domingo, 30 de junio de 2013

Pasajera en trance






    Había logrado llegar hasta el aeropuerto sin gastar un solo centavo aquella noche. Lo había notado al entrar sigilosamente entre la multitud nocturna que se apura y alista para llegar hasta esas largas y repentinas filas, espacios en los que Tristeza siempre terminaba sin saber qué iba a suceder después de todo aquello. Le encantaba arriesgarse, ser por unos instantes un delgadísimo hilo entre la victoria y la derrota, ser un volado con un tornado de por medio.
    Tristeza llegaba hasta su fila con la vista baja, con un montón de cosas colgadas en el cuerpo: una horrenda mochila, un bote de agua purificada con un raro gancho colgado al tirante de la maleta, un suéter azul en el que podía apreciarse el logo de los Dodgers y unos enormes audífonos, cosas que la dejaban ver como una chica desordenada al observador promedio. La mirada hacia abajo sólo significaba una cosa: el reproductor musical en sus manos y su consecuente ritual, en donde, al llegar al aeropuerto, se disponía a escuchar esa canción destinada al momento, un track que la seguía desde unos años atrás, desde que había comenzado lo que ahora la ocupaba y que esta vez no podía ser la excepción.
    Llegaba hasta el número 3 del disco, deslizando el dedo velozmente por el wheel como si se tocara la nariz o mordiera su labio, un acto natural para los momentos necesarios en los que, como ahora, Tristeza se disponía a escuchar la irreconocible voz de García y esos samples perfectos que estaban detrás, siempre encajando a los sentimientos que en ella se entremezclaban, siempre doblando las piernas con esa línea de bajo embrujada que Aznar iba trazando a compás. Sabía que muchos de los motivos que la habían llevado a empezar a realizar esos actos llenos de impulso y desespero habían llegado con ese disco.
    Comenzaba a mover la cabeza, entrecerrando los ojos y perdiéndose levemente de la realidad vaga en la que vivía, un bonche de momentos en los que ella sólo era participe unos segundos, unos mínimos instantes en los que apretaba las muelas y decidía decir lo que iba a hacer: correr de nuevo.

Ella está por embarcar, 
quizás consiga un pasaje en la borda. 
Ella está por despegar 
ella se va.

    «¿Ella se va?» —añadía a la canción en su mente — ¿Hacia dónde se va? Todo este tiempo he tratado de saber hacia dónde me dirijo exactamente, siendo la búsqueda de mis terquedades el único camino innegable e ilimitado.
     Pasaba de preguntarse del desconocido siguiente paso a mirar su entorno, la gente que se encontraba alrededor de ella y el poco o nulo interés que mostraban, como si todos ellos supieran que los pasos que iban dando eran exactamente los justos. La seguridad que tanto poseían y que Tristeza nunca llegó a tener era el miedo que la atrapaba a lapsos, el disparador de su impulsiva vida y el refugio que había llegado a construir con Paco.

Ella viaja sin pagar 
el viejo truco de andar por la sombra. 
Ella baila sobre el mar 
ella se va.

    Había escapado de casa decenas de veces para huir con Paco, su novio, un tipo que se movía constantemente de ciudad para trabajar en los diversos proyectos que tenía. Tristeza lo conoció en una visita que ambos hicieron a Sonora, el para trabajar en una playa y ella de vacacionista. A decir verdad, poco sabía en verdad Tristeza de él, lo amaba, era lo único que le importaba y era el motivo de su loca pasión. Paco la había hecho sentir especial, como el enamoradizo que era, haciendo que la chica fuera una más de sus diversiones, lo cual Tristeza conocía y dejaba de lado, sabiendo que dicha razón algún día los haría separar.
   
Pasajera en trance 
pasajera en tránsito perpetuo 
Pasajera en trance 
transitando los lugares ciertos.

    ¿Será que me encuentro en un verdadero trance? —se decía Tristeza, impugnando si la canción aún le seguía dictando ese camino lleno de magia y samples hermosos—,  tal vez sea momento de cambiarlo, de dejar a Paco como lo que todavía es, mi amor, el chico guapo y hippie de la playa, ¿para qué aferrarme un poco más?
    Apenas si creía lo que se estaba diciendo, ahí, justamente a una hora de despegar hacia otra ciudad en busca del enamorado, siendo la chica andrajosa que lo seguía a todos lados con tal de tenerlo junto a ella, viviendo los días como tanto le había gustado decir, sentir, entregarse, siempre sin una pizca de duda, hasta ahora.
  
Un amor real, 
es cómo dormir y estar despierto 
Un amor real 
es como vivir en aeropuerto.

