“Me agradas argentinito”, recuerdo que me dijo al oído mientras se escapaba lentamente el humo del cigarro por su boca y rosaba mi oreja, roja, como mi verga en ese preciso instante. Yo era un chiquillo aún, mi estimado, diecisiete años, ella ya tenía veinte y lo virgen lo había dejado en un pene ya muy lejano.
L.B.
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