancia y preocupaciones pretenciosas, sino la sentencia misma de no tener siquiera un pequeño espacio en donde pueda caer sin remordimiento alguno, con una decisión clara y objetiva, con esa sensación reconfortante de sentirse a gusto y en casa. Y en fin, que parece ser sólo otra de las malas facetas que Marzo siempre me conlleva a tener, como una más de las predicciones que he tenido a lo largo de estos escasos años en los que tengo de pisar el suelo y lo aburrido que suele ser este mes: la despedida del invierno que se retira nuevamente, el natalicio del más infame de los oaxaqueños y el cumplimiento de los primeros noventa días del año en curso: un evento sucio y deprimente que me hace aferrarme al inciso «g» y su refugio lleno de melancolía. 








lunes, 17 de marzo de 2014

Nota en la esquina de la agenda III

    «La última palabra de la anterior oración puede ser el mal inicio de una nueva pendejada». Así se va terminando un nuevo lunes más, sin culpa alguna, uno de los que ahora denominan como «feriados» para hacerlos parecer más simpáticos, más llevaderos para el ocio del pueblo quejumbroso del primer día del deber. En este momento, tengo mínimas intenciones de estar aquí, de explayarme, nulas ganas de querer relatar un pequeño momento de esa atemporalidad banal en la que me siento ocupar y ya, que si de razones para continuar haciendo tal o cual cosa siempre soy muy precario. 
    Volteo a ver mis pies y observo unos calcetines maltratados y desteñidos, todo mientras el ruido de la computadora portátil se aferra a romper el silencio que me abarca y todo parece estar Okay, por ahora, al tiempo en que mi perro exhala de manera repentina y, bajo los parpados, siento como siempre esa pesadez de tener que pensar en lo que voy a hacer contigo y con todo esto que arrastramos tras nosotros ahora mismo. Siempre hay demasiadas cosas en qué pensar, siempre hay demasiados problemas generados por uno mismo y nada de eso debería  afectar, pues si por algo existen es por el simple hecho de querer auto joderme, de chingarme y retarme en una vida de pruebas y tareas de las que me gusta salir madreado. «Uy».
    Podría decir adiós por ahora, como siempre, en un cumplimiento certero de las secuencias y consecuencias que he aprendido a forjar hasta ahora, en un baile clásico en donde me doy cuenta de que no somos los personajes de 'Last Tango in Paris' y que, en el otro punto que sigo arrastrando, tampoco me trato de Ethan Hawke en la trilogía de los 'Befores' y, por pendejo, tengo que cargar con tanta cagada digna de un bonito mierda como yo. 
    Y ya lo dije: «la última palabra de la anterior oración puede ser el mal inicio de una nueva pendejada» . La última palabra del parrafo anterior siempre suele serlo. 

martes, 11 de marzo de 2014

Parece una tontería

    Estoy acostumbrado a dejar de lado lo que tengo para añadir más culpa a mi existencia. Siempre ha sido así: desde los remotos tiempos en que mi memoria empezaba a funcionar a conciencia, con una soledad de niño enfermizo educado en casa, hasta el día de hoy, con una sobriedad que no pasa de tres días, donde la mayor parte del tiempo el desasosiego alimenta la más pura de las ansiedades para la autodestrucción explícita de mi «no-proyecto de vida». Ha pesar de los altibajos que siempre he tenido que aceptar, la incertidumbre que acarrea todo este tipo de contrariedades e incidencias se presume bajo mi brazo como un portafolio de trabajo, reluciendo como un montón de dientes blancos de antesala sobre una ráfaga de carcajadas y desprecios, insultos y lamentos que adornan mi entorno vulgar al precio de la costumbre de la inconformidad de un «algo» desconocido y una zona de confort, que se puede resumir en arcadas predestinadas al fracaso rebuscado. 
    Aceptando el infortunio canceroso del no-saber-vivir-y-no-poder-morir, voy caminando y sobre todo deambulando por una sumergida ciudad que se opaca cada vez más rápido, que se embarca ferozmente en el atroz harakiri occidental imperialista de nuestros días, mientras el sol cae sin aviso y el pensamiento se humedece de viejas conversaciones y momentos clave de una decisión de despedida, de despedidas y mentadas de madre que engalanan el suceso de un amor primitivo, sensorial y casi inexistente. Sé que todo es una chorrada, que exagero las cosas para tener algo que recordar, que me muero de verdad si un día alguien regresa y que, mi orgullo, es tan antiquísimo como la supremacía blanca que todavía se escabulle por el mundo. Sin embargo, soy malo para estas cosas a pesar de la costumbre, porque precisamente eso, la conciencia de saber que tendré que cargar con algo más en la espalda a pesar de mi moribundo estrés, es lo que me mantiene al filo de la navaja entre un masoquismo fino e intrapersonal: delicioso y suculento placer que jamás podré resistirme a ignorar.
 
