La primera vez que describí esa foto fue ante una audiencia de dos animales y un humano dormido. Sí, recuerdo que tu pequeña cachorra yacía dormida debajo de la mesa, mientras una cucaracha se paseaba por la intersección de las dos paredes y el techo de tu sala, y tú, tú estabas plenamente dormida sobre mi pecho.
Recuerdo que la osbervaba en aquel viejo móvil que tenía. La devoraba día y noche, mientras más tiempo pasara frente a esa pantalla de 240x320 era mucho mejor, y vaya que lo hacía. He de admitir que aquella fotografía despertaba en mi una desorbitante cantidad de fantasías, desde la más romántica y empalagosa hasta la más vil y brutal situación de deseo. Era tan subjetiva que se prestaba para casi cualquier destello de dulzura y perversidad.
Sí, la primera vez que la describí lo hice susurrándolo a tu oído. La audiencia eran los presentes y tu pequeña oreja era el destino, el receptor deseable y final de todo ese flujo de encantadoras y grotescas palabras tan mías, tan abrumadoras hacia la paz del entorno.
Era más o menos esta hora: los perros ladraban, todos parecían estar profundamente dormidos y tú eras el equilibrio entre frases armadas de tabaco, caricias en el cabello y la majestad de la noche.
La foto, obviamente, no será posteada.
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