miércoles, 30 de julio de 2014

Limitación

    Una de mis autolimitaciones más recurrentes es la de no tener qué decir a la hora de tratar de escribir. Sin duda, podría afirmar que el hecho mismo de querer expresar algo a manera de prosa puede tenerme horas frente al blanco vacío de la espera, el papel virgen como barrera entre el tiempo que pongo en juego y la desconfianza misma de no saber hacia dónde querer llegar. 
    Lo vuelvo a pensar e insisto. Abro la boca, despegando lentamente los labios para emprender el perezoso viaje al argumento aún desconocido, hacia las palabras que se usaran en mi contra. 
    Ansioso y cabizbajo ante el yugo de un Doppelgänger intangible y el rumor del humo sosegado por mis tristes suspiros, cavilo por las consecuencia indecisa de un objetivo prematuro y el inconsciente paso que vendrá a continuación frente a la tinta que se desperdicia ya en el punto inicial del declive. Asumo las exhalaciones para un comienzo inquieto e impotente y reposo. La derrota es fácil y conocida; un amargo beso en el labio superior que se prolonga hasta la frente, como uno más de los rituales escépticos y certeros que creo llevar ya en el alma. 
    Sereno y empapado de un sudor torpe y veraniego, husmeo dentro del proceso, aberrante camino que me lleva y me regresa al punto exacto del hastío repetitivo del vivir. La gracia de encontrarme atrapado por cientos de recuerdos deformados, explicaciones sutiles y exageradas y la frígida idea de seguir me mantienen al borde, repitiéndome una a una las adversidades que ya me están cogiendo sin profanar una sola palabra.
    Exhausto entre tanto estupor, me refugio en su risa, la risa: el quiebre del séquito ambiente previo, inyectándome a reacción en una escena entre temores bajo demanda y el efímero goce de la tranquilidad extraviada, lugar donde todo se resume en la caída, el suicidio predispuesto que se somete con la fina síntesis de todas ellas oprimiéndome y disparando a quema ropa. Es siempre toda su imagen mezclada en una sola, es el pensamiento que me carcome en ese justo instante en el que estoy por contar algo y se adueña de mi mente, de mi estúpida desventaja de no ocupar el tiempo. Una terrible limitación. 

domingo, 27 de julio de 2014

Carta a G (II)

    Te extraño. Lo sé, te lo he dicho hace poco y sé que también puede sonar un tanto curioso, pero así es. Poco he sabido de ti últimamente y tal vez es eso lo que me hace sentirlo, mientras en la ingenuidad en la que me tiene el tiempo por ahora suele ir pasando sin ton ni son. ¿Qué estás haciendo? Has estado distante y no es eso lo que me preocupa, a estas alturas de la situación y lo tanto que dejan a desear mis domingos no es ese el problema, sino el hecho mismo de sentirme perdido y, así, alejarme más de lo poco que te conozco ahora. ¿Qué tanto puedo decir de mi en estos momentos? Lo normal, lo de siempre. La ineptitud de transitar las mismas calles, de resolver los problemas laborales de todos los días, el vacío personal en el que convivo y persisto y del cual ya conoces; sin embargo estás ahí y al menos, entre el bullicio gris que deja la semana y las tardes que paso solo en casa, me acuerdo de ti. Puede sonar egoísta, me lo digo al momento exacto en que bebo un sorbo más de agua y me limito a escuchar el ruido de los chicos jugando fútbol en la calle, en ésta mi pieza, mi refugio del mundo exterior, aquí, en el eco intangible que ha quedado en mi oído de las decenas de gentes que he atendido en el día, te escucho. Y puede sonar tonto pero pasa, y el egoísmo de sólo recordarte bajo esta situación es la misma inquietud que ahora me hace escribirte. Bueno, lo último fue algo precipitado, la verdad es que no, no sólo lo hago cuando estoy en ese estado. A decir verdad, me acuerdo desde el momento en que acordamos lo de los veintisiete, en el hecho de común acuerdo que vagamente pactamos aquella vez y en la lluvia de pensamientos que se me vienen a partir de eso. ¿Será que en verdad si terminaremos cumpliéndolo? Digo, que a como van las cosas será cuestión de sólo decir que el tiempo nos ganó y que sigamos con ello. Muchas veces pienso que sería lo mejor, que todo lo demás por lo que, a veces, me preocupo no es más que la lista de situaciones momentáneas que tienen que situarse a duras penas; dejarlo de lado siempre ha sido el paso adelante y no prestar atención sería entonces la pieza clave. Demasiada stuff para ir mermando los días, G, demasiadas cosas que pasan y uno simplemente se queda con la boca cerrada asumiendo que no es nada más importante que el café de la mañana o el cepillado dental antes de ir a dormir. ¿Y qué se le va a hacer? Al menos ya falta poco para que me puedas dar un tour de nuevo por tu enorme ciudad. 
    

miércoles, 16 de julio de 2014

Canícula

    Ya es miércoles y seguramente no te importe. 
    Poco a poco se avecina la canícula en la ciudad. Sale el sol, el bochorno me va atrapando mientras llego siempre a la hora exacta al trabajo y, mientras paso de largo por tu lugar, me detengo un instante para observarte y saber que todavía sigues ahí. Y lo estás: me voy yendo.
    Las semanas se me van escapando de las manos mientras mi memoria va registrando las pulsaciones, los guiños, el acto al pie de la letra de lo que voy presenciando y todo parece estar bien, el falso equilibrio se mantiene y lo demás siempre es parte de lo mismo. Me lo digo ahora, a media noche, cuando pienso en aquello y en nada, en el júbilo momentáneo de sentarme aquí, bajo el yugo vaivén del ventilador y el roce de mis dedos palpándome el rostro. 
    Hay brevedad y estancamiento inútil, necesidad del reproche diario y el nulo control a la amalgama de inseguridades que voy recreando en mi pensamiento, cada que te observo y sigo caminando. Y sé que estás ahí, me estás viendo y, sin embargo, sucedes. Viene la canícula y para entonces esperaré, transformando el bochorno en un calor indispensable, poco a poco, entre instantes.
    Y he dicho, ya es miércoles y lo mejor sería que siga sin importarnos un carajo. 

