martes, 30 de septiembre de 2014

Fauces II

    Hoy, sin embargo, ha hecho calor desde temprano. Me he quedado acostado en la cama más de lo necesario y mi falta de responsabilidad o palabra no deja de subrayarse con cada sutil acontecimiento que tomo a revisar. «Es lunes, chingado», chillo y carraspeo para seguir adelante. El traslado de casa-al-trabajo-del-trabajo-a-casa a sido llevadero, nada digno de recalcar en finas palabras que se noten vacías por un nulo significado. 
    La noche llega y por ahora las fauces han quedado fuera del tema, como uno más de los días que cualquier idiota suele olvidar. 


domingo, 28 de septiembre de 2014

Fauces

    Ha llegado el otoño esta semana y me acabo de dar cuenta. Entre las lluvias insistentes que nos orillan a pasar de largo, he dejado de lado también el recuerdo del año que ha pasado hasta el día de hoy. Qué tanto pudo haber cambiado, si entre el silencio que guardo y la triste imagen de aquel domingo, aún dirijo la vista hacia al cielo con el mismo ángulo de siempre: entrebuscando la perdida y queriendo saber qué pasó sin tener que empezar a dar el largo rodeo una vez más. Ha llegado el otoño y sólo recuerdo un dibujo anticipado del sábado anterior en donde, un árbol viejo y seco, se despide de sus pocas hojas y yo soy el reflejo de aquel vacío, todo a la par mientras miraba con recelo la hora en curso y, nuestro árbol en cuestión, cargaba la penitencia de la metáfora del adiós, una metáfora básica y horrible. Cómo notar un cambio de estación cuando se trata de mantener la cabeza ocupada, dejando apenas pequeños descansos para una torpe fotografía, una canción al azar, para un instante de soledad prescrita en la que tomo el mando de un rito descarado y ya agendado, un hecho en el que no olvido y simplemente lo dejo de lado entre ese montón de situaciones que importan y se van yendo también al meritito carajo. 
    Hoy, como en uno de esos antiguos domingos, despierto entre el desasosiego de saber que es tarde, con el creciente pensamiento donde la ocasión de haber bebido casi amerita perder el día entero en nada es ya casi un hecho. Pasa el tiempo como paso los coches que se quedan detrás de mi en ese trayecto matutino del regreso a casa, la idea de anoche era una pausa corta y en el ahora, en el instante mismo en que aún recuerdo ese nombre, me hace querer llegar sólo para dormir. Noto el fresco de la mañana, el verdadero fresco que otorga una mañana gris y silenciosa del otoño y me dejo exprimir uno a uno los ecos, todos esos ecos de desdicha inmune que aparecen tras la rápida velocidad durante el camino, en una lluvia de imágenes apenas distintivas una de la otra, con esos rebotes de algo dicho: un nombre, un recuerdo, un algo que queda y que se recalca cada que el frío se deja sentir. 

domingo, 14 de septiembre de 2014

No más, honey

    No he tenido un sueño que te involucre en mucho tiempo pero he pasado algunas tardes pensando en tu aviso. En cierto aspecto, logro entenderte más que nadie en el mundo a la hora del recuento de los daños, es algo que tuve que manejar hace algunos ayeres y comprendo la brutalidad del monstruo que hay que domar, las agallas que conlleva una decisión precisa y que el problema no se quede sólo en un deseo vago ante el tropiezo que puede ser inminente, sino salir y no mirar atrás. Habiendo leído la noticia que cordialmente me has hecho llegar por uno u otro medio, acepto las palabras y me adapto a los susurros que se dejan colar por entre la idea y el presente informe de creerme sentir más tranquilo y, ¿debería de estarlo? Por ahora, el acto de conocer tus deseos y pensamientos, los testigos inconfundibles de querer saberte como triunfadora de algo que no daba para más, me mantiene estable, igual que ayer e igual que en aquellos días en los que mi decisión de partida importaba más que otra cosa. Sinceramente, no me creo merecedor de tantas notificaciones, por más amables que éstas sean. Creo importante el valor de tomar las riendas sobre un asunto, lo digo con franqueza, considerando mi cobardía ante la mayoría de las cosas que puedan tener un poco de responsabilidad y, no miento a la hora de voltear al techo y sentirme preocupado por todo esto, pues todavía guardo una especie de temor con recelo que aún creo acarrear por donde quiera que voy. Y sin embargo, entre los días que nos separan y la buenaventura que se quisiera poseer vamos yendo, sin que nada importe más de lo que ya fue y que no hay cambio significativo que importe más que el que ya se ha establecido. 



    

