martes, 20 de septiembre de 2011

Lo amargo

La alarma del celular sonó con la tonada de siempre, con ese sonido que caracterizaba el fin de los sueños que solamente ocurrían en agosto, y de los cuales, Susy dependía de una manera casi existencial. Como siempre era costumbre al reaccionar a la alarma, Susy dejaba que el sonido siguiera sonando, como una especie de asegurar no quedarse nuevamente dormida, simplemente un refuerzo del que sabía, jamás tendría que depender, pero sencillamente lo había agregado a esa rutina.

El reloj marcaba una hora errónea que relampagueaba, anunciando un corte nocturno de electricidad: una completa anormalidad, pensó sarcásticamente Susy, para hacerse sentir un poco más despierta. Abría y cerraba los ojos con rapidez, con un silencio de fondo en el que el chocar de los parpados parecía un aplaudir en su recámara, un eco de felicidad, todo esto en cuanto a que bajo las sabanas, se acomodaba el calcetín que siempre huía de su pie derecho. Lentamente y sin apuros, sacó la mano izquierda de las sabanas para dar paso a su delgado brazo, que se alargaba hasta el celular, que seguía timbrando y acariciando con las ondas sonoras el lánguido y pálido brazo de Susy en la oscuridad, un movimiento sumamente delicado para quien encontrara la escena en una película muda de los años veinte. Apagando la alarma y buscando a tientas el pequeño botón de la lampara (que siempre lograba escabullirse en éstas ocasiones), Susy llegaba a encenderla siempre alargando su cuerpo de la misma manera, con unos cuantos crujidos de huesos tras el acto y añadiéndole al silencio habitacional algo de ritmo, para entonces cerrar los ojos y sentir la iluminación artificial de 60 watts, en un mar rojizo que traspasaba el parpado y así, dar por terminada tranquilidad de la oscuridad.

Ahí estaba una vez más, a la orilla de la cama con unos cabellos que parecían tiesos, grasosos, con un peinado que sólo se logra con el poder de una almohada. Esperaba o se tardaba, la visualización de la recamara parecía tomarla muy en serio, enfocando la mirada en cada cosa que había dejado en otra cosa, en los rincones en los que recargaba objetos que parecían ser los pilares de la ordenada habitación, tan típica de una chica obsesiva-compulsiva. El reloj con hora errónea seguía parpadeando, con dos minutos de diferencia. Eran los dos minutos de diferencia como el día de ayer y el pasado, y así hasta llegar a los días en que Susy se obsesionó con la limpieza de sus estéticos dientes, después de recibir un beso con sabor a tabaco propinado por su hermano en una borrachera sabatina. Y en cada madrugada, se cepillaba dos veces con diferencia de tres horas, para poder erradicar ese sabor tan amargo que deja la vida.

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