jueves, 11 de agosto de 2011

Nacer líquido

Con el transcurso del viento se siente el tiempo. Se palpa suavemente con el rostro y con extrema delicadeza entre las palmas de mis manos, en los dedos y en los nudillos que parecen resbalar en el envejecimiento tardío de las células aparentes. El sueño de la mandarina de florida es el camino que principio para éste sentimiento tan tristemente sutil: mi herramienta, mi frío descalabro que se despeja entre secuenciadores y ciclos que se repiten y superponen al entorno. El destello comienza mientras el agudo ondular se apodera del seco golpe del segundero, el cual se rinde de excitación atemporal tan pocas veces experimentado. Sencillos pestañeos quiebran mi vista incompleta, que se hunde en lo viscoso del salivar repentino, tan penetrantemente inevitable. Pierdo frecuencia de mis modales rebuscadamente occidentales, lentamente. En cuanto la prosa se disuelve por entre la elástica noche que se crea de fondo, las lágrimas de sangre se escapan de la realidad, chocando en los dulces labios del nacimiento líquido.

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