La longevidad del acuerdo momentáneo se paraliza para abrir camino al siguiente corte, un suceso que no cabe en la aceptación del baile anterior. Un vaho se aparece del aliento que empaña la vista, ahora apenas perceptible. El fluir del viscoso nacimiento se vuelve artimaña para mi sentido primordial, en cuanto en la izquierda que te marco se ondula y levanta el tono del vaivén, procreando el sagrado toqueteo del amanecer. Entre neblinas pardas surge mi pecho, vengo del sonido grave, del incierto lapso en progreso. Lo que pienso fluye entre el despertar del tiempo, el cual regresa friccionando el espacio: vibración por carcajadas, tambores en mi espalda y campanas que se escabullen entre cuevas y cavernas casi habitables en lo torrencial del encuentro. El sueño es el dueño de mi cuerpo, delito que inicié a sobremanera en el simple trazo de caminos sobre el rostro. Sucesos demenciales perduran, como el erróneo hipnotismo que violó mi incolora piel, más allá de la mente, más cerca del credo sagrado que me hicieron adorar y cantar. Más sin embargo, empiezo a olvidar, en la lírica que se vuelve voluble y en lapsos de sonoro sentir.
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