miércoles, 28 de diciembre de 2011
Focus
No es necesario ver un calendario y revisar la hora para saber que uno es más viejo de lo que cree. Te lo digo yo, que recibo elogios de una juventud aún ocupante y comentarios llenos de la, muy nombrada, envidia de la buena. Sólo es necesario un paseo, yendo desde la sala de la casa de mis padres hasta el interior de mi recámara para analizar los años y visualizar los acontecimientos más significativos, los más memorables, y, por qué no, los que me tuvieron como protagonista voluntaria e involuntariamente.
La sensación de sentirte bajo el mismo techo es puramente hogareña, estar debajo de una planicie que te ha visto cientos de veces en las ocupaciones rutinarias y en las inverosímiles es el método más viable para medir el grado de vejez que se guarda en los zapatos, siendo necesario sólo un parpadeo, seguido de un fugaz movimiento de ojos hacia algún sitio específico del hogar para encontrarte con una razón de pensamiento, que llegue a enfocarnos sobre algún suceso base de aquél objeto o cosa.
Mentiría si dijera que cada vez que entro a mi recámara pienso sobre la historia de cada objeto que ocupa mi cuarto, pero lo cierto es que a veces —no tan recurrentes pero si varias— pienso sobre la procedencia y el motivo por el cual compré u obtuve algo, y ya muy contadas ocasiones, analizo qué cosa se encontraba antes que llegara en la que ahora me ocupo. Recuerdo y sonrío, lo veo y trato de gozarlo una vez más, en un instante que llega y se guarda, para cuando necesite refrescarlo una vez más.
Sólo para acordarme que alguna vez escribí esto.
lunes, 26 de diciembre de 2011
Hablo con los ojos tapados
Dejé de mirar. Dejé de ver las cosas que me rodean, el ambiente que llamamos entorno y el horror de no saber que tengo delante de mi. He crecido alrededor de un mundo que no me termina de corresponder cada vez que trato de adaptarme e independizarme de mi pequeño círculo, cayendo una y otra vez en una resignación límbica que se vuelve cíclica en el transcurso de los horarios, como las palabras en el viento.
Creo en tu tono de voz, pero, de igual manera, dependo de la subjetividad de tus letras y sus descripciones llenas de pureza, necesaria para sobrepasar estos días y estos saltos al aire, en una total oscuridad en la que sólo se lee tu nombre.
viernes, 23 de diciembre de 2011
sábado, 17 de diciembre de 2011
Un parpadeo que dure hasta que la luna llame
Entras en la puerta,
una extraña puerta de madera mientras arrojas salvajemente el suéter que
llevabas puesto. Te miro, con curiosidad y una sensación de querer saber que
vendrá después, pero con un deseo de no querer llegar a descubrirlo del todo.
Extrañamente aparezco en la cama, no sé como, pero mientras tanto, la forma en
la que caminas ha hecho que la iluminación del cuarto se torne tenue y la
sensualidad de tus caderas arrasa el momento justo en que digo tu nombre. La
mente da vueltas y el ambiente es etéreo. El deseo entre nosotros es
grandiosamente atrayente, nacen calores mientras observo tu figura, en un
parpadeo que dura hasta que la luna llama.
jueves, 15 de diciembre de 2011
Llamadas de diciembre
Recibí su llamada cuando el noticiero de Fernández estaba por comenzar, aproximadamente, y, rápidamente percibí un tono de alarma entre las balbuceantes palabras y los lapsos de silencio de su voz, cada vez más cortos.
Me daba mucha lastima cada vez que recibía sus llamadas, siempre trataban de lo mismo: Los problemas de salud de la tía Esther, cada vez más graves, y lo mal que iba nuestro equipo de futbol. Todo eso era la comunicación que el lograba —conmigo al menos.
Cuando hubo terminado de decirme que estaba más aterrado que la última vez, comprendí entonces que tal vez era cierto, no sé cómo llegué a esa conclución, dado que Heriberto siempre fue el más pirado de la familia. Esa última vez que llamó (muy curiosamente a estas mismas horas), me había dicho que había visto de nuevo a la niña que se aparece en las escaleras de la vieja casa de su madre. Obviamente no le creí, como todas las anteriores veces que me había llamado.Heriberto jamás me volvió a llamar.
lunes, 12 de diciembre de 2011
Güip
Cuando me limita todo suelo guardar la soledad y el eterno esperar que es lo único que, a veces, creo hacer bien...
Hoy me llamo "estanque"
Llueve, no es ninguna novedad pero me gusta recalcarlo, como me gustaba hacerte recordar las paredes que marcabamos los jueves, esas que para cualquier otro individuo podrían ser simplemente el entorno del centro pero que, más bien, eran la prueba de la necesidad de escribir y contar unas cuantas palabras.
A veces no se por qué motivo me gusta mencionar tales o cuales vivencias, sé que la mayoría de esas te afectan y a mi también —en cierto modo—, pero es un defecto verdaderamente involuntario, como mis achaques de ansiedad generalizada o como el fuerte olor que dejó en la toalla de baño...
No creo en la virgen, en las reuniones familiares ni en los señores morenos con dentadura excelsa, esos se hacen pasar por la juventud super en onda de hoy. Lo sé, soy antpático y no lo niego, hasta eso, lo afirmo con un movimiento de cabeza que te encamina a formarte una idea de lo aburrida que será tu estancia conmigo.
lunes, 5 de diciembre de 2011
domingo, 4 de diciembre de 2011
Cyrus
—Debo dejar de requrrir a ti.
—¿Por qué?
—Me presionas mucho, me tranquilizas pero me estás haciendo mucho daño, Cyrus.
—Tú no puedes vivir sin mi.
—Lo sé, pero me voy a morir por tu culpa.
jueves, 1 de diciembre de 2011
Jesus fucking Christ!
Hace tiempo que no me daba un tiempo para escuchar al viejo Lou.
Es extraño como un simple lapso de tiempo puede tomar el nombre de año(s), cómo el rostro parece verse un tanto diferente —en mi caso, más bien es el peinado— y como las mismas secuencias funcionan de nuevo.
Es extraño como un simple lapso de tiempo puede tomar el nombre de año(s), cómo el rostro parece verse un tanto diferente —en mi caso, más bien es el peinado— y como las mismas secuencias funcionan de nuevo.
Hoy abrí los ojos y diciembre estaba en mi puerta diciéndome buenos días, con su regordeta figura y esa sonrisa implacable de siempre. No hay nada que explicar, no hay nada que extrañar, son sólo los días que como vienen se van y uno siempre sale perdiendo la carrera.
Lou parece ser un buen acompañante desde que lo conocí y aquí estamos, como en los viejos buenos tiempos: tomando cerveza entre bocanadas y canciones que dicen más que la experiencia misma.
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