    No es que Charly nos esté mintiendo —susurraba para sí misma— es real, fue real, los sigue siendo.
    Y entonces se regresó, quitando la canción y pasando al track 6, el último del disco, aquella canción que la tranquilizaba y la abofeteaba al mismo tiempo, llena de una enorme satisfacción de haber podido lograr decidir y entender, que de todas formas el día tendría que llegar y no había otro mejor, que en todas partes la gente es la misma y, de igual manera, seguiría siendo como dormir y estar despierta.

viernes, 28 de junio de 2013

Daniel Melero

    ¿Qué pasa cuando uno se encuentra a sí mismo en el espejo después de tanto tiempo? Ciertamente la pregunta me remite a mi imagen pasada, aquella que no se andaba por la vida preocupándose por alguna imperfección del rostro y, que, poco o nulo interés llegaba a prestar a lo que ahora puede llamarse el «futuro de ese entonces». El futuro, un futuro tangencial que me tuve que elaborar en un lapso contado de días disimulados entre presiones escolares, una incompetente personalidad capitalista, la humedad de nuestro clima y, por si fuera poco, ese montón de feelings que como ser humano arrastro por doquier. Quiero creer que esto es lo que generalmente pasa cuando a uno se le saca de su zona de confort, una perdida de casillas en la que la palabra esperanza se vuelve el golpe letal más doloroso de tu corta y patética vida, como cuando de niño te quitan el Nintendo 64 —mi muy triste caso— y sientes que te han arrebatado algo de ti que nunca podrás recuperar y que nada más podrá saldarlo. Así como ver que una arruguita ha aparecido en tu frente por fruncir tanto el ceño bajo el sol de Monterrey, verse en el espejo y observar una vieja fotografía se vuelve un desconsuelo melancólico para los que no sabemos que haremos el día de mañana, habiendo entendido que esas innumerables planeaciones se han ido todas por el caño del escusado y que de nada sirve arrepentirse o lloriquear, que podemos hacerlo, pero de nada nos sirve anhelar lo pasado. Entonces, me veo más jodido y OK, tengo más panza y mis piernas siguen estando igual de delgadas que en la primaria, pero las miles de ideas y pensamientos que he creado y diseñado a conciencia y espontaneidad han hecho que, conforme el tiempo va pasando, una especie de vejez interior se desarrolle base al tiempo, una consecuencia buena o mala (dependiendo el punto de vista y la culpa de la que nos querramos librar), una contrariedad que hace preguntarme ahora si la sabiduría que trajo todo lo anterior ha sido bien recibida como un mal necesario. 
    A dos días de mis veintitrés años reconozco que igual sigo siendo un mocoso, pero el pedo es que ya no un escuincle y a eso voy, que de todos modos la vida sigue sin esperarme y que al parecer es eso lo que más me ha costado aprender en los últimos cinco años. Tanto pensamiento que me cargo en el día a día y tanta cultura general no me ha dado de comer para nada, mis deficientes conocimientos técnicos de mi carrera me han hecho llegar a conseguir trabajo que he hecho con responsabilidad pero que, en el día a día del labor, sentía que mis semanas se iban al abismo de la nada sin haber podido tocar un libro o escrito una carta, cosas que me tienen más al pendiente por realizar, escuchar una canción, emborracharme con alguien en un bar y platicar por horas, escribir historias baratas que se me acumulan tras intensos sueños que no hablan más que de mi y de tu pinche esencia que sigue en mi como un virus inmune al mismísimo tiempo y a las varias bocas que ahora nos separan.  No digo que tampoco sea algo que me esté destrozando la vida, pero siento que es aún poco tiempo para poder decirme que voy poca madre, que si en algo soy lento es en adaptarme a los cambios repentinos que la vida nos pone como si fuese una enorme verga en la cara y que como un pendejo, siempre me voy de nalgas ante las lecciones más importantes. No me siento superior a nadie más pero sé cuando alguien es un idiota, idiotas que tienen un empleo y ganan dinero quién-sabe-cómo-pinches-chingados, idiotas que ya se casaron, que ya tienen un hijo, que hacen todo lo que el confort les pone a la mesa y viven para publicarlo en facebook. Quise seguir un poco sus pasos, más bien ponerme sus zapatos y hacerme pasar por alguno de los cientos de miles de personas promedio, salir a pasear y sonreír mientras alguien me llevaba de la mano y terminé yéndome de narices contra la acera más jodida e infestada de baches de todo México, o sea, me rompí la jeta y chingo a toda mi madre si lo vuelvo a hacer. 
    Y pues nada, las cosas no pasan por accidente, yo me he ganado toda la mierda con el sudor de mi frente. Kaputt. 