lunes, 8 de septiembre de 2014

Monday morning

    Es el segundo lunes de septiembre y hay luna llena. Hoy para volver a la rutina de jornada me ha costado un poco al amanecer, raro para un lunes y lo digo de la manera más honesta posible. El despertar temprano tras no haberlo hecho dos días consecutivos en meses me ha tentado a faltar al trabajo, no lo hice y me sentí desviado hacia una responsabilidad vacía e innegable. Me ha costado un poco y la imagen tonta de los zapatos lustrados y un café negro ya servido aguardaba sobre ese inconfundible recelo de pensar ser algo, una mínima pizca de un ente, un puesto que tendría que ocuparse en un horario de ocho horas y un sueldo prescrito que no me conviene perder, no ahora. 
    No tuve el tiempo de negarme, ante mi sorpresa, ya había terminado mi cereal y la ya media taza de café comenzaba a enfriarse. Se hacía tarde y sólo faltaba cepillarme los dientes. La hora estaba bien, siempre ha estado bien y en casa sólo me limitaría a observar el techo, refugiarme en el silencio que ofrecen las mañanas suburbanas y las torpes páginas de internet que habitan en mi historial: la rutina fuera de la rutina y el pensar que he dejado ir todo un día por la borda (exagero).
    He llegado temprano al trabajo, incluso antes que en los días sin ganas de faltar. Me he dado el lujo de estacionarme más lejos con la idea de nivelar mis tiempos, me alcanza incluso para saludar a mis compañeros, de haber ido por la segunda taza de café de la mañana y aún creo haber sonreído a una o dos chicas en la enorme oficina en donde laboro. Joder, que hasta en este tipo de situaciones el karma suele jugar conmigo. 
    Tal vez mañana sea igual y quizá hasta me de unos minutos para pensarte, y lo digo así, abierto en un subjetivo comentario lleno de fanfarronería en el que hablo de todas y de ninguna; y esto no es más que otro juego de rutina fuera de rutina que suele presentarse entre lunes y viernes de cada semana, entre diez de la mañana y seis de la tarde. 

viernes, 5 de septiembre de 2014

Todas las respuestas

    Recuerdo que debo dejar de fumar de esta manera sólo cuando estoy a punto de encender un cigarrillo. Lo recuerdo ahora, mientras encendía el último del día e interrumpía el comienzo de la prosa por el vaivén de las cortas bocanadas, los cortos seis minutos que a su vez me restan once de vida y la incógnita de no saber qué hacer con tanto tiempo. ¿Y qué hacer con tanto tiempo? Nunca tengo ganas de querer saber la(s) respuesta(s). Pienso en la monotonía, en la perdida que vendría al tener algo como respuesta de un estado que ya poseo, un claro miedo al cambio que se esconde tras el secreto de lo indescifrable que es el saberse sentir subjetivo al momento, exacto e impreciso, vivir al pedo y querer poseer el as bajo la manga de la autodestrucción repentina a cualquier hora del día, anywhere-anytime. Tener y no tener nada y seguir fluyendo entre lo que va pasando: ha-ha-ha, and shit happens.  Y mientras recuerdo que he dejado de beber de la manera en la que lo venía haciendo en el último mes, voy terminando una cerveza que había aún en el frigorífico y observo la botella de whisky de la semana pasada todavía con un sorbo o dos que pueden abrazarme esta noche: la vida andante y el carisma mismo de la contrariedad sin fundamentos, sin intención plena de chingar. Ahora mismo, durante un viernes sigiloso que llega después de una semana lluviosa ya en septiembre,  de gastos recurrentes, trabajo habitual y la monotonía, anteriormente citada, recreo la escena del viernes en la casa, sin la necesidad de dormir sin desvelarme porque no hay apuro alguno, sin un hábito preciso que cumplir y en donde la rutina del ejercicio semanal puede irse al carajo sin alarma alguna, todo en una carcajada que se reprime sin mover un sólo músculo y que, en síntesis, se resume en retomar la lectura del libro en curso y la exclusión de toda memoria hacia una preocupación mayor o un séquito recurrente. Y la vida sigue y la vida es la misma, y las ausencias pesan como una hoja en un árbol, porque en el siguiente parpadeo verás algunas otras miradas, algunos rostros que cavilan en segundos al observarte y, como ella, que cada que salgo del trabajo con un apuro sin fundamentos y una paleta de caramelo en la boca, me mira, tal vez pensando que me soy un cabrón chupa pollas o que, en el mejor de los casos, soy un pendejo disimulando mi adicción al tabaco y otros vicios mientras no dejo de devolverle ese juego de miradas de jornada. 



lunes, 1 de septiembre de 2014

Carta a C

    Te pude seguir diciendo que te quería pero no era lo correcto. Aún no logro recordar cuál fue el hecho disparador de tal mentira y ahora sólo puedo pensar que me odias más de un poco. He pasado algunas noches pensando en ti, en que tal vez habría sido lindo salir contigo y saber que, después de todo, el quererte no significaría más que querer conocerte y sentirme bien al respecto. Sin embargo, ahora estoy aquí, de nuevo, entre el silencio que intento disimular y el vacío de escritos que se ocupan entre tardes y noches en que no sé qué hacer después de la triste rutina. 
    No he pensado buscarte, después de mi estúpida huida lo peor sería regresar a disculparme y tratar de fingir que no la he cagado. Lo he hecho y creo que no puedo revertirlo ni tengo intención de hacerlo a pesar de saber el tipo de chica que eres y lo tanto que me atraes, no hay manera de que pueda decir que lo siento sin saber a ciencia cierta si en verdad estoy arrepentido. Aun así, pienso en ti y en nuestras rutinas disparejas que no se acomodan y en el malentendido de querer tenerte más allá de las falsas suposiciones, en esas noches en las que me quedabas tú para saberte existiendo y en mi pobre manía de tus veintiocho años.  
    Hablar de ti parecería subjetivo, efímero y casi inexistente, pues en el resumen de lo dicho mis intenciones se remontan años atrás, desde el momento de haberte conocido y la mala decisión de no haber preferido conocerte más y gastar mi tiempo en algo que ahora ya ni existe. Y como siempre, puras malas decisiones en mi repertorio, puras mamadas. 
    Alguien quíteme el mes de agosto de encima.