En las tardes soleadas como hoy, suelo recordar que el viento se va a platicar a otros lados, que viaja a vecindarios muy, muy lejanos de acá, simplemente para escuchar las habladurías de otra gente. Gente como Susana, la chica Ecuatoriana que dejaba Quito unos días, la que dejaba todo en otras vías.
Sí, fue Susana la que verdaderamente le interesaba al pobre viento, con todas esas contradicciones que ella se creaba y, de las cuales, se esmeraba tanto en inventar. Porque Susana está en contra mía y está en contra de sí misma, eso, aún, esta claro.
El viento siempre nos escucha en cada vaivén, se introduce en las conversaciones llenas de valor, llenas de propiedad, conversaciones que está dispuesto a contar por sí mismo. Se las adueña y las destroza, para contarlas una a una, como lo hizo con Susana, quien tomaba nota, distorsionaba y desmoronaba lentamente cada historia para crear cuentos que publicaba en revistas que nadie leyó.
Nadie, absolutamente nadie, hablaba más con Susana que el viento desquiciado del norte, y eso, solamente yo lo sé. Porque sé que hablan de mi a mis espaldas, porque sé que se robaban mis tontas vivencias y, Susana, ha publicado con un seudónimo vacío de intención, porque es como si escuchara de nuevo la misma canción.
Latinoamérica es grande y el viento es rencoroso, por eso yo sé que Susana, seguro, aún cuenta mis cuentos. No diré cómo es que Susana acabó esa relación con el viento del norte, ni diré que su vida no me ha dado una buena historia, sólo sé que fue un nuevo amor lo que la hizo dejar de huir de Quito, y que, de poquito en poquito, el viento me dijo, con su sencillo piquito, que él junto a una chica Ecuatoriana me plagiaban, y ella se hacia de fama con mis desventuras e infortunios de cada noche mexicana.
Ahora el viento ya no vuelve por acá, porque se siente apenado, porque fue engañado y obligado a cometer tales fechorías. Se disculpó y decidió jamás volver, ni a Quito ni a Monterrey.
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