martes, 30 de julio de 2013

Música lenta

    Cierto tipo de personas piensa que uno puede llegar a ser un romántico empedernido por hacer docenas de cosas por una mujer, y digo personas porque muchas mujeres también lo aseguran, afirmando y casi dirigiendo miradas de desprecio cuando saben de algún ridículo nuevo más en mi haber. Puede ser entendible, y vaya que lo asimilo, dado que tengo también mis momentos de amargado pero, como mal romántico que me siento y me creo, acepto que no soy de ese tipo de hombres que se entusiasman por compartir y observar un atardecer. 
    A decir verdad, el hecho es que siempre se me olvida apreciarlos en pleno acto. Ya sea que esté con alguien tirando en el césped, sentado en la terraza de casa de mis padres, en la calle o a través de la ventana, siempre al momento justo del declive solar me distraigo sin razón. No quiero escribir sobre las ideas en mi cabeza, de las preocupaciones que me circunden y que al parecer nada me afectan, ni de la ansiedad que se me presenta al momento de las declaraciones de amor pero, sencillamente, las puestas de sol siempre se me van de la mirada. 
    En aquella ocasión me encontraba junto a Beatriz en el departamento que compartíamos desde hacía tres meses. El calor de la ciudad se ocupaba del más remoto lugar para hacer brotar el sudor de cada cuerpo, presionando y orillando a la población a beber tragos y tragos del primer líquido a la vista. Afortunadamente, Bety y yo habíamos guardado al menos una docena de cervezas de nuestro fin de semana anterior, ya que entre los invitados de la fiesta el gusto por las de bebidas preparadas con licor estaba en una moda de onda veinteañera, cosa que Bety y yo agradecíamos por tener mayor cantidad de cervezas para los dos. 
    Beatriz era de esas singulares chicas que prefieren una cerveza fría antes de una bebida coctel o licor a las rocas, lo cual hacía que mi atracción hacia ella fuera casi desbordante. Podíamos beber litros de cerveza hablando de ese sin fin de gustos y disgustos que nos ocupaban en tal o cual día, a veces entendiéndonos tan bien que nos odiábamos y en otras ocasiones malhumorándonos hasta el hastío para terminar besándonos como pubertos calientes. Era una chica que podía maldecirme por algún tipo de camisa nueva y que a la vez se entristecía por los típicos detalles que a las féminas tanto atormentan: una bomba mortal para el poco entendimiento masculino. 
    El calor nos había llevado a comenzar a beber. Era miércoles recién entrado el mes y en el reloj despertador logré divisar que pronto darían las ocho de la noche. Así nos desconcertaba el horario de verano, haciendo que desde las siete se tenga que decir «noche» siendo que el sol todavía seguía en el firmamento. Dado el acalorado panorama seguíamos ahí, en silencios largos que se rompían por el sonido de alguna ambulancia o el grito jovial de algún vecino cercano, un típico ambiente suburbano.
    Poco a poco iba oscureciendo cuando comencé a abrazarla. Parecía recaída, como si su trabajo la hubiese obligado a tirarse al entrar a casa, pero sabíamos que no era cierto, porque su trabajo y el mío eran empleos que no merecían gran esfuerzo ni buena paga, sólo lo suficiente para estar como en ese momento. Me hablaba despacio y con mucho cuidado, susurrando lentamente suaves palabras, palabras que iba escuchando pacientemente hasta entender su mensaje completo. Eran frases sin importancia, ocurrencias del momento que aparecían entre nuestro cercano espacio: ropa tirada en los rincones de la habitación, el ventilador oscilando hacia cada extremo de la misma y nuestro nicho, un sillón antiguo que había adquirido enorme comodidad a través de los años, convirtiéndose en nuestro lugar.
    Para entonces, alcancé a darle play al viejo estéreo en donde se encontraba el disco que habíamos escuchado el domingo anterior. Tranquilo y sin apuro, había volteado a ver su delicado rostro, sentía la necesidad de hacerlo, de observarla detenidamente mientras la música empezaba a sonar. Eran tenues notas las que se escuchaban, tonadas de piano persuasivas que me invitaban a admirar la sencillez que ella emanaba en aquel momento. Posiblemente se sentía presionada e incómoda, pero su cara no dejó que eso se reflejara en sí, más bien se limitaba a devolverme la mirada: equilibrada y en plena calma de saberse ahí. «¿Qué era lo que seguía, en verdad importaba?», me pregunté en el instante en qué captaba cómo el poder de la atmosfera que ahora construíamos, sin siquiera movernos, iba tomando un rumbo indeterminado, envolviéndonos en una especie de burbuja especial que nos mantendría en el centro del desorden social y estando aislados a la vez, juntos como dos gotas de agua que chocan y se vuelven una especie de aberración a la sorpresa, hecho mismo del observador. 
    El aire del ventilador nos trasladaba rápidamente el sonido del piano, untando nuestros cuerpos de esa ola rítmica que busca el mundo y que obtiene en su momento exacto. Me había aproximado hasta su vientre, un perímetro de encuentros sensatos en el que me disponía a esperar, siempre esperar sin querer algo a respuesta, sólo abarcando mi calor en su cuerpo desnudo. Beatriz preguntaba por respuestas inmediatas: un color, un deseo, un sueño, un te quiero, todo lo que se le ocurriera lo preguntaba sin esperar forzosamente mis palabras a todo ello. Sabía mis respuestas y mis desventajas, así como también conocía el rumbo que tomarían mis manos apenas me decidiera a tocarla, importándole un comino si la monotonía fuera en aquella ocasión un motivo de preocupación. 
    Las puntas de su largo cabello alcanzaban a rozarme la cara al tiempo en que comenzaba a besar su vientre. Afuera, el camión de la basura hacía sonar la campana para que las señoras distraídas salieran de sus casas, mientras las calientes ráfagas de aire volaban y alcanzaban a meterse por nuestra habitación. Bety había terminado su cerveza y yo apenas si llevaba la mitad, lo cual me sorprendía y me obligaba a terminarla de un largo sorbo. Había puesto su envase vacío entre mi cuello y ronroneaba entre mi cabeza, dándome leves rasguños que iban desde el cuello hasta mi espalda, anunciando sus ganas de otra cerveza con un bonito ritual. 
    Recuerdo que cuando abrí la segunda ronda de cervezas Beatriz se paró de golpe. Me miraba con los ojos intensos y seductores, entrecerrándolos para contonearse levemente con el sonido del reproductor. Se movía delicadamente mientras pasaba sus manos alrededor de su cuerpo, danzando para atraer mi atención: mi sonrisa revelada entre sus ojos. Giraba suavemente entre las ropas del suelo, añadiendo un calor agradable a las ráfagas del ventilador para después, dejar caer su sostén y revelar el brillo de su piel entre la ya presente oscuridad. En aquel momento me vi como un monigote sin razón, sin pensamientos y acciones, era el acto de sus movimientos mi vida en ese instante, sin un ayer y sin un mañana, sólo un «llévame contigo» que se repetía una y otra vez en mi cabeza, mientras Beatriz bailaba con la mirada perdida. 
    ¿Serían los efectos de la música lenta? Es mi hipótesis el día de hoy, mientras enlisto una serie de circunstancias que se mezclaban con Bety: la música, el calor, el alcohol, sus senos, el brillo de su piel, la monotonía que poco figurábamos. Quizás sea yo un romántico, pero nuevamente había pasado el crepúsculo, ahora bajo los dulces encantos que Beatriz me había preparado para empezar aquella noche.