   

miércoles, 19 de junio de 2013

33 garabatos olvidados

    Alguna vez te escribí un libro. Era pequeño, de 33 capítulos independientes que al final se entrecruzaban todos entre sí, siendo tu persona el punto referente a todos ellos. Tú te quedaste con el rollo redactado y editado, ya con correcciones y letra legible, yo ahora he perdido el manuscrito original, el cual se componía por notas, post its, servilletas y pedazos de papel reciclado que encontraba por ahí. Pero no lo encuentro.
    Sólo digitalicé un setenta por ciento de ello, no sé en qué estaba pensando. Ahora me doy cuenta de que cuando uno se encuentra enamorado llega a hacer cosas pendejas, impulsivas y sin pensarlas, pero muchas de esas cosas han sido lo mejor que mi ser ha podido crear. No encuentro el manuscrito, carajo, justo ahora que se  iba a publicar.

jueves, 13 de junio de 2013

Somos un revoltijo de versos que nadie supo acomodar

    ¿Hacia dónde nos dirigimos con estas enormes zancadas? Cada vez más grandes, cada vez más escasas. Es la pregunta que me hago mientras vamos corriendo el uno junto al otro, en una carrera repentina y fugaz que nos prohíbe súbitamente fijar una meta. ¿Hacia dónde vamos? Cómo saber y cómo tener consciencia del tiempo cuando somos parte de una amalgama de extrema violencia, una insolencia que nos ocupa entre los besos que bruscamente nos damos, besos desesperados que reflejan nuestra urgencia sutil de querer vivir: choques mortales de labios carnales necesitados de ardor para poder seguir.
    La ignorancia de esperar vivir sin saber qué es lo que esto conlleva ahora me tiene aquí, con la incógnita de pensar si me lo has quitado todo, o si verdaderamente sigo siendo un lento retoño que espera por el agua turbia y pecadora que lo lleve a crecer, a poder creer si tengo algo de qué desprenderme o si me has quitado todo lo que me importaba, sin saber y entender, que voy dejando todo con tal de tener tus rasguños en mi piel e impregnarme en la suciedad que llevas bajo las uñas, sólo para sentirte más cerca, más mía, una posesión digna del humano en sí. Has hecho de mí tu playa virgen de malas intenciones y eternas perversiones, un lugar privado para tu caprichosa conveniencia y altar a tu egolatría, la búsqueda de la felicidad de la puta que succiona el alma de las familias estables y felices, atrayendo nada más que tristeza y desolación. Un ciclo vital que fluye y me recompensa con desbordante sexo y el placer de tu ser, el dominio de incendiarme de tu característica pasión.
    Mírame, corro sin soltarte, sin despegar mi vista de la negrura triste de tus ojos: ingenuo de nuevo como el infante ante su madre, dependiente de la dulzura inmaculada de hacerme sentir aviador, un guardián a tiempo completo de tu cuello y la estabilidad de tu cuerpo, de tus senos pequeños que gritan mi nombre en cada salto de la carrera, aferrándome a merced a la imagen del suave balanceo y persuadiéndome, al deseo lascivo de morir a tus pies en cualquier momento en que lo pidas. ¿Qué no ves que voy contigo? Como el ciego creyente a su fe cristiana cabalgo junto a ti en la búsqueda del gozo carnal de sentirse existir, siempre dispuesto a perder(me), a envolver(te) entre los susurros más tiernos que claman al indeciso mar de lágrimas que espera ahogarme, todo como base impulsada a tus atributos occidentales, a tus piernas y caderas que fulminan mi percepción y mi casi nula seguridad de saber si seguiremos aquí, corriendo en el largo camino del destino: tú y yo en el sublime declive que es la trivialidad de la búsqueda del amor. 
    Mi amor, desnudo crimen de tenerte y no ser lo que me haces hacer, putita. Sabes que no dejaré de estar aquí, no por ahora; entiendes que quizás me largue pero no por mi cuenta, cabrona. Te has esmerado en el análisis inmediato de cada tangente posible, como el matemático que nunca pude llegar a ser: fría y calculadora hasta las tetas. Y vas corriendo y poco a poco me voy desprendiendo del tejido invisible de la unión, huyendo entre brillos nocturnos de pupilas felices que se cruzan a nuestro desamparo, descubriendo las ganas que nos ocupan, ansias de herirnos y maldecirnos mutuamente. Ay, mi reina, sabes que voy de aquí para allá, siendo el todo y la nada abismal a pedido y por separado, flotando a tu disposición imaginando mi encuentro existencial con el individuo que me creo, siendo piel que se disipa de la costra a niveles fastuosos. Yolanda, mi Yolanda, hermosa intrusa de mi agnosticismo. Abres y cierras los ojos como quien mueve las puertas de la humanidad con odio absoluto, misántropa destructora y seductora del yo precario que cae y resiste, el yo que se encuera y se vuelve a vestir sólo para que te vayas muriendo en mí, para ser yo el que me ocupe en mi posesivo egoísmo de tus pinches pendejadas.

