Falta una hora para hacer lo que estoy esperando hacer y entonces aquí me tienes, escribiendo sin saber, del todo, qué será lo que comience a describir, narrar o pensar y cómo es que pienso terminarlo. Parecería que con esto puedo introducir el libro que lleva mi nombre, un prólogo bastante tétrico lleno de palabras y tan vació de razones; ideas y enfoques mal planteados, egocentrismos y dolores de cabeza que vienen con el amanecer y se van con uno más de mis muertos. Apenas comencé el primer libro del año y por ahora la escritura está en una especie de trance existencial y el polvo que dejan los días.
Los días parecen estarse yendo en un espiral sin razón, revueltos de sentimientos y acontecimientos que realmente no necesito, mientras flotan, suceden y se escapan como la brisa del rostro en la mañana, y aquí sigo, flotando entre un montón de gente que se enorgullece de sus logros y contactos y mi típica mirada de respuesta que ya tanto conoce mi madre: un tic heredado de mala fe.
Podría dejar de esperar lo que estoy esperando e irme a caminar con este frío tan parisino al centro de mi antipática ciudad, buscando un refugio que nunca he encontrado y sintiendo el vacío que verdaderamente persigo y obtengo en cada paso que doy. Soy esto y lo sé, y nadie y todos lo saben. Soy un pantalón usado durante dos meses en cada día, una pelusa en el ombligo de un hombre gordo, un barrito en un labio de una chica morena y zarrapastrosa.
Pero espero, a fin de cuentas me espero y volteo a ver la biblioteca en la que me encuentro y la casi nula ocupación de gente que contiene. Quién se preocupa verdaderamente por leer las palabras de los demás en estos días, y peor aún cuando escribes pura pendejada de un momento y peor tantito si todo lo que escribes es sobre una mujer que nunca existió. Lo único bueno de todo esto es que nadie nos obliga a leernos ni a nosotros mismos y la idea de ser escritor ahora sólo la cultivan los que menos saben escribir. Mosca volando cerca de mi cubículo y cero mensajes en el condenado celular: mi martes.
La ruta perdedora es la filosofía del wanna be y el perro que me espera es la ideología del no sé qué. Ahora poco sé lo que me espera mañana y ahorita también no veo que me sigas, veo tu volubilidad resaltando a los cuatro vientos, conteniendo los fanatismos que tanto derrochas y tu idea de felicidad prematura. Eso es lo de hoy y, seguramente mañana, mañana me encontraré repitiéndome una vez más que voy a seguir con todo esto y, seguramente sí, lo seguiré haciendo, porque me he estado formando para esto, porque me aguarda un perro en mi casa que me espera para poder dormir.
1 comentario:
Zarpada identificación. Me encantó esta entrada!
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