–Necesito
describírtela, Julio, era tan perfecta, en su modo, era tan hermosa y sensual,
era como si la chica perfecta que creamos en listas de papel en la secundaria
hubiese, al fin, decidido formarse de carne y hueso y ponerse enfrente de mí,
como esperando que fuese por ella –me explicaba Sergio con un rostro tan vivaz
que daba la impresión de haber rejuvenecido unos quince años–. A la mañana
siguiente del sueño, busqué entre carpetas de bocetos y de más mierda y
encontré varias listas, ésta es la mejor.
Me tendió un
papel arrugado por sobre la mesa, no lo tomé a reacción sino más bien, me
paralicé contemplando el arrugado documento, sintiendo una especie de brisa
extraña de verano playero. Después la tomé. Estaba escrita con tinta roja y con
la excelsa caligrafía de Sergio: Castaña, piel pálida, ojos miel, alta, cuerpo
de diosa griega, vestida a combinación de colores negro-rojo-blanco, botines negros, un bolso negro que atraviesa su
tronco recalcando la frondosidad de sus senos y unas medias negras en las que
sus nalgas yacen simplemente, perfectas. Parecía una lista hecha por verdaderos
pubertos urgidos de sexo pero en realidad iba más allá de eso y lo recordaba,
recordaba como en la búsqueda de esos estándares Sergio y yo habíamos buscado a
esa chica y fallado siempre en el intento, al final jamás serían como la chica
que vivía en nuestras ingenuas mentes.
(fragmento)
(fragmento)
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