Dealers de la moderna

    A veces cuando me quedo en casa en fin de semana pienso que me va a visitar Zarzoza, llegando a mi casa sin avisar, inesperadamente y con una prisa alocada de vivir y querer sentirse morir al mismo tiempo. Cierro mi libro y lo visualizo ansioso, no con mi ansiedad sino como el lo expresa, entre un desasosiego que nos empuja a elevarnos, aislados en un circuito con más gente alrededor y un desamparo de terminar creyendo que somos más que el resto.
    Zarzoza es como el producto de las anfetaminas que me solía meter a los diecisiete: terco y honesto hombre que se arroja al crimen visceral de querer amar, siempre enseñándome que el amor es la mejor droga de todas. Un sujeto como ningún otro, que quema marihuana mientras se ducha, que exhala humo junto a mi en las calles del centro y que ama tanto Monterrey como yo que sólo quiere irse de aquí a la chingada. Ese es él en mi mente, un hombre en llamas que me invita a arder por la vida, uno de esos tipos que se destruye y reconstruye durante una velada de peleas románticas y esperanzas internas, como quien baila y se arrulla con la misma energía. Un cabrón que escribe de todo como queriendo pisar la enormísima sombra de Reyes, un amigo que me puede saludar y despedir diciéndome «pinche culero».
    A veces andamos por ahí, nos hablamos de «señor» y deambulamos por parajes olvidados de la horrible ciudad que nadie se molesta en visitar. Puede que nos hayan visto, confundiéndonos con ese par de locos que aquel chileno escribió. Y quién sabe, a lo mejor está noche te podremos visitar.
   

martes, 11 de junio de 2013

Terminaré de deletrear mi nombre cuando ya te hayas ido


    He diseñado detalladamente nuestro próximo encuentro para la próxima vez que nos topemos las caras. Como primer paso me propuse ser otro hombre. Alguien que te haga posar casi forzosamente la mirada hacia mí, uno de esos sujetos de los que te enamoras al ir temprano de tu casa a la oficina.
    Posiblemente tengas un vago recuerdo de mí, es decir, del antiguo hombre que solía ser, pero seguramente sería una de esas escenas que actuábamos improvisadamente en la cafetería de Madero, para darle un toque fresco a la relación y para asegurar, inconscientemente, que nuestra chispa de amor estaba terminando. Entonces me descartarás, pero seguramente es que no me recuerdas más, porque éste hombre es distinto y sin conocerlo, a estas alturas del encuentro, ya habrá hecho que se humedezcan tus bragas.
    Como segundo paso proseguiré a clavarte la mirada con ese ceño fruncido que tanto te mata. Ese que decías idolatrar cuando un hombre lo dibujaba de repente. Ese mismo que tanto me reprochabas de no poseer mientras terminábamos quejándonos el uno del otro en aquellas noches de anhelos perdidos.   Difícilmente puedo olvidarlo, siendo que era yo quien necesitaba tu desprecio así: franco y ligeramente enmascarado base a drogas y malentendidos rutinarios, siempre acompañados de besos de disculpa y sexo honestamente brutal.
    Para el tercer y último paso, caminaré hasta ti con firmes pasos ensordecedores. Seré para entonces tu único centro de atención, el foco que mirarás mientras paso de la seriedad a la sonrisa fingida del casanova al asecho, cada vez más cerca y levantando el dedo índice hasta alcanzar tus labios en protesta de silencio, un pequeño silencio más para rebasar todas aquellas palabras vacías que majestuosamente llegué a superar. Me acercaré hasta tu oído a plena conciencia de tu merced, rozando levemente mi barba con tu hombro mientras recito esas pocas palabras que toda la vida habías esperado escuchar, justamente las mismas que gritaste en mi cara el día en que te fuiste. Habías llegado al punto del quiebre y me las recordabas una y otra vez cada que podías: una sencilla serie de palabras que jamás llegaría a figurar sino fuese por esa noche, velada en la que huiste tan enfadada y llena de decepción.
    Ahora pienso que lo más probable es que te dieras cuenta que habías perdido tu valioso tiempo al desperdiciarlo conmigo. Yo por mi parte había descubierto una serie de actos clave que me harían volver a estar contigo, aunque fuera con otro nombre y la pinta de otro individuo.  
    El resultado era perfecto (estadísticamente hablando): un hombre diferente y superior a la mayoría que te esmeras en persuadir. Un producto justo a tus estrictas necesidades, listo  para el encuentro, aunque tal vez éste hombre termine deletreando mi verdadero nombre cuando ya te hayas ido de ahí.