«La última palabra de la anterior oración puede ser el mal inicio de una nueva pendejada». Así se va terminando un nuevo lunes más, sin culpa alguna, uno de los que ahora denominan como «feriados» para hacerlos parecer más simpáticos, más llevaderos para el ocio del pueblo quejumbroso del primer día del deber. En este momento, tengo mínimas intenciones de estar aquí, de explayarme, nulas ganas de querer relatar un pequeño momento de esa atemporalidad banal en la que me siento ocupar y ya, que si de razones para continuar haciendo tal o cual cosa siempre soy muy precario.
Volteo a ver mis pies y observo unos calcetines maltratados y desteñidos, todo mientras el ruido de la computadora portátil se aferra a romper el silencio que me abarca y todo parece estar Okay, por ahora, al tiempo en que mi perro exhala de manera repentina y, bajo los parpados, siento —como siempre— esa pesadez de tener que pensar en lo que voy a hacer contigo y con todo esto que arrastramos tras nosotros ahora mismo. Siempre hay demasiadas cosas en qué pensar, siempre hay demasiados problemas generados por uno mismo y nada de eso debería afectar, pues si por algo existen es por el simple hecho de querer auto joderme, de chingarme y retarme en una vida de pruebas y tareas de las que me gusta salir madreado. «Uy».
Podría decir adiós por ahora, como siempre, en un cumplimiento certero de las secuencias y consecuencias que he aprendido a forjar hasta ahora, en un baile clásico en donde me doy cuenta de que no somos los personajes de 'Last Tango in Paris' y que, en el otro punto que sigo arrastrando, tampoco me trato de Ethan Hawke en la trilogía de los 'Befores' y, por pendejo, tengo que cargar con tanta cagada digna de un bonito mierda como yo.
Y ya lo dije: «la última palabra de la anterior oración puede ser el mal inicio de una nueva pendejada» . La última palabra del parrafo anterior siempre suele serlo.
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