viernes, 28 de junio de 2013

Daniel Melero

    ¿Qué pasa cuando uno se encuentra a sí mismo en el espejo después de tanto tiempo? Ciertamente la pregunta me remite a mi imagen pasada, aquella que no se andaba por la vida preocupándose por alguna imperfección del rostro y, que, poco o nulo interés llegaba a prestar a lo que ahora puede llamarse el «futuro de ese entonces». El futuro, un futuro tangencial que me tuve que elaborar en un lapso contado de días disimulados entre presiones escolares, una incompetente personalidad capitalista, la humedad de nuestro clima y, por si fuera poco, ese montón de feelings que como ser humano arrastro por doquier. Quiero creer que esto es lo que generalmente pasa cuando a uno se le saca de su zona de confort, una perdida de casillas en la que la palabra esperanza se vuelve el golpe letal más doloroso de tu corta y patética vida, como cuando de niño te quitan el Nintendo 64 —mi muy triste caso— y sientes que te han arrebatado algo de ti que nunca podrás recuperar y que nada más podrá saldarlo. Así como ver que una arruguita ha aparecido en tu frente por fruncir tanto el ceño bajo el sol de Monterrey, verse en el espejo y observar una vieja fotografía se vuelve un desconsuelo melancólico para los que no sabemos que haremos el día de mañana, habiendo entendido que esas innumerables planeaciones se han ido todas por el caño del escusado y que de nada sirve arrepentirse o lloriquear, que podemos hacerlo, pero de nada nos sirve anhelar lo pasado. Entonces, me veo más jodido y OK, tengo más panza y mis piernas siguen estando igual de delgadas que en la primaria, pero las miles de ideas y pensamientos que he creado y diseñado a conciencia y espontaneidad han hecho que, conforme el tiempo va pasando, una especie de vejez interior se desarrolle base al tiempo, una consecuencia buena o mala (dependiendo el punto de vista y la culpa de la que nos querramos librar), una contrariedad que hace preguntarme ahora si la sabiduría que trajo todo lo anterior ha sido bien recibida como un mal necesario. 
    A dos días de mis veintitrés años reconozco que igual sigo siendo un mocoso, pero el pedo es que ya no un escuincle y a eso voy, que de todos modos la vida sigue sin esperarme y que al parecer es eso lo que más me ha costado aprender en los últimos cinco años. Tanto pensamiento que me cargo en el día a día y tanta cultura general no me ha dado de comer para nada, mis deficientes conocimientos técnicos de mi carrera me han hecho llegar a conseguir trabajo que he hecho con responsabilidad pero que, en el día a día del labor, sentía que mis semanas se iban al abismo de la nada sin haber podido tocar un libro o escrito una carta, cosas que me tienen más al pendiente por realizar, escuchar una canción, emborracharme con alguien en un bar y platicar por horas, escribir historias baratas que se me acumulan tras intensos sueños que no hablan más que de mi y de tu pinche esencia que sigue en mi como un virus inmune al mismísimo tiempo y a las varias bocas que ahora nos separan.  No digo que tampoco sea algo que me esté destrozando la vida, pero siento que es aún poco tiempo para poder decirme que voy poca madre, que si en algo soy lento es en adaptarme a los cambios repentinos que la vida nos pone como si fuese una enorme verga en la cara y que como un pendejo, siempre me voy de nalgas ante las lecciones más importantes. No me siento superior a nadie más pero sé cuando alguien es un idiota, idiotas que tienen un empleo y ganan dinero quién-sabe-cómo-pinches-chingados, idiotas que ya se casaron, que ya tienen un hijo, que hacen todo lo que el confort les pone a la mesa y viven para publicarlo en facebook. Quise seguir un poco sus pasos, más bien ponerme sus zapatos y hacerme pasar por alguno de los cientos de miles de personas promedio, salir a pasear y sonreír mientras alguien me llevaba de la mano y terminé yéndome de narices contra la acera más jodida e infestada de baches de todo México, o sea, me rompí la jeta y chingo a toda mi madre si lo vuelvo a hacer. 
    Y pues nada, las cosas no pasan por accidente, yo me he ganado toda la mierda con el sudor de mi frente. Kaputt. 


   

1 comentario:

Zarzoza dijo...

Es como cuando te quitan el dealer y tu te quedas como que !mierda, es mi dealer! y despues que haces,¿ se termina el mundo? no. el mundo sigue, los dealers siguen, uno tiene que apretarse el pantalón y salir con 23 y el sol es fuerte, pero uno sabe que la vida será mejor; al menos cuando tengas un dealer nuevo