jueves, 3 de julio de 2014

Tinta azul

    Hace ya cinco meses de mi última anotación aquí. Es un tanto triste saberlo, más bien, darme cuenta del poco tiempo que le he dado a una de las actividades que, creí pensar, me era prescindible. Al parecer, la idea de anotar, transcribir y tener un registro de todo aquello que me circunde la llevo más presente en la mente, en una idea-objetivo, físicamente resumida en una agenda compacta con trazos certeros a manera de lista, en donde recreo lo que va pasando. Y qué es todo aquello que ha pasado, es decir, a dónde ha ido a parar toda esa estúpida prosa de la que en algunos ayeres me sentía, si no orgulloso, al menos, labrador. Momento de hacer una pausa, carraspear y levantarme de manera decidida de mi lugar de trabajo. 
    Entre el bullicio de la oficina a las cuatro de la tarde, me sorprendo caminando errático ante la imagen del anonadado desdén anterior, un shock que se entrega en renglones vírgenes y blancos: pulcros espectros de mi idolatrado e inexistente autismo y el mal manejo de mi vida. Espacios vacíos en el cuadernillo que golpean ante la comodidad rutinaria del godínez que me estoy haciendo. Ciertamente y lo puedo decir con toda la tranquilidad del mundo, el deslinde momentáneo de esta tarea autodisciplinaria por lo menos me ha dejado ahondar en otros puntos de vista, actividades y remembranzas: vaivenes del momento. Como actor principal de esta mala asignación de roles y guiones, torpemente me dirijo a reacción consciente rumbo a la salida del trabajo. Es el impulso el que me ha levantado, es el instinto el que me ha guiado paso a paso por el mismo pasillo de siempre, mientras vacilo entre el ruido seco de mis zapatos en el suelo y la búsqueda de otra desconocida búsqueda y que, al final, me cruza de nuevo con la presencia de sus ojos, firmes y profundos: el silencio.
    «¿Qué ha pasado en todo este tiempo?», me digo ahora  a manera de semejante fantoche en parafraseo y después como pregunta. No hay respuesta, no hay ganas de seguir. Volteo hacia el reloj despertador y recalco la hora en mis labios, yéndo de la fresca imagen vespertina en su mirada hasta la recolección de sucesos de los últimos meses: inyección de mala síntesis del tiempo: «sabés que no aprendí a vivir». Sigo bebiendo como idiota mientras esta tonta tinta azul me mancha los pulgares y pienso en ella, y luego en la otra ella para decirme, entre prestos y adagios, que el tiempo es mi único proxeneta conocido. «Sos una puta, una guarrilla, un jeta de santo, una cagada», yo soy.
    Son sus ojos los que ahora me tienen acá, escribiendo de nuevo en renglones insensatos, sediento de algo que vaya más allá de lo que previamente he bebido. Deseo de poder y es ese el punto, el golpe, el mierda que me florece y están por ahí todas ellas quienes pueden afirmarlo. No tengo objeción alguna.
    Te he estado espiando, chica. 




    

martes, 1 de julio de 2014

Move on

    Recién había terminado la botella con un largo sorbo cuando decidí seguir. No era la primera vez que eso pasaba, lo sabía y lo recordaba al momento de sonreír tras lo anterior y limpiarme los labios con la muñeca en un segundo, afirmando con un lento guiño la memoria y el hecho mismo de encontrarme así: ilusa e ingenua seguridad que viene tras la hipotética dosis etílica necesaria. 
    Era algo tarde y digo tarde para ser mitad de semana y depender del transporte público, pero seguíamos ahí, entre múltiples rondas dobles para cada uno de los tres y pausas predefinidas para la inhalación del humo prohibido y triste a las afueras del bar: un ritual nuevo que nos mantenía al flote de breves acontecimientos de jornada y uno-que-otro comentario orientado hacia una suave novedad. 
    «Habría que seguir y ella no era nada más que un suceso del tiempo aquel me decía mientras los miraba fumar. Un bello peldaño que se prolongó durante un tiempo de ansiedades y deseos». Toda esa visualización mental era una brusca prueba irrefutable de lo alargado de esa pausa, lo cual me remitía hacia el principio del relato: la rápida reacción de embestida sobre ese último sorbo de cerveza caliente mezclada con saliva y migajas de botana.
    A la par del termino de aquella botella, en un pequeño tiempo en el que las miradas se sosegaban en el lugar, el camarero había vuelto hacia nuestra mesa con la cerveza pendiente de cada quien, encaminándonos a la «del estribo» y a la salida de todos los males, en un brindis por lo absurdo, por los pequeños ratos después del trabajo y, como me lo decía el rastro amargo de la noche, por un mañana sin sentido alguno.
    Y todo podría haber estado peor si lo hubiese querido, y todo podría no ser siempre lo ideal como siempre he percibido, pero, en ese momento entre tragos largos, silencios relajados y miradas pausadas, el primer manotazo hacia la brecha caudalosa de mi siguiente camino se engendraba bajo la imagen de tu última llegada hacia mis párpados y la insípida despedida que traería el día siguiente, después de la resaca.