martes, 18 de febrero de 2014

¿Quiénes somos?

    ¿Quiénes somos nosotros dos? ¿Qué somos tú y yo? ¿Sabemos dónde estamos? ¿Sabremos a dónde vamos? ¿Nos olvidamos? ¿Nos recordamos? ¿No olvidamos? ¿No recordamos? ¿Nos amamos? ¿Amamos? ¿Nos amábamos? ¿Nos amaremos? ¿Amábamos? ¿Amaremos? ¿Quiénes somos? ¡Quisiera saber! ¿Quisiera? ¿Si era? ¿Quién era? ¿Tú? ¿Yo? ¿Era? ¿Eras? ¿Por qué? ¿Qué? ¿Contigo? ¿Conmigo? ¿Quieres? ¿Quiero? ¿Qué quieres? ¿Qué quiero? ¿Lo sabemos? ¿Lo sabes? ¿Lo sé? ¿A dónde? ¿Acá? ¿Allá? ¿Tú, acá? ¿Yo, allá? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Cuánto? ¿Cuento? ¿Cuentas conmigo? ¿Cuento contigo? ¿Cuentas contigo? ¿Cuento conmigo? ¿Un cuento? ¿Un sueño? ¿Una novela? ¿Mucho optimismo? ¿No lo tuvimos ya alguna vez? ¿Funcionó? ¿Por qué? ¿Funcionaría? ¿Volverás a reemplazarte? ¿Volverás a reemplazarme? ¿Por qué lo hiciste? ¿Te gustó? ¿Valió la pena? ¿Vale la pena? ¿Valgo la pena? ¿Vales la pena? ¿Vale la espera? ¿Esperas? ¿Me esperas? ¿Te esperas? ¿Qué esperas? ¿Qué espero? ¿Yo espero? ¿Me espero? ¿Te espero? ¿Pero, pierdo? ¿Pierdes? ¿Quiénes somos tú y yo? ¿Me amas? ¿Te amo? ¿Amor? ¿De nuevo? ¿Ha pasado tanto? ¿Cuánto? ¿Le cuento? ¿Vuelvo a empezar? ¿Volvemos a empezar? ¿Y el punto final?


viernes, 14 de febrero de 2014

Baudelaire

    Hay varios días de mi agenda en los que sólo escribo alguna frase en especial que poco puede querer decir. Frases vagas del recuerdo, del momento: el lugar preciso donde me encuentro, alguna seña en particular que me haya otorgado tu mirada después de un tiempo, un singular acto de amargura que renuevo o un pesar que escribo sólo para variar y hacer la página más interesante. ¿Y qué? Dormir, soñar y no saber que sigue en la mañana, mientras te observo aún dormida después de tanto alcohol, dándome la espalda, con una cálida y desnuda embriaguez de paz que, me percato, de que tengo que dirigirme a casa, sin saber, a ciencia cierta, cómo despedirme o cómo hacerte saber que no debo estar allí. 
    La mayor parte del tiempo no sé que estoy haciendo a tu lado y lo sabes. ¿Tendría que tener un plan sobre todo esto, un plan para mañana, para cuando tengamos que estar juntos? Carajo, prefiero reírme y hacerte reír o emborracharme y quererme morir, mientras la ironía de nuestras vagas charlas siempre terminan en lo mismo: una non grata conclusión de que no deberíamos hacer lo que se supone estamos haciendo y lo expresamos con un precario pecado: "Ay, cielo". Sigues durmiendo y era lo único que se veía venir después de todo aquello, mientras intuyo la llamada que me harás cuando ya me haya ido y cuando notes que volví a dejar un desmadre en tu baño, porque aún no aprendo a girar bien la llave del agua caliente y es algo que quiero que aprendas de mi. 
    Escogiste una de las mejores vistas de la ciudad para vivir, ¡vaya lujo!. Lujo de pararse ahí, encender un cigarrillo y entornar el pasaje meramente urbano y mamón que nos regala el pequeño balcón de tu recámara, sin embargo, ahí estamos, sin un saber factible de lo que nuestras mentes en verdad requieren: al menos no dramas, al menos no teatros pendejos que ya los dos tenemos suficientes por detrás. Entramos lentamente y el vacío de la habitación me refleja como un cactus en medio de una selva de concreto: ideal manera de sentirse asechado e indispuesto de querer encajar en algo en lo que poco desearía ocupar. Es sencillo, es englobar toda esa percepción de ideales que tienes y que poco me hacen figurar, aunque mis ganas de adaptación lleguen a confundirse con mis deseos lascivos de querer seguir, ir y no tener que huir sino es por petición de que me largue, de que me digas que has tenido ya lo suficiente. 
    Haremos lo correcto (?), lo necesario (¿?), lo que termine siendo el impulso de sentirse ahí, frente al otro: yo en calzones y con los lentes con manchas de grasa y tú con tu mirada y ese nuevo vicio de fumar para hablar, como dos simples mortales que vienen y van y se quejan secretamente de la rutina pesada que nos da para vivir (mi caso) y los cuentos de la gente cool con la que se convive (tu ambiente), y seguiremos, mientras te llega el hastío de querer algo serio o me llega el aburrimiento que generalmente me abarca base el tiempo. Mientras tanto, me gusta no saber que hago de mi jodida vida. 


martes, 11 de febrero de 2014

Nota en la esquina de la agenda II

    «¿De quién es la culpa si no es de los lunes?». Una pregunta tonta que aparece de la nada, hoy, en un lunes más del año en curso y un dolor de cabeza que me despierta para hacerme pensar el porqué de dicho dolor. Podría haber sido el alcohol, pero ayer no hubo alcohol, podría haber sido el dormir de más pero ahora eso no me hace sentir culpable de nada, en lo absoluto, y si ese fuera el motivo, lo acepto y me siento culpable de un placer necesario. 
    ¿Placer necesario? Un tema que bien se puede ir abriendo ampliamente dependiendo de los gustos subjetivos de cada persona y que, en este momento, poco me interesa saber. Sin embargo, los días van pasando y el pensamiento de necesidad aparece y desaparece como un recuerdo o un capricho que controla el subconsciente, yendo y viniendo entre ocasiones rutinarias del miércoles cualquiera hasta el instante exacto en que estás teniendo un orgasmo: sorpresa y, ¡carajo!. Anyway, que para gustos se rompen géneros y para los géneros si que se rompen los gustos, y no pasa nada, sólo esa masa de gente con placeres rutinarios y semi repentinos en donde el pasar del tiempo juega el rol de sentirse vivo o, al menos, con cosas importantes qué hacer. 
    La culpa entonces queda a merced del mejor postor, del yo, del nosotros, del mundo entero que se está enculando a sí mismo, como la ley de la vida en donde el flujo existencial tiene que hacer precisamente eso: fluir para seguir adelante, mientras haya un culo más que encular y sentirse vivo, en una soledad interna espectral, producto de un modelo en común: padre solitario, un dios solitario para alejarlos a todos. 
    Los lunes no tienen la culpa de todas tus mamadas.