No te busques ya en el umbral (mayo, 2013).

    

lunes, 10 de marzo de 2014

Adiós, Pacto Ficcional

    Hoy, el señor Jorge Regula (@sixarmsonleg) y yo, dimos por acordado el fin de este proyecto. Pacto Ficcional comenzó como una idea de trayecto donde ciertas ubicaciones de la ciudad se fuesen reflejando en textos tangibles e intangibles, en los Lugares y No-lugares, que ocuparan el trama de algo que teníamos la necesidad de contar. El proyecto empezó y maduró en un concepto definido, con ficciones sustentadas en visiones del entorno y no-ficciones que arrastramos banalmente por lo pequeña que sigue siendo Monterrey, mezclando y siendo así un juego de momentos que ya ocupan un lapso de nuestro tiempo. 
    Por ahora decidimos terminar, decir hasta aquí siempre es una decisión importante y esta no es la excepción. Queda un blog y decenas de textos en donde se ve claramente el júbilo de lo que tanto nos representó: un lazo de flashazos citadinos, una bitácora de lo que somos y nunca podremos ser. Y por ahora es lo mejor, tal vez sea un paso fundamental para nuevas ideas, nuevos proyectos, nuevas intenciones que seguir escribiendo, escribiendo, escribiendo. Kaput. 

   Estaremos publicando las últimas dos entradas que son la despedida. Ambos quedamos en el la página de Pacto Ficcional y en nuestros propios espacios:


    Gracias a todos los que se pasaban un ratito a leer. Seguimos estando.

Siempre en movimiento,
Arturo Contreras

miércoles, 5 de marzo de 2014

Non sequitur

    Según mi agenda, hoy es el día numero sesenta y cuatro del año y parece una reverenda chorrada. Lo primero que alcanzo a notar es una nota donde visualizo mi horrenda letra cursiva afirmando una nueva entrada para el blog, casi suplicando por no dejar este hábito perecedero que casi no mantengo y que, a ciencia cierta, no deseo mantener. El día se va y las jornadas laborales se van amontonando en los hombros y en la espalda, casi sin notarse pero calando a discreción como las etiquetas de camisas nuevas, rasgando y recalcando la presencia de una molestia en donde se tiene que aguantar. No se trata de un reclamo, nada de eso, sino de un reflejo digno del trabajador promedio y el deseo lascivo que representa el dinero en un país como el nuestro.  
    Según mi agenda, los pasos que he estado dando en el último mes me reflejan como un ser nómada y sin morada establecida, con una máscara de ojeras y dientes de británico que me cargo a consecuencia de mis actos y los escapes planeados en cinco minutos. Notas de lugares en donde despierto desnudo, anotaciones de los cafés que me tomo en el día, faltas al trabajo y refugios sin mesura en cantinas y bares que, oscilan entre las dos de la tarde y siete de la noche,  por no alarmar a Domingo Mancini yendo a las once de la mañana para pensar en el epitafio de la tumba de su madre. «El YOLO es el nuevo Living la vida loca», o una especie de desalojo del amarre que significa el no sentirse a gusto o conforme, aclarando que, nunca he podido estar conforme con nada, y bueno, tampoco me odio intensamente como alguien me dijo hace poco, por cierto.
    Según mi agenda, escribo planes y notas que se quiebran por impulsos del momento, cosa que no me deja nada tranquilo ante la nula maduración que se supone tiene que estar sucediendo justo ahora, además de la cuestión monetaria, que se basa en alcohol y cigarrillos y un montón de porquería que uno va adquiriendo entre bar y bar y los tacos de la esquina: horror tremendo de vivir para morir: softly, my dear: Carpe diem«Te vale YOLO la vida»: Kaput. Lo último lo he escrito en mis últimas entradas al menos una vez y, eso no refleja más que mi estancamiento literario, con sólo seis libros en lo que va del año y cuadernos cada vez más vacíos, en donde se presenta el resultado de una miserable intención del ser y el desprendimiento de lo que alguna vez pensé.  
    Según mi agenda, debería estar yendo al palacio de correos a mandar cartas pendientes, caprichos que encontré en el cajón inferior del buró en donde guardo los pendientes, los objetos perdidos y los que aún no sé que hacer con ellos: un pequeño limbo que creé con el único fin de darle jugo a la vida en un ciclo de decisiones impotentes que me hagan mantener mi ansiedad viva, como un método más de hacer anotaciones para el día a día y tenerme entre el cuchillo y la pared del Doppelgänger que me suelo construir, todo siempre como un juego autodestructivo del Non sequitur