miércoles, 17 de julio de 2013

Trátame suavemente (quiero que)

    Hay ocasiones —como el día de ayer— en que despierto con alguna canción de Daniel Melero en la cabeza. Recientemente volví a escuchar mucho sus discos, siendo mi soundtrack completo del mes pasado; desde el Conga (1988) y sus primeras interpretaciones hasta el Supernatural (2011), Melero me ha atrapado con una singularidad que ningún otro argentino lo ha hecho, ni siquiera Luis Alberto Spinetta o Charly García. 
    Podría decir que lo más acercado a Melero fue (es) Gustavo Cerati, con quien realizó uno de mis discos favoritos, me refiero a Colores Santos (1992), un disco que reveló a los seguidores de Soda Stereo la influencia tan significativa que Melero tenía sobre el grupo y que, después, fue marcando dicho toque en los discos siguientes de la banda. Pero, por qué mencionar a Soda Stereo y a Cerati cuando trato de hablar solamente de una canción: Trátame Suavemente. Fue la canción que popularizó a Los Encargados (1982-1988) y que Soda Stereo covereó. Dicha canción la conocí primero por el álbum debut de la Soda que por el mismo Melero (cosa que en un país como el nuestro, poco puede apreciarse de los músicos multifascéticos y de extraños rubros como Daniel Melero y su banda tecno Los Encargados, casi desconocidos por acá como el mismísimo Flaco Spinetta).
    Continuando con el día de ayer y el último despertar con Melero, la serie de eventos (des)afortunados que he experimentado en los últimos días me hicieron levantar —con la misma intensidad que un militar a las cinco de la mañana— con esa característica tonada de piano con la que editó varios temas de su autoría, en el disco del mismo nombre: Piano (1999), un álbum en el que recopila quince tracks que pueden escucharse como una sola pieza. A lo largo del disco Melero va haciendo énfasis en ese tono melancólico-romántico que lo identifica; y entonces para mi sorpresa Trátame Suavemente se revela en mi cabeza. 
    Aún no logro entender si haya sido una revelación como tal o simplemente una serie de semejanzas entre las letras del track y las casualidades que se reflejan en mis días pasados, pero la canción me hizo despertar e ipso facto, comencé a preguntarme si los estribillos pueden aplicarse a un diálogo entre dos personas o sólo a una refiriéndose hacia otra. La verdad y lo más lógico es pensar que se trata de la segunda opción y la primera no es más que un capricho de mi persona, siempre con ese toque dramático por uno-que-otro acontecimiento relevante que me pueda suceder y en el que mi mente logre encriptarlo, todo como digna señal de sorpresa.
    Entonces, empieza el primer estribillo de la canción con la inconfundible voz porteña de Melero:


Alguien me ha dicho que la soledad 
se esconde tras tus ojos 
Y que tu blusa guarda sentimientos, 
que respiras 

    Una sutil manera de introducir el track, haciendo que empecemos a adentrarnos en la melancolía que Daniel nos expresa muy bien. Después continua con el siguiente:

Tenés que comprender, que no puse tus miedos
donde están guardados 
Y que no podré quitártelos 
Si al hacerlo me desgarras.

    Ya en esta parte de la canción comienzo a adentrarme en lo que anteriormente había mencionado, esa especie de identificación con la historia que me obliga a regañadientes  a preguntarme si lo que ahí dice Melero es una estrofa hacia un tercero o si es ese tercero el que se lo dice a él. Extraña manera de ver las cosas sería preguntarse si en realidad Daniel Melero se hablara a sí mismo todo el tiempo, pero viéndolo de otra manera podría encajar.
    «Tenés que comprender, que no puse tus miedos donde están guardados» es el golpe mortal que recibo en la cara, como un claro ejemplo de ver toda esa serie de palabras que (le) he dicho, resumiéndolas en una sola frase, lo cual dicta una clara seña de que el arrepentimiento ya no tiene sentido y los miedos nunca han sido sólo por mi causa; y continua: «Y que no podré quitártelos si al hacerlo me desgarras». Caigo rendido al descubrirlo así, como un balde de agua más que fría que me hiela hasta los huesos, casi como una respuesta de la realidad inmutable en la que no quiero figurar. 
    Ya perdido en medio de esa trágica situación romántica, Melero me fulmina con el coro de la canción:


No quiero soñar 
mil veces las mismas cosas 
Ni contemplarlas sabiamente 
Quiero que me trates suavemente.

     Aquí llego al clímax del asunto, con un «No quiero soñar mil veces las mismas cosas» que me hacen pensar en aquellas palabras que depositó (ella) en mi mente aquella noche, como un consejo de vida en el que mi mala estabilidad y mi pesimismo es siempre el problema con aquellos asuntos del existencialismo que me asechan todo el tiempo; y Daniel continua añadiendo también su posible consejo: «Ni contemplarlas sabiamente. Quiero que me trates suavemente». "¿Qué no es acaso eso lo que estás haciendo ahora, analizar una y otra vez toda esa serie de pensamientos y recuerdos que se entremezclan como una secuencia imparable?", me digo. Es por eso que aquí se siente el letal golpe que hiere y me hace parpadear, como una manera de despertar de una hipnosis propia en la que me dispuse a estar. 
    Una vez más a manera de receptor me acoplo al siguiente estribillo, ya con un shock emocional y una parálisis repentina:

Te comportas de acuerdo  
con lo que te dicta cada momento 
Y esa inconstancia, no es algo heroico 
Es más bien algo enfermo

    Éste sin duda es el estribillo más exacto entre toda la posible casualidad del acto. Leyéndolo todo «Te comportas de acuerdo con lo que te dicta cada momento. Y esa inconstancia, no es algo heroico es más bien algo enfermo» pueden asumirse dos puntos de vista: 1) En donde soy el receptor del mensaje, como un signo claro de mi enorme impulso sobre los momentos; 2) La misma dentro de un letal consejo propio hacia mi persona, además del complemento de la segunda frase. Como si repitiera después de mi interlocutor la verdad que me ha descubierto con tan duras palabras.   
    Después viene una vez más el coro y ya para ese entonces me encuentro con un dilema más en qué ocupar mi tiempo. Y eso que sólo hablo de una maldita canción, es un disco que en sí, no tiene madre. 
 
 


domingo, 14 de julio de 2013

A bout de souffle

    Es bueno enterarse de muchas cosas que suelen ignorarse en un momento determinado. Podría mentir y seguir diciendo que sólo soy un espectador que sobrevive de pensamientos propios para satisfacerse por medio de historias, pero no, no todo el tiempo puedo estarlo asegurando. Sencillamente creo que a veces lo que más espero es la verdadera respuesta a mi cuestión, por dolorosa o intangible que sea.
    Hay días en los que levantarse de la cama puede volverse un verdadero martirio y una acción casi milagrosa, cuestiones dantescas que vamos figurando conforme nuestras ideas y sueños cotidianos, siempre tan llenos de ese entorno dramático que vamos construyendo inconscientemente a través de los días. Por otro lado, a veces dichas acciones nos preparan escenas mucho más llevaderas —y digo llevaderas porque manejables no son, sino que las vamos sacando a reacción de los diálogos o las circunstancias del momento—, situaciones afortunadas o inoportunas que tenemos enfrente y en las cuales tenemos que ahondar con todo eso que llevamos cargando detrás, toda una cuerda floja para cualquiera de nosotros. 
    Siendo el punto de partida de este tema mi propia inestabilidad, me detengo un momento en medio del aparente flujo de los meses y me pregunto, una vez más: ¿cuál es el lugar en el que quiero estar en uno-o-dos pasos más que dé en cualquier momento a partir de ahora? Sinceramente parece idiota decirlo, pero me remito al comienzo del año, al momento exacto en qué dejé de darme cuenta de lo que seguía por concentrarme en el desespero y veo un libro empolvado: blanco y pulcro chance de poder tomar un tiempo para perderme entre las palabras que pude haber escrito y las que en realidad voy a relatar. 

Duane Michals - Sad Farewell





jueves, 11 de julio de 2013

Intrusa




   *¿Qué estamos haciendo aquí?*; *Nada, andamos*; *¿En dónde?, no hay nada; *Sólo quería venir a caminar por estas calles, las extrañaba*; *Pues, sólo veo fábricas, bodegas, un chingo de tierra y el pinche cerro que está tan cerca de nosotros*; *Ya sé, pero me gusta, me gustaba venir a trabajar a esta parte de la ciudad*; *Es extraño estar aquí, lo imaginaba un tanto diferente cuando me lo describías*; *A veces simplemente quiero venir hasta acá, escuchar los ruidos culeros de las máquinas, ver el sol reflejándose en la vías del tren mientras me voy yendo, no sé, es un tanto nostálgico porque eran momentos en los que estábamos tan mal, era mi entorno cuando pensaba en qué íbamos a hacer con todos los pedos que teníamos*; *La nostalgia del trabajador y sus amores*.

    *¿Te fastidia hablar conmigo?*; *No, no lo sé*; *Dime la verdad*; *¿Es necesario?*; *Sí, quiero saberlo*; *No sé para qué me preguntas, tú eres la que se aparece todo el tiempo cuando duermo*; ¿Sólo cuando duermo?*; *No me mires así, no tienes ningún problema para intuir tú misma todo eso*; *Sí, pero quiero escucharlo de ti* ; *Dejémoslo así, al fin de cuentas terminaría por aburrirte* ; *A lo mejor, pero por algo estoy aquí*; *Para seguirme torturando, claro está*. *¿Y yo qué, apoco crees que estoy bien pinche tranquila?*; *Me gusta creer que sí, que andas poca madre por la vida sin acordarte de mi nombre*; *Pinche ridículo*; *Pinche necesidad de sufrir para vivir*. *Pinche doblemente ridículo*; *Desmadritos de todos los días*.
  
    *¿Por qué estamos ahora en mi casa?*; *No lo sé, caprichos de la mente*; *Me gustaría que dejaras de pendejear tanto*; *¿A qué te refieres?*; *Tú sabes, no seas payaso. Algún día tienes que recapacitar y crecer aunque sea un poquito*; *Estoy de acuerdo en eso  y estoy trabajando en ello, créeme. Estoy tratando de entender eso que llaman como “trabajo bajo presión”*; *Ya era hora. Y, ¿cómo lo estás haciendo? Dime*; *Pues por ejemplo, primeramente tengo que comenzar de dejar de tener estas pláticas imaginarias contigo*; *¿Y yo qué voy a hacer mientras tanto, eh?*; *Intenta meterte en otras mentes de vez en cuando, no me haría nada mal*.