martes, 6 de septiembre de 2011

Entre espirales de la madrugada

Son las --:-- de la madrugada, eso percibe Anthony tras inspeccionar desde el balcón. "Si ella hubiese visto ese VW juraría que no es mío, lástima que no haya luz mercurial", pensó el esbelto hombre ingles al momento en que dos gatos hacían ruido en los botes de basura del callejón.  La energía eléctrica no ha vuelto en el lugar citado; son ya varias horas desde que la luz decidió descansar, irse por un tiempo de la manzana que circunda el departamento donde ahora nos encontramos visualizando sin ser observados. Él no nos percibe y tampoco se lo vamos hacer notar, tan sólo seremos espectadores de un pequeño lapso de tiempo, un muy recortado momento del que nadie jamás se enterará.

    Anthony o "Tony the ant" (como lo conocen sus amigos más cercanos) se mueve a pasos largos por su pequeño lugar en busca de cigarrillos, mientras se acomoda el elástico de sus calzoncillos, una rutina que no considera rutina, sino, una especie de ritualidad meramente occidental. Sabe que esa será la única noche que habrá visto a esa chica, su rostro preocupado lo dibuja en el viento y sus manos no hacen más que reafirmar esa posibilidad. Uno tras otro vienen pensamientos, pero la respuesta solamente dice que no hay nada verdaderamente trascendental en ella, algo que diga lo contrario. Más sin embargo, trata de recordar esta noche, para lo cual alcanza sus cigarrillos que al fin aparecen, tirados en el suelo turbio del departamento neoyorkino. 

    La chica duerme sin hacer ruido alguno, apenas si la hemos percibido desde que nos escabullimos en este remoto lugar. Su cara se forma bajo las sombras que se aferran a su delicado rostro, un encanto taciturno del que Anthony se degusta entre bocanadas y sonidos citadinos, encanto del que nosotros nos adueñamos un poquito, casi como él y un poco más que la noche. Reparamos en este incomprensible duelo en el que llegamos a parar, sin saber ahora, como salir de las finísimas siluetas de mujer que se apoderan de estos ciento ochenta grados de vista humana, un enfoque que efectuamos desde la pacifica aura de sus pechos hasta el suceso de sus tiernos pies. Una vista que complace a Anthony más que el sexo mismo que han tenido, antes de que ella pidiera clemencia y espacio para dormir. 

    La sonrisa del rostro alargado de nuestro amigo lo dice todo, pero no es fácil interpretar, ¿cómo asimilar esos labios retraídos hacia la izquierda sin abandonar su real significado? El significado real. "No quiero saber tu nombre", piensa mientas mira fijamente a la susodicha y se pasa el dedo indice por el mentón, olvidando totalmente la falta de electricidad que ocupa el lugar.

    Observa, detenidamente la analiza y reflexiona sobre ella, un momento perspicaz sólo para esa mujer que ahora ocupa la cama, la neoyorkina más accesible desde que él piso este terreno tan aclamado por el mundo. No para de pensar, gesticula sin cesar, como si la mezcla del sereno y la nicotina incrementaran las ideas de tristeza que han hecho irremediable el regreso a Inglaterra. Imágenes borrosas de sus tropiezos en América, una y otra vez las puertas cerradas que jamás lo abandonarán a dónde quiera que vaya. No se da cuenta que su mano lleva posada en su cabeza un minuto y el cigarrillo está cada vez más cerca de quemar sus dedos. Está inmóvil y perdido en ese revoltijo de memorias e imágenes divinas que obtiene de la escena que tiene enfrente.
  
    El viento entra y sale de la recámara como amplio dueño que es de este espacio. Coches a lo lejos y los gatos persisten en cuanto el cigarrillo llega a su fin en el cabello de aquel hombre, perdido entre espirales de la madrugada.




No hay comentarios: